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Cultură

Traté de ahorrar dinero y comer saludable y casi arruino mi vida

La parte animal de tu cerebro es una idiota egoísta que quiere que te atasques con hamburguesas caras y tomes taxis a todas partes en lugar de pagar tus deudas.

Ilustración por Wren McDonald

Con excepción de la renta, gasto la mayor parte de mi dinero en productos comestibles. Gasto en comida preparada porque soy demasiado perezosa como para hacerme un sándwich en la mañana, también en cervezas después del trabajo y con demasiado frecuencia en paquetes de cigarrillos. No creo que mi caso sea inusual, simplemente es lamentable. Después de todo, me gustaría tener más dinero para gastar en cosas como vacaciones, o invertir. Pero en lugar de eso, me meto cosas ricas o que alteren mi mente a la boca para anestesiarme y no percibir la banalidad de la vida cotidiana. Un artículo de El Deforma que se llamara "Mujer trae lunch de casa para reducir las pequeñas alegrías de la vida", me hablaría, porque yo soy el tipo de persona que sabe que un martes no se siente tan mierda cuando imaginas que estás comiendo una ensalada de Frutos Prohibidos de 90 pesos.

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Cuando estaba en la universidad y estaba más rota que nada, pensaba que la solvencia económica equivalía a poder comprar un burrito cada vez que tuviera antojo. Aún creo que es una buena lógica; no tener que preocuparme por la comida hace que la parte animal de mi cerebro se sienta muy cómoda. Pero si algo he aprendido al escribir sobre finanzas personales durante los últimos meses, es que la parte animal de tu cerebro es una idiota egoísta que quiere que te atasques con hamburguesas caras y tomes taxis a todas partes en lugar de pagar tus deudas.

La alternativa tradicional a comprar comida cara, como cualquier universitario sabe, es comer Maruchan, hasta que te enfermas y le tienes que pedir dinero a tus papás. Pero sin duda hay un terreno intermedio entre la muerte por sodio y la quiebra. Lo que yo quería era una dieta que fuera barata sin tener que acabar con algunos años de mi vida.

Así que en un esfuerzo por reducir mis gastos en alimentos y no ser la tipa infeliz del artículo, decidí realizar un pequeño experimento: ¿Qué tan poco podía gastar en comida sin dejar de obtener todos los nutrientes que necesitaba? Probé dos métodos. El primero incluía algunas sustitutos futuristas de alimentos, y el segundo incluía algún tipo de potaje de avena.

Sustitutos de alimentos

La primera cosa que hice para saber cuál era el alimento perfecto fue consultar a una nutrióloga llamada Laura Cipullo, quien me dijo que mi plan no era el mejor. Dijo que en realidad no hay ninguna manera de conseguir todos los nutrientes que necesitas si sólo comes lo mismo una y otra vez.

Lo que me dijo estaba en completa oposición a la misión de los sustitutos de comidas que están de moda como Soylent, que promete proporcionar toda la nutrición de los alimentos reales sin todo ese molesto proceso de tener que escoger lo que quieres comer y luego tener que masticarlo, cosas para las que los ocupados trabajadores de hoy en día tienen tan poco tiempo.

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"Creo que si estás en una crisis, como los militares en el extranjero, ésta podría ser una buena opción durante un corto período de tiempo", me dijo Cipullo. "Pero, ¿dónde están los antioxidantes que se obtienen de las frutas y verduras y todas estas otras propiedades que combaten el cáncer?"

El cáncer no me preocupaba, pues no pensaba hacer esto por mucho tiempo. Pero conseguir una suscripción a Soylent significaría que todas mis comidas serían líquidas, y no estaba lista para ese estilo de vida. (Uno de mis colegas lo intentó hace un tiempo, por si quieren saber cómo salió el experimento.) Así que ordené diez MealSquares por 30 dólares (500 pesos aproximadamente).

Los MealSquares, para los que no saben, son comidas de 400 calorías "nutricionalmente completas" que vienen en forma de bollos pero son mucho, mucho más densos y muy secos, como algo con lo que podrías construir una casa. Algunas personas en la oficina de VICE los comen como si fueran comida normal, pero no tengo ni idea de cómo lo hacen. Lo intenté, pero mi cuerpo los rechazaba. Mi mandíbula no me permitía masticarlos. Intenté comer pedacitos de MealSquare con el café como si fueran pastillas, y la parte animal de mi cerebro dijo: ¿Qué estás haciendo? ¿En qué te has convertido?

Para este momento el olor de cualquier otro alimento me hacía querer comer más; pasé junto a una pizzería y casi lloro.

Un día y 400 calorías después de que comencé este experimento me di cuenta de que los MealSquares tenían chocolate y le quitaba los trocitos de chocolate para mi desayuno. Para este momento el olor de cualquier otro alimento me hacía querer comer más; pasé junto a una pizzería y casi lloro. Cipullo me había advertido sobre esto, diciendo que es necesario comer diferentes alimentos no sólo por razones de nutrición, sino también por salud mental.

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"Comemos por razones psicológicas, comemos por razones de comportamiento", dijo ella. "Y hay investigaciones que dicen que la forma en que el cuerpo responde a una comida depende de tu nivel de estrés. Así que imagina que estás estresado y no te gusta tu comida, no se va a digerir igual".

Gachas (algún tipo de cereal cocido en agua o leche)

Con lo que me dijo Cipullo, le pedí que me diseñara una comida que fuera nutricionalmente completa pero con ingredientes tan baratos que fueran prácticamente gratuitos. No me gustó mucho su respuesta, que fue echarle aceite oliva a la espinaca o a la col, mezclarlo con arroz y ponerle un poco de atún de lata.

Sin embargo, después de dos días de estar comiendo MealSquares, estaba desesperada por cualquier otra cosa. Me devoré mi tupper con esa mezcla rara casi inmediatamente después de llegar a la oficina el miércoles por la mañana. Era todo lo contrario al problema que había tenido con los MealSquares, no era físicamente capaz de consumir suficientes calorías en un día para funcionar.

Al día siguiente, hice más y me quedó bien, porque seguía amando mi nuevo invento de alimentos a pesar de que era muy similar a una receta que encontré en internet para hacer comida casera para mascotas. Cuando llegué a casa esa noche, le agregué un montón de salsa rusa a mi plato de gachas y lo mezclé a tal grado que se convirtió en una deliciosa pasta. Repetí el platillo y me quedé dormida con la sensación de que acababa de descubrir el mejor truco en el mundo.

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Cuando mi compañero de trabajo le puso catsup a sus papas fritas y se las metió en la boca, fue como ver pornografía.

Esto no duró mucho tiempo. Al día siguiente, mi estado de ánimo empeoró. Hice gachas en versión "desayuno" sustituyendo el atún con un huevo frito. Me di cuenta de que me movía muy lento y que sentía hormigueo en los brazos. También comencé a enloquecer, miraba cualquier alimento como los perros ven a las ardillas. Cuando mi compañero de trabajo le puso catsup a sus papas fritas y luego se las metió en la boca, fue como ver pornografía.

Para el viernes ya llevaba cinco días con el experimento y sentía como si me estuviera moviendo debajo del agua. Mi dieta monótona me había dado como una resaca permanente, sólo que yo no había estado tomando —y cuando tomaba la mitad de una cerveza me mareaba tanto que me preocupaba colapsar y caer al suelo. A la mañana siguiente, me sentía peor.

"Hay investigaciones que dicen que la forma en que el cuerpo responde a una comida depende de tu nivel de estrés", me explicó la nutrióloga Cipullo. "Así que imagina que estás estresado y no te gusta tu comida, tu digestión va a ser diferente".

Le pregunté qué quería decir exactamente.

"Por ejemplo, es más probable que se filtren bacterias de tu intestino y se vayan a otras partes de tu cuerpo". E insistió en que "no es tan malo como parece", pero, igual, ¿qué carajos?

Todo lo que sé es que el sábado, cuando salí con mis amigos por la noche, de pronto me dieron unas ganas horribles de vomitar, algo que jamás había experimentado. Puedo contar el número de veces que he vomitado en mi vida, pero esa sensación es bastante inconfundible. Se me cayó mi bebida al suelo, corrí a un taxi y me concentré con todas mis fuerzas en no vomitar hasta que llegara a mi departamento, no fue tarea fácil.

¿Cuánto dinero gasté en comida esa semana? 171 pesos. Ni siquiera quiero pensar cuanto terminé pagando por el taxi.

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