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Los vecinos de Chernobyl siguen comiendo alimentos radioactivos 30 años después

Han pasado casi 30 años desde la explosión de uno de los reactores de la central nuclear de Chernobyl y los vecinos y residentes de los alrededores siguen estando expuestos a preocupantes niveles de radioactividad.

Imagen por Sergey Dolzhenko/EPA

Han pasado casi 30 años desde la explosión de uno de los reactores de la central nuclear de Chernobyl y los vecinos y residentes de los alrededores siguen estando expuestos a preocupantes niveles de radioactividad: estaría concentrada, especialmente, en los alimentos que ingieren.

El equipo de investigadores que ha analizado los niveles de contaminación en la comida producida en los campos y los bosques de Rusia y Ucrania se ha encontrado con que los niveles de isótopos radioactivos son sustancialmente más elevados de lo que sería aconsejable para el consumo humano. En algunos casos, los niveles de radioactividad son 16 veces mayores de lo que deberían ser. Los hallazgos fueron publicados ayer en un informe auspiciado por Greenpeace. "Se trata de desastres naturales que no solo se extienden durante décadas o siglos, sino que pueden permanecer latentes durante un milenio entero", cuenta Shawn-Patrick Stensil, co-autor del estudio, y un prominente experto en análisis de energía que trabaja para Greenpeace. "Seguimos observando niveles de contaminación que rebasan holgadamente los límites aceptables". La tragedia de Chernobyl se produjo el 26 de abril de 1986 y liberó a la atmósfera unas cantidades de toxicidad 200 veces más radioactivas de las que liberaron las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial. Así, al menos, lo ha comunicado la Organización Mundial de la Salud (OMS). Los investigadores han señalado que resulta especialmente preocupante el rastro de los isótopos nucleares cesio-137, puesto que estos son muy fácilmente absorbidos por las plantas. Además, se han detectado niveles igualmente preocupantes de isótopos en productos como la leche, los champiñones silvestres, las frutas del bosque y la carne. Las muestras de leche fueron recolectadas en la región de Rivne, situada a 200 kilómetros de la central nuclear. "Todas las muestras recogidas rebasaban los niveles de contaminación para adultos que regula el ministerio de salud de Ucrania, y están sustancialmente por encima del límite más bajo para niños", según el informe. Las muestras de legumbres recolectadas en los campos de la provincia de Kiev, situada a 51 kilómetros de Chernobyl, presentaban unos niveles de isótopos radioactivos que, en algunos casos, doblaban los límites estipulados para el consumo humano. Los champiñones secos recolectados en los bosques de Rivne y almacenados en los graneros de familias de residentes de la zona, presentaban unos niveles de cesio-137, 16 veces más grandes del límite permitido. El cesio-137 tiene un promedio de vida de 30 años, claro que luego su descomposición puede extenderse durante varios siglos. Al menos hasta alcanzar niveles que no sean lesivos para los seres humanos. La exposición a dicho isótopo, especialmente durante la ingesta de alimentos, puede disparar el riesgo de cáncer, según ha detallado el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos. "Se trata de isótopos que están circulando por el ecosistema en maneras que nunca habríamos imaginado", explica Stensil. "Si vives cerca del bosque, se convierte, prácticamente, en parte de tu vida. Toda la gente que vive en las proximidades tendrán que someterse a constantes programas de descontaminación". Igualmente, los incendios forestales también han sido identificados como otra de las potenciales causas de la contaminación ambiental de la zona. Las llamas de un bosque tóxico liberan partículas almacenadas en los árboles a la atmósfera. Según relata el informe, entre 1993 y 2013 se declararon más de 1.100 incendios forestales en la zona de acceso restringido de Chernobyl. Las dificultades económicas por las que atraviesa Ucrania han provocado que muchos ciudadanos de a pie hayan sido incapaces de eludir los alimentos contaminados. La actividad económica del país disminuyó en un 12% en 2015, según informaciones facilitadas por el Banco Mundial. La insurgencia declarada al Este del país, donde el conflicto armado sigue su lento y pesado curso, ha castigado (aun más) los precarios recursos del país. La recesión económica ha provocado que muchos programas de supervisión diseñados para calibrar los niveles de radioactividad en Chernobyl hayan sido suspendidos por motivos financieros, según señala el mismo informe. "Supervisar la comida es una inversión a largo plazo que resulta de lo más costosa", cuenta Stensil. "Muchas de estas decisiones son puramente políticas", deduce. Miles de niños, incluso aquellos nacidos 30 años después de la catástrofe, siguen bebiendo leche contaminada con regularidad. "Tenemos leche y hacemos nuestro propio pan ––pero, vaya, está contaminado––", cuenta Halina Chmulevych, una madre soltera que vive con sus dos hijos y cuyo caso también es mencionado en el informe. Halina vive 200 kilómetros al oeste de Chernobyl y, según explica, sus posibilidades de ingerir comida que esté libre de radiación son más bien escasas. "Por supuesto que me preocupa, pero… ¿qué puedo hacer? Mi madre contrajo cáncer inmediatamente después de la explosión. Ahora está muerta". Se ha calculado que los casos de cáncer de tiroides entre los niños ucranianos que fueron expuestos a la radiación tras la catástrofe son casi 10 veces mayores que las de los que nunca estuvieron expuestos. Igualmente, se ha descubierto que los empleados que trabajaron en las tareas de descontaminación de la central nuclear tienen muchas más posibilidades de padecer cánceres como la leucemia o tumores de pecho. Claro que determinar las causas entre acontecimientos específicos y niveles de cáncer es una ecuación que resulta muy difícil de probar. Mucha gente ha estado expuesta de manera permanente a fuentes de radiación naturales. Estas irían de la comida que ingieren al aire que respiran, pasando por los rayos de sol a los que se exponen diariamente, entre otras muchas fuentes. Sin embargo, según un informe publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), las grandes cifras de cáncer de tiroides de niños que viven en las áreas contaminadas de Ucrania, Bielorrusia y de Rusia "han sido provocadas por los elevados niveles de yodo radioactivo liberado por el reactor de Chernobyl durante los días inmediatamente posteriores al accidente". Los investigadores reconocen que todavía ignoran cuáles serán las consecuencias de los desastres nucleares en el futuro. "Actualmente estamos investigando las dos catástrofes para explorar el desplazamiento de los radioisótopos en el medioambiente a lo largo de los años", explica Stensil, en alusión a los desastres de Chernobyl y de Fukushima, este último registrado en Japón en 2011. "Lo que estamos aprendiendo es que harán falta varias generaciones antes de que los radioisótopos vuelvan a ser estables de nuevo. Y durante todo este tiempo todos aquellos supervivientes que sigan viviendo en la zona afectada, seguirán estando en riesgo". El informe sugiere algunas medidas prácticas y sencillas para reducir el consumo de comida contaminada, como hervir la paja con la que se alimenta al ganado de zonas que no están contaminadas. Claro que también formula exigencias mucho más amplias, como la eliminación paulatina y definitiva de la energía nuclear en todo el mundo, y la necesidad de indemnizar a los supervivientes por la pérdida de sus medios de subsistencia, y por los daños y perjuicios a los que ha quedado expuesta y sometida su salud. "Desde una perspectiva social y medioambiental lo cierto es que las secuelas de catástrofes de tamaña magnitud son irreversibles", concluye Stensil. "Disponemos de energías alternativas a la nuclear. Es hora de que las utilicemos". Sigue a Elaisha Stokes en Twitter: