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Así fue crecer en

Así fue crecer en: San Luis Potosí

Si San Luis es el París que me merezco, quiere decir que hice algo muy, muy jodido en mis otras vidas.

Nací en 1984 en San Luis Potosí, ciudad del noreste de México, ubicada a 360 km del DF. Se caracteriza por su clima extremo. Su ecosistema árido, como bochorno de abuelita, hace que el calor nos haga ahogarnos en nuestro propio sudor, y que nos achicharremos de frío.

El nombre de la ciudad hace referencia a la advocación a San Luis Rey de Francia y a las minas de la región boliviana del Potosí, ya que cuando se fundó era una zona rica en plata y oro.

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Al igual que la capital del Rey Sol, mi ciudad se divide en arrondissements o barrios —en este caso en siete. Así que si San Luis es el París que me merezco, quiere decir que hice algo muy, muy jodido en mis otras vidas.

Uno de los barrios más importantes es sin duda Tequis, quizá por ser el más céntrico. De chavito fue sin lugar a dudas un paseo obligatorio. Ahí puedes comer tacos rojos potosinos y porquerías dignas de cualquier centro histórico de este país como elotes con crema —no mayonesa, como acostumbran en el DF, ew—.Y, claro, me dejé cautivar por su kermés dominical con jueguitos que hacían la diversión de chicos y la de los grandes (que podían irse a lo oscurito mientras los chamacos se desgañitaban en el barco pirata). En su momento subirse a esos juegos era quizá lo más cercano a Reino Aventura. Triste pero cierto.

Tangamanga. No me refiero a un jamón. Tangamanga es una palabra que inexplicablemente todo potosino domina. Allá todo se llama así. La neta desconozco muy bien su origen (que según yo deriva de una tribu asentada ahí antes de que llegaran los españoles a chingar la borrega con su oro). El caso es que existe el Parque Tangamanga I y II, Frac. Tangamanga, Plaza Tangamanga, etcétera. En el Parque Tangamanga iba de chavo dizque a entrenar fucho; digo dizque porque la verdad jamás fui bueno, de aguador no pasé y sólo hacía el ridículo en la cancha. Lo que me latía de entrenar ahí era el parque mismo: hay pastito (para los fajecillos que se ofrezcan), un lago con patos, kioskos para celebrar cumpleaños (mi primer picnic fue ahí) y, vaya, es nuestro Versalles.

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En mis tiempos, si querías dar el rol, irte al cine o a las maquinitas, tenías que ir a la Plaza Tangamanga. Me gustaba ir a Galáctica o Circus y jugar para ganar una que otra baratija china que te regalaban, a cambio de echarle a esas consolas lo que para mí eran millones de pesos (como cien nuevos pesos). Era cagado ver cómo siempre el regalo más verga no se lo ganaba nadie.

En ese entonces no había muchos centros comerciales así que el Bazar Tangamanga, donde hoy se ubica un HEB, fungía como tal. Me gustaba ir ahí porque había puestos falluqueros que te vendían cosas gringas. Cada domingo compraba un cassette de una banda, tarjetas coleccionables de algún cómic y de paso unas palomitas.

Otro emblema potosino es la Avenida Carranza. En mi niñez me tocaron en dicha avenida las ahora venidísimas a menos —si no es que extintas— Bing y Danesa 33, neverías cuyos deliciosos productos que sólo propiciaban la obesidad infantil. En la misma avenida también se encontraba Disco Patín, un intento de antro de los ochenta, que trataba de asemejarse a pistas de patinaje gringas. El lugar no era tan malo, sin tomar en cuenta que te tenías que chutar los olores de todos los que habían usado los patines antes que tú.

Mis primeros encuentros con el alcohol y un cotorreo más barroco y churrigueresco se dieron en el callejón de San Francisco, en el centro de San Luis Potosí, al lado de todas esas iglesias y y edificios importantes. Ahí precisamente se ubicaba el Delirio Azul, uno de los primeros establecimientos que eran galerías pero también atendían a la imperiosa necesidad del espectador promedio de arte de injerir grandes cantidades de alcohol, lo cual era fabuloso. Aquí me gustaba ir con mis cuates, comprar una cubeta de chelas y ponernos jarras escuchando a una banda de música en vivo. A unos pasos estaba el Café Los Frailes, este lugar sigue existiendo.

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Zampabollos era el Eso de la región. Era el payaso preferido de San Luis durante esos años, estaba en todas las fiestas, eventos de la ciudad y televisión local. Por fortuna no fue a mis escasas fiestas de cumpleaños a zamparse los rollos de jamón que mi mamá preparaba para mis invitados, pero sí lo llegue a ver en algún evento de la escuela. Simpático hasta eso, el regordete, de quien sólo recuerdo que tenía más chapas que otra cosa.

Burbujitas es un programa terrible de concursos que lleva toda la vida en la tele local con competencias y bromas bastante estúpidas y de mal gusto; son de esas cosas aterradoras y que extrañamente al parecer disfrutarán de un rating saludable hasta el final de los días.

Si eres de San Luis, seguro en más de una ocasión llegaste a ir a la Feria, el evento más grande de la ciudad que se celebra siempre en agosto. Tenía ínfulas de un gran exposición ganadera, pero en realidad sólo había vacas simmental y cebúes (no tengo nada contra ustedes, chicas, pero no sé, esperaba, ya saben… una charreada, pasos de la muerte, piales, charros desnucados… algo con más punch). Ahora cada que huelo a estiércol recuerdo esa decadente Feria.

En San Luis para todo escogemos reina. Y no hablo exactamente de mirreinas porque luego salen unas bien pinches, sino de las reinas de los clubes deportivos, sociales, ferias, etcétera. Como dice la mojigata tradición de los concursos de belleza, estas monarcas deben ser hermosas, castas y devotas. Pero seamos realistas, esto es el Tercer Planeta, así que las reinas siempre son hijas de gente de renombre que sólo cumplen con el primer requisito. ¡Más que suficiente!

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La Semana Santa es una muy buena época para visitar la ciudad ya que se celebran torneos deportivos, culturales y sociales. En este tiempo se lleva a acabo la Procesión del Silencio, que básicamente sirve para traumatizar de por vida a los pequeños potosinos. También sirve para que uno que otro fetichista se eche un taco de ojo.

Siendo un niño es de las cosas que más me marcaron, pues es un evento donde se conjuga lo sagrado con lo profano; la banda que participa parece estar en total estado de trance, quizás con el tiempo es cuando llegas entender más de que va todo esto: catolicismo sanguinario.

Algo que quizás hoy en día ya no me enorgullece tanto era que efectivamente me gustaba ir a los toros: sí, a ver cómo un güey se glorificaba matando a un animal de una forma salvaje. La verdad que desde chavito siempre hubo una cierto apego de mi familia con la fiesta brava y se pudiera decir que fui creciendo con ese gusto, hasta que eso empezó a parecerme atroz.

Era fan de Nicol's Pizza, siempre que iba me atascaba con un spagueti a la boloñesa y un buen trozo de pizza, para el postre nada como una nieve tucky tucky o unos chocolates costanzo, dulces típicos de San Luis.

A los potosinos les encanta el chisme (sí, allá importa más la última fiesta de fulanita que otra cosa) y es por ello el auge de las revistas de sociales en la entidad y la esperada sección de los domingos del diario Pulso, para ver qué tan popular eres.

En sí crecer en SLP fue crecer en una ciudad donde, como niño, me permitió usar mucho la imaginación, pues en realidad no había mucho que hacer y siempre eran las mismas opciones de siempre. A pesar de la sociedad tan moralista, San Luis es y seguirá siendo ese lugar donde siempre que regreso me siento en casa.

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@JoshiMoshi04