Chucho, Chucho Valdés

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Música

Chucho, Chucho Valdés

Durante su visita a Bogotá en el marco del festival Jazz al Parque 2017, nos sentamos a hablar con el pianista cubano.

Y entonces, Chucho. Saludando desde el escenario. Con una venia, con ambas manos. Con un beso en la punta de los dedos que se va al aire. Chucho, Chucho Valdés. El pianista, el cubano, el hijo de Bebo. El gigante de Irakere, la big band que estalló La Habana en 1973. Dionisio. Jesús. Valdés. Rodríguez. Chucho, Chucho Valdés. Con una mano pide a señas más volumen en la consola y con la otra se acomoda una boina Kangool, como la que usaba "Monty", el "General Espartano", en la Segunda Guerra Mundial. Tengo muchas azules, me dice luego. Y de otros colores también. Me gusta combinarlas. Con blanco, con beige, con marrón. Las uso siempre. En todas partes. Toda mi vida.

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"Buenas noches, Bogotá". El piano suelta sus primeros acordes en montuno y tras un repique de congas, se le une el contrabajo y la batería. Que todavía siente nervios, dice. Que los siente desde que tiene memoria y no se le quitan hasta la mitad de la primera canción. Para los nervios, solo un remedio: tocar. Tú vas tocando, tú vas sintiendo. Y ya, llega la calma. Del susto de mi primer concierto me acuerdo bien. Fue a los 9 años, cuando estudiaba en la Escuela Normal para Maestros. Toqué una sonata de Mozart y una Beethoven. En ese entonces, estudiaba piano clásico, aunque en la casa, mi papá, desde siempre me enseñó jazz. Después, cuando hice mi música, me quede con algunas cosas de esa época. Es un poco de todo: de clásico, de jazz, de latín, de afrocubana. Sobre todo de afrocubana. De lo que si no me acuerdo es de la primera vez que cogí un piano. Creo que porque todavía no tenía uso de razón, pero papá, mamá y la familia dicen que tenía 3 años.

Chucho, Chucho Valdés. Está en Colombia, ya ves. Dice el pregón. Solea el piano, solea el tambor. Coco loco está usted. Palmas en clave de salsa que salen desde el público y una mano de contrabajista que se resbala del mástil al puente en un glissando. Que este tema lo compuso uno de los músicos más grandes de Cuba: Bebo Valdés. Que se llama 'Con poco coco'. Que fue el primer latín que sonó en un bar de jazz. Chucho, Chucho Valdés. Está en Colombia, ya ves. No es porque sea mi papá, pero Bebo sí que fue un grande. El disco de Juntos para siempre es el más especial de toda mi vida. Con él, tuve el honor de haberme ganado dos Grammy, uno latino y uno de la academia Americana.

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Yo comencé con sus músicos. El tenía una orquesta y un cuarteto. Cuando no podía tocar en uno por estar en el otro, yo lo suplía. Nos repartíamos el trabajo. Había una comunicación increíble entre los dos. Suyas, tengo muchas canciones favoritas, pero hay una que nunca falta en mis conciertos. La que le dedicó a Bud Powell, el pianista norteamericano que compuso 'Un poco loco'. Ese tema es muy lindo y fue muy famoso hace varios años. Bebo lo escuchó, le gustó y de ahí sacó la inspiración para esta canción de la que hablo. 'Un poco coco'. Más afro, más negra, más nuestra.

Chucho, Chucho Valdés. Está vez, el charango es un piano. La marimba también. El Concierto Andino con el que Silvio Rodríguez volvió a Chile en 1990, dos días después de que se acabara la dictadura de Augusto Pinochet, suena en Bogotá. La música que hace 27 años celebraba la democracia con los gigantes de Irakere, se repite un domingo con el bajo de Gastón Joya, la batería de Rodney Barreto, la percusión de Yaroldy Abreu y el piano de Chucho Valdés.

Son, son, son. El son andino que traigo yo. Que lo de Irakere fue un fenómeno, una banda de genios, me dice. Piensa tú: Paquito D'Rivera, Arturo Sandoval, Jorge Varona. Estábamos todos en la misma orquesta cuando se me ocurrió hacer un grupo pequeño con los que más me interesaban. Con los estelares. Y funcionó. Irakere fue la mejor música del siglo XX. Nadie nos ha superado todavía. Ensayábamos 8 horas diarias y, por las noches, nos íbamos a tocar en los bares hasta la madrugada. No por obligación, sino porque nos gustaba tanto que no podíamos parar.

Al primer disco que grabamos le pusimos Bacalao con pan. Tenía tambores batá, escalas pentatónicas y unos cambios nuevos en la armonía. La gente no entendía nada, pero no paraba de bailarlo. Un vez, estando en Miami, se me acercó una muchacha. Me abrazó y me dijo "discúlpe, es que usted es mi papá". Yo le dije "eso no puede ser, si yo no te había visto nunca". Que sí, que sí, me insistía ella. Que mis viejos se conocieron en un concierto de Irakere y se enamoraron bailando Bacalao con pan. Créame, usted también es mi papá. Fuimos grandes, pero todo se nos puso caduco. Era una orquesta de solistas que con el tiempo se fueron persiguiendo sus propias carreras. Como yo.

Está en Colombia, ya ves. Desde el piano, Chucho lanza una frase que el público repite con las palmas. "Voy hacer un tema solo, pero necesito su ayuda". El concierto está por terminar y la gente se pone de pie. Entre la masa de aplausos y acordes agregados, suenan, perdidas, las primeras notas de la quinta sinfonía de Beethoven. Ta ta ta taaaan. Que con gusto hablábamos de lo que yo quisiera, pero que si el concierto iba hasta muy tarde, mejor lo dejamos para después. A mí me gusta madrugar porque me rinde la vida, me dice. Levantarme temprano es como avanzar. Estudio más fresco y las horas parecen más. Si acaso, me acuesto temprano, pero todo es mejor por la mañana. El son andino que traigo yo…

Un trémolo en el piano, un repique largo en la percusión de Abreu. Chucho, de espaldas a público y de cara a sus músicos, levanta las manos. Cuenta un último compás en movimientos cortos y descuelga los brazos marcando el final. Yo te vi, bailando son con Chucho Valdés. Chucho, Chucho Valdés. Está en Colombia, ya ves.

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