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Este filósofo dice que deberíamos sustituir la religión por el socialismo

En su nuevo libro, Martin Hägglund asegura que el único modo de cambiar nuestra existencia es aceptar que esta tiene un fin.
protesta socialista
Ilustración alemana de una protesta socialdemócrata. Foto por Culture Club/Getty 

Todos vamos a morir. La cuestión de cómo invertimos nuestro tiempo antes de llegar a nuestra fecha de caducidad ha sido objeto de debate filosófico desde la Grecia Antigua hasta el día de hoy, en que todo el mundo está familiarizado con la filosofía moral gracias a The Good Place. La cuestión es: ¿cómo hallar sentido a una existencia que parece totalmente absurda? Según Martin Hägglund, profesor de literatura comparada de Yale, la respuesta está, tal como explica en This Life: Secular Faith and Spiritual Freedom, en el socialismo democrático. A este solo es posible llegar, según indica en la introducción, “mediante un replanteamiento práctico fundamental de la forma en que vivimos juntos”.

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“Bajo el capitalismo”, señala, “no podemos negociar las cuestiones fundamentales que ponemos en valor colectivamente, ya que el propósito de nuestra economía trasciende el poder de la deliberación democrática”.

Para Hägglund, socialismo democrático y libertad van de la mano. Para que se dé el primero, debemos librarnos de las ataduras del capitalismo. Su objetivo, básicamente, es poder disponer de suficientes recursos de dominio público para que cada individuo pueda hacer lo que quiera y, de ese modo, hacer avanzar a la humanidad, en lugar de estar encadenado a un sistema que ha dejado de funcionar bien (o que quizá nunca lo hizo).


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El libro constituye un análisis de cómo deberíamos pasar nuestro tiempo (limitado) y una "reivindicación espiritual del socialismo", como se indicaba en una reseña de New Republic. Un argumento que vincula el rechazo a toda clase de creencia religiosa con los abusos y las limitaciones del capitalismo. La tesis de Hägglund se articula en torno a lo que él denomina fe secular. “Tener fe secular”, apunta Hägglund en su libro, “es dedicarse a una vida finita, a proyectos que pueden fracasar o desmoronarse”.

Su mayor preocupación es la forma en que estructuramos nuestras vidas y qué cosas valoramos, y aunque su libro es explícitamente antirreligioso, carece de la grandilocuencia de los exponentes del llamado Nuevo Ateísmo. Es a la vez una obra de gran accesibilidad y enjundia (usada como tema en conferencias en Harvard, Yale y NYU) que aborda temas candentes —el cambio climático, el dominio de los milmillonarios, los escándalos de abusos sexuales de la Iglesia católica, nuestra creciente obsesión por el trabajo sin sensacionalismos.

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Hablamos con Hägglund sobre el auge del socialismo en Estados Unidos, la relación de los estadounidenses con el trabajo, los detractores de la religión y las formas en que podríamos mejorar la sociedad en adelante.

VICE: This Life tiene esa capacidad de habitar en la actualidad sin necesidad de masacrar al lector. No hay, por ejemplo, mención alguna a Donald Trump. ¿La decisión de escribir un libro que reivindique una nueva forma de vivir en un momento de la historia en el que parece que instituciones, gobiernos y religiones están al borde del colapso es intencionada? ¿O quizá adquirió más “relevancia” tras las elecciones a la presidencia de Estados Unidos?
Martin Hägglund: Hace seis años, cuando empecé a trabajar en el libro, no tenía ni idea de que acabaría llegando en un momento tan apropiado (por aquel entonces incluso me aconsejaron que no hablara de “socialismo democrático” porque pensaban que provocaría rechazo a la mayoría de lectores). Pero desde el principio tenía claro que quería reaccionar a nuestra época histórica, en la que la desigualdad, el cambio climático y la injusticia generalizada están vinculados al auge de las formas de autoridad religiosas que niegan la importancia de estos asuntos. Mi forma de reaccionar fue escribiendo un libro que abordara las principales cuestiones filosóficas de la vida y la muerte y que también ofreciera una nueva visión política.

Un efecto de nuestro momento histórico es la idea de que ahora el socialismo está “de moda” entre los jóvenes de la última generación. ¿Qué opinas al respecto?
Lo interesante de los tiempos que vivimos es que la cuestión fundamental de cómo se debería organizar nuestra sociedad se está viviendo con renovada urgencia. Vivimos un momento importante, pero para que gane calado necesitamos análisis más profundos sobre los conceptos actuales de capitalismo y socialismo. Existe la creencia generalizada de que el capitalismo es contrario a nuestras vidas y de que carece de otros puntos de vista que nos guíen hacia posibles estilos de vida alternativos. No nos hacen falta más críticas al capitalismo, sino una definición y un análisis profundos de este, así como una serie de principios que nos permita llevar un estilo de vida ajeno al capitalismo (los principios del socialismo democrático). Y eso es lo que intento ofrecer en el libro.

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Gran parte de la obra se centra casi exclusivamente en el concepto del tiempo, que es una forma amable de decir que todos vamos a morir un día. ¿Hubo algún momento de tu vida en que se produjera esa aceptación? ¿Crees que la mayoría será capaz alguna vez de aceptar la finitud o si, a fin de cuentas, tienen demasiado miedo a la muerte?
Bien, en primer lugar, no creo que podamos o debamos superar el miedo a la muerte; o más concretamente, no podemos ni debemos superar el sentimiento de ansiedad previo ala muerte. Mientras nuestras vidas nos importen, la ansiedad de saber que nuestro tiempo es finito debería animarnos. De otro modo, no habría urgencia alguna en intentar hacer cosas o ser alguien. De lo que sí creo que deberíamos librarnos es de esos ideales religiosos de liberación de la finitud, ya sea la vida eterna del cristianismo, el nirvana budista o cualquier otra variante. En lugar de intentar ser invulnerables, deberíamos reconocer que la vulnerabilidad es parte del bien que perseguimos. En mi libro, este es tanto un argumento terapéutico como filosófico. La terapia no te exime de los riesgos de estar comprometido a una vida finita. No puedes soportar la vida solo, y aquellos de los que dependes pueden acabar destrozándotela. Son peligros reales, pero no son razones que justifiquen el intento de trascender la finitud. Son razones para tomarnos en serio esa dependencia mutua y desarrollar mejores formas de convivencia.

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¿Propones erradicar todas las religiones del mundo? ¿Qué hay de malo en ello?
Un aspecto muy importante de mi enfoque es una crítica prudente y emancipadora de la religión, no despreciativa. La práctica de la fe religiosa a menudo ha servido —y para muchos sigue sirviendo— como una forma útil de expresar solidaridad colectivamente. Del mismo modo, las organizaciones religiosas con frecuencia ofrecen servicios para los más desfavorecidos y necesitados. Y lo que es más importante: muchas veces se han movilizado los discursos religiosos en luchas concretas contra la injusticia.

Pero en principio, ninguno de estos compromisos sociales requiere de fe o de algún tipo de organización religiosa. Un ejemplo clave en mi libro es el de Martin Luther King y el movimiento por los derechos civiles. Analizando minuciosamente los discursos políticos de King y las prácticas históricas concretas en las que participó, demuestro que la fe que servía de motor de su activismo político se entiende mejor desde el punto de vista secular que desde la religiosidad que propugnaba oficialmente.

Si nuestro compromiso es erradicar la pobreza en lugar de prometer la salvación para los pobres, la fe que profesamos en la práctica es secular y no religiosa, puesto que reconocemos que la vida en comunidad es nuestro propósito último. Esta es la razón por la que la crítica a la religión debe ir acompañada de una crítica a nuestras actuales formas de existencia. Si nos limitamos a criticar el concepto religioso de la salvación, sin esforzarnos por superar las formas de injusticia social a las que responde la religión, la crítica sería vacía y paternalista. La idea es transformar nuestras condiciones sociales de tal modo que podamos abandonar la promesa de la salvación y reconocer que todo depende de lo que hagamos juntos con el tiempo finito de que disponemos. No es la felicidad eterna lo que nos hace falta, sino modelos sociales e institucionales que nos permitan llevar una vida plena.

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Mencionas que Karl Marx no sentía “nostalgia por el mundo premoderno”. ¿Crees que vivimos el presente sin ser casi consciente de que podemos forjar nuestra propia historia, de que no tenemos que subyugarnos a ella?
La razón por la que Marx no sentía nostalgia por el mundo premoderno radica en su compromiso por convertir el concepto moderno de libertad en una realidad, por cumplir la promesa de que cada uno de nosotros pudiera vivir libremente. Durante las últimas décadas, la derecha política se ha apropiado del llamamiento a la libertad, esgrimiendo el concepto de libertad como argumento para defender el “mercado libre” y reduciéndolo a una concepción formal de libertad individual. Como respuesta a ello, muchos pensadores de la izquierda se han apartado de o incluso han rechazado la idea de la libertad. Esto es un error fatal.

Cualquier modelo de política emancipatoria —y también cualquier crítica al capitalismo— requiere de un concepto de libertad. Debemos recuperar la creencia de que somos nosotros quienes damos forma a la historia y de que podemos hacerlo de un modo distinto. Para llevar una vida libre, no basta con tener derechos liberales a la libertad. Debemos también tener acceso al material y los recursos pedagógicos e institucionales que nos permitan perseguir nuestra libertad como un fin en sí mismo. Con ese fin, presento una nueva visión de socialismo democrático comprometido con propiciar las condiciones para que todos nosotros podamos vivir en libertad y reconociendo nuestra dependencia mutua.

Esta entrevista se ha editado por motivos de extensión y claridad.

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