Testimonios de mujeres que intentan dejar la metanfetamina
Ilustración por Jorge Damián Méndez Lozano.

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Testimonios

Testimonios de mujeres que intentan dejar la metanfetamina

“Les cambiaba sexo por cristal o por tener dónde dormir, porque cuando mis padres ven que estoy drogada, me cierran las puertas”.

En los centros de rehabilitación de las drogas el deterioro y la recuperación se mide en kilos. “Llegué muy fondeada (destruida), pero ya gané más peso”, cuentan algunas mujeres usuarias de metanfetamina como signo de progreso contra su adicción.

La frontera bajacaliforniana lidera el consumo de metanfetamina en México. Para conocer los efectos devastadores de esta sustancia que se trafica por Baja California y que ahora también se produce ahí a gran escala, visité uno de los tantos centros de rehabilitación que desde la década de los 90 comenzaron a poblar la entidad. El objetivo: conocer cómo algunas mujeres se han enganchado y cómo es su lucha “física, mental y espiritual”, como ellas refieren, para vencer a la letal droga sintética.

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Rosa, 28 años

Me enganchó en el cristal (metanfetamina) el que era mi esposo. Apenas tenía 17 años y él acababa de cumplir la mayoría de edad. Todas las noches se ponía loco: deliraba, se jalaba el cabello y miraba a través de la ventana del baño, donde fumaba para que el humo no lo respirara nuestro bebé de un mes. Se quedaba viendo por la ventanita de arriba del escusado esperando que de la oscuridad apareciera alguien. Así era todas las noches que fumaba solo, aunque él prefería que lo visitaran para tener con quien drogarse y platicar. Cuando no tenía compañía, se molestaba y me despertaba para que yo también fumara. Como le decía que no, me golpeaba.

“Ya no quiero que me siga pegando”, pensé una noche. Ya me había provocado un aborto de un chingazo en el estómago, por eso acepté fumar una noche. Sentí un poco de susto pero me gustó que se me quitara el sueño y el cansancio de siempre estar cuidando al bebé. Nos comenzamos a llevar mejor porque nos quedábamos despiertos toda la madrugada fumando y platicando de cualquier cosa, lo malo fue que ya no le ponía mucha atención a mi hija por pasármela todo el día en el baño.

Este es mi segundo anexo. Me trajeron en la voladora. Una noche que ya no encontraba la puerta de salida, enfadada de prostituirme por una dosis o por no tener donde dormir, me arranqué a casa de mi mamá. Caminé una hora de madrugada y llegué cuando se estaba yendo a trabajar. Abrió la puerta y me vio toda mugrosa, sin comer ni dormir por varios días, sólo alimentada con agua de la llave. Me abrazó y me dijo: “Métete a dormir, faltaré a trabajar y te cocinaré el desayuno”. Pero por dentro yo pensaba: “Va a valer verga este pedo”. Siempre que iba a su casa sólo me bañaba, comía y me largaba porque si me quedaba dormida corría el riesgo de que le hablara a los del centro [de rehabilitación]. Dicho y hecho: me quedé dormida y como a las tres horas abrí los ojos y vi a cuatro cazafantasmas (llamados así porque visten de blanco y manejan una camioneta del centro de rehabilitación del mismo color) junto a la cama mirándome: “Ya sé quiénes son”, les dije, “me levantaré sola, no me toquen”. Me puse de pie, caminé a la salida y le pedí a mi mamá los cigarros que me había comprado. “Todo saldrá bien hija”, fue lo único que escuché.

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Tengo aquí en el centro de rehabilitación cinco meses. Me siento súper jodida. Ya son 10 años de adicción, de alucinar que en mi cabeza vive un gusano que camina bajo el cuero cabelludo y de tomarme selfies esperando retratar al animal. Mi cabello es otra historia, ya no me crece y los dientes se me caen porque el cristal tiene muchos ácidos que descalcifican y sacan caries; además, entre los cristaleros, es común que alucinemos que tenemos comida metida en las muelas y por eso las picamos con una aguja hasta que las terminamos rompiendo.

La historia más extraña que he vivido desde que fumo es el sexo con animales. Mi ex pareja se cogía a las gallinas que su abuelo dejaba en nuestra casa y de vez en cuando también a nuestro perro. Lo sé porque una vez se salió al patio y ya no regresó. Salí a buscarlo y escuché ruidos en el cuarto de herramientas, abrí la puerta y lo vi cogiéndose a una gallina. Cuando me vio la aventó y se fue como si nada. La segunda vez que lo miré estaba en la sala con los pantalones abajo: se la estaba metiendo de perrito a nuestro perro. Es que a la metanfetamina le ponen yumbina y eso te pone muy caliente. Hay personas a las que se les voltea la hormona y tienen relaciones con los de su mismo sexo. Nunca me he hecho lesbiana pero sí he participado en tríos y algunas parejas que he tenido me han pedido que les meta pepinos o zanahorias por detrás. Es tanta la calentura que uno es capaz de todo, y como yo ando igual, no lo veo tan raro.

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Karina, 29 años

Durante mi último embarazo me vi muy mal porque nunca dejé de fumar cristal. Llegué tan loca (drogada) al parto que la anestesia no me agarró. Pude sentir cuando me abrían y me sacaban al niño. Estuvo muy malo los primeros años porque prácticamente también se había hecho adicto estando dentro de mí. Gracias a Dios ya está en primero de primaria y está al cien.

La familia del que era mi esposo consume y vende cristal. Ellos lo engancharon a él, y él a mí. De ser un ama de casa limpia, pasé a tener un desmadre. Fumábamos con lanchas de papel aluminio y las dejábamos tiradas en el piso o donde fuera. Poco a poco empezamos a tener un cagadero y en un año la casa se había vuelto un yongo. Iba mi suegra y veía todo ese desmadre y yo como si nada, viendo todo normal, de eso me doy cuenta ahora que no tengo la cabeza tan distorsionada. Después de dos años de drogarnos, la familia nos internó en un centro de rehabilitación. Cinco meses después salimos y duramos unos meses limpios hasta que yo volví a fumar pero él ya no. Como andaba con la adicción muy fuerte, me fui de la casa a vivir a la calle y dejé a los niños bajo su cargo. Con los años él, mis hijos y mi prima se juntaron y se fueron a vivir a California. Ninguno se droga.

Hace dos meses mi amiga Laura, que había estado internada, murió en una parcela. Siete meses estuvo aquí hasta que sintió que podía volver a la calle sin engancharse de nuevo. Se fue gorda y recuperada, pesando 100 kilos. Supe que no aguantó ni dos semanas limpia de cristal y como vivía en la calle y no tomaba agua ni se alimentaba, se murió. Cuando la encontraron, los animales del desierto ya se la habían comenzado a comer. Dejó tres hijas menores de edad.

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Al llegar aquí, hace cuatro meses, pesaba 45 kilos y ahora 80.Si yo saliera en este momento no creo que me drogaría, pero mejor no hago la prueba. Tengo ocho años en la adicción y mi familia tiene muchos planes para mí.

Natali, 22 años

Soy del Valle Imperial en California. A los 14 años me escapé de mi casa y me fui con mi novio, quien era mayor de edad y me indujo a la heroína una noche que me inyectó: sentí que arrastraba la cara por el suelo y vomité. Durante un par de años se me hizo divertida la heroína hasta que comencé a fumar cristal. Fue cuando crucé a la frontera mexicana. Me vine porque no quería seguir manchando mi récord en Estados Unidos, porque allá he estado prácticamente siempre dentro del sistema [correccional].

Llevo ocho años de adicción y este es el décimo centro de desintoxicación en el que estoy. Hace cuatro meses llegué doceada, así decimos cuando los cazafantasmas van por nosotras, que es diferente a cuando llegamos voluntariamente. Una noche me inyecté cristal y me di una raya caliente: Para esa raya necesitas quitarle la boquilla de vidrio a una pipa para fumar crack y calentarla hasta que casi se ponga al rojo vivo. Luego inhalas la raya de cristal y mientras va pasando por la boquilla se quema y deshace. Al final te metes una raya por la nariz y echas el humo por la boca, pega muy fuerte porque se va directo al cerebro. Esa vez no pude dormir ni comer en varios días, miraba sombras y puntos rojos donde no había, me faltaba el aire y alucinaba que en la casa había personas que se me escondían debajo de las camas. Me asusté y fui a casa de mi papá a pedirle ayuda para que me internara. Lo que hizo fue llevarme a la comandancia de policía y hablarle a los cazafantasmas para que fueran por mí y me trajeran al anexo.

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Hasta la fecha he levantado mucho peso, casi 40 kilos. En la calle pasaba días sin comer porque diario consumía 800 pesos de cristal. No trabajaba, solamente me prostituía con mis amigos y conocidos: les cambiaba sexo por cristal o por tener dónde dormir, porque cuando mis padres ven que estoy drogada, me cierran las puertas. “Aquí no hay lugar para personas adictas, pero si dejas de hacerlo puedes volver”, me dicen. En estos días mi familia no me visita pero sí me manda artículos de higiene y ropa. Quieren darme un escarmiento por no agarrar la onda, porque ya me apoyaron muchas veces.

Un consejo que puedo dar es que no lleguen hasta la madre de droga a desintoxicarse, porque la desesperación que les dará es muy fuerte. También les dará mucho sueño y hambre, solamente comerán y dormirán durante varias semanas. Aunque un anexo no es una cárcel, yo no me podré ir en un año. Es mejor dejar correr el tiempo porque de otra manera jamás estás tranquila. A mí me funciona seguir mi rutina y enfocarme en el programa, en eso se me va el día. Siento miedo de pisar la calle, porque apenas la piso, ya estoy buscando cristal.

Mi papá, que es alcohólico en recuperación, piensa que quitándome el celular, divorciándome de mis amistades y obligándome a no separarme de la literatura, estaré lejos del cristal, pero lo que yo le digo es que no se puede comparar lo que aprendes en un libro con la vida real. No importa a dónde me vaya, el cristal siempre vivirá en mi mente.

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Graciela, 25 años

Inicié en la metanfetamina porque quise. De tanto escuchar que estaba muy chingón el efecto me dio curiosidad. Mi papá es adicto al cristal y creo que me lo heredó, por eso me gusta tanto. Desde que fumé, me di cuenta que encontré la sustancia que me hacía falta. En los 10 años que tengo de adicción sólo dejé de fumar cuando me embaracé. Apenas mi hijo cumplió un año, volví a engancharme. En el fondo lo hago porque después del embarazo quedé gordita y no me gusta estar así. He pasado de ser talla siete a ser talla cero y después vuelvo a subir, como ahora. Unos meses puedo estar totalmente flaca y demacrada, y otros meses gorda pero también demacrada.

La primera vez que fumé cristal sentí un hormigueo desde la punta de los pies hasta la cabeza, una sensación inexplicable, todo mi metabolismo se revolucionó: me sentí rápida, indestructible, no dormí en tres días y a pesar del sabor horrible, me supo tan bueno. Ahora ya no siento esa explosión de la primera vez y tengo que fumar cada vez más para lograr el efecto que antes lograba con menos. Esta es la segunda vez que estoy internada. En este lugar dejo de pensar en cristal, pero salgo a la calle, veo a mis amistades y se me mueven mis emociones y termino perdiéndome una semana. Alguna vez tuve amistades normaloides, como les decimos a las personas que no consumen drogas. Iba al cine y a los antros con ellos, pero lo dejé de hacer porque me aburría su mundo y sus platicas que nunca tenían que ver con drogas. Por eso me alejé de ellos y me junté sólo donde podía escuchar esos temas: puntos y yongos (tienditas de droga y espacios destinados para su consumo).

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Los últimos meses antes de llegar aquí fue mi perdición y locura. Trabajé de mesera en un restaurante pero a la semana renuncié. Por el dinero no batallo porque tengo un novio en Estados Unidos que me manda cuando se le pido, con la condición de que cuando venga a México esté siempre con él. También me he prostituido a través de las páginas de internet de unas amigas. Digo que fue mi perdición porque agarré una rutina de salirme de la casa fingiendo que me iba a trabajar para que mi mamá me cuidara a mi hija, pero lo que en realidad hacía era irme a la casa de un amigo a estar todo el santo día fumando cristal sentada en un sillón sin pensar en comer o ir al baño. Cuando camareaba (advertía), ya era de madrugada o de noche otra vez.

Afortunadamente nunca me han diagnosticado como enferma mental, pero estos últimos meses alucinaba que tenía animalitos debajo de la piel de la cara, por eso me la maltraté mucho pellizcándomela, aunque hay muchachas que de plano llegan mal: sin cabello porque se lo arrancaron, con marcas de quemaduras de cigarro que ellas mismas se hicieron en los brazos, y sobre todo, hablando solas. A mí eso no me ha pasado porque creo que tengo unas neuronas muy chingonas.

Esta vez llegué a rehabilitación porque mi ex novio le llamó a los cazafantasmas. Todo comenzó porque me puse muy agresiva por una situación que no me gustó. Tal era mi violencia, que mi ex me golpeó para controlarme y eso me dio mucho coraje. Agarré una copa, la quebré y básicamente se la encajé en el cuello. Miré cómo se comenzaba a desangrar y no sentí ganas de ayudarlo. Yo no soy así, soy una personas noble, ahí me di cuenta de que me había vuelto un monstruo. No paraba de salirle sangre y se agarraba el cuello y me decía: “Ayúdame”. Sólo le contesté, con cierto placer: “Por mí puedes morirte”. Como pudo se puso de pie y mientras salía del cuarto a buscar ayuda, yo me encerré en la habitación. Terminé quedándome dormida porque tenía dos días sin agarrar el sueño y ya no supe nada.

A la mañana siguiente me despertó el resplandor del sol. Abrí los ojos y vi a varios hombres vestidos de blanco. “¡Chingada madre, otra vez no!”, pensé. Eran los cazafantasmas del centro de rehabilitación. Me levantan con fuerza y comencé a golpearlos. No podían sujetarme porque el cristal es una droga que me da mucha fuerza. Cuando logran someterme me sacaron cargando del cuarto. Vi en la sala a mi novio y a mi suegra llorando. “Te voy a matar cuando salga”, le grité a mi novio.

Me he casado tres veces y nunca me aguantan. Aquí estaré un año. Mi familia no me visita para que tome consciencia. El problema del cristal es que uno jamás volverá a sentir lo que sintió esa primera vez cuando el cuerpo estaba totalmente limpio. En esa búsqueda podrás fumarte 800 pesos al día y no sentirás lo mismo, porque tu cuerpo ya se acostumbró a la sustancia.

Cintia, 26 años

Desde hace cuatro meses estoy en este anexo. Llegué por petición de mis padres, quienes pagaron para que me trajeran los cazafantasmas. Regularmente chateaba (inhalaba) cristal y sentía que se me trababan las quijadas, pero no la fumaba porque me daba miedo hacerme adicta. En una ocasión una vecina me pidió que la dejara fumar cristal en mi casa y le dije que sí. Me ofreció y no me quedó más que fumar. No sentí que andaba drogada, me sentí muy a gusto, hasta pude dormir. Dos días después volví a fumar y se me fue haciendo cotidiano. Meses después me tuve que ir de mi casa por unos problemas que tuve y comencé a vivir con una persona que se terminó haciendo mi pareja.

Al principio fumaba pero después me asqueó y ya no quería, pero él me obligaba a hacerlo o si no me quemaba el cuerpo con sus pipas de vidrio ardiendo. Él solamente quería que fumara para que lo acompañara. Me terminé haciendo adicta y ya no pude parar. Mi mamá comenzó a verme cada vez más delgada, pero como estoy enferma de la vesícula pensaba que era debido a eso, hasta que le confesé el motivo.

A muchas personas que fuman cristal les da por irse a robar pero yo soy más hogareña. Fumo cristal y limpio cada mancha del piso de mi casa. Fumo cristal y acomodo mi ropa por colores y tamaños. Otro día fumo cristal y me vuelvo muy cuidadosa con mi higiene personal: me saco las cejas, me exprimo los barritos de la cara y me hago manicura y pedicura. No soy de andar en la calle, ni de desvelarme. Trato de tener control con mi horario y a las dos de la mañana apago todo y me acuesto a dormir. Me levanto a la una de la tarde y lo primero que hago es desayunar refresco, un pan dulce y después fumar cristal, porque si primero fumo, ya no me da hambre en todo el día y trato de cuidar eso. Si alguna vez fumo todo un día y no como, al otro día debo rogarle al estómago que me reciba la comida, pero lo más seguro es que tenga nauseas y diarrea. Hay que cuidar que el estómago no se acostumbre a estar sin alimento. Hace unos días a una compañera de aquí le tuvieron que reconstruir el intestino grueso porque ella permitió que su estómago no aceptara alimento; los jugos gástricos y el humo del cristal le quemaron el intestino. Llegué pesando 40 kilos y ya peso 55. No quiero que mi mamá me saque de aquí porque volveré a fumar y no quiero. Tengo dos niños pero la custodia la tiene mi mamá. Al salir me gustaría que me los prestara.