Sexo

Pasé una semana como ‘polla de alquiler’

Aprendes mucho sobre masculinidad cuando practicas sexo a cambio de dinero.
banana
Foto por Hello I'm Nik vía Unsplash 

Resulta un poco raro estar sentado frente a un tío que va a comprar tu semen.

Vamos a llamarle Raymond. Es regordete, con pinta de nerd y una gran sonrisa. Lleva gafas y una camiseta con una referencia de cultura pop que no entiendo. Raymond es un cuckold, es decir, el tipo de tío al que le pone ver mujeres empoderadas practicando sexo con otros hombres, la negación del orgasmo y la castidad forzosa. El tipo de hombre al que le pone la humillación y que le traten como un sujeto sexual de segunda categoría.

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A mi derecha, se sienta Mistress T.

Es una dómina profesional, y también una de las mujeres más conocidas dentro del mundo del fetiche de la pornografía femdon. Cuenta con más de 70 000 seguidores en Twitter. Tiene fans en todo Canadá, Estados Unidos y Europa. Cada día recibe cientos de emails de hombres desesperados por ser sus esclavos, que la quieren conocer en persona y que están dispuestos a pagar cientos de dólares por ir a comer con ella. Vive en una bonita casa (“la casa que construyó la masturbación”, se ríe) con una mazmorra en el sótano. También es una buena amiga. Hace poco me dirigí allí para ayudarle a terminar sus memorias.


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Esta noche voy por algo totalmente distinto.

Raymond ha conducido desde Estados Unidos para pasar unas horas con nosotros. Nos va a pagar la cena y las bebidas y va a acompañarnos a un cine de la zona a ver Henry & June. Después de eso, iremos todos a su casa y allí practicaré sexo con ella mientras él se sienta a mirar en una esquina y ella le dice que nunca será lo suficientemente macho como para hacer lo que hago yo. Me van a pagar entre 100 y 200 dólares por el trabajo, y 100 dólares por el material biológico que deje (me ha especificado que debe estar fresco, aunque yo le haya pedido que mantenga en secreto lo que planea hacer con él).

A Mistress T le va a pagar mucho más. Raymond es uno de sus clientes habituales y tienen una relación de dómina/cliente desde hace años. Esta noche solo soy un complemento, a lo cual Mistress T se ha referido en varias ocasiones como stunt cock: un objeto sexual para la satisfacción de los demás, y para hacerle ganar dinero. No es la primera vez que practico sexo para el consumo público esta semana.

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Hace tres días fui a un apartamento en las afueras para grabar unas escenas de porno con una actriz porno bastante conocida (luego os cuento más sobre ello). Como la pornografía no es mi especialidad, fui a ver a Mistress T en busca de consejos, una conversación que nos llevó a un restaurante libanés, junto al hombre que iba a comprar mi semen.

“El tío solo sirve de adorno”, explicaba ella. “Tiene que hacerse el duro cuando necesito que lo sea, y también ser capaz de terminar en un margen de tiempo razonable”.

“Dios mío, no sé si seré capaz de hacerlo”.

Se encogió de hombros. “Normalmente les doy una segunda oportunidad a mis chicos. Después de eso, fuera”.

No eran exactamente las palabras de apoyo que esperaba.

"Esta noche solo soy un complemento, a lo cual Mistress T se ha referido en varias ocasiones como stunt cock: un objeto sexual para la satisfacción de los demás, y para hacerle ganar dinero"

Mientras estaba sentado frente a Raymond en la mesa, me preguntaba por qué diablos alguien acaba haciendo eso. Nunca me había considerado atractivo, no tengo nada especial, ni ningún tipo de magnetismo animal. Soy simplemente un tipo tímido con un pene más grande de lo normal.

Pero tanto si entiendo las razones como si no, voy a ver cómo es la vida de la gente que practica sexo por dinero, y la de la gente que paga por ello. Estoy a punto de pasar una semana como polla de alquiler.

Dios mío, espero no necesitar una segunda oportunidad.

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***

La primera vez que quedé con Alyssa, llevaba una escayola.

“Un accidente en el gimnasio”, dijo tímidamente.

Era guapa, como uno se espera que sea una estrella del porno, con un ligero acento de Europa del Este. Iba vestida con ropa informal, sin maquillaje y con una sudadera ancha, después de haber acabado el rodaje de una escena esa misma mañana. Nos encontramos en una cafetería para lo que aparentemente era un meet and greet; habíamos conectado bien online, pero si te planteas practicar sexo con una desconocida delante de una cámara, es comprensible que antes quieras conocerla cara a cara. En contraste con las dudosas palabras de Mistress T, a Alyssa se le dio muy bien tranquilizarme.

“Lo más importante es estar a gusto”, dice ella. “Llevo haciendo esto desde los 19, así que me siento bien con todo lo que sea delante de una cámara”.

Conocí a Alyssa a través de Facebook unos diez días antes. Teníamos un amigo en común, alguien que hace años la había mencionado, a ella y su estatus de estrella del porno. Esa conversación no llegó a ninguna parte, y continuó así:

Yo: ¿A qué se debe el placer de tu solicitud de amistad? ¿Nos conocemos? ¿Quizá fue en el cumpleaños de [nombre del amigo en común que ha pedido educadamente no ser mencionado]?

Ella: Simplemente me pareciste mono, ja, ja.

Yo: ¡Lo mismo digo de ti!

[15 minutos de breve conversación sobre rupturas y rescates de perros]

Ella: Oye, ¿te gustaría filmar algo?

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Yo: ¿En serio?

No era por el dinero, los hombres del mundo del porno hacen mucho menos que las mujeres, y los tíos que acaban en un plano secundario como yo, suelen trabajar de gratis (sí, lo que oís). Los clips de los artistas de la página de onlyfans.com se venden por menos de lo que vale su trabajo comercial. Así que, ante todo, deben tener el menor gasto posible.

Sin equipo, con artistas amateur que, en muchos sentidos, hacen que la idea sea más atractiva: menos dinero, más placer. Además, Alyssa me aseguró que sería POV y que no debía preocuparme de que me exigieran un orgasmo (algo que infundía terror en mi corazón), ya que se recurriría al ingenioso uso de la falsa eyaculación, que parece ser un truco muy recurrente en el oficio.


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Entre el chat de Messenger y la cafetería, ya habíamos pasado juntos unas dos horas cuando llegué a casa de Alyssa, la cual compartía con su madre y dos perros adoptados. Cuando llegué estaba desnuda, paseándose por ahí con la despreocupación de alguien que pasa mucho tiempo sin ropa.

Mientras me sentaba en el sofá, un poco incómodo e intentando iniciar conversación, ella estaba por allí maquillándose, algo que supone una gran inversión de tiempo para terminar desnuda bajo unas luces brillantes. Estuvimos hablando de su experiencia en el negocio, sobre cómo empezó cuando todavía era adolescente y de su trabajo con tipos como Tommy Gunn y Evan Stone, sobre cómo acabó en blacked.com (“todavía me estoy acostumbrando a los penes grandes”, se rió. “Casi me muero”).

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“¿Vives aquí con tu madre?”, pregunté.

“Sí, pero no te preocupes”, se rio. “Siempre se va cuando estoy filmando”.

Para combatir mi crisis, me tomé una benzodiazepina y media dosis de viagra antes de llegar y, aunque fue útil, me dio un dolor de cabeza tremendo. Me tomé un ibuprofeno e intenté ignorar las aceleradas palpitaciones de mi corazón. Finalmente llegó Alyssa y se sentó en mi regazo, y pasamos unos minutos intentando sentirnos físicamente cómodos—metiéndonos mano y enrollándonos. Después de eso, fuimos a la habitación para filmar (no sin que antes uno de los perros rescatados me mordiese debajo del culo). Gracias a los ya mencionados farmacéuticos, el rodaje fue menos aterrador de lo que yo pensaba.

"Sin equipo, con artistas amateur que hacen que la idea sea más atractiva: menos dinero, más placer"

Para empezar, una experiencia sexual con una actriz porno frente a las cámaras es tan agradable como podáis pensar. Por otro lado, Alyssa era una persona considerada y con un gran corazón, y me hizo sentir lo más cómodo posible teniendo en cuenta el hecho de que estábamos conectados virtualmente a los genitales de un desconocido. Además, el desafío de hacer que todo funcionase a la vez que tenía la cámara en una mano fue algo sorprendentemente fácil.

Teníamos que empezar, rodar en fragmentos y luego relajarnos unos minutos y hablar cuando estuviese cansado. Todo el proceso requirió menos de dos horas. El orgasmo resultó impreciso, como sospechaba que sería, pero Alyssa dijo que por eso era falso (lo suficientemente bueno para el vídeo, pero que sospecho que no iba a engañar a un experto como Raymond).

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Más tarde esa misma noche, fui interrogado por Mistress T.

“Los niños de hoy en día”, dijo fingiendo un llanto. “Qué rápido crecen”. Y se sentó su silla. “Ahora que ya eres un trabajador sexual ‘con experiencia’, dijo ella, “¿qué te parecería ganar un poco de dinero?”.

Y eso es lo que nos lleva a Raymond.

Nos entretiene con historias sobre su vida sexual, una recopilación de la relación entre dómina y cliente en otras ciudades en las que abusaban de él y lo humillaban para darle placer. La mezcla de medicamentos que tomé ese día era idéntica a la que usé con Alyssa, y cuando llegamos al cine la cabeza me daba vueltas otra vez. Nos sentamos en el palco y nos metimos mano con Raymond sentado a nuestro lado. Llegados a ese punto, todo empezó a volverse bastante raro. Raymond miraba hacia delante, sin ninguna reacción visible, aunque, a decir verdad, no estoy seguro de que hubiese preferido que la tuviese.

Dos horas después, fuimos a casa de Mistress T: la sensación de incomodidad todavía seguía ahí. Raymond se levantó la camiseta para mostrar un tatuaje en el estómago donde se podía leer cuckold, una pequeña parte de mí le admira por ello. En el lenguaje cuck, soy el bull (“el toro”), algo que me parece la risa, debido a mi falta de músculos/confianza/fuerza física en general. Pero soy el bull, ¿qué cojones es él entonces? Hablé un poco con él mientras Mistress T se cambiaba de ropa y se ponía un modelito que le había comprado él, una prenda de lencería roja de una sola pieza. Mientras nos tumbábamos la cama, ella lo conminó a un rincón de la habitación.

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"Mientras yo hacía lo que se esperaba de un 'bull', Mistress T iría mirando a Raymond de manera esporádica mientras estaba en su esquina, y le diría que él nunca iba a poder follársela así"

A petición de otra dómina de San Francisco, Raymond está en una etapa “de castidad”, así que su objetivo no era tocarse, solo iba mirar desde la oscuridad. Y, a pesar de que Mistress T y yo habíamos tenido roce sexual en el pasado, esta vez era diferente. Esta vez haríamos lo de siempre, con la diferencia de que en esta ocasión iba a ser para el consumo público. El sexo como teatro.

Iba a durar unos 45 minutos, mientras yo hacía lo que se esperaba de un “bull”, Mistress T iría mirando a Raymond de manera esporádica mientras estaba en su esquina, y le diría que él nunca iba a poder follársela así. Luego me mandaría arriba para que ella y Raymond pudiesen comentarlo todo y ella le diese el acordado preservativo para que hiciese lo que quisiera con él (para evitar mis problemas con el orgasmo, todo esto había sido preparado la noche antes y refrigerado. Sí, lo digo totalmente en serio).

Mientras esperaba a Mistress T en la habitación del segundo piso, reflexioné sobre mi semana como polla de alquiler.

A pesar de los momentos de incomodidad, estoy gratamente sorprendido por lo poco raro que acabó siendo todo. Antes de eso, siempre había tenido una idea específica de cómo era un hombre que participa en la industria del sexo. “Bulls”.

Pollas de alquiler. Visiones de masculinidad sin obstáculos. Órganos sexuales con un tío pegado. Pero la experiencia me da que pensar: quizá los veía de esa manera porque al igual que Raymond, veo a los hombres que trabajan en la industria del sexo como intermediarios; follarme a alguien a quien quiero follarme, de la manera en que quiero follármelo. Realmente, no nos importa si están nerviosos, su dolor de cabeza provocado por la viagra, si el material biológico era real o era falso, o si lo habían sacado de la nevera. Tampoco necesitamos saberlo. Forma parte de la fantasía del mismo modo que ella. Mistress T y Alyssa son muy diferentes en la vida real, quizá pasa lo mismo con los bulls o los cocksbonita casa r a comer con ella. Vive en una casa muyrados por ser sus esclavos, que la quieren conocer en persona, que quieren p. Quizá les pasa lo mismo que a mí, y solo son tíos tímidos con un pene más grande de lo normal que se preguntan cómo se acaba llegando a todo esto.

Un minuto después, Mistress T abre la puerta de la habitación y la llena de billetes de cien.
“Bienvenido al lado oscuro”, dice ella. “Entonces… ¿quieres saber lo que hizo con el condón?”.
Antes de que pueda contestar, me lo cuenta. Digamos que ahora entiendo por qué quería que estuviese fresco.

*El nombre del autor se ha cambiado.