La primera copa cannábica de México fue una pachequiza histórica
El jurado de la primera Copa Cannábica México durante la segunda fase de la cata. Foto: Cannal MX.

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Drogas

La primera copa cannábica de México fue una pachequiza histórica

Flores, dab, wax, bubbe hash, rosin, “caviar”, aceites, pomadas, jabones, galletas, pasteles, agua de horchata y lubricante vaginal: todo para conocer la verdadera cultura cannábica.

Son las once de una noche de marzo en un huerto de aguacates a las afueras de Guadalajara. En una terraza rústica al fondo del terreno sembrado, nueve hombres y una mujer provenientes de cuatro países deliberan, porro tras porro, para decidir cuál es la mejor marihuana del país. Estoy junto a una docena de invitados en medio de un nube de humo que sale de una larga mesa donde los jueces tienen un par de bongs, varias pipas, infinidad de papeles y una colorida variedad de cogollos. Nos reunimos en una locación secreta para celebrar la primera la copa cannábica de México, donde el cultivo y el consumo de cannabis todavía están penados por la ley.

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Esta es la primera fase del certamen, es privada y ocurre un día antes del festival abierto al público. Van tres horas de cata y los jueces, reconocidos cultivadores y activistas, apenas han probado cinco cepas de las 16 que concursan en la categoría de flores, y todavía falta la categoría de extractos, en la que compiten 21 muestras. Se toman su tiempo: analizan la hierba con lupa, examinan sus tricomas y sus pistilos, la huelen y la desmenuzan para forjar un cigarrillo. Luego de fumar y pasarlo entre ellos, intercambian opiniones, le dan otra calada y anotan sus comentarios.

Aunque no dejan de reír entre bocanadas, la seriedad con la que califican la marihuana recuerda a la de un sommelier de vinos, cerveza, café o cualquier otra droga legal.

Pero a diferencia de lo que ocurriría en una cata de cualquiera de los anteriores, con la marihuana que hay en la mesa alcanza y sobra para encarcelar a todos los presentes. Aún así no tengo miedo: entre los jueces se encuentran algunos de los más reconocidos activistas cannábicos del continente; si sumáramos sus años en el tema tendríamos más de un siglo de lucha y estudio del cannabis reunidos en una mesa.

Los jueces siguieron fumando hasta las cinco de la mañana, cuando volvieron a sus hoteles en la ciudad después de probar y calificar la décima cepa. Las otras seis quedaron para catarlas al día siguiente, en la misma mesa pero frente a unas 250 personas, los asistentes a la premiación de la primera Copa Cannábica México.

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Asistir a una copa cannábica es el sueño de cualquier pacheco: un festival donde la atracción principal es un concurso de las mejores cosechas de marihuana ese año. No sólo se trata de hierba, en estos eventos suelen juzgarse también extractos, infusiones, y parafernalia cannábica como vaporizadores y bongs de cristal.

Desde que el editor de la revista High Times organizó la primera competencia de este tipo en Ámsterdam en 1988, esta copa se han convertido en un referente y un monstruo que migró de Países Bajos a Estados Unidos, donde reúne desde 2010 a miles de asistentes en cada una de sus ediciones. Se trata del evento cannábico más grande del mundo, a tal grado que artistas de fama mundial como Nas, Lil Wayne y Rick Ross son entretenimiento complementario en un cartel donde la mota es el headliner.

Más allá del atasque, las copas cannábicas son un punto de encuentro para cultivadores, consumidores, activistas e investigadores. Además fijan los estándares de calidad para los dealers en todo el mundo y son un ejemplo claro de que la comunidad cannábica puede organizarse y prosperar, de una manera pacífica y autogestiva.

Mientras la Copa Cannábica High Times cumple 30 años, en nuestro país acaba de nacer la Copa Cannábica México como un esfuerzo para sembrar un precedente y dar un paso más hacia la regulación de la marihuana en un territorio asolado por el narco. Aunque todavía estamos lejos de una regulación integral, en México están floreciendo los primeros frutos de un activismo cannábico que lleva cerca de 18 años cimentando sus raíces: en noviembre del año pasado el Congreso aprobó el uso del cannabis con fines medicinales y apenas este abril la Suprema Corte de Justicia de la Nación reconoció por segunda ocasión que es inconstitucional prohibir el uso de la marihuana con fines recreativos y otorgó un nuevo amparo para que otro mexicano pueda pachequear de manera legal.

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El punto de reunión es una marisquería en algún lugar de la carretera Guadalajara-Morelia, dado a conocer unas horas antes en la página oficial de la Copa. Ahí, uno de los organizadores espera a los asistentes. Para formar parte de la lista había que contactar a la Copa a través de Facebook y pagar una cooperación de 200 pesos. Lo siguiente era estar en Guadalajara ese fin de semana y esperar instrucciones. Para llegar del punto de reunión al huerto de aguacates, tomamos la carretera hasta desviarnos en una calle angosta que nos lleva a un portón dorado sin ningún otro rasgo particular, salvo un pequeño letrero que dice “El paraíso”. Bienvenidos.

Al cruzarlo, un sendero atraviesa la huerta hasta llegar a un jardín al fondo, donde se encuentra la mesa de los jueces y una gran carpa central rodeada de otras más pequeñas. A diferencia de la noche anterior, en el jardín ya hay cerca de cincuenta personas que recorren los puestos, pero no hay rastro de los jueces a excepción de Dani Grower, uno de los organizadores de la Copa. Mientras fuma un porro y camina con su estilo relajado, anda entre la gente y los puesto supervisando que todo fluya.

Conocí a Dani hace un par de semanas cuando hablamos por primera vez de la Copa. Entonces me contó que la marihuana es su profesión: es cultivador y lleva 18 años como activista. También es el principal organizador de la copa a través de su colectivo, THC Crew, en alianza con Fumanchu, un blog y tienda de artículos para el cultivo. Lo saludo, me comparte de su porro y me uno a su recorrido. El aroma de los primeros toques del día se combina con el característico olor del pasto mojado. Mientras nos acercamos a las carpas, Dani me dice que el objetivo detrás de toda esta fumadera escandalosa es dar un espacio a los cultivadores, porque aunque existen otros eventos cannábicos centrados en los usuarios (medicinales y recreativos), en la industria y en la legislación, ninguno se centra en este eslabón de la cadena de producción.

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Dani es muy claro: en este concurso cannábico no participan marihuanas del crimen organizado. El evento está dirigido a growers, como se le conoce a los cultivadores de marihuana sibarita que no forman parte del crimen organizado, y a extractores, personas dedicadas a producir derivados concentrados de marihuana. El llamado resonó por todo el país, desde Tijuana hasta Cancún, pasando por Guanajuato y Ciudad de México. Desde cada uno de estos puntos, los cultivadores trajeron personalemte sus muestras, cuidado no ser detenidos en algún retén o cruzarse con una patrulla.

Seguimos pachequeando mientras exploramos los puestos. En las carpas exteriores están las tiendas de parafernalia pacheca (bongs de cristal de Mathematix—una tienda de vidriaría de diseño con base en Los Ángeles y guadalajara—, sábanas de cáñamo, pipas irrompibles…), las de cultivo y las de semillas, que venden todos los insumos necesarios para cultivar marihuana por tu cuenta: cocos feminizados, macetas, nutrientes, focos e incluso un armario para cultivar en interiores.

Nada que no pueda encontrarse en cualquier otro evento cannábico. Pero la carpa central es la bomba. De ahí es donde sale el humo y el olor a mota. Ahí también es donde se reúnen la mayoría de los asistentes que para este momento ya son más de cien. Sigo mi olfato como Gandalf y me adentro en la cortina de humo que se forma en el umbral de la carpa.

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Flores, dab, wax, bubbe hash, rosin, “caviar”, aceites, pomadas, jabones, galletas, pasteles, agua de horchata y lubricante vaginal: esta es la carpa buena onda, donde hay marihuana en cualquier presentación imaginable para ponerte hasta el pito. Este es el espacio reservado para los clubes cannábicos, los extractores, los cocineros y demás productores clandestinos de insumos marihuanos. La gente está aquí porque hay muestras gratis, como en cualquier feria. Aunque no te puedes llevar las muestras, se permite probar todos los extractos presentes, con concentraciones de THC hasta cuatro veces mayores que los de cualquier planta. También hay prensas de rosin —un método de extracción a base de calor y presión— para quien quisiera convertir su hierba en resina fumable. Apenas remojo mis labios para entrarle a la probadera cuando Dani me avisa que ya llegaron todos los jueces. Es momento de reanudar la cata.

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Las motas a probar hoy son: Zamaldélica, Casey Jhones, Critical Ganja, Hash Plant, Moby Dick, Super Lemon Haze, todas de la más alta calidad. Hermosas flores abiertas de maduras, pistilos explosivos como la greña de los elotes y una capa de tricomas tan abundantes que parece nieve sobre un bosque miniatura. Porno de marihuana, como las que ves en internet.

Los jueces siguen el mismo proceso que la noche anterior. Califican el aspecto de la planta: la estructura del cogollo, que no tenga hongos, pestes o insectos; que esté bien curada y conservada, y que tenga abundantes pistilos y tricomas (los pelitos y las esferitas que se ven en la marihuana de calidad). También la huelen para identificar notas cítricas, terrosas, florales o a especias. Solo entonces se la fuman, para juzgar el sabor y sentir en la boca la presencia de fertilizantes y otros nutrientes.

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Como anoche pasé horas observando la primera fase de la cata y todavía quedan muchas muestras por probar, además de toda la categoría de extractos, mejor me regreso a la carpa central a expandir mis horizontes sensoriales.


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Entre muestras gratis, lo que compré y lo que me compartió la comunidad, en la Copa consumí más marihuana de la que puedo recordar. Pero hice una lista de lo que sí me acuerdo: un porro de Hash Plant que me regaló Dani, wax vaporizado, tres porros a medio fumar de las muestras que no se terminaron los jueces, pomada de manos, al menos cinco diferentes dabs de extractores nacionales, rosin elaborado al momento, unas cinco caladas erizas a un porro de medio metro que se prendió a las 4:20 en punto, un litro agua de horchata infusionada con un gramo de rosin, dulce de tamarindo picoso también infusionado, dos galletas mágicas, una extracción que nunca había visto llamada “caviar”, dos gramos de la cepa Cristal Candy, un porro que no tengo idea de qué era, un gallo de Pyramid Blue —otra de las marihuanas concursantes— más un montón de esos pipazos inconscientes que se da uno por inercia. Nunca había fumado tanto.

Un porro gigante prendido a las 4:20. Foto: Óscar Lugo.

Para cuando anochece estoy muerto. Creo que ya probé todo cuanto ofrece la Copa y lo único que espero es la postergada premiación. Aunque debía ocurrir a las 4:20, son casi las once de la noche cuando los jueces terminan de catar y deciden por fin a los ganadores. No los culpo: empezaron a fumar hace más de 24 horas. Aunque descansaron para dormir un rato, en sus caras se nota el cansancio. Probar 16 flores y 21 extractos suena divertido pero después del tercer porro es más complicado notar el efecto. Los jueces me aseguran que eso no significa que no les pegue: es una prueba de compromiso y resistencia.

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Todos nos reunimos alrededor de la mesa de los jueces y escuchamos con atención a Dani. Al frente del escenario, sostiene una hoja con los resultados y los nombres de las marihuanas ganadoras: Casey Jhones (índica) y Zamaldelica (sativa) son las mejores marihuanas del país. El mejor extracto es el de Extractos del Trópico.

El trofeo es un chile de cerámica con un cogollo de marihuana en el centro. Cuando todos los ganadores tienen el suyo, los asistentes se dispersan y los jueces se despiden. La fiesta terminó. Todos estamos muy fritos. Algunos intercambian sus números y otros comparten un último bongzazo.

Todo parece haber sido un sueño: tanta buena vibra en un país donde las drogas generalmente se asocian con la violencia. Prendo un último porro. Pienso en lo difícil que es conseguir marihuana de alta calidad en un ambiente de prohibición. El hilo que desprende me recuerda los últimos humos de una fogata en un campamento de verano.