El soundtrack de la vida: ‘Music Has the Right to Children’ de BOC cumple 20 años
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Música

El soundtrack de la vida: ‘Music Has the Right to Children’ de BOC cumple 20 años

Hoy recordamos el vigésimo aniversario del disco debut en Warp del dúo de Edimburgo, el álbum que se convirtió en un clásico de culto atemporal para el IDM.

Un lunes 20 de abril de 1998 aparecieron regados por varias tiendas de discos del planeta el primer largo de los hermanos Sandison en el sello Warp. Fueron 18 temas que calaron en lo profundo de los oídos y almas de aquellos que por ese entonces, a finales de siglo, buscaban sonidos más contemplativos y reflexivos; de aquellos que necesitaban pagarle un tributo a su infancia, o simplemente, cerrar los ojos y tomar una bocanada de nostalgia al aspirar la música que salió de esos surcos sanadores.

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Si nos damos una vuelta por lo anaqueles digitales, Discogs nos dirá que Music Has the Right to Children es el disco más prolífico en toda la carrera de la banda oriunda de Escocia, con 27 versiones –8 más que Geogaddi– en todos los formatos existentes, múltiples reprensas y distribuidores. Pero, realmente, ¿cuál es la contribución de este disco en la historia de la música electrónica?

Seamos claros: trabajos de culto que fueron la génesis del IDM (Intelligence Dance Music) como el compilado Artificial Intelligence , el Selected Ambient Works de Aphex Twin, el Tri Repetae de Autechre o el Big Loada de Squarepusher, todos liberados vía Warp Records, fueron publicados años antes que el Music Has the Right to Children. Si lo analizamos con calma, el tercer álbum de estudio de BOC particularmente no tiene novedad en cuanto a lo sónico. Eno, Autechre y el mismo Richard D. James ya habían pasado por ese procesamiento de textura, sintes profundos llenos de melancolía y hasta ese trip-hop roñoso. Sin embargo, ninguno de esos discos tiene la capacidad pedagógica que sí trae consigo el Music Has the Right to Children.

“A qué diablos se refiere con eso de ‘capacidad pedagógica”, se preguntará el lector. Pues si diseccionamos algunos de los cortes del álbum, o simplemente nos detenemos a preguntarnos por el punto de partida de los hermanos Sandison en este trabajo, la respuesta será reveladoramente pueril.

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Sí, una de las grandes virtudes de este LP es que su esencia sónica, la cual nunca suena complaciente o melosa, nos transporta a tiempos pretéritos en donde toma vigencia ese lugar común de “todo tiempo pasado fue mejor”, pero en el entreverado del disco, también hay una intención explícita para evocar la niñez de la manera más “inteligente”, de la manera más IDM posible.

En múltiples tracks, al fondo de esa construcción de capas que Boards of Canada masterizó en la mayoría de sus trabajos, se pueden escuchar sampleos de voces infantes. Hay chicos jugando, hay niños hablando… hay niños por todo el disco riendo, pero sobre todo leyendo, aprendiendo. Vuelvan a escuchar en "Aquarius", por ejemplo. El nombre “Roygbiv” contiene la primera letra (en inglés) de cada color del arco iris, “Aquarius” tiene capturas de audio de la serie infantil Plaza Sésamo, ya vimos quiénes están en la portada y nombres como “Pete Standing Alone”, “Rue The Whirl” o “Happy Cycling” hablan por sí solos. Los detalles sutiles en esta construcción magistral de inocencia parecen infinitos.

Si bien son 18 cortes, el álbum nunca se siente extenso. Comienza "Wildlife Analysis" con esos sintes ambientales e íntimos, normalmente generados por el legendario Yamaha CS-80, máquina clave de otro genio como Vangelis, y algo de distorsión y hiss a la BOC. Después entran de nuevo esas melodías que le revuelven a uno el alma con beats reciclados quién sabe cuántas veces por máquinas de cinta, como suenan en "An Eagle in Your Mind", "Sixtyten" o "Telephasic Workshop". Los interludios son todo menos interludios. Un clásico sinte de Roland, el SH-101, irrumpe fugazmente con esos riffs desgarradores que emergen en “Bocuma” y, sobre todo, en “Kaini Industries”. El álbum comienza a descender con lo más esperanzador del repertorio, con finales que nunca quedan en punta. Cortes como "Open the Light" o "Happy Cycling" recuerdan por qué mucha gente se refiere a Boards of Canada como una banda.

Puede que en su momento no haya sido totalmente innovador, pero tanta es la genialidad que hoy, en pleno 2018, este álbum se siente fresco, vigente y por momentos, si nos ponemos a comparar con la mayoría de música que sale hoy en día, su diseño de sonido parece traído de otro tiempo futuro. Music Has the Right to Children te regresa a un mundo en donde no hay preocupaciones: es la retrospectiva más hermosa y nostálgica que un adulto puede hacer sobre su niñez, es el misterio inocente y fascinante que tiene el niño que está a punto de descubrir. La forma más precisa de definir lo que te genera este álbum, es eso mismo que sentías a los cinco o seis años, cuando ibas por el parque caminando con tu mamá, aferrado a su mano, descubriendo la vida misma en cada paso.