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La pesadilla inmobiliaria

La pesadilla inmobiliaria del mes: 100.000€ por una choza de madera

Aparte de que parece muy frágil, ya tiene un inquilino dentro.
pesadilla inmobiliaria
Foto vía Idealista

'La pesadilla inmobiliaria del mes' es una sección en la que denunciamos los abusos más flagrantes y los pisos más sorprendentes del mercado inmobiliario en España. Si te has topado con algún palacio similar, escríbenos a esredaccion@vice.com.

¿Qué es?: Encima de un piso alguien ha construido una casa de madera. Esta casa de madera es donde vivirás a partir de ahora, como cuando jugabas en “la casa del árbol” en el apartamento de tus primos en Castelldefels. Pero mucho menos divertido, porque ahora eres un adulto. Un adulto que vive en una cabaña de madera.
¿Dónde está?: La casita se encuentra en el Hospitalet, esa ciudad que se encuentra al sur de Barcelona, más concretamente en el barrio de La Torrassa, o sea, muy cerca de los límites entre Hospitalet y Barcelona, por allí Badal, cuando el barrio de Sants empieza a convertirse en la embajada de Colombia.
¿Qué se puede hacer por ahí?: Hospitalet es un buen barrio para pasarse la tarde bebiendo cerveza en la terraza de un bar, a las antípodas de todo intento de modernidad barcelonina. Luego te vas al IKEA a pasear (aire acondicionado para superar el verano) comprar un par de frankfurts por un euro y luego ir a la bolera de Gran Vía 2 y gastarse 10 euros en juegos de azar, con los que conseguirás 150 tickets que podrás intercambiar por un pequeño ventilador que se estropeará a los tres días.
¿Cuánto cuesta?: Cuesta 100.000 euros, que tampoco es excesivamente caro, el problema es que actualmente hay un inquilino, por lo que te compras una casita de madera con un ser vivo dentro que te impedirá habitarlo.

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Supongo que estaréis familiarizados con el cuento ese de los cerdos. Los tres cerdos. Más que cerdos eran cerditos, los tres cerditos. Todo eso de que uno se hizo una casa de paja, el otro de madera y el tercero de ladrillos, una especie de metáfora sobre el esfuerzo, la competitividad y la meritocracia. El caso es que estaba ese lobo que quería comerse a los tres cerditos y, como bien sabéis, este lograba destruir la casa de paja y la de madera, pero no la de ladrillos. Pues bien, esta segunda casa destruida —la de madera— es donde pretendes ir a vivir.

Durante las noches de tormenta cuando la lluvia golpee el techo de uralita y los relámpagos amenacen con destruir tu morada, maldecirás el momento en el que decidiste instalarte en esta casita.

Cuando sople el viento te imaginarás las paredes de tu hogar saliendo volando hacia el Llobregat, convirtiéndose en balsas improvisadas. La cocina (eléctrica y de dos fogoncitos) quedará al descubierto y todo el mundo verá que, básicamente, tu casa es una cocina con una cama al fondo.

Cuando sean las fiestas del barrio o juegue el Barça tendrás siempre ese miedo de que caiga un petardo en tu casa y la queme contigo dentro.

Por la noche no podrás sacarte de la cabeza la idea de que un grupo de criminales provenientes de un país lejano se ha organizado para reventarte la fachada de madera y entrar en tu casa y robarte el portátil y esa cámara de fotos que te regalaron tus padres por Navidad y atarte a una silla con unas cuerdas y charlar un rato delante de ti mientras se beben las cinco cervezas del Lidl que te quedan en la nevera. Están ahí hablando y se ríen y te miran y se ríen otra vez y no entiendes nada de lo que dicen con ese idioma desconocido y que suena tan violento y no sabes si te van a matar o si se van a bajar los pantalones y mearte en la cara o si se van a ir y ya está.

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Una vez invitaste a varios colegas a tu casa, para poner discos y hacer unos cubatillas. La cosa se desmadró y al final se acumularon 15 personas en ese zulo. La gente se lo pasó bien pero tú te pasaste la noche sufriendo cada vez que el suelo crujía un poco por todo el peso y te imaginabas como la madera cedía y la casa se derrumbaba y salías en las noticias diciendo “pero solo quería hacer unos cubatillas con los colegas”.

La casa será el origen de todas tus paranoias, su poca resistencia te abrirá un infinito abanico de tragedias relacionadas con el derrumbamiento y la aniquilación de la morada. Estar en esta casita de madera es como estar desprotegido ante el mundo. Solo hay una cosa que quizás pueda salvarte de los males del exterior, siempre podrás esconderte ahí arriba, en ese desván al que llevan esas misteriosas escaleras, puede que ahí exista una especie de bunker en el que puedas habitar tranquilamente y sin miedos en esta casa de madera.

A no, arriba no hay nada, solo es un altillo que también está hecho de madera. Pues nada. Eres una tortuga con un caparazón de gelatina.

Pero bueno, no sufras, porque si compras esta casa aún tendrás que esperar unos cuantos años hasta que su actual inquilino la abandone. Buen negocio, ¿verdad?

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