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Anfibios culturales: por qué el sentir grupal siempre superará al del yo

COLUMNA | Antanas Mockus escribió para VICE. Sí, señores, el mismo Antanas.

Esta columna es parte de la alianza de contenidos entre VICE Colombia y Corpovisionarios. Vea más aquí.

En 1996, el Festival de Verano organizado por la Alcaldía de Bogotá incluyó una muestra de juegos pirotécnicos gratuita en el Parque Simón Bolívar para ejemplificar el uso profesional de la pólvora. El regalo de los polvoreros a la ciudad pudo verse muchos kilómetros a la redonda y atrajo a cientos de espectadores, dispuestos a entrar al parque como fuera.

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Se trataba de un reconocimiento de la conveniencia de dejar la pólvora en manos profesionales. Siete meses atrás se había prohibido la producción y distribución de los juegos pirotécnicos artesanales para preservar vidas, evitar quemaduras, prevenir costosos tratamientos y superar los sentimientos de culpa en los ciudadanos aficionados causantes de los accidentes.

En cierto momento, el equipo logístico me urgió a parar en seco el espectáculo y dar la orden de evacuar el parque. El público, enardecido, se apretujaba en las entradas, presionado peligrosamente contra las rejas. Había tres opciones: suspender abruptamente el acto (lo que podía producir una reacción de descontento), permitir la entrada masiva o ir espaciando los fuegos pirotécnicos.

Aquí el tomador de decisiones no puede permitirse entrar en pánico, no puede permitir que sus sentimientos individuales lo gobiernen; más bien debe acompasar lo que le dice su conciencia con el sentimiento colectivo y encontrar el equilibrio para no generar descontento o pánico.

La solución fue una simultaneidad de sociocentrismos: de impresiones y decisiones producidas no por mi egocentrismo o por mi psique interna, sino por la influencia del comportamiento grupal sobre mis acciones. Esto me empujó a sacar a la gente gradualmente y a promover la salida pacífica del lugar. Otro ejemplo: en el mundial de fútbol se experimenta la fuerza de las emociones colectivas. Se trata de una situación excepcional en la cual personas muy diversas comparten unas mismas emociones y, durante un tiempo extraordinario, se torna fácil hablar entre desconocidos. Más aún, una serie de barreras que en la vida cotidiana impiden el contacto con el desconocido se levantan y una alegría o una decepción intensas se intensifican.

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El tomador de decisiones no puede permitirse entrar en pánico, no puede permitir que sus sentimientos individuales lo gobiernen; más bien debe acompasar lo que le dice su conciencia con el sentimiento colectivo

Algo similar sucede con los ritos asociados con el amor, especialmente con el amor escenificado. Aunque la ideología convencional recomienda la privacidad y defiende la opción monogámica, cuando uno ama a una persona, de cierta manera, se ama con todos aquellos a quienes la otra persona ha amado. Con esto me sumo a las ideas del francés Émile Durkheim, uno de los fundadores de la sociología moderna, que en La división social del trabajo advierte que los sentimientos que nacen y se desarrollan en el seno de los grupos tienen una energía que los sentimientos puramente individuales nunca podrán alcanzar.

En efecto —y como lo pude comprobar hace ya veintiún años durante el espectáculo de luces en el Parque Simón Bolívar— los procesos colectivos superan en su intensidad a los sentimientos individuales.

Una sociedad es un sistema de redes, conformada por segmentos y puntos. Cada interacción puede ser representada por un segmento, cada punto representa un ser humano. Cada segmento conecta por lo menos a dos individuos. En la sociedad contemporánea, caracterizada por la diversidad cultural y la segmentación social, las interfaces y los flujos de comunicación e interacción cobran especial importancia.

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Sin embargo, en últimas, no son solo las sociedades las que interactúan entre sí, los individuos también interactúan entre sí. La frontera entre dos sociedades es donde las interacciones se hacen más escasas, menos densas, y el puente entre dos sociedades, o entre la sociedad y un individuo, puede reducirse a una relación significativa entre unos pocos individuos con una gran responsabilidad. En ellos se concentran las posibilidades del mutuo entendimiento y, en últimas, de la paz.

En este sentido, la famosa norma social que dice "no hables con desconocidos" puede llegar a estar en contravía de la articulación social. Va en contra del impulso, más bien sociocéntrico, de escuchar la conversación de las personas de la mesa contigua en un restaurante y de pretender no sorprenderse con las confesiones de los pasajeros del tren con quienes se comparte el vagón.

Estos conjuntos de interacciones deben tener un equilibrio. Sin individuación no hay tejido social y sin egocentrismo no hay ni libertad ni responsabilidad. Aquí el anfibio cultural, en cuanto teje nexos y facilita procesos de reconocimiento de elementos de unidad humana, se constituye en un agente capaz de armonizar las relaciones tan variables que pueden presentarse en una sociedad.

Alguna vez di una conferencia a un grupo de detectives del DAS que se reconocieron como anfibios culturales. En otra circunstancia, presentándoles la idea a los Concejales de la ciudad, uno de ellos sugirió inmediatamente el nombre de Ernesto Samper, quien en ese momento gobernaba a Colombia.

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Un anfibio cultural se desenvuelve cómodamente en distintos ambientes y traslada fragmentos de verdad y de moralidad de un ambiente a otro; aunque muchas veces no logra insertarse plenamente en ninguno de los dos contextos. Un anfibio cultural no es un camaleón. Un camaleón se sobre-adapta. (¿Sabe usted cuál es el colmo de la buena educación entre camaleones? Cerrar los ojos mientras el otro cambia de color).


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Cuando un anfibio cultural interviene, genera encuentros improbables. Por ejemplo, durante la Guerra Fría la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (merecedora del Premio Nobel de la Paz en 1985) trabajaba por prevenir una guerra nuclear y desarmar a quienes poseían armas nucleares. Incluso puede ser calificada como una de anfibio cultural la labor facilitadora de Henry Acosta Patiño, quien sirvió de enlace entre las Farc y el gobierno de Álvaro Uribe y luego entre esa guerrilla y Juan Manuel Santos en la exploración para iniciar un proceso de paz.

Ciertas ciencias sociales, como la antropología, entrenan en el reconocimiento de distintos contextos y sus practicantes son capaces de entender y hacerse comprender en cada contexto. Académicos socialmente comprometidos, como Alfredo Molano y Orlando Fals Borda, en sus publicaciones llegan a establecer verdaderos puentes, verdaderas traducciones, que pueden facilitar el mutuo entendimiento e incluso ofrecer caminos para llegar a acuerdos.

Un anfibio cultural genera espacios de comunicación y de interacción intensificados entre los individuos que cohabitan con él, reduce el temor a las represalias del otro e incluso puede propender por la celebración de acuerdos. Como también lo advierte Durkheim: "cuando las conciencias individuales, en lugar de permanecer separadas, establecen relaciones, actúan efectivamente unas sobre otras, forman una síntesis que crea una vida psíquica nueva que se distingue de la que lleva el individuo solitario".

* Antanas Mockus, inolvidable alcalde de Bogotá, es presidente de Corpovisionarios.