Me tatué “AMLOVER” para celebrar la victoria de Andrés Manuel López Obrador
Fotos por Pável Gaona.

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Cultură

Me tatué “AMLOVER” para celebrar la victoria de Andrés Manuel López Obrador

Cuando una promesa en Facebook se salió de control.

Hace un par de meses, en plena efervescencia de las campañas electorales, se puso de moda el hashtag #AMLOmanía. Con él, varios establecimientos y particulares mostraron su apoyo a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), asegurando que si el Peje —como también se le conoce— llegaba a la presidencia, emprenderían diferentes acciones, casi todas ellas relacionadas con regalar productos u ofrecer promociones en sus negocios. Escritor, como soy, yo no tenía nada qué ofertar. Si acaso en tono de guasa (broma) se me ocurrió publicar en mi Facebook: “si gana AMLO les pongo la canción que quieran cuando me visiten en el lugar donde soy DJ”. La publicación tuvo muchos likes, corazones y sonrisas, pero no pasó de un chiste en redes sociales.

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Cuanto más se acercaba el días de las elecciones, más subía el tono de las publicaciones: algunos sacaron su prianismo del clóset y otros —como yo— no pudimos ocultar más nuestro fanatismo por el Príncipe de Macuspana. Estas terceras elecciones nos sabían a revancha. Pero no como se vive la revancha futbolera, sino una que venía desde lugares más hondos. Para nosotros los chairos, era impensable tener otro sexenio del PRI o del PAN.

Las redes se convirtieron en un campo de batalla ideológica, donde muchas amistades se fueron al carajo y los unfriends y unfollows estaban a la orden del día.

Así fue como me asumí como chairo, amlover y pejezombie. Esas palabras tan usadas para burlarse de nosotros, yo me las colgaba con orgullo. Si para la chairiza nuestro padre era AMLO, también teníamos una abuelita. No sé si ustedes lo recuerden, pero hace 12 años, en las elecciones en las que ganó Calderón —en circunstancias bastante oscuras y cuestionables—, se puso de moda el video de una viejita grosera que gritaba exaltada en la plancha del Zócalo.

Esa viejita, mi animal espiritual, gritaba a todo pulmón joyas como “¡Pinche gobierno puto!”, “¡A mí que me suda el culo, no tengo nada!” o “¡Martita la puta!” Podría verse como un video humorístico, pero en realidad dejaba ver el profundo hartazgo y la impotencia de una persona que estaba hasta la madre de las injusticias. En ese mismo video, esa viejita pelada remataba con una frase que me caló hasta el tuétano: “y ahora que luchen los jóvenes, porque es de ustedes la patria”. A huevo. Pinche viejita rifada: esta vez, la tercera sería la vencida. Esta vez no te íbamos a fallar.

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Envalentonado e inspirado por esta abuelita anónima, me olvidé de poner rolas en el antro y elevé la apuesta: “si gana AMLO, me cambio el tatuaje de “LOVER” que tengo en el brazo por AMLOVER”. Y aunque muchos de mis amigos se lo tomaron a broma, otros se lo tomaron muy en serio. Cada que salía una nueva encuesta confirmando las intenciones de voto, me recordaban mi promesa y exigían que cumpliera: “ya queremos ver que salgan los primeros resultados del PREP para que vayas preparando tu brazo” eran palabras más, palabras menos, lo que me escribían de forma recurrente. Estaba claro que no lo iban a olvidar.

La misma noche del primero de julio, cuando emocionadísimo publiqué a través de mi Twitter que AMLO mantenía una ventaja incontrovertible según los conteos rápidos, llegaron los primeros mensajes: “Yo sólo quiero que sea oficial que ganó AMLO para que @PaveloRockstar cumpla y se tatúe AMLOVER como prometió”. Y como no soy de los que se rajan, me dispuse a cumplir con mi compromiso. Pero además no era el único: hacía ya un par de meses, un amigo igual o más chairo que yo —que ya es mucho decir— se tatuó la frase “por el bien de todos, primero los pobres”. Así que yo no podía quedar mal y echarme para atrás. Mi tatuador de cabecera y amigo Rich Cotton-Candy era el indicado para hacerlo: él fue quien hacía unos meses me había tatuado el “LOVER” que tengo en el brazo. Cuando le conté que quería modificarlo para convertirlo en “AMLOVER” lejos de sentirse ofendido por alterar su obra con semejante aberración pejezombie, me respondió: “¡A huevo, hagámoslo!”. Ahí confirmé la importancia de tener los amigos correctos. Una travesura toda meca requería de un cómplice que estuviera a la altura. Lo agendamos y el pacto estaba cerrado.

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Para mí era importante que Rich lo hiciera. Primero, porque él fue quien hizo el diseño original. Y segundo y más importante: porque él fue testigo de por qué me lo hice en primera instancia. Ese tatuaje de “LOVER” que traía en el brazo, Rich nos lo tatuó a mi ex novio y mí, quienes nos lo hicimos juntos como una promesa de amor. Irónica y culeramente, el mismo día que nos tatuamos, con la herida aún fresca y todavía cubierta de plástico, mi entonces novio se fue a un antro a besuquearse con el primer tipo que se le puso enfrente. Por supuesto, lo mandé al carajo. Y claro, yo tendría un tatuaje que me recordaría para siempre al pendejo que me cuerneó el mismo día que me prometió amor eterno. FUCK.

Algunos me cuestionaron si me quedaría con un tatuaje que me recordaría a él por siempre. Yo mismo me lo pregunté muchas veces. Ahora la oportunidad se presentaba: ya no sería más el tattoo que me recordaba que me vieron la cara de idiota, sino un juego de palabras que homenajearía mi filiación política y el triunfo de la esperanza. Ya no sería más un “LOVER” engañado, sino el “AMLOVER” que después de tres contiendas al fin vio ganar a su candidato.

No se sabe si Andrés Manuel resulte ese buen gobernante que muchos esperamos (y le exigiremos) que sea. De eso no se trata este tatuaje que me hice. Se trata de resignificar un recuerdo doloroso y de transformarlo en algo distinto. Fue la transmutación de una traición por esperanza. Cambiar una promesa de un amor que nunca fue, por el amor a mi país, a la gente que lo habita y a todos aquellos que durante décadas lucharon para que hoy vivamos nuestra primavera democrática.

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Hoy, con la tinta fresquecita y la sangre aún manando del brazo, tengo la certeza de que no me equivoqué. Díganme chairo. Díganme ridículo. Díganme lo que se les antoje. Ahora sé que cada que vea ese tatuaje, ya no recordaré una traición ni una relación fallida, sino mi capacidad de creer en un futuro más justo, más equitativo y más igualitario. Recordaré lo que sentí al depositar mi voto en la urna ese primero de julio y las lágrimas que derramé cuando leí que esta vez, después de dos elecciones frustrantes, los resultados sí nos favorecían. Pero, sobre todo, recordaré que no le fallamos a la viejita grosera del video viral, y que esta vez sí sacamos la casta nosotros los jóvenes, porque es de nosotros la patria.

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