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Mundial 2018

El futbol es nuestro Rosebud personal

Un cruce de correos literarios para comentar los pormenores del encuentro en Rusia 2018. Hoy, desde Argentina, Silvina Giaganti
Foto: ADOLFO VLADIMIR /CUARTOSCURO.COM

Artículo publicado por VICE Argentina

Escritores de Latinoamérica arrancan en VICE la serie “ Correspondencia Mundial”, un cruce de correos literarios para comentar los pormenores del encuentro en Rusia 2018.


Donde brilla el tibio sol/Con un nuevo fulgor dorando las arenas/Donde el aire es limpio aún/Bajo la suave luz de las estrellas/Donde el fuego se hace amor/El río es hablador y el monte es selva/Hoy encontré un lugar para los dos/En esta nueva tierra/América/Es América/Todo un inmenso jardín/Eso es América/Cuando Dios hizo el Edén/Pensó en América, canta Nino Bravo mientras pasan imágenes de la popular de Independiente; de Bochini; del partido con Talleres que ganó con 8 hombres en el 78; de Trossero y Marangoni levantado la Libertadores; de Pastoriza entrando al campo a abrazar a un jugador; pasan imágenes de Grillo y de Erico, y una filmación en blanco y negro de la platea de mujeres mientras, sobreimpresos, corren los títulos que el club consiguió en el amateurismo y en el profesionalismo.

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Cada vez que lo veo –iré por la vez 25,30–, sigo llorando en esa parte, los últimos 6 minutos del documental Sangre Roja que dirigió Adrian Caetano, uruguayo hincha del rojo. Cuando se me pasa, me pregunto qué me hace llorar tanto. Pienso que no lloro sólo por Independiente. Pero no sé por qué es. Eso que es y no puedo conocer, esa cosa en sí incognoscible tiene la forma de una excusa. Una excusa para volver a un pasado más cristalino, un pico de montaña desde donde fluye la vida; una excusa para volver a la idea de una familia más compacta. El fútbol es nuestro Rosebud personal. La vida tiene dos o tres momentos importantes, dos o tres olores y lugares. El resto es una búsqueda desesperada por recrearlos.

Cuando Dios hizo el Edén/Pensó en América, canta Nino Bravo y, lo cierto es que desde que Argentina se quedó afuera del Mundial hinché por los equipos del continente que seguían vivos. Por un poco de patria grande, sí, porque a medida que se crece la emoción se hace un embudo y prefiero que las copas vayan a parar a vitrinas cercanas, no importa quién las traiga pero también por especificidades. Hinché por la Colombia de Pekerman porque hizo jugar bien a una de las últimas selecciones argentinas que jugó bien: la del 2006 con Riquelme casi perfecto. Hinché por Uruguay y sus leyes ejemplares que les envidio tanto: aborto legal, marihuana legal, mayor licencia por paternidad que en Argentina y separación de la Iglesia del Estado. Lo hice por Brasil, porque si te gusta el fútbol te tiene que gustar Brasil; sino es como que te guste el arte pero que no te guste Boticelli.

El mes pasado estuve en Italia y pude ver, entre otras cosas, los Boticelli en la Galeria Uffizi y me compré la camiseta de la selección, una Puma azul ultramar con la palabra Italia sublimada en el pecho y el escudo bordado. Ayer casi me la pongo para ir a trabajar, la Diadora de los 80 que me había traido mi abuela ya me queda chica y la uso nada más que para jugar.

Creo que la única vez que detesté el fútbol fue cuando Argentina le ganó la semifinal a Italia en el 90. Unos días antes mi mamá había ido a comprar a la feria y alguna vecina hizo con otra un comentario desagradable sobre que mi mamá era italiana y que *les íbamos a ganar*. No recuerdo que ella lo haya contado angustiada en la mesa pero yo sí me angustié. Mi mamá es una austera emocional, un telegrama afectivo pero le nombras Italia y se le cristalizan los ojos.

La última parte de mi viaje fue a su pueblo, San Ferdinando di Rosarno, en Calabria. Fui desde Tropea, un balneario que está a una hora. San Ferdinando es agricultor y vive de lo mismo que vivía cuando mi mamá se fue en 1954, a los 14 años. Arboles de naranjas y tierra labrada. Poca gente joven y nula explotación turística. Llegar al pueblo de mi madre, sin trenes, colectivos ni taxis, me costó tanto como llegar a ella durante toda mi vida. Creo que eso me hizo entenderla un poco más.

Y yo entendí un poco más que hay lealtades y fidelidades que no se explican, hayan ido como hayan ido las cosas. Y supongo que esa cosa incognoscible que tiene el fútbol, ese Rosebud personal, es la lealtad a algo que no se puede nombrar, es la lealtad a una secuencia íntima de experiencias. Nadie le es infiel a su club, a su selección. Nadie es de un equipo y va a escondidas a ver a otro. Esa unión perfecta entre ser y parecer que se nos da con el fútbol a mí me sigue maravillando. Vayan cómo vayan las cosas.