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Drogas

Hongos alucinantes, porros con sorpresa, brownies gourmet y jarras locas. Los peores Bad Trips

Argentinos nos cuentan los peores viajes que tuvieron a causa de los efectos de alguna droga
Demián

Artículo publicado por VICE Argentina

Podría ser una película de terror pero es la vida misma. Podría ser una fábula cómica pero es la humillación propia en la mirada ajena. Podría ser el guión de una película lisérgica de David Lynch pero es un cerebro flasheando y yéndose bien, bien, bien lejos de la realidad. No, no es eso ni una versión casera de Alicia en el país de las maravillas: no, no siempre los “viajes” terminan bien. Es la psicodelia moviéndose al lugar equivocado. El hoyo de las pesadillas destapándose. La distorsión ganando protagonismo y borrando lo evidente. Hay diversas razones por las que pueden darse los “malos viajes” y sólo el tiempo les otorga comedia.

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Mientras tanto, el horror, el desbarajuste y la confusión invaden y recorren cada centímetro de los cuerpos saturados. Y, lógicamente, todo el entorno se ve modificado por el umbral de la percepción. Lo que se experimente en los bad trips de drogas varía según cada persona. Y, lo sabemos, no tiene que ver necesariamente con alguna sustancia en particular o con sus distintas intensidades. Tiene que ver con los niveles de tolerancia de cada cuerpo. Y, muchas veces, también, con el mambo personal. Por eso, como los efectos y las historias, son diferentes en cada reacción. ¿Qué pasa cuando la droga “pega mal”? Acá va un conjunto de historias de personas que han tenido “malos viajes” con hongos alucinantes, porros con sorpresa, brownies gourmet y jarras locas.


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La jarra loca, de boca en boca

Creo que ya se había ido todo a la mierda en el 2001. Me acuerdo de la época porque el fin de semana anterior partimos del mismo bar desde Castelar a tirar piedras al Congreso. No era un lugar que frecuentaba y hasta ni recuerdo dónde quedaba. Esa noche había tomado mucho alcohol. Nunca le dí a la droga pero a la “jarra loca” no se le niega. “Tomá de esta, tomá de esta”, fue el consejo en relación a la bebida que circulaba. Luego de tomar mucho de “esto”, recuerdo que le adicioné un trago con muchos frutos rojos. Y ahí, enseguida, me abracé a un linyera que pasó por la puerta del bar y empecé a darle besos. Ya, en ese entonces, mi conciencia era intermitente. Recuerdo caras de mis amigos dudando si intervenir o seguir riéndose. A nadie le pegó la “jarra loca” como a mí, o tal vez el Rohypnol que le metieron dentro me lo tragué entero antes que se disuelva. No sé, pero después de hacer divertir a mis amigos con mi affaire con el sucio y maloliente desconocido fuimos a buscar el auto. Llovía y se había hecho unos enormes zanjones en la calle, lo cual costaba cruzarlas si no estabas en estado de doping. Entonces decidí cruzarla nadando, para eso me tiré con mis brazos hacia delante y caí como bolsa de papa arriba del charco y nadé, obviamente era una zanja de agua de unos 10 centímetros, e hice varios metros al lado del cordón. Recuerdo que era en la puerta de un boliche y aún había cola para entrar y todos en la fila me miraban y me señalaban. Acto seguido me despierta el grito de mi madre, que para ese entonces vivía con ella. Yo estaba tirado en el living de mi casa arriba de un enorme charco rojo (era mi vomito de frutos rojos) ella gritándome: “¿Qué te pasó? ¿Te cagaron a palos? ¿Te robaron?” Porque pensó que estaba herido. Yo, sin entender nada, corro al baño y me veo al espejo: estaba bañado en ese líquido rojo que regurgité. “No, vieja, es mi vomito”, le dije. Luego me enteré que mis amigos me habían descartado en mi casa semi muerto. Aún sigo sin saber qué cosa tomé exactamente esa noche.

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—Demián, 38 años, director de cine

La mamá troll

Alejandro

La primera vez que comí un brownie loco empecé a cantar canciones de Aladdin y del Rey Leon. Fue en la puerta de mi colegio secundario. Después, me clave una pizza de muzzarella de esas que tienen el queso de plástico. Cuando llegué a casa, corrí al inodoro y vomité todo. Mi vieja, que es médica y media curandera, estaba en casa en ese momento, vino a socorrerme y me preguntó qué pasó. “Fue por la pizza”, le dije. Ella me agarró la mano y me hizo presión en un punto de doing en la mano, a lo que empecé a gritar del dolor y ella me miró y me dijo: “Vos estás intoxicado, ¿te drogaste?” Le respondí: “Bueno, me fumé un porro, ma”. Me gritó: “No, Ale, esto es de la panza, no tiene nada que ver con tus pulmones”. Y ahí le reconocí: “Bueno, me comí un brownie loco”. Al darse cuenta que no estaba jalando pegamento, se tranquilizó y entonces agarró un tubito y una tela y empezó a hacerme un truco de magia. El truco consistía en que ella metía la tela en el tubo, luego se ponía el tubo detrás de la cabeza y, cuando me lo volvía a mostrar, la tela ya no estaba. Me estallé de la risa mal. Empecé a llorar, no por la tela ni el truco sino porque mi vieja se estaba aprovechando de mi locura para descansarme.

—Alejandro, 25 años, músico

El masoquista

Una vez tomé hongos en Brasil. Iba a la Duna do Pôr do Sol, en Jericoacoara, Ceará. Me fui con una mochila chica, de noche, con toda la guita y el pasaporte. La revoleaba por el aire lo más lejos que podía y pasaba unos 15 minutos buscándola en la oscuridad total, en pánico. Después, la encontraba y la volvía a revolear. Estuve así toda la noche, llorando y gritando.

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—Juan, 34 años, escritor

El mambo de película

Jessica

Tenía 16 años. Tocaba Juana la Loca en el Roxy de Lomas. Escabio y porro. Empieza el recital. Un conocido de un amigo de una amiga me pasa un “porro”. Fumo 2 secas. Me empiezo a sentir mal. Corte: gente sacándome del baño desmayada. Corte: patio interno, gente hablando y diciendo cosas mientras yo estaba acostada en unas sillas. Corte: un ángel me regala una pastilla de “menta cristal”. Corte: pasillo, reconozco la nuca de un amigo y veo mucha gente. Me esfuerzo por ver a quién están socorriendo. Finalmente logro acercarme. Me veo a mi misma tirada en el piso con los ojos en blanco. Corte a negro. Tardé más de una semana en saber qué carajo había fumado.

—Jessica, 31 años, realizadora audiovisual


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La que flasheó super héroe

Estaba fumando y mirando X-Men. Flashié con el personaje de Tormenta, interpretado por Halle Berry. Agarré la bici y me fui a buscar una farmacia de turno, a las 12 de la noche, para comprar agua oxigenada y decolorante para llevarme el pelo a blanco. Mi color original es castaño oscuro rojizo. Le pedí a una amiga: “Decolorame el pelo que me va a quedar genial”. Ella se negó pero yo insistí: “Vos haceme caso, que yo sé lo que estoy haciendo. ¿Qué es lo peor que puede pasar?” Cuando me enjuagué la cabeza no solo no estaba blanco, estaba tan amarilla que parecía el pelo de Gokú en su fase Super Saiyajin.

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—Sara, 32 años, empleada estatal


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El que “entendió todo”

Brian

Hongos, Amsterdam, 6 años atrás. Flashié que entendía la lógica de la pintura de Van Gogh y podía hablar con los árboles y los cuervos. Pero, ¿a que no sabés? No podía. Los veía acuarelados, pero no me hacían caso. Hacían 8 grados bajo cero, pero estar en un ambiente cerrado me daba palpitaciones, así que deambulé por la nieve por horas y cuando por fin quise entrar a un bar no entendía si debía tirar o empujar la puerta, así que no entré. Finalmente encontré un bar más fácil (?) en el que sólo había mujeres y flashié que era de lesbianas y estaba incomodándolas y me odiaban. Pedí un té pero había que ponerlo sobre una tetera y no comprendí el mecanismo. Me dio un ataque de risa. Salí sin tomar el té. Fui a una panadería y había un cuadro animado, en el que una mujer sostenía una jarra que simulaba volcar agua sobre unas flores, o sobre otra jarra, o algo así. Lo miré 15 minutos hasta que me preguntaron si quería algo y salí corriendo por no poder entablar un diálogo. Creí que ya no sabía hablar. Me fui al hotel, comencé a mirar por la ventana. Anochecía y yo veía un parque pequeño, repleto de nieve y con una hamaca atada a un único árbol pelado; y pensé: “Entiendo perfecto al suicida, esa alfombra de nieve se ve tentadora, ¿por qué no saltar? Quiero saltar pero no quiero saltar. Y si salto no me puede pasar nada”. Me hice un ovillo en la cama, mi pareja me abrazó hasta que se fue apagando solo. Por suerte no estaba solo. No volví a comer hongos.

—Brian, 34 años, periodista

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