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La obsesión de ‘Black Mirror’ por el sufrimiento de las personas negras

“Black Museum” tal vez sea el primer episodio que aborda directamente el tema racial, pero ¿le hace justicia?
Imágenes cortesía de Netflix

Este artículo se publicó originalmente en VICE Canadá.

Sobra decir que Black Mirror es una de las series de ficción más cautivadoras de la actualidad.

En su cuarta temporada, la serie ofrece una mezcla de lo más ecléctica: desde una venganza friki inspirada en Star Trek (“USS Callister”) hasta las vicisitudes de las madres sobreprotectoras (“ArkAngel”) o la simulación del destino de los amantes infortunados (“Hang the DJ”). Pero tal vez sea el último de ellos, “Black Museum”, el más destacable de todos.

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Pese a que se lo ha calificado como el “Blanca Navidad” de la cuarta temporada por su fórmula con múltiples hilos argumentales, “Black Museum” no tiene parangón. Desde el primer instante en que Nish (interpretada por Letitia Wright) inicia su visita por el Black Museum de Rolo Haynes, la inquietud se apodera del espectador.

Una chica negra caminando por las salas de un museo de los horrores en pleno desierto. ¿Qué podría salir mal?

El propio Haynes recibe a la joven y la acompaña en una visita guiada por el museo, donde contempla una serie de objetos hoy ilegales y de dudosa catadura ética: un gorro neurológico que provocó al médico que lo utilizaba una sobredosis de placer sexual obtenido a partir del dolor de su paciente; otro dispositivo que separaba la conciencia del usuario de su cuerpo y le permitía ocupar la mente de otra persona; y, por último, el holograma digital de un hombre negro encerrado en una celda. Descubrimos que el preso no es otro que Clayton (Clay) Leigh, un asesino erróneamente sentenciado a pena de muerte cuya conciencia vaga ahora eternamente en el mundo digital. Conocemos su historia: cuando Haynes trabajaba en neurotecnología, visitó a Clay en la cárcel y le ofreció la posibilidad de evitar su ejecución inmortalizando digitalmente su esencia en un holograma digital a cambio de una suma de dinero para su familia.

Nish es la prueba viviente de que no todas las heroínas llevan capa. Su personaje es el reflejo del sufrimiento silencioso de las personas negras, sobre todo las mujeres

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Clay se convierte en el principal reclamo del museo de Haynes, atrayendo a montones de blancos (y a un tipo asiático) ávidos de morbo que tienen la posibilidad de activar una palanca para recrear el momento de la electrocución de Clay.

En ese momento Nish revela que es la hija de Clay, en una misión redentora para acabar con la macabra atracción de Haynes.

Nish menciona las protestas por la sentencia de su padre y el cierre del museo, que llegado un punto solo se mantenía con ocasionales sádicos o voyeurs que no tenían inconveniente en pagar un extra para ayudar a Haynes a mantener el negocio. Acto seguido, la joven condena a Haynes al sufrimiento eterno encerrando su conciencia en la conciencia virtual de Clay y poniendo así punto final al sufrimiento de su padre.


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Nish prende fuego al museo. En ese momento se nos revela que su madre muerta también convive en la mente de Nish.

Nish es la prueba viviente de que no todas las heroínas llevan capa. Su personaje es el reflejo del sufrimiento silencioso de las personas negras, sobre todo las mujeres. A menudo se nos aconseja que enterremos las cicatrices emocionales en lo más profundo de nuestras mentes, nuestros corazones o nuestras almas, y casi nunca podemos disfrutar del lujo de la seguridad cerebral. Vivimos con el miedo constante a perder a nuestros seres queridos, hijos, hijas, padres y hermanos, cuyas vidas les son arrebatadas injustamente antes de tiempo.

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El acceso socioeconómico es también culpable del abandono sanitario al que se nos tiene relegadas y que a menudo impide que dispongamos de los tratamientos adecuados para nuestros problemas de salud mental y física. Esa es la razón por la que somos dos veces más propensas a sufrir ansiedad y depresión y tenemos una de las tasas de mortalidad por cáncer de pecho más elevadas.

Tras la muerte de su padre, Erica luchó por que se hiciera justicia, viéndose obligada a hacer frente no solo al flagrante error judicial del estado, sino al discurso mediático que lo acompañaba

Somos expertas en guardar secretos emocionales. Al igual que Nish en su misión de incógnito, se nos exige que ignoremos nuestros sentimientos en pro de la “aceptación social” (léase “fragilidad blanca”). Debemos renunciar a todas nuestras emociones para poder avanzar en nuestro día a día profesional (y a veces también personal).

No solo considero que la venganza de Nish está justificada, sino bien merecida.

Como si habitara un universo paralelo, el personaje de Nish aparece de forma simultanea a la muerte de Erica Garner —de 27 años, hija de Eric Garner, que murió asfixiado por un policía en 2014— por un infarto, pocos meses después de haber dado a luz. Tras la muerte de su padre, Erica luchó por que se hiciera justicia, viéndose obligada a hacer frente no solo al flagrante error judicial del estado, sino al discurso mediático que lo acompañaba.

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No es fácil ignorar, por ejemplo, el castigo correctivo al más puro estilo “ley del Talión” que aparece en “White Bear”

“Black Museum” nos sitúa, cara a cara, frente a realidades del pasado, como la experimentación ginecológica de esclavas negras, el ensayo con la sífilis de Tuskegee en la década de 1930 y la esterilización forzosa de mujeres nativas americanas en la década de 1970, entre muchas otras.

Historias horribles como esas son las que hacen de “Black Museum” un episodio tan sobrecogedor.

Otros personajes radicalizados de Black Mirror han pasado sin pena ni gloria por la serie, dejando que fuera el público el que interpretara el subtexto racial por su cuenta. Sin embargo, no es fácil ignorar, por ejemplo, el castigo correctivo al más puro estilo “ley del Talión” que aparece en “White Bear”. En ese capítulo, Victoria (Lenora Crichlow) acaba convirtiéndose en un chivo expiatorio al que humillar públicamente por las calles, en una escena que recuerda inevitablemente al paseo de la vergüenza de Cersei Lannister.

Tampoco es fácil hacer la vista gorda a la escena de Bing en “15 millones de méritos”, episodio en el que el personaje (encarnado por Daniel Kaluuya) se rebela contra un sistema casi esclavista y amenaza con quitarse la vida. Sin embargo, sus protestas enseguida se convierten en una parodia cuando él pasa a formar parte del mismo espectáculo que critica al aceptar un espacio semanal en pantalla a cambio de una habitación mejor.

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Se trata de otro ejemplo hiriente del abuso de los más desfavorecidos. Al igual que Bing, Clay no tiene muchas más opciones: o participar en un proyecto científico que le absorberá el alma y morir (figuradamente), o no participar y morir igual (literalmente) a manos de un sistema posicionado contra los negros.

En ambos episodios se muestra un claro abuso de personas marginadas que esperan una oportunidad de tener una vida mejor. No podía quedar más claro en “15 millones de méritos”: la lucha de Bing, pese a ser entretenida, no se toma en serio. Y mientras que en el caso de Bing es un sistema el que contiene su “ira”, las objeciones de Clay en “Black Museum” se contienen con cadenas. En una celda. En el más allá. Y en ambos casos los personajes son vejados por el mismo motivo: el beneficio de otros.

Por muy progresistas que sean los métodos distópicos de cada episodio, el mensaje sigue siendo irónicamente regresivo

“Black Museum” es el primer intento de la serie de abordar el tema racial de forma directa, pero ¿le hace justicia?

Por muy progresistas que sean los métodos distópicos de cada episodio, el mensaje sigue siendo irónicamente regresivo: que el dolor, los traumas y los cuerpos de los negros deben ser expuestos para el disfrute del público. La mercantilización de la lucha negra; un tema recurrente que nos lleva a preguntarnos qué es lo que pretende el creador de la serie, Charlie Brooker.

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Todos los episodios mencionados se centran en la obsesión con estar atrapado en un sistema opresivo diseñado para obtener rédito del sufrimiento de las personas negras. En ellos se doblega la mente, se conserva el cuerpo y se hace burla del dolor. Las víctimas no tienen otra opción más que participar en el juego hasta convertirse en simples caparazones, vacíos en su interior.

Es inevitable compararlo con la insensibilidad de la cultura actual, cómplice de la exhibición de infinidad de muertes de personas negras en internet, como si de un espectáculo se tratara. La muerte de las personas negras a manos de la injusticia se ha convertido en algo tan habitual que incluso nuestro mundo parece una simulación. Troy Anthony Davis. Eric Garner. Sandra Bland. Tamir Rice. Mike Brown. Trayvon Martin. La lista es infinita.


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“Black Museum” coincide también con un momento en que el Afrofuturismo empieza a ganar ímpetu. Históricamente, la ciencia ficción ha sido el conductor de las críticas a los regímenes sistémicos (véase X-Men o cualquier libro de Octavia Butler). Ahora, gracias a películas como Black Panther y vídeos musicales como “Family Feud”, estamos explorando mensajes más allá del blaxploitation. Filmes como Déjame salir, de Jordan Peele, que profundiza en los matices de la experimentación con cuerpos de negros para el avance de la raza blanca, son solo el principio.

Pero ya se nos idealice por nuestra potencia sexual, se nos idolatre por nuestro “ojo” artístico o directamente se nos demonice y encierre, no nos equivoquemos: “Black Museum” trata sobre la reclusión mental. Quizá lo más duro sea ese efecto homicida cuádruple: la ejecución injusta de Clay por el estado, la tortura perpetua de su ente digital, la sobredosis de su mujer y la aniquilación de su mente. Al final prácticamente ni es capaz de reconocer a su propia hija.

Pese a todo, el final del episodio presenta un atisbo de esperanza. El hecho de que la esposa de Clay habite en la conciencia de Nish es una poderosa reivindicación de la conciencia negra. Para una serie que demuestra tal obsesión por el sufrimiento de los negros, parece un pequeño paso en la dirección correcta.