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Ediciones VICE

'Prey' representa perfectamente el horror ultracapitalista al que nos dirigimos

Una disparatada historia sobre maravillas tecnológicas, talento humano mercantilizado y gerentes olvidadizos.

No existe mejor representación gráfica del infierno al que se dirige nuestro mundo que la que nos presenta Prey. La ambientación, que a duras penas puede calificarse de distópica, dice más de los tiempos en que vivimos que las sensibilidades estéticas del videojuego. Si bien esto puede ser indicativo de que el título carece de la grandeza megalómana de la Rapture de BioShock, también dota al juego de relevancia e inmediatez turbadoras, sobre todo para cualquiera que tenga la suerte de vivir de sus habilidades y talentos. Cuidado, nos anuncia Prey, porque tú eres el siguiente.

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El MacGuffin mágico que te otorga superpoderes en Prey son los Neuromods, que permiten descargar y adquirir inmediatamente las capacidades, la formación y las habilidades de otras personas. Al principio del juego, te enteras de que el pianista clásico Gustav Leitner, conocedor de su muerte inminente, ha viajado hasta Talos I para que la Corporación TranStar registre sus habilidades. Para Leitner, se trata de una forma de inmortalidad. Para aquellos que posteriormente se instalen los Neuromods de Leitner, constituye una forma de adquirir al instante el talento de un músico que marcó a toda una generación.

Esta premisa suscita todo tipo de preguntas fascinantes sobre cómo una tecnología semejante podría alterar la naturaleza de las artes y los oficios. ¿De qué serviría recibir clases de piano si una simple inyección podría convertirte en la reencarnación artística de Vladimir Horowitz? ¿Qué futuro tendría un músico aficionado cuando la maestría está a solo un pinchazo? Y, en cualquier caso, ¿qué valor tiene un músico en este mundo?

Pero hay más; esas capacidades que uno puede adquirir están sujetas a un acuerdo de licencia, lo que significa que si en algún momento se revoca el acuerdo o se eliminan los Neuromods, es como en Flores para Algernon: las pierdes con la misma facilidad con la que las adquiriste, no queda rastro de ellas ni existe forma alguna de seguir perfeccionándolas. Se trata, en esencia, de un reinicio en toda regla, un borrado de habilidades y de todo lo que estuviera relacionado con ellas, así como del sentido que pudieran tener en tu vida.

Cabe decir que no parece que se esté tramando un siniestro plan para mercantilizar las capacidades y talentos del ser humano. Los trabajadores de la estación espacial Talos I adoran e idolatran a Leitner y su obra. ¡Por eso quieren conservarlo eternamente y compartirlo con el mundo! Respecto a todas las dudas que suscita su trabajo… por ahora se ha mostrado muy poca preocupación al respecto. Tenemos la tecnología y la aplicamos. Así de sencillo.

Esta visión anodina, que contrasta enormemente con la visión reaccionaria de Andrew Ryan, contrario a los ideales mancomunitarios, no es por ello menos espeluznante: ahí arriba, en la órbita de la Tierra, la corporación hace planes para garantizar su propia inmortalidad convirtiendo el talento humano en una mercancía intercambiable, reproducible y protegida por IP. Cuando se toparon con una forma de vida extraña capaz de mimetizarse con el entorno y tomar la forma de sus habitantes, TranStar no vio una aberración alienígena, sino afinidad y tal vez un modelo al que aspirar.

Traducción por Mario Abad.