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Luego de 131 años, hoy Gimnasia puede salir campeón por primera vez en su historia

La Plata está revolucionada porque esta noche, frente a Rosario central, el Lobo puede ganar la Copa Argentina. Hablamos con hinchas de Gimnasia y Esgrima, un equipo argentino que lleva el estigma del segundo puesto bien fijado a la camiseta.
Albano

Artículo publicado por VICE Argentina

Hace 25 años que Gimnasia y Esgrima La Plata no juega una final. Solamente ese dato bastaría para cargar de valor el partido de esta noche, en el que el Lobo definirá la Copa Argentina con Rosario Central en Mendoza. Pero no es el único dato. La final de hoy es la tercera que disputa el club en 131 años de historia. Todavía queda más. La oración que explica la importancia de este partido: Gimnasia nunca fue campeón.

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Nobleza obliga. En el torneo nacional de 1929 —un año antes que el fútbol se volviera profesional— el Lobo ganó el campeonato argentino. Y en el año 1994 se quedó con la Copa Centenario, un polémico torneo, con una estructura similar a la Copa Argentina, disputado por única vez y en el venció a River en la final. Entonces ¿por qué el mismo Gimnasia se machaca así mismo no tener títulos? Por la burocracia y los intereses que mueven al fútbol hace casi un siglo. Porque los campeonatos valen desde que se recibe plata por ganarlos —aunque, por ejemplo, Boca cuenta entre sus torneos los obtenidos en el amateurismo y nadie se los discute ni menosprecia—. Es esa especie de aceptación social futbolera la que hace que los mismos triperos —hinchas de Gimnasia— no hablen de esos dos campeonatos con la seguridad que, quizás, deberían hacerlo.


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Más plusvalía para esta final. Gimnasia adquirió el estigma de ser subcampeón cinco veces en los últimos 25 años. Algo que, en el fútbol de hoy, no representa un mérito. A veces, incluso, pareciera ser una deshonra y el principal motivo de las gastadas.

Esos son los números, ahora las sensaciones. En la previa del ¿partido más importante de sus vidas?, los hinchas del Lobo le contaron a VICE cómo lo viven.

Antonela, 30 años, empleada de comercio

Cuando Antonela quedó embarazada ya sabía cómo iba a llamar a su hijo: Juan Carmelo, el nombre del estadio de Gimnasia: Juan Carmelo Zerillo, El Bosque. “Jamás dudé de su nombre, era ése”, dice ella. “Es el lugar que más satisfacción me genera. Fue y es un lugar habitual en mi vida, lleva su nombre en honor a él”.

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Antonela es parte de una generación de hinchas que se involucró en el club más allá del aliento y sin la necesidad de hacer política. Un grupo de sub 30 que dedica su tiempo a ayudar a la institución. Pibes y pibas que militan el sentido de pertenencia que tiene como símbolo a su estadio, donde Gimnasia estuvo unos cinco años sin poder jugar en él, un estadio que permaneció cerca de un década sin una tribuna —la platea Néstor Basile— y que tuvo en este grupo de hinchas el motor para su construcción, al punto de ser ellos los que recibieron los materiales para iniciar la obra.

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Juan Carmelo

“Nos tocaron todas las malas y sin embargo estuvimos siempre”, cuenta Antonela, que no pertenece a ninguna agrupación, filial, ni nada por el estilo: su relación con el club es sin intermediarios. “Somos la generación que milita el club, el Bosque como un símbolo de pertenencia y fidelidad a los colores”.


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Por eso su hijo es Juan Carmelo, que a los 15 días de vida fue a su primer partido en El Bosque y que hace una semana vio en las tribunas del estadio de Mar del Plata como Gimnasia llegaba a la final al ganarle a River por penales. “Vivir ese partido con él fue una de las mejores sensaciones de mi vida. Para mi era importante llevarlo, el día de mañana no se va acordar, pero yo voy a estar ahí para decirle: vos acá estabas”.

Esa noche, después de que el defensor de River Jonathan Maidana tiró por arriba del travesaño el último penal de la serie y Gimnasia clasificó a la final, Antonela agarró fuerte a Juan Carmelo, lo miró, lo abrazó y lloró. No recuerda cuánto tiempo duró esa unión. “Es lo que siempre imaginé y soñé, vivirlo con un hijo no se compara con nada”.

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Los De Filippi

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Leandro

Enrique tiene 76 años y su hijo Leandro 51. Enrique no se pierde un partido de local. Cada fin de semana está sentado en su platea. Leandro va a veces. A esta altura de su vida lo hace más para compartir ese momento con su padre que por otra cosa. Para Leandro, Gimnasia representa, en algún punto, una pieza fuerte en la relación.


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A pesar de que Antonio tiene un vínculo más fiel —e irracional— con Gimnasia, ambos viven esta final de una manera pensante. “Este partido tiene una implicancia emotiva. Desde lo ideológico, en términos deportivos, no tiene mayor relevancia y es un resultado más haber llegado a esa instancia final después de tanto tiempo”, dice Leandro, que luego de la Copa Centenario fue a comprar un video de aficionado que un hincha había grabado durante todo ese día.

“Estar en una final después de tantos años es un satisfacción, aunque uno con esta edad ya lo toma con calma”, cuenta Antonio. “Pero para los más jóvenes, esto puede significar un quiebre”. Antonio pone en comparación el presente con la Centenario: “Las expectativas eran grandes, pero ese torneo era irregular y no había tanto emoción como hoy”.

Albano, 30 años, empleado administrativo

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Albano

“Hay que disfrutar esto que nos cayó del cielo”, dice Albano que a comienzos de año ni siquiera soñaba con estar a horas de disputar una final. Esta temporada Gimnasia debe sumar puntos en la Superliga Argentina para no descender a segunda división. Por eso, y porque el equipo alterna buenos y malos resultados y tiene un rendimiento irregular, estar acá parecía imposible. “Es diferente a otras veces, estamos más tranquilos. Uno ya vivió situaciones parecidas y aprende a tomarlas de otra manera”.

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Mientras hace la fila para retirar su ticket para Mendoza, Albano escucha como un hombre de unos 60 años habla de cábalas, yetas y costumbres que parecieran tener poderes inexplicables sobre los pies de los jugadores. “Eso de la maldición de no salir campeones y las cábalas es para la gilada, esas cosas son de pinchas (los hinchas de Estudiantes, el clásico rival). Además, Gimnasia sí tiene campeonatos, el del 29 y la Centenario”.

Celeste, 28 años, militante y coordinadora de plan Fines

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Celeste junto a su padre

Celeste avisa que va a llorar al hablar de Lolo, su padre, con quien viajará para ver a Gimnasia en la final. “Mientras evaluaba cómo ir a la semifinal en Mar del Plata, mi viejo se puso la 22 (el número característico de la hinchada de Gimnasia) y dijo que ponía el auto. A la vuelta, triunfantes y de madrugada, me dijo gracias por esto, hija. Yo le respondí gracias por estos colores, viejo. Ahí, en el auto, empezamos a planear cómo ir a Mendoza”.

Franco, 23 años, empleado de comercio

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Franco junto a su madre

Después de gritar la victoria contra River, lo primero que pensó Franco fue que iba a tener que pedir los días en el trabajo para ir a la final. Una tarea difícil en un comercio que le da un franco semanal rotativo. Al otro día, cuando habló con su jefe, le dijo que tenía que convencer a seis compañeros para que cambiaran sus horarios y días de descanso para que él pudiera ir. Franco tomó una planilla con todas las modificaciones necesarias y encaró uno por uno. Hoy está rumbo a Mendoza junto a su madre. “Yo la hice de Gimnasia”, dice sonriente. “Ir a la cancha es lo mejor que hay y lo puedo compartir con ella, un día la llevé a un partido y después quería ir siempre, la hice socia y ahora no falta nunca”.

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Valeria, 28 años, docente

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Valeria va a mirar el partido en La Plata, con su abuelo, que desde hace unos días está internado pero espera ansioso esta final. Valeria es hija de Walter, un hombre que luchó por la vuelta de Gimnasia al Bosque (el nombre que la hinchada le da al estadio Juan Carmelo Zerillo) y que falleció hace unos años en un accidente. Su padre fue un ejemplo para la generación de Valeria, hinchas que ven al club más allá del fútbol. “Es lindo saber que su entrega era recíproca, y que en vida recibió todo el cariño que después se exteriorizó aún más con su ausencia física”, cuenta Valeria. “Mi viejo fue un laburante, hizo todo lo que estaba a su alcance por Gimnasia. Disfrutaba de estar ahí. En el último tiempo su casa era el Bosque”.

Para Valeria “el Lobo es mi viejo, el barrio, lo social, lo intrínseco de una persona”. Después de intentar explicar qué es Gimnasia, imagina un futuro cercano. “Si ganamos va a explotar la ciudad, eso ya se sabe”, dice con deseo. “Pero, sin lugar a dudas, nada va a cambiar. Gimnasia es Gimnasia por su gente, y no hay resultado que perturbe nuestra identidad”.

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