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Estupidez histórica: los puentes en Colombia vienen cayéndose desde 1700

La semana pasada un puente en Santander se arrugó y quedó con forma de "acordeón". Ese es solo el más reciente ejemplo de una larga historia de puentes caídos, millonarios, lentos y fracasados en el país. Y tragedias evitables.
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Captura de pantalla  vía YouTube.

Artículo publicado por VICE Colombia.


El fiasco más reciente en la historia de la infraestructura colgante colombiana llegó con un chiste: un puente en Santander, el puente Hisgaura, se arrugó y ahora parece un acordeón. Es el triste chiste que se merece esta tierra maldita de puentes pegados con babas.

El puente Hisgaura desató la polémica la semana pasada. Ayer, 13 de noviembre, varios habitantes cercanos al puente protestaron exigiendo respuestas y las autoridades a cargo afirmaron que en las próximas semanas realizarán las pruebas para establecer la seguridad del puente. Pero el "puente acordeón" es solo el último de una larga, larguísima, historia de puentes mal hechos, caídos, derrumbados y fracasados en Colombia. El más recordado, por ser el más reciente, es el de Chirajara, un puente millonario que se cayó en plena construcción y mató a 10 personas. El resto de la lista son decenas de puentes millonarios, precarios, peatonales, pequeños, que atraviesan una calle, que atraviesan un río con una cosa en común: todos se han ido al piso.

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Solo por nombrar algunos de ellos: en marzo de este año se derrumbó un puente en la zona rural de Cali. En 2017 un puente colgante, precario, de tablas, se cayó en Villavicencio y dejó a 11 personas muertas y a 13 heridas. En 2015 se cayó uno peatonal en Bogotá que conectaba dos extremos del Cantón Norte. En agosto de 1999, también en Bogotá, se cayó el puente de la 122 con Autopista cuando una multitud de gente —y con multitud quiero decir 50 personas— esperaban la procesión fúnebre del comediante Jaime Garzón que, a propósito, ni siquiera iba a pasar por ahí. En 1998 se cayó otro en Bogotá en la carrera 68 con calle 26 que estaba en construcción. En 1996 se desplomó, con carros encima, el puente de Pescadero que pasaba encima del río Chicamocha. En 1995 se cayeron dos, uno en Bogotá en la Calle 100 con carrera 15 y el nuevo puente Heredia en Cartagena que inicialmente costaba 700 millones pero terminó valiendo 2.120 millones. En 1994 se fue al suelo el puente Guillermo León Valencia, en los Llanos, que entonces era el más largo del país.

Lo más deprimente de todo es que muchos fueron casos en los que ya alguien había pedido que le pararan bolas al puente, que se iba a caer, que porfa ayuda. Y nada, lo dejaron caer.

Y claro, tampoco ha habido en ningún caso responsables que salgan a dar la cara, ni constructoras ni ingenieros ni gobernadores que digan que sí, que la embarraron, que hubo corrupción de por medio y que asumen las consecuencias. Aparentemente, la mayoría de los puentes que se caen en Colombia se caen solos.

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En otras ocasiones, los políticos de turno han culpado a los difíciles terrenos, llenos de montañas y empinadas, como si en otras partes del mundo no construyeran túneles submarinos para que un sistema ferroviario entero pase por debajo del mar. Debajo. Del. Mar.

Pero esta tradición de incompetencia "puentística" viene desde los años de la mazamorra. En el libro Historia de Colombia y sus oligarquías, Antonio Caballero cuenta que en 1758 el virrey español José Solís en Colombia, entonces la Nueva Granada, le escribía al rey Felipe VI en España que acá las obras públicas no avanzaban, y que el Puente del Común no terminaba de construirse porque "no hay diligencia que baste a animar la pereza con que aquí se procede aún en lo más necesario y útil".

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El anciano, casi inacabable e inútil Puente del Común. Foto vía Wikimedia Commons.

Hoy el puente del Común, ese puente de piedra y ladrillo que se ve saliendo de Bogotá hacia Chía, es Monumento Nacional y es más recordado por ser protagonista de una leyenda en la que habría sido construido prácticamente en una noche por un solo hombre con ayuda del diablo. Así lo cuenta una página oficial del gobierno de Bogotá. Pero la verdad es que el puente se demoró 38 años en ser construido "con sus dos glorietas en cada extremo para que la carroza del virrey, al llegar o al devolverse, pudiera dar con comodidad la vuelta".

Treinta y ocho años de construcción lenta, de corrupción, de conflictos de intereses y de desidia. El resultado fue un puente que ofrecía un tramo de camino impoluto en medio de un barrial de carretera intransitable.

Tres siglos después, el Puente del Común, a diferencia de muchos otros, sigue en pie. Tres siglos en los que, como el puente, han permanecido estáticas la corrupción, la incompetencia y la infraestructura mediocre como modo de vida en este pedazo del continente.