"Nomás no le vendí el alma al diablo porque no lo encontré": Testimonios de adictos a drogas, porno y alcohol

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Testimonios

"Nomás no le vendí el alma al diablo porque no lo encontré": Testimonios de adictos a drogas, porno y alcohol

"Terminé como terminamos los drogadictos que tocamos fondo: con una camiseta blanca del PRI; recogiendo colillas de cigarro, los dientes llenos de masilla, desesperados por una moneda para comprar una piedra".

Los nombres y apodos de los entrevistados fueron cambiados para proteger su identidad.

"Apenas la fumas, la piedra te da un cosquilleo que te corre de la punta de los pies hasta la cabeza; entra dentro de ti una tranquilidad, una paz interior que hace que se te olviden los problemas, como si estuvieras en las nubes", cuenta uno de los usuarios de drogas y alcohol del Centro de Asistencia y Rehabilitación, Cottolengo, en Mérida, Yucatán. Un centro que no tiene candados, ni cadenas, ni bardas que superen el metro y medio de altura; sus puertas permanecen abiertas las 24 horas del día y la atención y los servicios son gratuitos.

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"Nadie llega a la fuerza, nos podemos ir cuando se nos hinche un huevo", dice Julio, "¿te gusta la mota, la cerveza?", me pregunta para conocerme más. Julio ―consumidor de piedra y alcohol―  concluyó hace cuatro años el programa de nueve meses de rehabilitación y, al igual que todos los que no tienen hogar, tuvo la oportunidad de quedarse a vivir en una vecindad ubicada en uno de los extremos de las instalaciones tipo hacienda de Cottolengo.

Cuando el sacerdote Raúl Kemp fundó el centro —30 años atrás— lo hizo para atender, preferentemente, a alcohólicos en situación de calle. Con el paso de los años los "adictos a la piedra" (cocaína fumada) representan un número igual o mayor a los alcohólicos; mientras la bebida es propia de los hombres mayores de 50 años, la piedra o crack lo es entre quienes tienen entre 18 y 40 años.

Estos son los testimonios de algunos "enfermos de las emociones", como el padre Kemp llama a los que padecen alcoholismo y drogadicción. "No sabes controlar el miedo, el dolor, la ira; estás triste, te drogas; estás contento, te drogas; estás deprimido, te drogas; estás aburrido, te drogas", cuenta alguien desde la tribuna para ejemplificar lo que es estar enfermo de las emociones. Los relatos fueron recopilados en el grupo de Alcohólicos Anónimos Fátima, construido junto a la mencionada vecindad y una cocina colectiva. A este grupo acuden tanto personas ajenas a Cottolengo, como aquellas que aún se encuentran en el periodo de rehabilitación, o que concluyeron los nueve meses pero se quedaron a vivir ahí, como Julio que lleva cuatro años. Es el mismo caso ―entre otros― de quien apodan,  Campanita, de 35 años: un abogado que laboraba en la secretaría de seguridad pública de Playa del Carmen, Quintana Roo.

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"Trabajaba en el jurídico, cuando llegaban por venta o consumo de piedra se las confiscaba, pero los dejaba ir; hablaba a mi jefe por teléfono y le pedía permiso para irme a mi casa porque me sentía mal; lo que hacía era fumarme toda la piedra", me cuenta Campanita, quien esta noche coordinará la tribuna. Los últimos meses los pasó en Chetumal conduciendo un taxi, preguntándose: "¿cómo demonios terminé de  ruletero?" La respuesta: "Me enganché en la piedra".

"Fumar piedra y ver pornografía es lo que me gusta": Memo, 50 años

Vivo en Cancún. Fumo piedra y veo porno. El porno me relaja. Puedo masturbarme hasta cuatro veces al día. Puedo pasar la noche entera viendo a mujeres que se las cogen por el culo o que tienen la cara llena de semen. En mi departamento a veces ponía porno para escucharlo mientras lavaba los platos o cocinaba. En el trabajo en ocasiones dejaba lo que estaba haciendo para meterme al baño a masturbarme mirando porno en mi celular; sino lo hacía me ponía ansioso.

Apenas la fumas, la piedra te da un cosquilleo que te corre de la punta  de los pies hasta la cabeza; entra dentro de ti una tranquilidad, una paz interior que hace que se te olviden los problemas, como si estuvieras en las nubes. No quería dejar la piedra, pero ya no me drogaba como gente "normal". Comencé a quedarme sin trabajo, sin dinero, me fui alejando de mi familia. Por ejemplo, no visité a mi mamá ni a mis hijas esta última navidad; no fui a cenar con ellas el 24 de diciembre; inventé que tenía que trabajar. Siempre he chambeado en el área de hotelería y turismo, pero esa vez fue mentira. Me quedé en mi casa, en el internet viendo pornografía toda la noche; tomando ron y metiéndome cocaína. Otras navidades y año nuevos también periqueaba, tomaba whisky y pedía alguna mujer por teléfono. No me gusta preferir fumar piedra a convivir con mi familia, pero, ¿qué hago? Es lo único que me divierte, todo lo demás me deprime.

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El ambiente de los teibols me gusta . Voy a ver el show, pero antes fumo mucha piedra para andar acelerado con las putas; platicando y riendo, invitándoles un pase de coca, metiéndome unas rayotas en sus tetas.

Puedes ver que los cuatro dientes de arriba se me cayeron. Fue por fumar piedra, por eso estoy molacho. Cuando lo pienso me da coraje.

"Todo lo tengo invertido en mi destrucción y lo voy logrando", le decía a mis compañeros de trabajo cuando me criticaban por mi adicción o se burlaban de mi boca. Hacía como que me valía madre, pero por dentro sentía mucho coraje y vergüenza de no tener dientes por drogarme.

Este año he estado en dos anexos. Llevo 25 años fumando piedra. Tenía cinco meses sin fumar, pero recaí en estas fechas navideñas. Tengo 50 años. Soy enfermo drogadicto. Me dicen Memo.

"Inicié vendiendo cocaína para el  cártel de los pelones", Willis, 29 años

Seis años trabajé para el  cártel de los Pelones; vendía droga para ellos: piedra y cocaína. Tomaba chela y me metía mucho perico, pero jamás fumaba piedra. Una noche estaba solo en mi casa y decidí probarla, quería saber qué se sentía. Me di unos tanques. Llegó un amigo por mí, salimos a la calle, pero a las horas regresé porque sentí la necesidad de fumar más. Entre un tanque y otro me chingué siete piedras en total. En un parpadeo había amanecido. Vivía con mi esposa y mi hijo, aunque seguía teniendo mi cuarto en casa de mis papás; ahí me drogaba. Pasó una semana y compré piedra. Pasaron dos semanas y volví a consumir, así fue pasando el tiempo hasta que ya tenía cinco meses fumando; de pronto ya estaba adentro, enganchado.

Dejé de vender droga con Los Pelones porque me lo pidió mi mamá y la mamá de mi hijo. Ya no era bueno en el negocio, caciqueaba las piedras, le metía bicarbonato a la cocaína para rebajarla. Todo con tal de mantener mi vicio. Aparte llegaron los militares a mi casa y fue un show. Mejor la calmé, pero seguí fumando.

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¡Pum!, se te abren los oídos cuando te das el primer tanque de piedra. ¡Pum!, sientes que baja algo, que te llenas de fuerza. Es una sensación de 15, 20 segundos. Una vez que sacas el humo ya valió verga, pierdes el efecto, por eso la ansiedad que te causa, quieres consumir más y más. La piedra es un vicio caro, me fumaba como siete piedras al día, aquí en Mérida te cuesta cien pesos la piedra, pero en Cozumel, donde vivía, está más caro, casi el doble. Fui unos meses a Playa del Carmen para dejar de consumir, pero cuando regresé a Cozumel recaí. Perdí todo: esposa, hijo, familia y trabajo. Ya andaba como pendejo en la calle sin nada; vendí todo lo que tenía: carro, casa, motos, ropa. No le vendí mi alma al diablo porque no lo encontré para que me la comprara.

Estuve viviendo con mis suegros. Le robé a mi esposa, a mi suegra, a mi mamá, a mi cuñadita. Les robé cartera, celulares, tablets, laptop, bocinas, televisión; oro, plata, alhajas. "¡Qué chinguen a su madre!", pensaba. "¡Chingue a su madre, les volví a robar!", me deprimía cuando volvía en sí. La primera vez no te dicen nada, pero la segunda ya te dicen: "sácate de aquí, pinche rata". Una vez se perdió la tablet Galaxi de mi cuñadita; me echaron la culpa porque no había otra rata en la casa, solamente yo.

"Dame la tablet, tú la tienes, dime dónde la empeñaste, es de mi carnalita, no hay pedo", me decía mi esposa, pero horas después mi suegra la encontró en una bolsa.

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"¿Ven, hijas de su puta madre? No me tienen confianza, yo estoy cambiando y no me dan la oportunidad", les gritaba, porque así somos los drogadictos de hijos de puta, cuando vemos una oportunidad de chantajear lo hacemos. Al final vi dónde la guardaron y chingaron a su madre, porque ahora sí me la robé. Me valía verga que mi esposa me estuviera esperando, que mi hijo no tuviera qué comer, que por fumar piedra me quedara sin dinero para la renta del departamento.

Llegaba el viernes y me estaba cagando, pedorreando, por fumar piedra. Sacaba dinero del cajero y decía: esto es para mi casa y esto me lo voy a fumar; ¡pura verga! al final me lo fumaba todo. Llegaba a la casa sin dinero y mi esposa queriéndome verguear por no darle ni para la comida. "Cálmate o te voy a dar en la madre", le decía. Pero mientras discutíamos y me arañaba nomás estaba viendo qué me podía robar de mi casa para venderlo; soy un hijo de puta. Se calmaba, se le pasaba la histeria, se apendejaba y como la Pantera Rosa, paso a pasito, agarraba las llaves de la moto y me escapaba.

Un día llegué con  El Michi y le dije: "te empeño la moto, aquí están los papeles y las llaves, dame diez piedras". Me dio las piedras, se metió a su casa por una cerveza y ¡vergas!, saqué las otras llaves y me pelé. Se me acabaron las diez piedras y fui con otro vato que  tira (vende) en una ferretería: "dame cinco piedras y quédate con la moto, luego te pago". Me preguntó: "¿No es la moto que le robaste al Michi?" Le dije que no, que esa era otra. Me dio las cinco piedras y me fui caminado por la calle. En eso me encontré a mi suegra que me agarró del brazo y comenzó a gritar la hija de su puta madre histérica: "¡policía, policía!" Me andaba buscando por lo de la tablet; logré zafarme y me fui corriendo con una chancla nomás porque la otra se me reventó. Estuve escondido un día en casa de un amigo fumando piedra.

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"Tu y yo somos hijos de diablo, estamos hechos para fumar piedra", me dijo un amigo un día. Chale, me agüité.

Rolé por varios anexos y por un retiro espiritual, pero nomás no me desenganchaba de la piedra, pura verga cambiaba. Decidí internarme por mi propia voluntad porque ya me había cargado la verga. Estaba a punto de internarme en un anexo en Chiapas, mi familia andaba contenta porque me curarían, pero un vecino dijo que Cottolengo era el lugar indicado. Debí llegar un viernes a Cottolengo. Estábamos en la isla, Cozumel, subiendo mi maleta al carro cuando mi jefa se puso a platicar con una vecina. Aproveché y me metí a la casa, atranqué la puerta con una silla, bolseé a mi jefa con dos mil pesos y me brinqué por la casa de atrás y salí a la calle. Estuve perdido cuatro días. Me di mi despedida. Llegué aquí el martes, cuatro días después.

Fue lo mejor internarme. Ya estaba degradado como persona, no tenía valor moral, me humillaba para que me dieran dinero para comprar piedra. Terminé como terminamos los drogadictos que tocamos fondo: con una camiseta blanca del PRI y un pantalón todo dado a la madre; recogiendo colillas de cigarro, con la cara grasosa, los dientes llenos de masilla, desesperados por una moneda para comprar una piedra.

José, exmilitar del ejército mexicano, 30 años

Comencé como adicto a los 16 años. Trabajé en una tortillería para llevar el dinero a la casa. Conocí gente, veía que tomaban; inicié tomándome un vasito de cerveza. Recuerdo mis primeras borracheras. Mi mamá se enojaba para que yo dejara de emborracharme, pero se cansó primero ella, yo seguí bebiendo. Probé la mariguana y empecé a fumarla muy seguido; llegaba a la casa y me cenaba todo lo que encontraba. Ya no me gustó. Seguí bebiendo y probé la cocaína; me enganché por el ritmo agradable que te da. Tenía como 17 años y me fui a vivir a Playa del Carmen a trabajar en un hotel en limpieza. Seguí metiéndome coca y la dejé un rato para entrar al ejército en Valladolid, Yucatán. Cuando eres militar te puede surtir de todas las drogas, uno mismo va a buscarlas en los operativos. Nunca se entrega todo a la PGR, uno se queda con una parte de mota, cristal, heroína o coca; algunos militares son adictos a la heroína.

Estuve destacamentado en Sinaloa y Nayarit, ahí era donde más nos quedábamos con una parte de la droga. Luego me pasaron a Durango y empecé a fumar cristal del que quitábamos en los operativos. A los 23 me dieron de baja del ejército porque salí positivo en el antidoping. Puse un negocio, una llantera, pero el cristal y la cerveza me tenían muy consumido y quebró el negocio. Regresé a Umán, a mi pueblo, pero mi mamá ya había muerto y yo andaba sin un peso, como pordiosero. Un primo de aquí de Mérida me dijo de Cottolengo. Me trajo convertido en un trapo, todo tembloroso por la abstinencia. Tengo ocho meses sin drogarme ni tomar trago. Ahora soy panadero, tengo 30 años.

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"Tocas fondo cuando te empiezas a juntar con el Escuadrón de la Muerte":  Charro, 24 años

Empecé a ser un hijo de puta desde morro. Desde entonces estaba destinado a ser un alcohólico y drogadicto de piedra, pingas y marihuana. Siempre me ha valido verga. Desde morro si las cosas no se hacían como quería hacía berrinches hasta que mis padres me cumplían. Cada que me querían pegar salía corriendo y no volvía o me trepaba a los árboles hasta que se según yo se habían calmado las aguas, pero de todo modos mi mamá me daba mis putizas. Corría a meterme entre las patas de mi papá; él nunca me pegaba, me defendía y se peleaba con mi mamá porque ella me pegaba.

Ya estaba enfermo desde chavo. Tenía 15 años y veía pornografía, o miraba por una ventana como a mi carnal se la mamaba un puto. Una vez entre en verguiza al baño porque me andaba orinando y apenas abrí la puerta vi que mis papás estaban cogiendo; salí corriendo. Desde ahí comenzó a crecer mi enfermedad, mi mal juicio. Tengo dos primillos menores que yo. Jugaba con ellos y empecé a hacer mis chingaderas, ellos tenían como 10 y yo 15. Les pedía que me mamaran la verga o yo se las mamaba, mi mente estaba dañada, no sabía lo que hacía. Varias veces intenté acercármele a una primilla, pero nunca dejó que me la cogiera la hija de su puta madre.

Una vez una tía me halló con mis primillos en una casa en construcción: nos la estábamos mamando. Mi tía me pegó una putiza, nomás alcancé a subirme el  shorsillo y salí corriendo a mi casa. Mi tía me siguió y le contó a mi papá las puercadas que andaba haciendo con mis primos. Esa vez me pegó mi papá una verguiza que hasta mear me hizo, temblé y grité como si me estuvieran matando.

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Le dejé de hablar por varios meses, siempre he sido muy orgulloso. Desde ahí ya no me funcionaba el sano juicio. Ya estaba destinado para esta madre de la drogadicción.

A veces con otros primos nos íbamos a jinetear, pero no faltaba el primo mayor que comenzara a chingar. En ese tiempo yo tenía miedo de montar caballo y me decía mi primo mayor: "o te coges a una becerra o montas a caballo". Como tenía miedo, ya me ves haciendo esas mamadas, esas puercadas. ¡Qué dado a la madre estaba!, ya mi mente estaba muy enferma. Meterme con un chingado animal, tiene un nombre esa enfermedad, pero no me acuerdo como se llama.

Está de la verga recordar el mal sano juicio que he tenido. He sido ingobernable hasta su puta madre.

Cuando te comienzas a juntar con el escuadrón de la muerte, sabes que tocaste fondo. Escuadrón de la muerte le decimos a los que andan juntando fierro, cobre y aluminio para vender en las chatarreras y sacar para la piedra y el alcohol. El sano juicio está de la verga. Empecé a ser un hijo de su puta madre desde morro. Me dicen  Charro, tengo 24 años.

"Me drogaba con piedra, mariguana, pingas, pokemones y chemo":  Monki, 21 años

Mis papás están separados. Mi papá es alcohólico y drogadicto. En la actualidad vive con un puto. El puto se lo llevó a vivir con él. Mi mamá es alcohólica, le gusta la cerveza. Desde que era chavo mi hermano fumaba mota. Lo miraba irse al patio de atrás y me preguntaba: "¿qué es eso que fuma el hijo de puta que huele como a zacate quemado, como a chile?"

Tuve familia, trabajo, estudios de primaria. Entré a la secundaria y me empecé a juntar con los chavos que se juntaban en el parque; veía a las viejas, el desmadre. Dejé de entrar a clases de secundaria, me brincaba la barda de la escuela. A los 13 años comencé a reventarme, a fumar mota, a tomar cerveza. Mi papá compraba una canastilla y si quedaba una cerveza me la tomaba. También le robaba la mota a mi papá o a mi hermano; dejaban la bacha en el cenicero y cuando se dormían me la llevaba.

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PINGAS

A los 15 años le ponía a la mota y a las  pingas. Las pingas (rivotril, clonazepam) te meten ganas de robar, estás como apendejado, te dan para abajo. Andaba de novio con una chava. En una borrachera, en casa de mis suegros, metí dos goteros de clonazepam a las caguamas que se estaban tomando ellos, mi novia y yo. Todos nos drogamos, pero ellos no supieron con qué. Mi suegro se quedó tirado en el sofá y mi chamaca se fue a dormir a su recamara. Pasé por la puerta del cuarto de mi suegra y estaba privada, como muerta. Entré, la manoseé, la empeloté y le clavé la verga. Me cogí a mi suegra, Padrino. También les robé el ventilador de la sala, un celular y la televisión. Salí a la calle y agarré un taxi para irme a venderlo todo. Me dieron una chingada meada: 200 pesos por las cosas; todo lo compré de piedra (cocaína fumada). No sé qué pedo conmigo, Padrino, ya estaba mal. Al otro día me agarró la judicial y me llevó al bote. Mi suegra me acusó de robarle cinco mil. Intentaron acusarme de violación, no por mi suegra, sino por mi chava que era menor de edad, pero también yo lo era, tenía 17 años; aparte, la chamaca se acostó conmigo porque quiso. Lo bueno que llegó una licenciada del DIF y me soltaron. Continué en el desmadre, Padrino. Comencé a robarle a mi jefa, a bolsearla. Visitaba a mi abuela y le sacaba dinero de la cartera; le vendí sus ollas, sus animales; mamada y media le robé.

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POKEMONES

Dejé de meterme pingas para meterme  pokemones. Son unas pastillitas "beichesitas" . El clonazepam te trae apendejado y los pokemones no te dejan dormir.

"En la Farmacia del Ahorro pide Hipokinon (medicamento para controlar el síndrome de párkinson), no te piden receta. Te cuesta 150 pesos la caja y trae 50 tabletas", me dijo un camarada del barrio. Ahí voy como pendejo, todo sudado a comprarlas. Rolé entre la banda las pastillas y nomás me quedé con una tira. Me tragué una y sentí que no me hacía nada, nomás me resecó la garganta. Me tomé otra y sentí que me explotó, ¡vergas, puta madre!, se me empezó a ir la onda, comenzó a latirme el corazón en chinga, no me hallaba, me sentía inflado. ¡Puta, no sabía qué vergas!, escuché voces, no pude dormir en toda la noche; tenía mi boca, mi garganta seca, mis labios cuarteados. Tomaba agua y no se me quitaba la sed, sentí que me andaban siguiendo y salí a la calle con un palo de escoba: "ahí viene  El Gallito y me quiere machetear", pensaba. Esa fue la primera vez que probé los pokemones.

La segunda vez me tragué cinco pokemones. Estaba en mi cuarto y alucinaba que caían personas de unos árboles que también alucinaba; escuchaba voces y miraba las sombras de las voces. No volvía del viaje, estaba pajareando, me paré y fui al cuarto de mi mamá; estaba acostada en la hamaca. Me acerqué a ella y la agarré del cuello y comencé a jalarle el cabello, a gritarle que era una maldita puta, que por su culpa yo estaba así. Le quité la blusa y su falda; pensó que la quería violar, no estaba en mis cinco sentidos, estaba muy psicotrópico, pensaba que mi mamá era mi ex novia. Amanecí en la cárcel bañado en sangre y con un tubazo en la cabeza. Mi hermano y mi tío me estropearon por lo que le hice a mi jefa; fue una verguiza, me partieron la ceja, me patearon. Cuando desperté no recordaba nada. Pero la mente es una computadora, comenzaron a llegarme los recuerdos. Ahora cierro los ojos y veo cómo le di en la madre a mi jefa, cómo aporreé el ropero, cómo pateé todo.

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Salí de la cárcel dos días después. Seguí en el desmadre. Cumplí los 18 y comencé a asaltar, a robar con la banda, a tatuarme: primero un pentagrama, luego un diablo, luego la Santa Muerte. En mi alucín de drogas pensaba: "si baja Dios le canto un tiro y si baja la virgen me la cojo".

PIEDRA

Después de los pokemones probé la piedra. Me gustó la sensación de estar entumido, lo malo es que a los cinco minutos aterrizas y sientes la ansiedad de quererte fumar otra piedra. "Pues, ¡chinge a su madre, fuerzo la puerta de la casa de mi mamá!", pensé. Ya no vivía con ella y no tenía llaves. Con un palo de escoba hice un hueco en el cristal y por ahí metí la mano para forzar la puerta. Con un diablito saqué la televisión, el refrigerador, el microondas y la lavadora.

"Entraron, forzaron y se llevaron lo que había", le dije a mi mamá cuando llegó de trabajar. Empezó a llorar en el patio de la casa, pero yo no sentía nada, me valía madres. Una viejita de la casa de enfrente que no se quitaba de la ventana cruzó la calle y le dijo a mi mamá: "yo vi que tu hijo sacó todo". Pensé en estrangularla, ¡maldita anciana de 70 años! Mi mamá comenzó a abofetearme y a pegarme con un palo. ¡Puta, chavo!, me subí al techo y cuando me bajé todavía seguía alterada, cabrón. ¡Puta, le llamó a la policía!, me sacaron de la casa y me llevaron al bote. Al día siguiente regresé ya limpio, sin pastas, ni mariguana; en mis cinco sentidos.

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"¿A dónde llevaste las cosas?, ¿dónde las vendiste?, ¿en cuánto las diste?, ¿quién las tiene? ¡Contéstame Raúl, soy tu madre!", decía mi pobre jefa. ¡Puta, cabrón! No le quise decir la verdad: que las tenía el vecino, que se las empeñé para comprar piedra. Pinche vecino, se pasó de vergas, no las quiso devolver y mi jefa no quiso que me volviera a parar en la casa o me iba a refundir en el bote. Me fui a vivir con unas tías.

Entré a trabajar a una chatarrera, tenía buen puesto, hacía los inventarios, pero me dieron calle. Me corrieron por robarle al patrón y me demandaron. Ya no regresé ni por mi finiquito. Eso fue en noviembre. No me daban chamba y me puse a robar bicicletas con un compañero que venía de Cancún. Llegábamos a Donosusa (tienda de abarrotes) o a los Oxxos y con cizalla, uno tronaba las cadenas o botaba los candados y el otro se llevaba la bicicleta; las pintábamos y las vendíamos en el tianguis. También le robábamos las pilas a los vochos; mamadas así para hacer dinero. A ese vato le dieron tres años en el penal, ¡vergas cuando me enteré, me  psicoseé! Me enteré de que me anda buscando la tira para encerrarme.

Yo era de los Neighbor y si mirábamos en la calle a alguien de la Sur 13, lo vergueábamos y le quitábamos dinero, celular, camisa, tenis; después unos putazos para que se educara, así me lo hicieron a mí y por eso yo lo hacía. Una vez asaltamos a una chava ahí por Circuito Colonias, porque el vato que andaba con ella era de la banda contraria: lo golpeamos y mis camaradas se agandallaron a la vieja. La vieja traía un bebé recién nacido en brazos, se nos cayó al piso y casi matamos al bebé. Toqué un fondo de sufrimiento, Padrino. Vomitaba la comida, casi me da leucemia; llegué a pesar 50 kilos, cuando pesaba como 70.

CHEMO

Cuando chemeaba alucinaba que las hormigas me comían las orejas; dejaba de alucinar y me daba cuenta de que no era nada; volvía a chemear y sentía las hormigas en las orejas. Con el chemo caminas y sientes que eres un gigante que vive en la luna, cada paso que das es de aquí a media hora. Cuando reaccionaba ya estaba en el parque o en la esquina de mi casa, sin camiseta, con mi botella de chemo. Una vez estaba en mi hamaca chemeando, me quedé dormido y cuando desperté tenía la boca, la camisa y el pantalón lleno de chemo; creo que hasta me lo tomé, Padrino. ¡De la verga!

Mi tía con la que vivía trato de ayudarme cuando vio que estaba tocando fondo. "¿No quieres entrar a rehabilitación?", me preguntó, pero yo la mandé a chingar a su madre. "Yo nací para drogarme y voy a morir drogado", le gritaba, "quiero estar con la banda, sentirme vergas, ser parte de ellos, sentirme chingón, ponerme mi paliacate y verguear chavos".

Entre varias tías me ayudaron a pagar la renta de una casa en la colonia Vicente Solís. En ese tiempo tenía una chava, era drogadicta igual que yo y me la llevé a vivir conmigo. A mí me gusta que sean putas para hacerles de todo: cogérmelas de perrito y chuparles el hueso, Padrino. Mi chava me engañó, empezó a andar con otro chavo y la madreé. ¡Puta, quería matarlos, acuchillarlos y quemar la casa! Dejé de vivir en la Vicente, me sacaron cuando dejé de pagar la renta.

Fui a la casa de mis abuelos y me agarré a machetazos con mi hermano. Según él, yo me estaba cogiendo a mi cuñada, su novia. Y sí era cierto. Ellos también vivían con mis abuelos. Ella es bailarina y mantiene a mi carnalito; le dio casa, dinero y todo. ¿Qué harías si llegas a tu casa y está tu cuñada andando en calzón bien peda y se sienta sobre ti? A huevo que me la cogí, se me paró la verga, soy hombre; le clavé la verga. Llegó mi carnal y nos encontró y se me fue sobres y me dio un machetazo aquí en el brazo, aquí donde tengo esta cicatriz en forma de vagina. Salí de la casa corriendo en boxers. A los días regresé y lo macheteé en una pierna, regresé a joderlo.

DESINTOXICACIÓN

Critiqué a mi papá y salí peor. Me cogí a su novio el puto. Llegué a pensar que tenía sida de tantos putos que me había cogido sin condón. Me he aporreado a un vergal de putos: por dinero, por gusto, por drogas, por pendejismo. Mi naturaleza son las mujeres, pero si un puto me decía: "déjame chupártela y te doy 200 pesos", me dejaba que me la mamaran. "Clávame la verga y te doy 500 pesos", me decían y yo me los cogía. Al otro día la verga me apestaba a cagada y no se me quitaba ni bañándome. Pero no soy puto, mi naturaleza son las viejas. No sé si alguna vez me quedé dormido y me cogieron, no lo sé, puede ser que sí. Dicen que de tantas pastillas que me metí ya no puedo tener hijos, mi semen no es fértil.

Cuando estaba en desintoxicación alucinaba que una persona salía del ropero. ¡Puta madre la desintoxicación! Un compañero de cuarto Cottolengo me dijo: "pon tus chancletas en forma de cruz para que se vaya esa persona".

Ya acabé mis nueve meses y ya puedo salir a trabajar. Trabajo en una empresa de plásticos haciendo las botellas de dos litros. Sigo aquí porque tengo miedo de volver a drogarme, siento miedo de volver a lo mismo y acabar peor. Sufría, ya no era feliz, Padrino.

Llegué aquí flaco ojeroso y sin ilusiones y con los dedos quemados de tanto fumar piedra.