“Como yo, quiero que otros hombres trans transiten sin problema”: Dann Oliver
Fotos de María Fernanda Molins.

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“Como yo, quiero que otros hombres trans transiten sin problema”: Dann Oliver

"No creo ser parte de una nueva masculinidad, ni me creo pro igualdad de géneros. Creo en ello y respeto a las mujeres. Pero no me puedo poner la bandera feminista".

A primera vista, parece un tipo serio. En la esquina que comparten Balderas y Arcos de Belén, Dann Oliver descansa al lado de la fuente y saluda con una sonrisa tímida, casi forzada: "Hola". Pero el semblante rígido es sólo una apariencia: de vergonzoso, este chico trans tiene muy poco y eso lo demuestra de inmediato, apenas comienza la charla. Va al grano: "Sé que soy niño desde los cinco años", dice, y el tono de voz se eleva: "Entonces tenía dos primos de mi edad, niño y niña. Con ella nunca empaticé en los juegos, con él sí. Siempre peleé por tener carritos. En aquel momento, en mi casa era muy marcado el rol masculino-femenino, pero mi mamá nunca me impidió ser. Si me decían 'debes de jugar con tu prima', yo respondía 'no quiero'. Yo juraba que era niño".

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Es un hecho que todas las personas de alrededor ignoran que Dann, de 27 años, es un hombre trans. Si no me hubiera dicho por teléfono que portaba un pantalón negro y una camisa de cuadros verdes y azules, habría sido complicado identificarlo entre los otros varones que esperan en la esquina céntrica. Ahora conozco un poco más de su aspecto físico: Dann es robusto, de mediana estatura. Su cabello es semilargo en la zona superior, corto de ambos lados. Lleva una barba espesa que brotó hace unos meses, de golpe, tras más de un año de tratamiento hormonal. Dann es feliz de poder tocarla, acariciarla. "Cuando salió, me encantó. Yo quería eso. Antes me la quitaba porque se veían varios espacios vacíos, pero ahora es completa. También tengo vello en todo el cuerpo", comenta, ya más en confianza, mientras caminamos en busca de un lugar menos escandaloso.

A Dann Oliver le gusta hablar, expresar su opinión. En el parque San Pablo, extiende los brazos sobre el respaldo de la banca y dice que a los hombres trans no los hace invisibles la sociedad: "Nosotros tenemos la facilidad de pasar desapercibidos". De inmediato pasa a la crítica: "Para muchos chicos, es fácil hacerse o sentirse activistas, detrás de un monitor. Dicen: 'lucho por los derechos de hombres trans, pero no lo digo de frente, posteo en mi nubecita'". Y sustenta: "Conozco a varios que tienen dos perfiles en Facebook: uno donde se asumen como chicos trans, y otro donde se hacen pasar por hombres cisgénero, biológicos. Es como decir: 'sí soy trans, pero en la universidad no lo saben'".

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Dann calla unos segundos, respira hondo. Luego reflexiona: "Tan desapercibido pasas que la gente no tiene por qué saberlo. Si adquirimos esos beneficios que nos da ser hombre ante la sociedad, repetimos ese patrón de hombre, de…". Duda. "¿Machismo?", sugiero. "Sí, y otras cosas". Extiende la palma izquierda: "En mi caso, no creo ser parte de una nueva masculinidad, ni me creo pro feminismo ni pro igualdad de géneros. Creo en ello, soy consciente, respeto a las mujeres. Pero no me puedo poner la bandera feminista, o subir fotos de apoyo en las redes, porque adquirí beneficios de un hombre y reproduzco patrones. Sería tonto decir que formo parte del feminismo. Yo renuncié a eso: me estoy hormonando y luché por pasar desapercibido".

Esos comportamientos culturales adjudicados a los hombres y que él afirma reproducir, indica, no lo hacen sentir orgulloso: "Lo hago porque, en buena parte, me desenvuelvo en un mundo heterosexual. Antes no salía del Estado de México, ahora conozco más la Ciudad de México y trabajo con personas LGBT. Pero regreso al estado, donde tengo tíos con los que me llevo muy bien. Si vamos a beber alcohol y dicen que sólo podemos ir hombres y las mujeres se quedan en casa… Ha pasado. No estoy de acuerdo, pero me voy con ellos. No me quedo con prima, en señal de solidaridad. ¿Ya me explico?"

Tras la breve pero contundente declaración, Dann se relaja. No cabe duda de que no le da miedo hablar. Ahora admite que es, o era, un hombre celoso con sus parejas. "A veces todavía lo soy, con mi novia. Pero ya lo trabajo, ya no lo soy tanto", dice, con cierto aire glorioso.

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                                                                    *** En su infancia en Naucalpan, Dann Oliver no estaba de acuerdo con que lo llamaran niña. Y lo expresaba con acciones. A los seis, solicitó a su mamá calzones de niño. Ella no tenía problema en complacerlo, pese a la intervención de los tíos de Dann. "No está bien", afirmaban. "Yo hago lo que a mi hija le dé felicidad", respondía. La familia está conformada por profesores de educación básica. La casa estaba repleta de libros, entre ellos manuales sobre cómo abordar con los niños la sexualidad. Dann hojeaba, leía atento, observaba. Y un día se animó a preguntarle a su mamá por qué no tenía pene. "Las niñas no tienen y tú eres niña". A Dann no le satisfacía esa respuesta.

En las clases de natación, advertía, con envidia, el bulto entre las piernas de su primo. Quería uno igual. En la escuela, se sentía incómodo con falda y lo comentó a su mamá. Ella avisó al colegio privado que su hija Daniela, su nombre entonces, iría de pantalón. "Ya era masculino", dice Dann. Con los otros niños jugaba cartas, tazos, y se incorporó al equipo de futbol varonil. Su mamá hacía lo posible porque nada se le impidiera. A los ocho-10 años, Dann se ponía nombres masculinos en los juegos. Poco a poco, sin que lo demandara, todo mundo comenzó a llamarlo Dan. "Aunque en mi familia no me trataban de 'él', y a pesar de que esos dos tíos marcaban mucho el rol, nunca nadie me hizo sentir fuera del sitio en que yo sentía que debía estar", dice y sonríe al recordar que su abuela le obsequió sus primeras camisas con las estampas de Batman y Superman.

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En quinto de primaria, Dann se enteró de que pronto se manifestarían cambios físicos y él estaba seguro de que eso no le correspondía. No los quería.

En la secundaria, apenas hubo novedades. Dann compartía aulas con sus compañeros del kínder y la primaria, y a nadie le incomodaba que siguiera con pantalón. "Para todos, era Dan. Una maestra se dirigía a mí como 'ella', pero mi mamá le explicó que a mí no me gustaba, que mientras yo descubría qué pasaba conmigo, me dijera Dan. Ese fue un ambiente de mucha libertad", reconoce. Cuando ingresó a una Vocacional, Dann imaginó que esos privilegios se esfumarían. Todo cambio trae consecuencias, a veces negativas, pensaba. "Me asustó tener nuevos compañeros. Iba a dejar todo lo que conocía. Nunca había salido de mi burbuja en el Estado de México, donde jamás sufrí discriminación o violencia. Por eso tenía miedo de enfrentarme a un mundo que no conocía". Pero Dann se equivocó. En la preparatoria, sus nuevos amigos no lo cuestionaron, dice. De nuevo pasó inadvertido.

Pasaron los años y la regla no llegó. A Dann le diagnosticaron pubertad prematura y el médico propuso a su mamá someterlo a un tratamiento hormonal para que bajara la menstruación. "¿Tú quieres eso?", preguntó a quien consideraba su hija. "No quiero medicamentos, así estoy bien". Cuando la preparatoria concluyó, Dann tuvo novia por primera vez pero no se asumió lesbiana. Para sacarse la duda, su mamá le preguntó si lo era. Él respondió con un rotundo no. "No lo digas, no me gusta nombrarme así", tajó. "Ya entonces estaba seguro de que no era mujer, pero la palabra trans no figuraba en mi vida".

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Conoció y entendió esas cinco letras cuando anunciaron en la televisión un documental cuyo título atrajo potentemente su atención: El niño que nació niña, que cuenta la vida de un chico trans y el apoyo que su familia le brinda para transitar. Dann se identificó de inmediato y decidió mostrárselo a su mamá. Madre e hijo vieron la cinta y, cuando terminó, ella echó a llorar. "¿Es esto?", preguntó. "Supongo que sí", respondió Dann, excitado. "¿Supones?". "No… es que nunca había visto algo igual".

Dann tenía 19 años: casi dos décadas de ignorar la palabra que lo definía. Con excepción de un primo gay, "igual de closetero que yo", indica, no conocía a otras personas de la comunidad LGBT.

"Necesitamos ir al psicólogo", advirtió su mamá. "Mi primo me decía que lo iban a mandar al psicólogo y lo iban a tratar de loco. Pensé que eso mismo me pasaría a mí", recuerda. De nuevo se equivocó. La intención de su mamá era que, con ayuda de terapia, Dann se encontrara a sí mismo. El médico no tuvo duda: "Dann es un hombre trans", confirmó. "Tenía 20 y hubo una liberación. Me sentí muy a gusto. Ni siquiera necesitaba las hormonas. De hecho, apenas hace dos años comencé el tratamiento".

Dann acudió al consultorio del psicólogo hasta los 22 años y después visitó a una tanatóloga. Trabajó emociones, sentimientos y, poco a poco, comenzó a dirigirse a sí mismo como él. "Y mi mamá hace su mayor esfuerzo para hablarme así, desde hace año y medio me dice hijo. No me quejo. Si yo tardé 20 años para encontrarme…".

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Su transición de vida se divide en tres partes. La primera, a los cinco años, al darse cuenta de que era niño. La segunda, cuando se confesó con su mamá. Y la tercera, hace dos años, tras ingresar a la brigada de diversidad sexual del Instituto de la Juventud, donde aborda temas de sexualidad, transexualidad, discriminación y violencia en la pareja. "Cuando llegué ahí, me tumbaron mi mundo. Yo me veía como el chico buena onda, atento, pero en la brigada me vi como un machito misógino. Si daba el paso a una mujer, ella me decía que no era su guardaespaldas".

Dann se cuestionó lo aprendido en casa. Su mamá, por ejemplo, le advirtió que si había decidido ser hombre, ahora tenía que mostrar fuerza, vigor. Le ha dicho: "Ayuda a tu prima, ella no puede cargar, tú sí", o "Ve con tu abuelo a arreglar eso, ahora eres hombre". Pero Dann se siente cómodo con ese trato: las mujeres se ocupan de las tareas de la casa y él y sus tíos fungen casi de supervisores. "Uno de mis tíos, con quien me llevo muy bien, ahora me trata diferente. Se burla de mí, cosa que antes no hacía. Con sus amigos me presenta como sobrino, aunque ellos me conocieran de chica. Él me introduce a un mundo donde me siento a gusto con otros hombres, y ese respaldo familiar ayuda mucho a lidiar con situaciones de fuera: no me costó conseguir trabajo y apenas hace dos meses hice el cambio legal de mi nombre".

A Dan le agregó una n. Oliver es el apellido de su abuela.

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Dann Oliver es un hombre trans heterosexual, y cuenta que, si conoce a alguien y ambos se agradan, tantea qué tanto conoce esa persona sobre la comunidad LGBT. "Checo si está sensibilizada sobre los temas que trabajo. Después le informo quién soy. Si no le gusta, digo adiós. No me clavo. Si no tiene problema, seguimos". Tratar a una mujer es más fácil para los hombres trans, afirma: "Por el constructo social, hay más comprensión y ellas son más accesibles. Es distinto si un hombre heterosexual va en la calle con una mujer trans. Lo tacharán de gay porque la mayoría dirá que una trans es un gay vestido. Si a un hetero le dices eso, lo hieres".

                                                                    *** Dann Oliver es médico y quiere especializarse en endocrinología: desde los 20 años transita, pero apenas hace dos comenzó el tratamiento hormonal, conoce el procedimiento. Él no tuvo prisa, pero ahora sabe que, en un año, se invierten unos 10 mil pesos. Para comenzar la hormonización, se gastan al menos 4 mil 500: el estudio sanguíneo y los ultrasonidos pélvico, mamario, de colon, bilis e hígado cuestan mil 500 y hay que desembolsar otra cantidad igual en la primera cita con el especialista. Luego, regresas al consultorio las veces que sean necesarias y se efectúan estudios de sangre trimestrales para checar los niveles de testosterona.

El joven doctor explica: "La hormona más económica es de 250 pesos y en promedio debes inyectarte una cada 20 días. Depende de las necesidades, a nivel social y físico. Yo soy el endocrinólogo de otros chicos trans. Si quieren tener bebés, los hormonizo de cierta manera para que el útero no se atrofie. Si alguien toma esa decisión, suspendo las hormonas, el útero trabaja y programamos el embarazo. Si esa persona, después de lactar, ya no quiere otro hijo, puede efectuarse la mastectomía y hasta remover el útero. O quedarse con él y seguir el procedimiento".

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La clínica Condesa, expone, ofrece tratamiento gratuito a las personas trans. El único inconveniente es que, por la demanda, a veces escasea el medicamento.

Hormonarse implica cambios emocionales, y no siempre amistosos: "Te puedes volver más agresivo. En mi caso, en los primeros seis meses estuve a la defensiva, no quería que nadie me tocara. Una vez me peleé con mi tío porque no aguantaba la carrilla". Pero Dann ha aprendido a mediar la situación y a comprender la hormonización: "Si la testosterona baja, hay síndrome premenstrual y el humor cambia. Empiezan los dolores, cólicos. Es algo tremendo que te vuelva a bajar la regla. Te deprimes. Por eso es necesario el control médico".

Sabe que muchas personas se autohormonan, pues no se requiere receta. "Si quieres hacerlo de manera independiente, debes aprender. ¿Qué hace un endocrinólogo? Mediar lo que ve en el estudio y lo que tú le cuentas. Si aprendes a leer el expediente y a conocerte, puedes llevar una buena hormonización. Pero no lo sabemos hacer. Queremos cambios rápidos, al instante. Los chicos quieren barba y se administran medicamentos que no deben".

Dann también quiere enfocarse en pediatría y trabajar las infancias trans. Conoce dos casos: el de un niño trans en Pachuca y el de una niña trans en Toluca. Ha charlado con los papás, a quienes les pregunta cómo asumen la transición de sus hijos.

Tras la lección médica, cuenta que ofrece charlas sobre transición: "Aunque siempre insisto en que no represento a una persona trans en México, y me gustaría que hubiera muchos más que no representen, que transiten sin problemas, como mi caso. Mi mamá y familia crearon un mundo en el que nadie me hizo daño. Y lo agradezco, porque eso me dio un poder que me hace sentir respaldado. No me da miedo ser un hombre trans visible. De hecho, yo peleo porque los hombres trans nos hagamos más manifiestos en los ámbitos social, escolar, laboral". Es difícil, reconoce, "y aprendí a asumir eso. Yo pensaba que todos habían tenido mi suerte, pero conocí a chicos que viven solos en la ciudad porque sus papás los corrieron de su casa. Somos pocos los privilegiados, pero ¿por qué tenemos que ser pocos? No sabes si un trans será tu sobrino. Yo trabajo en un grupo llamado Escuadrón T, buscamos trabajar sólo con trans, porque existen organizaciones LGB y no siempre meten la t".

En cuanto a sus "comportamientos machistas", indica, "hubo un cambio. Me desenvuelvo en un mundo LGBT con montones de amigas feministas, y he aprendido a mediar. Fui un machista y ahora ya no tanto, aunque a veces no lo puedo controlar del todo. Si tu perro se muere en el hospital y lloras, es probable que alguno de los hombres presentes te diga que no lo hagas. Y reprimes el llanto. Quiero decir: la misma sociedad te empuja".

"Tú, ¿te has autoreprimido?", pregunto a Dann. "Sí, muchas veces. Cuando mi tío me asumía en un rol femenino, decía: 'No te preocupes, llora'. Ahora que me ve en masculino, casi ordena: 'No llores'. Mejor no lo hago, para que no se burlen de mí. Me ha pasado. Vivo esa onda machista, lo admito, pero, como decía, trato de no replicar. No ejerzo violencia hacia otras personas, o trato. Eso sí, nunca me he interpuesto en la lucha de las mujeres por la igualdad de género, ni le he faltado al respeto a sus ideales".

"Quizá algunos hombres cisgénero no tengan remedio en su machismo, pero habría que abogar por chicos trans no machistas, ¿no?", comento al final. Dann sonríe y durante algunos segundos parece meditar: "Sí, más vale".