Tenis 0 – postureo 15: una tarde de pijerío en el trofeo Godó

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Tenis 0 – postureo 15: una tarde de pijerío en el trofeo Godó

Fui al Trofeo Conde de Godó pero no a ver tenis, sino a codearme con los ricos y famosos, gorronear y sentirme como parte de la burguesía catalana por un día.

Todas las fotos por la autora

La semana pasada se disputó el torneo Conde de Godó en Barcelona. Un torneo que, más allá del tenis, la competición y todos esos rollos, destaca por ser una de las fechas señaladas entre la élite barcelonesa, que gusta mucho de codearse con los deportistas internacionales, famosillos y gente guapa que aparece por ahí.

Como yo tenía ganas de tocar un poquito de ese cielo solo apto para los mejores -o al menos para los que más pasta tienen-, un mundo de lujo y glamour, el miércoles me puse mis mejores galas y me planté allí. Me las puse porque me obligaron, no porque me hiciese especial ilusión. Mis zapatillas cómodas y mi camiseta básica no tenían cabida allí. Mi deslumbrante acreditación plastificada sí.

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Mientras seguía absorta pensando en mi reciente -y falso- ascenso social, un chico muy guapo me cogió las cosas y se las llevó a una garita de seguridad. A partir de ahí sería otra persona, ese día iba a ser la viva imagen de la parte pija de Barcelona, iba a participar en el evento baladrón por excelencia y me embriagaría de elitismo y pasta gansa. Me encantaba esa idea.

Decidí empezar fuerte y me fui directa al restaurante del Village, el espacio VIP del torneo, el sitio en el que todo el mundo que cree que es alguien en la ciudad quiere estar. La gran demanda para acceder a esta zona ha provocado que año tras año se vaya ampliando y a la organización no le ha quedado más remedio que crear otro espacio paralelo en el que colocar a todos los quiero-y-no-puedo.

Cuando entré, unas azafatas enfundadas en una americana beige con coderas -al más puro estilo ecuestre- me saludaron amablemente y me indicaron el camino. Ahí dentro me sentí bastante intimidada entre tanto pibón. Apostaría mi cabeza a que había bastantes chicas que eran escorts. Se lo pregunté amablemente a una de ellas pero mi intento de conversación fracasó. Me dijo que nos veríamos después si yo quería. No hubo después aunque yo sí quería.

Dentro del Village me encontré con otro ejemplo de marginación de clase: los más ricos entre los ricos tenían un restaurante aún más VIP. La pugna por ver quién era el más exclusivo no acababa aquí: cada marca presente en la división Premium contaba con su refinada terracita, repleta de figurines posando con una copa de champán rosé.

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La raza humana demostró otra vez que si existen divisiones de algún tipo son las que separan a los que tienen mucho de los que no.

Llegó el momento del espectáculo. Rafa Nadal jugaba contra Marcel Granollers. El gato contra el ratón. Era como un combate de gladiadores pijos vestidos con ropa deportiva cara en el que, mientras ellos se despellejaban en la arena -metafóricamente, claro-, los poderosos que observaban la liza aprovechaban también para zanjar negocios mientras corrían las botellas cava.

Lo que llama más la atención es que estas reuniones prosiguen cuando empieza el juego. Tenis cero, postureo quince.

José María Gay de Liébana, uno de los economistas más mediáticos del momento, era uno de los que estaba de cháchara en el palco. Junto a él estaba Xavier Pérez Esquerdo, del programa La Segona Hora, de la emisora de radio RAC1, quien me aseguraba que "lo importante es el ambiente que se respira en el Godó" a lo que Gay de Liébana le contestó medio en broma medio en serio: "tú sabes que aquí no puede entrar todo el mundo, lo ideal para hacer negocios es comer en el restaurante del Village. El que va a un frankfurt la caga. Aquí está todo el poder representativo y se cierran negocios. El que no está en el Village, no está en el mundo".

Xavier Pérez Esquerdo y Gay de Liébana

Me acerqué al garito más próximo al terreno de juego. Por aquel stand de apariencia discreta se fueron pasando algunas personalidades del mundo del deporte. La primera a la que vi fue Anna Tarrés, la exseleccionadora española de natación sincronizada, que no podía ni verse con su antiguo equipo que también estaba por ahí. La nadadora Melani Costa también estaba, me la encontré custodiada por Santi Nolla, el director del Mundo Deportivo.

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Entre la muchedumbre vi a dos chicos altos y mi sexto sentido me indujo a pedirles una foto porque estaba bastante segura de que eran famosos. Uno de ellos, muy amable, rodeó mi cintura mientras nos la echaban. Luego descubrí que era Víctor Claver y que quien estaba a mi derecha pasando de la foto era Ricky Rubio.

Ricky Rubio y Víctor Claver. Nada de bromas con mi estatura

Por ahí también deambulaba, compartiendo con su séquito palmaditas y risas cómplices, el rey de copas del cachondeo, un seductor por naturaleza, el tiburón blaugrana, el autor de la ya emblemática frase "al loro que no estamos tan mal", el presidente más emblemático -y mediático- que ha tenido un club de fútbol en los últimos años: Joan Laporta. Jan para mí, que ya nos conocíamos de antes.

Nuestra conversación fue más o menos así:

- Hola, ¿qué tal guapa?

- Bien, ¿y tú?

- También bien… Oye estás muy guapa, ¿eh? ¿No te han tirado los trastos aún hoy?

- Pues no… esperaba a que tu me los tiraras

Ya veis, un hombre que sube la moral a cualquiera. En fin. Nuestra conversación se selló con una foto y su propio comentario: "qué buena pareja".

La verdad es que salimos muy bien los dos

Después de lo que para mí fue el momento álgido de la jornada podía haberme ido contenta para casa, pero decidí quedarme un poco más.

A la orden del día estaban los comentarios despectivos sobre los no-ricos que "se cuelan porque a alguien de la onda le sobraban invitaciones". No creo que haga falta añadir nada más.

Al poco tiempo, y por suerte para mí, un chivatazo me alertó de cual iba a ser el recorrido de Rafa Nadal después de haber ganado el partido -¿os habíais olvidado ya de que esto iba de tenis?- y me dirigí a ser parte de la masa de fans enajenados que también se habían enterado de por dónde iba a pasar su ídolo. Mientras tanto, otros que no se habían enterado seguían esperando que saliese por la puerta grande.

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La cara de la guardia de seguridad lo dice todo

Pude ver a Rafa entre móviles de ultimísima generación sujetados por mocosos deseosos de una muestra de atención por parte del tenista que, escoltado por varios guardias de seguridad, intentaba corresponder a sus aficionados. Un niño de unos diez años fue embestido por una mujer adulta con los labios llenos de botox. El muchacho rompió a llorar con el efecto retardado que caracteriza a los infantes pero por suerte, la guardia de seguridad pescó al crío y lo dejó a salvo con su padre.

Mientras tanto el de Manacor consiguió refugiarse en otra zona aún más VIP dentro de la propia zona VIP. Aquello era como una matryoshka diseñada para separar a la gente de pasta y solo unos pocos afortunados pudieron compartir sede con el triunfador después de la victoria. El banco que lo patrocina dio una fiesta solo al alcance de los grandes inversores, un selecto grupo de chicas guapas y un grupo aún más selecto de gente que consiguió colarse echándole morro.

Todo aquello me había hecho sentir rica pero también me había hecho sentir hambrienta. Eran casi las siete de la tarde y aún no había comido, solo había picado de los snacks que daban en los stands, cual rancia y gorrona. Pensé en dar otra vuelta por el recinto y picar un poco más pero acabé pasando. Esperé a comerme un buen bocadillo de lomo con queso en el bar de la universidad que había al lado. Aquél era mi verdadero Village.