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Cultură

Así es crecer en la mafia

Frank DiMatteo nació en Cross Street, en el barrio de Red Hook, y creció en el seno de una familia de sicarios. A sus 58 años, se jacta de seguir vivo y coleando, no com otros de sus contemporáneos.

DiMatteo (extremo izquierdo) y su grupo hacia 1970. Imágenes cortesía de Frank DiMatteo

La gran pantalla siempre ha tendido a rodear a la mafia de un halo romántico, perpetuando muchos de los mitos y las historias infames que circulan sobre esta organización. Estas representaciones de la cultura pop ensalzan el estilo de vida de los gánsteres y sus valores de respeto y "honorabilidad". Sin embargo, la realidad casi nunca se parece a lo que vemos en Uno de los nuestros o El padrino. La vida es dura en las inhóspitas calles de Brooklyn, y a veces unirse a la mafia es la única opción.

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Frank DiMatteo nació en Cross Street, en el barrio de Red Hook, y creció en el seno de una familia de sicarios. Cuando pasas la infancia sufriendo pellizcos en las mejillas propinados por Crazy Joey Gallo hasta que te saltan las lágrimas, la vida toma un cariz muy distinto. En su nuevo libro, The President Street Boys: Growing Up Mafia, publicado el 26 de julio, DiMatteo explica cómo es vivir entre los miembros de la élite de la mafia.

Su padre y su padrino velaban por el cumplimiento de los designios de los temidos hermanos Gallo. Su tío fue guardaespaldas de Frank Costello y el capo de la familia criminal Genovese. DiMatteo dejó los estudios muy joven y comenzó a relacionarse con la familia Gallo —también conocida como los chicos de President Street—, una facción de la familia Colombo.

Durante su adolescencia, ocupó siempre un lugar privilegiado cuando los Gallo iniciaron una guerra por el control del clan Colombo.

DiMatteo se considera un "superviviente" de la mafia. A sus 58 años, se jacta de seguir vivo y coleando cuando muchos de los suyos han acabado en el maletero de un coche o arrojados a la bahía de Sheepshead.

A diferencia de muchos mafiosos que han relatado su historia, DiMatteo no es ninguna rata. Se apartó del crimen organizado a principios de los 2000 con la integridad intacta y sigue viviendo en su Brooklyn natal.

Hablamos con él para que nos contara cómo era trabajar para la mafia en su época de máximo esplendor, cómo cambiaron las cosas con el movimiento cultural de la década de 1960, qué opina de la mafia moderna y por qué creó Mob Candy, una revista sobre la cultura de las organizaciones criminales.

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VICE: ¿Cómo viviste lo de criarte en una casa de mafiosos en el Brooklyn de los sesenta y setenta?
Frank DiMatteo: A los ocho o nueve años, me importaba todo una mierda. Estaba muy ocupado siendo un niño. No entendía de qué iba todo eso de la mafia porque tampoco me lo habían contado y en aquella época la gente no tenía un libro o un periódico delante de las narices a todas horas, como hoy día. A los diez, empecé a darme cuenta de que mis tíos eran muy distintos al resto de la gente. Se pasan el tiempo hablando en susurros y recibiendo a gente de fuera. Incluso visten de forma distinta a los demás. A los doce o trece años, ya sabía quién era cada cuál. A los trece ya sabía conducir y empecé a aprender mis primeras lecciones de vida. Por entonces ya era plenamente consciente de lo que pasaba. Tenía prohibidas ciertas cosas, pero no muchas. A los trece no salía a matar a nadie, pero sí que les acompañaba siempre a los clubs. Les llevaba en coche de un sitio a otro, porque era alto. Tenía un aspecto muy parecido al que tengo ahora, pero mucho más joven. Con trece años medía 182 cm. Esos tipos iban a un montón de restaurantes, clubs y bares de striptease, así que aprendí mucho llevándolos a esos sitios.

Mi padrino es Bobby B. Estuvo trabajando para los G. Lo apreciaba mucho y él quiso ser mi padrino. A principios de los setenta, estuve un par de años trabajando de chófer para él. Era todo un personaje, un asesino a sangre fría, pero también tenía una faceta de bromista que lo hacía parecer un verdadero esquizoide. El tipo era divertido si le pillabas el rollo. Pero si no lo conocías, no había forma de entenderlo. Esta gente está hecha de una pasta especial.

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DiMatteo (el tercero por la derecha) en el club San Susan, hacia 1977

¿Era como un trabajo normal? ¿Fichabas para entrar y salir? ¿Sabías qué tenías que hacer cada día?
Nadie venía y te decía, "Frankie, muchacho, te voy a contar paso a paso lo que vamos a hacer hoy". No hace falta que vayas contándole a todo el mundo lo que vas a hacer en todo momento. La gente que pide mucha información me da miedo, porque no estábamos ahí para eso. Se suponía que yo no tenía que saber una mierda de nada. Si no me incumbía, tampoco tenía por qué saber nada. La gente me contaba todo tipo de historias, y yo les decía, "Pero ¿cómo sabes todo eso, joder? No tendrías que saberlo".

¿Cómo era la vida en la mafia de aquella época?
Todo el mundo estaba ocupado con sus cosas. ¿Quién está robando? ¿Quién se dispone a comer? Ese tipo de cosas. Estábamos a principios de los setenta, la economía estaba estancada. No estábamos montados en el dólar. Cada día pasaba algo o había algún intento de extorsión. Vendíamos cigarrillos para ganar un poco de dinero. Y todos tenían su personalidad. Estaba el cascarrabias, el gracioso, el borracho, el fumeta… También había puertorriqueños, sirios, un judío… Era como un puto circo.

¿Cómo era Crazy Joey Gallo?
Joey se fue cuando yo tenía cinco o seis años. Lo metieron en la trena y salió cuando yo tenía 16 o 17 años, así que lo vi durante un año más o menos, del 1971 al 1972. Joey era Joey. El tipo daba miedo. Le brillaban los ojos y siempre sonreía. Más te valía no bromear con él. Pero por otro lado, sabías que si estabas de su parte no tenías nada que temer. Cuando salió de la cárcel, recuperó el tiempo perdido. Ten en cuenta que estuvo diez años entre rejas, así que cuando salió bebía mucho. Aunque estaba al mando del negocio, pasaba mucho tiempo en la ciudad. Los demás vivíamos en Brooklyn, no muy lejos del barrio.

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Joey vivía en la ciudad con mi padrino y Pete el Griego. Con suerte, podíamos llegar a verlo una vez a la semana. Solía pasarse por el club. Estaba chalado. El tipo regía, pero era un tarado de manual. No conocía el miedo. Era como el típico gánster de la década de 1920. Se pensaba que podía ir por ahí haciendo y diciendo lo que le viniera en gana. Creía que nadie tendría cojones de pegarle un tiro. Pero se equivocaba, claro. No llevaba ni un año libre cuando lo mataron.

¿Cómo afectó la década de 1960 a los gánsteres más jóvenes que llegaban para sustituir a los que ya no estaban?
La década de los 60 influyó mucho en esos jóvenes. Los nuevos era un poco distintos a los muchachos de los años 20, que habían salido de la absoluta pobreza. Las nuevas generaciones, de finales de los 60 y principios de los 70, no habían pasado tantas necesidades. Simplemente eran tipos malos. Los 60 abrieron las puertas a nuevas formas de delitos, acciones y bonos, y esos tipos tenían una mentalidad distinta. También llegó la maría. Estos tíos se fumaban un porro en la calle y se reían de todo. Estaban medio locos. Fue un cambio radical en todos los aspectos, tanto en el tema del respeto como en la forma de pensar. Ellos ya no obedecían las reglas y las normas como los de antes. Se reían de todas esas mierdas.

¿Cómo conseguiste dejar la mafia y evitar la cárcel?
Tuve suerte y fui previsor. Gané muchos casos. La verdad es que tuve mucha potra, tal como estaba el patio. El jefe se volvió loco, así que no había nadie que viniera a decirte, "No, no puedes dejar la mafia". La gente se fue yendo. Salimos por la puerta como si no hubiera nadie vigilándola, como si no tuviera el cerrojo echado. Ni siquiera nos llamó nadie. Tuvimos mucha suerte.

¿Qué opinas de la mafia moderna?
Que no tienen ni idea de lo que están haciendo. Son jóvenes y tienen a gente que no tiene ni puta idea de nada. Por eso muere tanta gente y hay muchos entre rejas. Hay muchas ratas y nadie enseña a los nuevos; todo lo que saben lo han aprendido de un libro, y luego van por ahí diciendo omertà, ¿sabes?

A la mitad de los tíos que manejan el cotarro ya no los puedes llamar por su apodo. Tienen tanto miedo que ni siquiera se besan en público. Tienen miedo de todo. Ahora es un puto cachondeo. No hay respeto por nada y las bandas se ríen unas de otras. Los albaneses se ríen de los rusos y viceversa, ¿entiendes? Ya no hay respeto. Luego hay como 200 ratas campando a sus anchas y ni una muerta.

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Traducción por Mario Abad.