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Una transexual en una cárcel de hombres

El sistema penal de Nueva York arrojó a mi amiga Kira a los lobos.

Mi amiga Kira, una transexual de 28 años, se convirtió recientemente en una mujer libre tras pasar tres años encerrada en la peor prisión para hombres de Nueva York. Kira nació varón en Hialeah, Florida, a poca distancia de Miami. Sus padres, inmigrantes colombianos, la mimaron y consintieron demasiado, en parte porque era la más joven de cinco hermanos y dos hermanas.

La familia de Kira supo que era diferente desde muy temprana edad. Ya en el jardín de infancia cuestionaba su identidad de género pese a todavía no entender del todo el concepto. Disfrutaba con actividades consideradas típicamente femeninas, como la peluquería. Sus hermanos le llamaban marica y le decían que no formaba parte de la familia. A los ocho años de edad le diagnosticaron trastorno de identidad de género, y un año más tarde la madre de Kira fue encarcelada por vender cocaína. La familia se desintegró y Kira tuvo que irse a vivir con su padre.

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A los trece años Kira supo que quería cambiar de sexo, y unos años más tarde se decidió a salir del armario. Sus padres aceptaron lo que les dijo y la respetaron por contarles la verdad. Consiguió un trabajo de empaquetadora de comestibles y, para cuando cumplió 20 años, Kira ya había ahorrado lo suficiente para mudarse a Nueva York, donde se sometió a cirugía de reasignación de sexo. Eliminó el vello corporal mediante láser y sus pechos crecieron en poco tiempo hasta alcanzar la talla 120. Parecía que, por una vez, las cosas iban sobre ruedas para Kira.

Por desgracia, en 2006 su padre cayó gravemente enfermo a causa de un coágulo sanguíneo. Kira ya tenía en mente ir a la Winter Music Conference en Florida, así que decidió quedarse algún tiempo en el sur para cuidar a su padre. Llevaba allí varios aburridos meses cuando recibió una llamada telefónica de un amigo apremiándola a volver a Nueva York. Poco podía saber ella que aquello sería el principio de tres años en prisión, durante los cuales tendría que sobrellevar unas condiciones de vida precarias, las humillaciones de los guardias, la violencia de los reclusos y, en general, una aterradora exhibición de humanidad bajo mínimos. Hace poco me senté con Kira con la intención de poner su historia sobre el papel y de manifiesto la necesidad de un sistema penitenciario que proteja a la población reclusa LGBT [lesbiana, gay, bisexual y transexual] de los singulares peligros a los que se enfrentan tras las rejas.

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Vice: ¿Cómo se inició el cúmulo de situaciones y condiciones horribles que empezaron a tener lugar hace cuatro años?

Kira:

Al cabo de unos meses de estar en Florida cuidando de mi padre, empecé a sentirme muy, muy aburrida. Allí no había nada que hacer excepto ir a la playa. Me moría de ganas de salir por ahí, y a principios de junio recibí una llamada de un amigo que vivía en Long Island. Me dijo, “Kira, ya sé que tuvimos una discusión, pero eres mi mejor amiga y te necesito. ¿Puedes venir a Nueva York?”. Yo entonces trabajaba de escort. Le dije a mi amigo, “Mira, ya sabes que por aquí las cosas están difíciles. No tengo dinero”. Él se ofreció a pagarme el viaje y me preguntó cuándo querría ir. Al día siguiente ya estaba volando a Nueva York.

¿Cuánto tiempo tardaron los problemas en presentarse?

Se presentaron en cuanto me encontré con él. Lo suyo era un festival de drogas. Tenía una pipa cargada con cristal esperándome en el coche en el que vino a recogerme al aeropuerto, y ahí mismo empezamos a fumar. Mi misión era pegarme la gran fiesta tan pronto me bajara del avión.

¿Te fuiste a un club inmediatamente?

Le di una calada a la pipa y estuve de fiesta desde el viernes por la noche hasta el sábado por la noche. Después nos fuimos a un after. El domingo por la noche nos fuimos al Asseteria, y el lunes por la noche al Green Room. Tras eso me fui a casa de una amiga. Al cabo de un rato me dijo, “Mis hijos están a punto de llegar. Chica, te vas a tener que ir”. Cuando finalmente llegué a mi casa estaba en un estado de delirio.

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¿Todavía no habías dormido nada?

No, y estaba muy caliente. Me senté ante el ordenador y me puse a buscar sexo. Entonces, aunque yo creía que tenía su número bloqueado, recibí un mensaje de mi ex novio preguntándome si estaba en Nueva York. Le respondí que estaba en Miami. Él siguió preguntando si tenía drogas y al final me rendí y le dije que estaba en Nueva York y que tenía una pastilla de éxtasis, una bolsa de cristal y un poco de ketamina. Accedí a quedar con él. De camino me encontré con otro amigo, que me puso delante una raya de meta y otra de coca. Se ofreció a llevarme en coche hasta la casa de mi ex, en Queens, pero yo había olvidado dónde vivía exactamente. Le llamé para preguntarle la dirección y él propuso que nos encontráramos en el Burger King que había cerca de su casa.

Eso huele a chamusquina.

El caso es que mi amigo condujo hasta el Burger King y entró para comprar algo de comida para los dos. Cuando volvía apareció mi ex, conduciendo un Mercedes SUV. Yo me abalancé hacia él, me tiré encima y empezamos a sobarnos. Casi de inmediato él me preguntó por las drogas. Corrí al coche de mi amigo para coger mi bolso y entonces, salido de ninguna parte, alguien me aplastó contra el coche. Sentí como si del golpe mis tetas fueran a estallar. Miré donde estaba el amigo que me había llevado hasta allí y vi que también a él le estaban empujando contra el coche. Sin hablar, sólo moviendo los labios, le dije, “¿Qué coño está pasando?”.

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Supongo que la policía encontraría la mandanga de inmediato, ¿no?

Sí, y entonces un poli me vino con un fajo de billetes y dijo, “¿Qué es esto?” Le respondí que no era mío. Él lo tiró al suelo, cerca de mí, y dijo: “Ahora sí”. Yo iba con tacones, micro-minifalda y una camiseta escotada. El poli se creyó con derecho a agarrarme lo que pensó que era mi vagina. Cuando notó un bulto se puso como loco. Gritó: “¡Es un puto maricón!”. En cuanto supieron que yo era transexual me apretaron las esposas. Cuando pensaba que era una chica iba a mostrarse amable y a permitir que conservara mi hamburguesa, pero cuando vio que no lo era, la aplastó de un pisotón. Fue muy cruel. ¡Yo apenas había comido nada en una semana!

¿Qué sucedió cuando te llevaron a la comisaría? ¿De qué te acusaban exactamente?

En comisaría no sabían qué hacer conmigo. Me dijeron, “Nunca habíamos visto a nadie con tan buena pinta como tú. No queremos meternos en tus cosas, pero, ¿qué tienes ahí abajo?” Yo estaba en shock. Les dije, “Miren, soy transexual preoperada. Tengo pechos y pene. Sea lo que sea lo que tengan que hacer, asegúrense de que estaré a salvo”. Una agente femenina me registró la mitad superior del cuerpo, y un agente masculino la mitad inferior. Después me interrogaron. Dijeron que en el coche habían encontrado 30 gramos de cocaína, pero lo único que yo llevaba era un poco de coca y un poco de cristal. Pensé que sólo estaban intentado presionarme.

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¿Tú no sabías nada de esa coca de la que hablaban los polis?

No. O se lo habían inventado o pertenecía al tipo que me llevó allí. Tres días después me llevaron a juicio. Antes de ver al juez, un abogado de oficio se sentó conmigo y me contó que los polis habían fabricado la historia, era todo mentira. Le dije: “Lo único que es verdad es que tenía un poco de coca y de cristal. Todo lo demás es falso. No me estaba prostituyendo ni me anuncio en internet. Esto es ridículo”. Me dijo que mantuviera la calma y que firmara unos formularios. Yo firmé todo el papeleo sin saber de qué iban. Finalmente me llevaron ante el juez. Fijó mi fianza en 350.000 dólares. Me quedé boquiabierta.

¿Te mandaron inmediatamente a la cárcel? ¿Dónde te llevaron?

A un sitio llamado “el barco”. Es un barco de verdad, un barco cárcel que funciona como zona de espera antes de ingresar en la prisión de Rikers Island. Cuando llegas te hacen un reconocimiento médico. El doctor me preguntó, “¿Quieres ir al área de alojamiento para homosexuales?”. Dijo que sería más seguro para mí, así que firmé los papeles pensando que me pondrían con chicas como yo o algo así, pero cuando entré en la sala habrían allí unos 60 tíos. Población reclusa general. Parece que la zona para homosexuales la habían cerrado un mes antes y el doctor no se había enterado. Menos mal que los polis me dieron un mono de tamaño triple-extra grande para ocultar mis pechos. Los reclusos me consideraron simplemente un marica y se pusieron a gritarme que no podía dormir allí.

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Y para colmo imagino que estarías con el bajonazo del cristal que te habías metido.

Joder, sí. Me estaba volviendo loca. No podía dejar de retorcerme. Fue horrible. Pero finalmente encontré un hueco donde dormir. Los días siguientes fueron duros. Ni siquiera me duché por miedo a quedarme desnuda delante de los demás prisioneros. Un recluso se acercó y me dijo que mi olor corporal era ofensivo. Le respondí que me daba miedo ir a las duchas y me puso a parir, así que me abrí el mono. En cuanto vio mis tetas comprendió la situación y se las arregló para que pudiera ducharme mientras los demás prisioneros estaban fuera, en cubierta. Poco tiempo después me trasladaron del barco a Rikers Island.

¿Se volvieron las cosas más intensas allí?

El segundo día estaba viendo la televisión y un tipo negro se me plantó delante y dijo, “Estás en mi asiento”. Decidí ignorarle y él gritó: “¡Tú, puto marica! ¿Es que no me has oído?”. Algo hizo clic en mi cabeza. Agarré la silla que tenía al lado y se la estampé en la cabeza. El tío se derrumbó en el suelo y yo me encaré con él, en posición agresiva. Más tarde descubrí que había cometido un grave error. Era un pandillero, un Blood.

¿Qué consecuencias tuvo aquello? ¿Fueron tras de ti los otros Bloods?

Me hicieron una advertencia. Me dijeron que mejor cogía mis cosas y me iba de allí o me apuñalarían o me matarían. Supongo que aún tuve suerte, porque me dijeron que de no haber sido transexual, no habría habido advertencia. Solicité que me trasladaran a otra sección del presidio y me largué.

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¿Tuvo el incidente alguna otra repercusión?

Me llevaron a la sección más peligrosa de esa parte de Rikers Island. La D-superior, se llama. Te puedo asegurar que nadie me quería allí. Me transfirieron siendo de noche y todos los reclusos de la sección me gritaron las mierdas más horribles. La primera vez que salí al comedor me di cuenta de que sólo habría un hispano, como mucho. Todos los demás eran negros. Y el que no era islamista era un Blood. No tardaron en amenazarme. Me dijeron que me largara cuanto antes o me pegarían una paliza o directamente me matarían. Se lo conté a los guardias, y los guardias me dijeron que tenía que darles los nombres de los que me habían amenazado antes de volver a trasladarme. Yo conocía mis derechos. Les dije que tenían la obligación de trasladarme si pensaba que mi vida estaba en peligro. Finalmente accedieron y me llevaron a otra zona de la prisión, cerca de la cafetería.

¿Era un sitio más seguro?

Bueno, allí me pasó algo distinto. En esa sección había un tipo negro, más mayor que los demás, que era un obseso de los transexuales. Le llamaban “el cazanalgas”.

¿Significa eso que era un violador?

No, sólo que le gustaban los culos y que hacía cualquier cosa por conseguirlos. Estaba obsesionado conmigo. Él fue quien instauró la regla de que sólo podía ducharme a las 7:30 de la mañana para que así “nadie me molestara”. La verdadera razón era que así podía ver cómo me duchaba mientras él se la cascaba en un urinario. Lo peor es que el tío era uno de los líderes Blood en ese área de la prisión, y si alguien se enteraba de lo que hacía, me acusarían a mí de provocarle. Al final les conté lo que estaba pasando a unos reclusos hispanos, y ellos se lo dijeron a uno de los Bloods.

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Parece un movimiento arriesgado. ¿Qué pasó?

Una mañana me levanté y fui a las duchas. Por supuesto, el pervertido vino detrás, se puso en un urinario y empezó a pelársela. Estaba tan concentrado que no se dio ni cuenta de que otro Blood había entrado sigilosamente y puesto detrás de él. El Blood, de repente, sin avisar, estampó su puño contra los azulejos de la pared y el pervertido supo inmediatamente que le habían pillado. Había deshonrado a los Bloods, así que no tardó en recoger sus cosas y marcharse.

¿Te quedaste en esa sección durante el resto de tu condena en Rikers?

No. Hay una regla en Rikers Island: no puedes residir más de un año en la misma zona. Tiempo después me transfirieron a Beacon, el que quizá fuese el edificio más peligroso de toda la prisión.

¿Por qué era tan peligroso?

Es donde están los violadores en serie, los pandilleros ultraviolentos y los más chiflados. En ese ala no hay movimiento. Tienes que comer en tu celda y no se te permite salir excepto a las duchas o a coger tu comida. Beacon es, básicamente, a donde llevan a los asesinos. Yo estaba pálida, aterrorizada. Venía de una sección relativamente confortable, donde me sentía segura, pero los guardias me dijeron que en realidad me llevaban a un sitio en el que estaría mejor, un sitio con menos reglas carcelarias. Supe que aquella era una sección Crip, y los Crips no pueden meterse con nadie porque de hacerlo les trasladarían a una sección Blood, donde probablemente les matarían.

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El traslado resultó una bendición camuflada, pues.

Al principio me puse furiosa, pero se me pasó cuando vi que que disponía de mi propia celda, con vistas a Manhattan y el río. También tenía aire acondicionado central, y estábamos en pleno verano. Era como una residencia de lujo comparado con las celdas donde había estado hasta entonces. Dormí bien toda la noche y al día siguiente uno de los guardias me dijo que había alguien como yo en la sección. Estaba tomando el desayuno cuando alguien se paró delante de mi compartimento y dijo, “¡Muy bien, Miss Honey! Por fin una chica que parece de verdad”. Se llamaba Venus y era una transexual negra de Carolina del Sur. Llevaba cumplidos diez años de condena. Tenerla en la sección me hizo sentir como si ya nada malo me pudiera pasar.

¿Era la única transexual que había en la sección?

Por desgracia no. Había otra chica, si es que se la puede llamar así. Una día apareció de ninguna parte mientras yo estaba comiendo, y casi me atraganto. Era como un enorme y viejo gorila, una puta bestia. Se llamaba Lisa. Llevaba una de esas pelucas con rizos y trenzas y juraba que era su auténtico pelo. Tenía un ojo dañado, como si hubiera estado metida en muchas peleas, y sus tetas enormes le colgaban fláccidas. Meaba de pie y con la puerta abierta. Y después de cagar se levantaba de la taza y le caía sangre del culo. Muy fuerte…

Dios, qué desagradable.

Repugnante. Los Crips la odiaban, pero se mantenían a distancia porque estaba claro que sabía repartir hostias. Empezó a ponerse muy celosa porque los reclusos me prestaban mucha atención, que ni siquiera era de tipo sexual. Era una atención amistosa.

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Pero no tuviste muchos problemas en Beacon, ¿no?

Estuve allí unos meses hasta que mi caso llegó finalmente a los juzgados el 5 de diciembre. Mi abogado me dijo que podía elegir entre ir a juicio o conformarme con una sentencia de tres años. Si iba a juicio tendría que pagarle más dinero al abogado, y si el Estado no aceptaba separar nuestros casos—el del conductor y el mío—, nos juzgarían a los dos juntos. Si perdíamos el caso me arriesgaba a una condena aún mayor, así que acepté la sentencia de tres años. Además, ya había estado 18 meses en Rikers Island y ese tiempo me lo iban a descontar. Intenté que rebajaran la gravedad de mi delito, que había sido clasificado como A-2, sólo un paso por debajo del de asesinato. Y les expliqué que nunca antes había estado en prisión, pero no aceptaron mis alegaciones. Me dijeron que no rebajarían la clasificación y que me iban a enviar al norte del Estado. Me llevaron de nuevo a Beacon unos días y después fui trasladada.

Esta es Kira en Rikers. Lleva siempre esta Polaroid en su bolso como recordatorio de que jamás debe volver a dar un paso en falso.

¿Tenías alguna idea de lo que podías esperar en el norte? ¿Estabas preocupada?

Estaba aterrorizada. Los guardias de Rikers son totalmente diferentes a los del norte del Estado. Allí pueden hacer lo que quieran. Había oído que los guardias del norte acosaban sexualmente y pegaban palizas a gays y transexuales. Me enviaron a unas instalaciones conocidas como Downstate, lo cual confunde bastante porque en realidad están al norte. Downstate es como un área de recepción. Estuve allí algo menos de dos meses, hasta que me enviaron al Auburn Correctional Facility. Me desesperé, porque es una prisión de máxima seguridad.

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¿Y Downstate no lo es?

Downstate es de máxima seguridad, pero su aspecto no da miedo. La prisión de Auburn da miedo sólo con mirarla. Es un lugar alto y oscuro y me llevaron allí de noche y lloviendo. Atravesamos varios alas, que es lo que hacen siempre con los recién llegados, y finalmente llegamos al Bloque D.

No suena como un sitio especialmente acogedor.

No lo era. Los guardias eran malvados. Me mostraban a los demás reclusos y decían cosas como, “¿No os parece como una mujer de verdad?”. Era muy embarazoso. Los presos solían sacar espejos por entre las rejas para ver desde la celda quién se aproximaba por el pasillo. Cuando veían que era yo, gritaban “¡Mira, la locaza!”, y cosas peores. Me preocupaba que un día me arrojaran agua o aceite hirviendo. Me quedaba en mi celda y lloraba. Creí que me iba a volver loca. Estuve en el Bloque D desde febrero hasta abril. Luego me transfirieron al Bloque C, donde ingresé en un programa de tratamiento de adicción a las drogas. El Bloque C era menos peligroso, pero un día me empezaron a doler las muelas. Resultó que me tenían que extirpar las muelas del juicio, pero para eso me tenían que llevar temporalmente a Attica, donde disponían de los medios para realizar la operación. Attica tiene fama de ser la peor prisión de Nueva York.

¿Y es fama merecida?

Te lo explicaré: tan pronto llegué ordenaron que me desnudara para inspeccionarme. El guardia me ordenó que no me moviera, pero mientras él hacía la inspección yo sentí unas ganas irresistibles de estornudar. Intenté evitarlo, pero al final solté el estornudo. Apenas lo solté, el guardia me aplastó la cara contra la pared y gritó, “¡Creo haberte dicho que no te movieras, jodido mariconazo! ¿Has visto lo que me has obligado a hacer?”. Después me llevó a la sala médica. El agente que estaba de turno echó un vistazo a mis uñas y dijo, “Si no te cortas las putas uñas te voy a romper los dedos. No me importa si tienes que mordértelas, masticarlas y tragártelas. Mejor que no las tengas cuando vuelva de hacer la ronda”.

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¿Y tú qué hiciste? ¿Te tuviste que cortar las uñas con los dientes?

¡Sí! Y después el guardia dijo, “Como eres un puto maricón no voy a ponerte en la celda con los demás hombres porque estarías demasiado ocupado chupando pollas todo el día”.

El infierno. ¿Cuánto tiempo tuviste que quedarte allí?

Cerca de una semana. Se suponía que mi operación era al día siguiente de llegar y después me llevarían inmediatamente de regreso a Auburn. Por la mañana, nada más levantarnos, me dijeron que me pasarían por los rayos–X y el doctor vería que podía hacer por mí. Pasé por los rayos y el doctor dijo, “Dos de las muelas superiores no están del todo fuera, pero están haciendo presión. Están impactadas. Las inferiores necesitan cirugía y eso no lo podemos hacer hoy, pero las de arriba las puedo extraer ahora mismo”. De modo que me extrajo las dos muelas superiores. El dentista tenía que volver al día siguiente para ocuparse de mis muelas inferiores, pero nunca lo hizo. Siguieron teniéndome allí más y más días. Se lo conté a otros reclusos, y ellos me aconsejaron que simplemente regresara a Auburn. Que terminaría en una muy mala situación si me quedaba allí esperando o daba parte del dentista. Me di por vencida y pedí regresar a Auburn. Una vez allí pensé que me pondrían en la misma celda en la que estuve, pero en vez de eso me llevaron al Bloque A, el más peligroso de todos. Los guardias allí eran unos sinvergüenzas.

¿En qué sentido?

Verbalmente. Me gritaban, hacían ruidos obscenos. Cuando pasaban delante de mi celda me decían que por qué no les chupaba las pollas por entre los barrotes, que les enseñara las tetas, que me inclinara y me abriera el culo. Y se enteraron de que tenía fotos personales y se empeñaron en verlas. Yo no iba a dejar que las vieran porque eran unos gilipollas, pero un día, mientras estaba en el patio, entraron en mi celda y se las llevaron. ¡Todas mis fotos!

Jesús. ¿Mejoraron las cosas con el tiempo?

Del Bloque A me llevaron de vuelta al Bloque C. Allí todo fue bien, en el Bloque C los guardias me trataban correctamente. Pero después me trasladaron al Bloque E, que no estaba tan mal, pero para acceder a él tenías que atravesar todo el Bloque A. Esto significaba que para llegar a mi celda tenía que aguantar a todos los guardias gilipollas que me acosaron cuando estuve allí. Llegué a un punto en el que no iba a las comidas ni a las cenas para no tener que oír más veces aquellos comentarios tan cerdos.

¿Cómo saliste finalmente del trullo?

Tenía a mi favor un informe de buen comportamiento y el haber participado en un programa de rehabilitación de la drogadicción. Una vez completado me dejaron libre por mis propios méritos. En total estuve encerrada algo menos de tres años.

¿Puedes resumir en pocas palabras tus sentimientos en relación a cómo el sistema penal americano trata a la comunidad LGBT?

Los responsables del sistema piensan que los gays y transexuales son personas sin ningún valor, en especial si son negros o hispanos, claro. Se nos envía lejos por las razones más estúpidas y por el máximo de tiempo posible, porque se figuran que no le importamos a nadie. Sienten como si pudieran hacerte cualquier cosa que quieran, y en muchas ocasiones lo hacen.