Carta de un hombre a su violador

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Carta de un hombre a su violador

Llegué a vender mi cuerpo, a cobrar por sexo: sentía que mi cuerpo ya no valía nada.

New York City, Estación 82 St – Jackson Hits del Subway, septiembre 7 de 2016, 10:30 pm.

Ahí estaba yo, sentado, fumándome un porro, esperando el tren 7 que me llevaría de regreso a casa. Giré mi cabeza a la izquierda y la vi entrar a la estación. Ella caminaba hacia mí revisando los avisos informativos de las rutas. Cuando unos escasos metros nos separaban me di cuenta de su belleza de rasgos grandes. Me pregunté cuál podría ser su etnia (cuando llevas un tiempo en New York, con una diversidad de razas que parece infinita, es inevitable no estar adivinando de dónde provienen esas personas que te cruzas, ¡es la capital de los inmigrantes!).

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Cubana. Melba es de Cuba.

Me pidió fuego. Su cara hermosa estaba triste, su mirada grande irradiaba una tristeza aun más grande. Con algo de miedo, un poco nervioso por lo cautivado que me tenía, seguro de que debía tener una sonrisa también bella y con ánimo de apaciguar esa tristeza (tal vez, el dilema fundamental con el que lucho en esta etapa de mi vida es "¿por qué estar triste?"), le dije: "te doy fuego si me regalas una sonrisa".

"¡Hay días en los que sonreír es imposible!", contestó. En medio de esa espontaneidad desbordada que me caracteriza, por la cual a veces, perdón, muchas veces voy hablando sin pensar, le dije: "¡epa, ni que te hubieran violado!" En cuestión de microsegundos Melba levantó su cabeza como pasmada y fijó su mirada en mí. De inmediato sentí la certeza de que eso le había pasado: sus ojos empezaron a ahogarse en lágrimas. Nuestras miradas estaban fijas como si alguien nos hubiera hechizado. "It's ok, it's ok, I know, I know (sí, también cuando llevas un tiempo en New York es inevitable que empieces a cruzar el inglés con tu idioma nativo), sé lo que estás sintiendo. También lo fui", le dije.

Le presté mi encendedor. Ella prendió su cigarrillo y se sentó a mi lado.

La historia de Melba tal vez la cuente en algún momento. Tal vez no. No lo sé.

Pero ahora estoy escribiendo esto porque mi encuentro con Melba me regresó a aquella mañana del 12 de octubre de 2005 cuando desperté en tu cama en aquel gigante penthouse en los Rosales en Bogotá, con una resaca mortal y un dolor intenso en mi ano. Al lado estabas tú, más que dormido: inconsciente. Desnudos, cuando alcé la sábana para tocarme el ano me di cuenta de que había sangre. Me asusté, te sacudí llamándote por tu nombre, "¿qué pasó, qué pasó?", te preguntaba muy nervioso. "Te enseñé a ser un maricón", me respondiste entre dormido. Supe en el instante que me habías penetrado. Tú sabías que nunca antes nadie lo había hecho.

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Me paré y me vestí mientras comenzaba a llorar. Retuve mis lágrimas porque no quería que me vieras débil. Salí de tu edificio metido en las montañas y al sonar del canto de los pájaros lloré a estruendos hasta llegar a casa. En ese momento comencé la travesía por el abuso, en silencio.

Sí, en silencio porque sentía que todo había pasado por mi culpa: sentí una culpa tan profunda que si hubiera tenido un látigo me hubiera autoflagelado; en silencio, porque no quería que mi mamá, papá y hermanos pasaran por semejante tristeza y angustia; en silencio, porque sabía que si contaba lo que me había sucedido recibiría juicios: "eso te pasa por marica", "eso te pasa por drogadicto", "eso te pasa por puto". Sí, me tocó la sociedad en la que hay que ser gay para tener VIH y para legitimar el abuso ("porque es que ustedes tan promiscuos", dice la gente). En silencio, porque yo era un cuerpo entero de vergüenza.

Al principio creía que mi culpa y error era por haberle recibido trago a un extraño (con el que me drogaste, ¿recuerdas?), pero no eras tan extraño. Luego me di cuenta de que lo que me llevó realmente a estar en tu cama de abusador era ese "querer mostrar". "Querer mostrar" que andaba con el macho millonario y sexy amigo del dueño de la gran discoteca gay de Bogotá. Ese "querer mostrar" que hacía parte de tu círculo de chicos bonitos y sofisticados que se llevaba las miradas en la rumba. Era en el fondo el deseo de ser reconocido. Jamás me imaginé que había un rito de iniciación. Menos semejante rito.

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Hoy ya puedo darme cuenta de que en últimas lo que me llevó a seguirte los pasos era mi profunda falta de amor y autoestima; tenía que andar contigo para ser valorado. Ya no es un error sino una lección. Una lección dura.

Si antes de que me abusaras, mi amor propio, mi autoestima, mi confianza y mi felicidad estaban por el piso, después de esa madrugada se evaporaron. Llegué a vender mi cuerpo, a cobrar por sexo: sentía que mi cuerpo ya no valía nada.

Hoy quiero contarte que por lo que me hiciste, por años, por muchos, me negué, me oculté y me veté una parte de mi cuerpo, y con ello, de mi sexualidad. Cada vez que un hombre acercaba al menos un dedo a mi ano entraba en pánico. Al principio lloraba. Luego, ante los juicios, respiré y dije que no me gustaba. Me he pasado con saliva amarga cada historia de mis conocidos relatando el profundo placer anal que sienten. Por muchos años tras cada historia mi mente y alma se iban a ese momento. Por muchos años cada vez que escuchaba tu nombre mi mente y mi alma se iban a ese momento. Por muchos años cada vez que pasaba por tu edificio mi mente y mi alma se iban a ese momento. El tiempo fue encargándose…

Fueron varios los chicos de los que empezaba a enamorarme que se alejaron por mi sexualidad reprimida y traumada en rol de pasivo. ¿Te das cuenta? Me alejaste del amor.

Ha pasado tiempo. He caminado con tu sombra pero al tiempo me han agarrado de la mano personas, ángeles que me han ayudado a superar, procesar y hacer consciencia de tu abuso. Decidí dar la vuelta, cambiar el chip, sacar la luz dentro de la oscuridad. Me prometí que los hombres que volvieran a entrar en mí lo harían desde el amor y con amor. Y así ha sido después de "tu inaugurada". Sólo dos hombres me han penetrado y a ellos los he amado profundamente.

Decidí que mi ano y mi sexualidad anal serían un lugar sagrado de mi ser. Así ha sido. Y aunque, sí, ya perdí la cuenta de las personas con las que he estado sexualmente, me siento orgulloso de tener ese espacio sagrado, siento armonía, siento una cierta paz. Sí, para muchos será raro y contradictorio, pero para mí no. Sentir que en mi cuerpo existe ese espacio me regocija. Sentir que hay una dimensión de mi sexualidad por descubrir me emociona.

Me es inevitable no pensar en las miles de personas que hoy están siendo abusadas. En las que lo serán mañana. No sé cuál sea la lección que tengan que aprender, pero si estas letras llegan a alguna de ellas, que lloren. Llorando se va sanando. Agarra tu cuerpo, obsérvalo, siéntelo, tócalo, consiéntelo, ámalo y prométete respetarlo. Ahí podrás encontrar mucha luz, te lo aseguro.

Mi encuentro con Melba, la cubana, me ha regresado al que ha sido el momento más difícil de mi vida. Pero no ha sido en vano. He tenido que regresar allí para hacer consciencia de nuevo de mí, de mi ser, de mi cuerpo, para seguir buscando luz. Y aunque aun el tiempo y el fluir de la vida no me permiten perdonarte del todo, es algo difícil, entenderás, hoy cierro mis ojos, te visualizo frente a mí y te digo gracias. Gracias por llevarme a encontrar y cultivar un lugar sagrado de mi ser.

Pero a pesar de mis gracias y mis aprendizajes, por favor trata de no abusar de otra persona…