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Fotografías verbales

Desfile de silleteros: ¿una tradición de sufrimiento?

Cada agosto los silleteros de la Feria de Flores de Medellín recorren 2800 metros con alpargatas y más de 100 kilos sobre la espalda.

Foto por Juan José Horta.

Medellín, tres de la tarde, sábado de Feria de Flores. El sol cae con todo su fuego. Hace rato que esta ciudad dejó de ser la de la "eterna primavera", para convertirse en una eterna caldera. Arde el asfalto de la Avenida Guayabal. Y sobre la autovía, los silleteros desfilan en un orden ensayado. A los costados, el público enfebrecido aplaude, silba, vitorea, ríe y bebe.

Hay unos jóvenes, en sus treintaypico, que cargan las silletas más portentosas. Otros, cerca de los sesenta, llevan sobre su espalda un peso no menor. De 100 a 130 kilos, en promedio, si el participante estima ganar. Hay que saber que la báscula de una persona llamativamente obesa marca eso: de 100 a 130 kilos. Hay mujeres de cuarenta y cincuenta, que no se arredran y caminan parejo a los hombres.

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Y la imagen es visceral: el cuerpo doblado por la silleta sobre la espalda trata de avanzar sin perder la fuerza. Un trayecto de 2800 metros. La cara suda. En los ojos se le nota el tamaño de la carga. Y los pies se ampollan y se queman. Por mantener la tradición o el show de la tradición, los silleteros deben usar alpargatas de cabuya y el resto de lo que fue su atuendo campesino: sombrero, pantalón y camisa blancos. Las mujeres trenzan su pelo. Es notorio el esfuerzo. Es preocupante el esfuerzo.

Desde 1957, momento en que tuvo lugar el primero, ocurre lo mismo. Los campesinos de la vereda Santa Elena, al oriente de Medellín, protagonizan lo que hasta ahora sigue siendo considerado el evento más destacado de esta fiesta: el desfile de silleteros. Aquel año fueron apenas veinte. En la actualidad, la cantidad de participantes ascendió a 500.

En cada agosto, Santa Elena es una fiesta y la plata no escasea. Todas las familias que trabajan con las flores y las silletas obtienen ganancias extras, y mueven una economía a pequeña escala que les permite comprar lo que el resto del año no pueden. Gustavo Adolfo Londoño Atehortúa, silletero en los treintaypico, me dijo alguna vez que de la elaboración de una silleta podían comer hasta dieciséis personas. El que cultiva las flores, el que tiene la madera, el que martilla el armazón, el que diseña, el que transporta, y así.

De un tiempo para acá, nuestro mundo tan dado a la corrección política, le ha hecho un reclamo a este desfile. El reclamo es más o menos el siguiente: ¿cómo puede haber público divirtiéndose con el sufrimiento humano?

"¿Sufrimiento?", se pregunta Londoño Atehortúa. "¿De qué hablan?". Trato de explicarle que algunos periodistas internacionales que han venido a la Feria de las Flores han quedado estupefactos —o aterrados y el matiz moral que implica— con el esfuerzo que a los silleteros les toma desfilar con ese peso a cuestas. Y se preguntan, pulcros de moral, ¿cómo es posible que la gente aplauda eso?

"Ah no. Para uno como silletero lo más importante es el público. Un desfile sin público es como pasar un cumpleaños y que nadie se acuerde de uno. ¿Me entiende?". Londoño Atehortúa habla rápido y pega las sílabas y a veces no se le entienden las palabras. Le digo que él es joven y musculoso, pero los viejos quizás… "Es mucho esfuerzo, pero hay viejos que se niegan a dejar de cargar su silleta". Sólo hasta que ellos deciden que su cuerpo ya no les da, se resignan. Desfilan, pero con una canasta de flores o con una silleta pequeñita. Es claro: nadie quiere perder su lugar; mucho más, si su lugar merece aplausos y cariño. Y dinero.

Los silleteros se han granjeado un lugar tan digno en la cultura nacional que el gobierno nacional y la empresa privada los ha exhibido en desfiles organizados en Tokyo, Nueva York, Madrid, y varias metrópolis del mismo tamaño. "Una vez en Nueva York la gente nos metía billetes en los bolsillos mientras el desfile. ¿Usted se imagina?". Lo imagino y no puedo evitar la fotografía de un tabledance. "Nos regalaron ropa y a muchos les tocó dejar la ropa que llevaron para traer la que le dieron. Y bueno, a uno le toca sufrir un poquito, pero todo es sufrido en esta vida".