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Visitamos un club swinger que solamente admite gente guapa

Si envías una foto en sudadera o en la que intentas ser sexy pero en el fondo se ve un bote de basura, estás fuera.

"En muchos clubes de sexo, en cuanto te levantas del sofá y entras en uno de los cuartos, enseguida viene detrás un séquito de hombres toqueteándose con una mano el pene semierecto", explica Max*. "Queríamos evitar eso". Max tiene 42 años y es uno de los cuatro organizadores de las fiestas "Red Light District", con las que pretenden dar un nuevo aire al panorama de eventos sexuales de Múnich. En un intento por alejarse de las miserias que impera en muchas de estas fiestas, los organizadores de "Red Light District" sólo dan acceso a sus eventos a parejas atractivas, una norma muy poco convencional. Las fiestas se celebran en un hotel con tarifa por horas a las afueras de Múnich.

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Tanto la publicidad como el registro se realizan mediante el portal joyclub.de, una especie de Facebook erótico. Max y su mujer, Jane, dirigen la página bajo el alias de "El Círculo Interior" y en colaboración con otra pareja de amigos, Lena y Konstantin. Los cuatro tienen trabajos a tiempo completo como secretarias, comerciales, o en medios de comunicación y complementan sus ingresos con estas fiestas. El precio de entrada a una de ellas es de 99 euros [alrededor de 2,000 pesos], aunque no es el único requisito de acceso: los asistentes también deben enviar fotos suyas, en función de las cuales los organizadores decidirán si son aptos o no para el concepto que buscan. "Nuestra propuesta es la de ofrecer fiestas de intercambio de parejas con un público selecto", explica Max. Si no envías foto, no entras. La gente fea también tiene vedado el acceso. "Si nos envías una foto en sudadera o que intenta ser sexy pero en el fondo se ve un bote de basura, estás fuera", añade su mujer, Jane, una rubia atlética con formas exquisitas. Prácticamente la mitad de los candidatos recibe un mensaje anunciándoles que no han sido invitados.

El hotel donde se celebran las fiestas suele ser el lugar de trabajo de varias prostitutas independientes y el punto de encuentro de affairs varios. Hay cuatro habitaciones en la planta baja y cinco más en el primer piso, al que se accede por una escalera de caracol, a la derecha de la entrada principal. Entrando a la izquierda, un estrecho pasillo desemboca en una amplia sala con privados, sofás, un bar y un escenario con la clásica barra para bailar. El techo está adornado con un mar de flores de pega que emiten un ligero brillo cuando la luz rojiza de los focos incide sobre ellas. Durante las fiestas se sirven gin tonics o vino en carísimas copas de cristal. En lugar de colchones, las habitaciones tiene camas limpias y bañeras con agua caliente. Quien espere encontrar un cuarto oscuro, no verá sus expectativas cumplidas. "Esto es un burdel común y corriente", explica Sabine, que trabaja en el hotel como camarera. "No tenemos cuarto oscuro". Mientras pasa un paño a la barra, los piercings que lleva en los pezones se marcan a través de las bandas de látex negro de su top.

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Alex entra en la sala a las 20:30 en punto, hora en que comienza la fiesta. Tomada de su brazo hay una rubia impresionante luciendo una minifalda negra que deja entrever el encaje de sus medias. Él también es tremendamente atractivo, vestido con pantalón de traje, camisa blanca y tirantes y pajarita negros. Llevan juntos quince años, diez de casados. Ella prefiere guardar el anonimato por miedo a que la reconozcan, pero asiente con aprobación a todo lo que dice su marido. "Para nosotros el sexo no es en absoluto lo más importante de esta fiesta. La gracia está en poder flirtear con alguien sin necesidad de engañarnos. Obviamente, cabe la posibilidad de que uno de nosotros acabe en una habitación privada, pero todo tiene que coincidir. Se gira y pasa el brazo alrededor de los hombros de la mujer de Max, Jane. Ella le toma la mano, se inclina hacia él y estira el cuello. Ha estado hablando todo el tiempo con la esposa de Alex como si fuera lo más natural del mundo.

Quizá es mejor que ciertas fantasías sigan siendo fantasías

El resto de las parejas van llegando. La mayoría de los hombres van trajeados, y ellas lucen principalmente lencería o vestidos cortos y con transparencias y zapatos de tacón. Muchos se saludan con abrazos y besos. No existe un límite de edad oficial, aunque nadie de los presentes supera la cincuentena. Los taxis llegan al hotel a buen ritmo. En determinado momento entra en la sala un hombre calvo de unos sesenta años acompañado de una chica asiática bastante más joven que él. "Hola. ¿Hay habitaciones libres en el hotel?", le pregunta el hombre a Richie, el portero. "No, lo siento, esta noche celebramos un evento privado". Nadie que no haya sido admitido previamente puede entrar a la fiesta, aunque en cualquier caso, ninguno de los dos habría superado la prueba de la foto. "Bueno", replica el hombre, bajando la mirada y alejándose con su acompañante.

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Lena con su ropa "de swinger".

Dentro, una de las organizadoras, Lena, va tachando de la lista a los invitados que llegan y les da la bienvenida con una copa de prosecco. Lleva puestos unos shorts desabrochados con un estampado de la bandera americana. En la parte de arriba viste un sujetador que le hizo su marido, Konstantin, con dos cocos y un trozo de cuerda. Aunque suene estrafalario, el look final es impresionante. En cualquier caso, Lena estaría explosiva aunque fuera vestida con shorts, un top de malla, bombín y sin haberse depilado las axilas. Tiene 27 años y, si bien antes de conocer a Konstantin nunca había tenido una aventura con nadie, lleva practicando el intercambio de parejas con él desde los 22 años. "Después de la primera vez con otra pareja, nos miramos y dijimos, 'Pero, ¿qué acabamos de hacer?'". Ambos chocan los cinco y explican su historia con todo lujo de detalles. "Pero luego pensamos, 'Increíble, funcionó. Somos un equipo imbatible'. Fue increíble porque al día siguiente hicimos el amor muy apasionadamente". A Lena le encanta vivir experiencias que no podría vivir con su marido. "Por ejemplo, yo quería que me ataran y a Konstantin no le hace mucha gracias, pero aquí he podido probarlo".


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Mientras, en la sala con la barra de bar, un DJ mezcla sonidos de electrobeat con temas comerciales. Los aromas se mezclan en el aire, los culos se agitan al ritmo de la música y los labios se encuentran. Ya no es posible saber quién llegó a la fiesta con quién, pero todos saben con quién se marcharán. La puesta en valor del matrimonio era la constante en todas las entrevistas. El elemento que por lo visto mantiene unidas a muchas de las parejas aquí es el amor sincero y profundo, el compromiso, una visión compartida que parece trascender los celos y dar pie a una forma más relajada de relación clásica.

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Michael, tiene 36 años. Es alto y delgado, luce una camisa de cuadros azul y blanca y gafas de pasta. También lleva diez años casado con su mujer. En su caso, todo empezó con un taller sobre el matrimonio en la parroquia de su barrio. Les pidieron que colocaran carteles con términos como fidelidad, hijos, lealtad, confianza, etc. en una representación de un árbol. En el tronco debían situar los valores que consideraban más importantes y en las ramas más pequeñas, los que no fueran tan prioritarios. Ambos colocaron la fidelidad en las ramas más finas del árbol. "En ese momento algo cambió, pero pensé, 'Quizá es mejor que ciertas fantasías sigan siendo fantasías'". Pasó mucho tiempo hasta que se decidieron a probar. Su mujer quería acostarse con otro hombre y él quería hacer un trío con otra mujer. Un momento… ¡¿Su mujer con otro hombre?! No. Pese a que la idea y el deseo le rodaban la cabeza, no veía posible llevarlos a la práctica. Al menos por ahora.

A veces me sorprendo en compañía de mis amigos de toda la vida, conservadores, y pienso que estoy llevando una doble vida

En un momento dado, ambos llegaron a la conclusión de que estaban preparados. "Me excitó mucho verla acostarse con otro hombre. Era como ver porno en directo y con mi propia esposa". Para él, el intercambio de parejas era la evolución natural que debían seguir. "Es muy satisfactorio saber que podemos probar cosas nuevas y que pese a ello seguimos unidos". ¿Le preocupa que su mujer se enamore de otro hombre después de haber practicado sexo con él? Su mujer interviene: "Hay que tener cuidado. Si hay problemas, no lo hacemos. El riesgo está ahí, por supuesto, pero también lo está en el supermercado".

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Una pareja sentada a la barra estudia a los invitados en silencio. De vez en cuando, uno de ellos le susurra algo al oído al otro, ambos asienten y sonríen. En esta masa homogénea de parejas conservadoras disfrutando de la libertad, cada par tiene sus propias normas. Los hay que sólo hacen intercambio sin sexo, otros con sexo, algunos van juntos y otros prefieren ir sin sus parejas.

Max, el organizador, les invita un par de shots. Aunque no le gusta que se hable de "élites", no hay duda de que todos los invitados tienen cierto nivel social. La mayoría ha estudiado una carrera y muchos ocupan cargos ejecutivos en empresas de gestión o del sector económico o metalúrgico. Como Patrick, que a sus 47 años posiblemente sea el hombre de más edad de la fiesta. Le gusta lo clásico y no se pierde ningún evento. "Esto es como la fiesta de cumpleaños de un niño. Esto consiste en ver y ser visto, en aparentar, algo muy de Múnich". Poco tiene de intercambio de parejas en el sentido habitual, ya que casi nunca hay sexo en el propio evento. "En otras fiestas sí hay sexo explícito. A mi novia le gustaría acostarse con otro hombre esta noche, pero aquí todos tienen fijación con su mujer", se lamenta.


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Pero finalmente algo ocurre. Las primeras parejas desaparecen escaleras arriba. Al pie de la misma se ha formado un corrillo de observadores de la escena que se desarrolla en una de las habitaciones de la planta baja: en un jacuzzi, dos mujeres, una rubia y una morena, sostienen sendas copas de prosecco con los brazos apoyados en el borde. Un hombre con los abdominales muy marcados penetra por detrás a la rubia, que no deja de conversar con la morena. A continuación, el hombre cambia a la morena, pero deja la mano en la entrepierna de la primera mujer. Entra en escena un segundo hombre, que levanta su copa y propone un brindis mientras se dirige al jacuzzi. Continúa la fiesta.

Caro tiene 28 años y un gran sentido del humor, además de un físico increíble y una mirada vivaz. Está fuera, en la zona de fumadores, encendiéndose un Gauloises Red. "Aquí se crean amistades muy intensas", dice mientras exhala cuidadosamente el humo a un lado, donde no pueda molestar a nadie. "Pero a veces los intercambios de pareja chocan con la vida normal". Cuanto mayor es el grupo de amistades, más fácil es que eso ocurra. "Es muy absorbente, como una esponja. A veces me sorprendo en compañía de mis amigos de toda la vida, conservadores, y pienso que estoy llevando una doble vida. Pero si les dijera eso, echaría por tierra su percepción del mundo".

Sentada a la mesa hay una joven ataviada con un llamativo body de cuero artificial gris metálico que le deja los pechos al descubierto y al que se han practicado varios recortes en forma de óvalo que cuelgan del propio mono por un hilillo. "Hola", saluda la chica del mono. El novio de Caro se guarda el móvil en el bolsillo y responde al saludo. "Hola. ¿Cómo va la vida por Marte?". Ella sonríe. "Bien, volveré dentro de cinco años". Todos los presentes ríen a carcajadas. Caro guiña un ojo a su novio y se aparta un poco para dejarle ligar con la chica de Marte. Junto a ellos, el jacuzzi burbujea sin parar.

* Algunos nombres se han cambiado, aunque otros son reales.