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Cambió el gobierno en Argentina, ¿cambiará el humor también?

Una charla con Pepe Rosemblat, el joven militante que se ríe y sabe hacer reír.

¿Nos reiremos algún día de lo que pasó en la política de Argentina durante los últimos años? “Seguramente”, me dice Pedro, “sin dudas se harán chistes sobre catástrofes que nos pasaron a los argentinos, más adelante. Lo importante es no ser un cínico, ahora no se puede”.

Pedro –Pepe– Rosemblat tiene 29 años y es un humorista peronista. A fin al gobierno de los Kirchner y opositor al primer y último mandato de Mauricio Macri, actualmente se anima a jugar con todo, no solo con aquello con lo que está en contra. “Bienvenido al peronismo compañero, te esperamos con un bolso y un choripán”, se ríe, haciendo alusión a las acusaciones a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner por la supuesta adquisición de "bolsos" con coimas millonarias durante su mandato.

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El humor de Pepe recorre esas fronteras y es capaz de buscar, en del desastre en el que vivimos, una carcajada entre la audiencia. Actualmente su cuenta de Instagram refleja un grado enorme de ironía.

VICE: Empezaste a hacer humor político con un personaje en Twitter al que llamaste El Pibe Trosko ¿Cuánto de trotskista tenías vos en ese momento?

Pepe Rosemblat: Cuando creé El Pibe Trosko yo tenía 22 años, estudiaba derecho en la Universidad de Buenos Aires y de trosko no tenía nada. La cuenta empezó siendo una parodia de la izquierda y la izquierda siempre representó y representa la parte marginal de la política. Yo siempre fui militante peronista, y El Pibe Trosko surgió durante el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner (entre el 2011 y 2015).

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¿Con qué público pretendías conectar?

Con el que era parecido a mí: hiper politizado, escolarizado, progresista. Pero Twitter me cansó, es una red en la que se tiene la necesidad permanente de diferenciarse del otro, es una competencia, un cúmulo de acusaciones de quién es más peronista, más de izquierda, con más ideales políticos. Al final era una microsegmentación de cosas que vistas desde arriba no tenían sentido; es decir, todos terminamos votando a la misma persona, todos queremos a los militares presos y una buena distribución del dinero. Lo que pasaba con El Pibe Trosko era que algunas agrupaciones de izquierda sentían que hablaban de alguien específico, pero nunca de ellos, eso era lo gracioso.

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Hacer humor desde Twitter con ese personaje te permitió refugiarte en tu anonimato. Después comenzaste a figurar públicamente. ¿Qué significó ese cambio en tu carrera?

De Twitter pasé a la radio con Julia Mengolini en Nacional Rock y de ahí a Radio Del Plata, y cuando llegó la propuesta de El Cadete, en el programa de Roberto Navarro, pegué el gran salto —la TV tiene otro alcance—, y de ahí al teatro para hacer Proyecto Bisman, junto a Martín Rechimuzzi. El traspaso de hacer humor desde el anonimato a exponerse con nombre y apellido permitió cumplir parte de mi principal objetivo: hacer política. Hacer humor siendo anónimo tiene algo bueno: uno no paga los costos de pasarse de la raya. Sin embargo, yo si quería aparecer. Hacer humor en el teatro me gusta y el 90 por ciento de la gente ya sabe qué es lo que va a ver, me conoce, tiene una identificación política conmigo, viene a reírse porque ya pagó la entrada para que eso pase.

Con Mauricio Macri en la presidencia jamás fue aburrido hacer humor político en Argentina, pero actualmente, con Alberto Fernández al mando, me imagino que el panorama cambia. ¿Cómo pensás gestionarlo?

Tengo un gran desafío: reírme con algo con lo que estoy de acuerdo (políticamente hablando). Mi trabajo está restringido por la coyuntura, así que este gobierno tiene que influir sí o sí en mi manera de trabajar con el humor. De todas maneras yo no quiero que mi principal valor sea que soy kirchnerista, porque sino es muy fácil: los kirchneristas nos reímos, los macristas no, y ahí se terminaría el chiste. El humor te permite tensar y ser autocrítico, algo que se nos exige a los militantes. El corto circuito se genera cuando un humorista se toma las cosas en serio, al final soy un débil en la lógica mundial: soy argentino.

Si tuvieras que definir tu manera de hacer humor, ¿cómo lo harías?

El querer hacer reír al otro es una búsqueda noble. La gente puede ser receptiva o no; si no lo es, lo peor que te puede pasar es quedar como un boludo. En mi caso el humor es una excusa para poner en valor un discurso político, a veces puede ser desde la acidez y otras desde la ternura. Una vez me dijeron que mi estilo era simpático-agresivo y me gusta esa definición. Es un humor fácil de digerir, no es pesado, me parece que me fui alejando de esa acidez que bordea el cinismo. Hay cierta técnica del chiste que uno tiene que aprender, también para no repetir lo que ya se hizo.

Si tu objetivo es hacer política, ¿pensás que la carrera de humorista tiene un límite en tu vida?

En mi caso el humor es un velo. Cuando se corre se puede ver lo que más me interesa, que tiene un discurso y un análisis de la realidad desde mi punto de vista. Sé que con el tiempo me va a interesar ser más político que humorista. Por lo pronto yo dejé la universidad para dedicarme a esto; en mi vida el humor sucedió, nunca me ofrecieron trabajo en un estudio jurídico, pero sí en una radio. De todas maneras siento que me falta saber hablar de política sin hablar de políticos, ese es el desafío.