Un artista venezolano usa el collage digital como forma de protesta

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Un artista venezolano usa el collage digital como forma de protesta

Cualquiera que le hizo un seguimiento al chavismo desde sus inicios, entiende la importancia de la imagen para el proceso político.

Tal vez el primer paso para tratar de entender cómo funciona la cabeza de Francisco Bassim sea echar un vistazo a las carpetas en el escritorio de su computadora. “Hay carpetas de todo”, explica Francisco desde su hogar en Caracas. “Hay carpetas con obras de arte universal, barrios, gente comiendo basura, basura sola, edificaciones, ojos, narices, bocas, piernas, todas las posiciones que una mano puede tener. Pies, torsos, senos, genitales. Todo, todo. Animales vivos, animales muertos. Plantas. Es infinito”. Para un artista del collage digital como Francisco, la acumulación y categorización de imágenes encontradas es un elemento primordial en su oficio. Pero dentro de ese mar casi inagotable de jpegs y pngs existe una carpeta que, al menos en la actualidad, tiene mayor importancia que las demás. Se llama “caras de políticos” y ahí se encuentra el segundo paso para tratar de entender al artista. Y es que Francisco Bassim ha conseguido a través de su oficio el vehículo ideal para criticar a uno de los gobiernos que parece incomodarle más la crítica (el de Venezuela) convirtiéndose, en el proceso, en blanco ideal para las amenazas y las intimidaciones.

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Francisco llegó al collage digital (o el collage digital llegó a él) en 2005 mientras vivía en Italia, de forma casi fortuita. “Fue una cuestión de un accidente en la computadora, haciendo una presentación para un trabajo”, explica. En ese entonces se puso a jugar con Powerpoint, programa con el que aún hasta el día de hoy prefiere usar para sus collages (el Photoshop, dice, le resulta demasiado falso). “Al principio combinaba pintura y digital pero luego me fui quedando con lo digital solamente ya que es más fácil y más ecológico. Antes la gente agarraba de revistas y periódicos, cortaba y pegaba. Yo las saco de internet. De ahí me robó una cantidad. O en realidad las tomo prestadas para transformarlas. Trato siempre que la obra diga algo. La imagen tiene que tener un contenido, tiene que tener siempre uno o varios mensajes. No es solamente cortar y pegar. Eso lo hacen es en el collage que hacen los niños en sus primeros grados de primaria”. Y ese contenido al que Francisco hace referencia, lo encontraría a más de ocho mil km de distancia, en su Venezuela natal.

Cualquiera que le hizo un seguimiento al chavismo desde sus inicios, entiende la importancia de la imagen para el proceso político que ha venido a definir y controlar la vida política venezolana en el siglo XXI. El video de Hugo Chávez aceptando el fracaso del golpe de estado que lideró en 1992 es una hito en la historia contemporánea del país y fue, para muchos, la chispa que encendió la mecha que desencadenaría en su triunfo electoral en 1998. Desde entonces, el chavismo parece signado por el poder de las imágenes simbólicas, desde su apropiación del color rojo en sus inicios hasta el uso de los ojos de Chávez que llegó a tapizar el país luego de su muerte en 2013 y pasó a simbolizar para sus seguidores casi una supervisión celestial del “comandante” sobre el proceso electoral que significó la llegada de Nicolás Maduro a la presidencia. Todo esto sumado al comportamiento del gobierno frente a los medios de comunicación, a los cierres de medios y a la censura y hostigamiento a periodistas. A la distancia, Francisco Bassim, decidió utilizar la iconografía en su contra, buscando resignificar los símbolos chavistas. “Yo los jodo con la imagen, por eso me persiguen, por eso me atacan las cuentas, por eso me amenazan. Lo que más han defendido ellos desde que están en el poder es la imagen. Y es lo que más les molesta. Que use una imagen de ellos mismos, de la realidad contra ellos. Ellos se apropian de los símbolos, pero ya no logran controlar la imagen porque ahora no les favorece”.

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Esta apropiación de la imagen es evidente en algunas de sus series más emblemáticas. Como aquella que le dedicó al polémico rostro de Simón Bolívar que Chávez popularizó luego de la exhumación del cadáver del prócer venezolano. “Ellos se apropiaron de la imagen de Bolívar y yo decidí, en el mismo momento que la sacaron, usarla y transformarla. Porque a ellos les dio la gana de mostrarnos un Simón Bolívar como ellos lo pensaban porque realmente no era así. En retratos aprobados por el mismo Simón Bolívar no era así. Hay una máscara que le tomaron al calco de su rostro cuando murió en Santa Marta… Hay tantas cosas que nos dicen que ese no es Bolívar. Que este es un uso de la imagen de Bolívar para que tuviese un rostro revolucionario, entre comillas”. O es el caso también de otra serie en la que Francisco pone la lupa sobre el fracaso de las políticas económicas del gobierno colocando los rostros que adornan los billetes venezolanos (bolívares fuertes) en contextos de miseria, contextos que lamentablemente se han vuelto demasiado familiares para el venezolano en la actualidad. “No hay nada que represente más a la gente que su moneda o sus héroes. Cuando ves a Bolívar, la moneda o su imagen, la relación es con todos los venezolanos porque nos representa a todos. Hasta aquellos que están dentro del gobierno que han causado el hambre. La imagen debe tener la fuerza para tocar a todas las personas sin importar su nivel sociocultural o económico”

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Y luego están por supuesto las ya mencionadas “caras de políticos”, un enorme compendio de los rostros más reconocibles del chavismo que Francisco usa libremente para articular su particular forma de crítica social. En Así se vive en revolución, los colocó en una escenificación de la última cena disfrutando de comida y dinero mientras varios ciudadanos escarban entre basura en la parte inferior. En otra ocasión, luego de las elecciones para la Asamblea Constituyente que fueron ampliamente denunciadas como fraudulentas, Francisco lanzó una imagen de una fila de votantes en la que todos tenían la misma cara: la de Tibisay Lucena, la rectora del cuestionado ente electoral venezolano. Estas son sólo dos de las obras que han permitido que su obra se viralice como pólvora en redes sociales, convirtiéndolo también en un objetivo para intimidaciones. “He sufrido amenazas. Ellos se creen los dueños del país y creen que te pueden amenazar de muerte. Yo recibo llamadas telefónicas, no sé dónde consiguen mi número. Cuando mi mamá estaba viva también la llamaban bastante para amenazarla. Me tumban las páginas, el Twitter me lo atacan, se apropian de las cuentas. Con Instagram ya me ha pasado seis veces. El peligro es que como yo no estoy jugando, ellos tampoco lo están. La diferencia es que yo no estoy matando a nadie”.

Para Francisco, el papel del arte es fundamental para el venezolano, pero también tiene bastante claro cuál es el perfil de artista que hace falta en el país. “Aquí muchos artistas están haciendo cosas para pocos. Pero acá hace falta un arte que cualquiera entienda. Que no necesites que venga un curador y escriba un texto barroco sobre una imagen que no se vende sola. En estos momentos se necesita que la gente entienda a través de una imagen lo que puede lograr entender en un texto de cinco o seis páginas. La imagen tiene que ser clara. ¿Hay hambre? Bueno, mírala. Las imágenes son reales. Todas las imágenes que estoy usando son reales. No son de África, no son de Asia. Son de aquí de Venezuela”.

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Al escuchar a Francisco hablar de Venezuela es inevitable pensar en que hace pocos años gozaba de una prometedora carrera en Venecia, practicando su oficio. ¿Por qué, entonces, decidió volver? Y, sobre todo ante tantas amenazas, ¿por qué no se ha ido de nuevo? “En Italia me iba bien” explica antes de detenerse a organizar sus ideas. “Pero… ¿Tú sabes cuando tú sientes que te falta algo? Un día de invierno decidí que me regresaba y ya van nueve años. Me quedo aquí porque tengo 53 años y este es mi país. Siento que hay muchas oportunidades aquí y todo está por hacerse. Hay muchos que quieren que me vaya pero no me da la gana de irme ya”.