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Sexo con Baranda Pons

Orgasmos por Whatsapp con Baranda Pons

"¡Hay que aprender a hacerlo todo con una sola mano y con batería suficiente!"
Collage: Mateo Rueda | VICE Colombia

¿Qué pasa cuando me tengo que ir de vacaciones con mi familia? Que eso me supone estar sin mi José Miel por más de un mes, lo que se traduce en que no voy a tener sexo por más de 30 días. Una tragedia. Un horror. Una pérdida de ritmo en materia de orgasmos compartidos, de feromonas y de liberación de oxitocina. ¡Ni hablemos del buen dormir, pues yo para soñar de corrido necesito de un buen polvo que me haga mover la cama!

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Ya llevo 24 días de vacaciones, es decir, 24 días sin sexo. Aquí voy a explicar cómo he conseguido esta, para mí, proeza.

Los primeros días fueron llevaderos. La Navidad y la familia me absorbieron a punta de comida, fiesta, regalos, y todos los pormenores de mi viaje. En los primeros cinco días no pensé tanto en s_x_ , y me mantuve distraída, comiendo a toda hora. Confieso que dejé en casa mi consolador azul, a quien bauticé Alberto Massimo con mis amigas, porque me niego a pasar un momento vergonzoso en el aeropuerto. Sé de historias en inmigración donde te hacen sacar el consolador, te preguntan qué es y te exigen que lo enciendas y lo apagues delante de los tipos que revisan las maletas. Yo soy muy exhibicionista en mi columna, e incluso cuando fui al bar de swingers, pero no en el aeropuerto. Ante la idea de que me hagan prender un vibrador delante de mi familia y me pregunten que para qué es, prefiero dejarlo escondido en mi neceser, a miles de kilómetros de distancia.


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Hoy José Miel me ve de noche por la pantalla de Whatsapp:

—Estás hermosa. ¡Tengo muchas ganas de besarte!
—Yo también —le digo.

Llevo muchos días sin sexo y pienso que no puedo estar tan linda, pues a mí el sexo me hace brillar los ojos y el pelo. El sexo le da sentido a mis células. Sin sexo soy la versión 2018 de La Chimoltrufia y como he devorado en diciembre soy, aparte, 5 kilos más sexy…

—Voy a escribir sobre nuestra distancia para mi columna, sobre cómo vivimos a punta de polvo virtual.
—¿Y qué les vas a contar?
—Pues todo lo que pueda, si te parece bien.

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—¡Muchos practican el sexo por pantalla! Tiene su encanto, pero nunca será como estar contigo y tocarte y… ¡como me cojan en la oficina apareciendo en tus columnas me va a dar algo! Ahora entro a una reunión, pero después te llamo y te hago el amor por acá. Verás que quedas como nueva, Baranda.

Ante la idea de que me hagan prender un vibrador delante de mi familia y me pregunten que para qué es, prefiero dejarlo escondido en mi neceser, a miles de kilómetros de distancia

La idea de que voy a tener un orgasmo en tiempo real con José Miel me deja excitada por el resto del día. Hace un año empezamos con esto de los orgasmos por la cámara del celular y hemos aprendido a hacerlo en pareja, desde la lejanía, sin que nadie se dé cuenta. Al principio él se ponía muy nervioso y me decía que no usáramos la cámara, así que me hice experta en sexo auditivo. Hoy ya es partidario de verme completa, de calentarme y hacerme hervir con sus palabras.

Sé que cuando él no me tiene a su alcance se masturba diariamente y eso hace que no esté como un potro desbocado dentro de su traje y de su corbata. Además de una pajita al día, mi hermoso José Miel es un tipo súper deportista y eso hace que la energía no se le acumule.

Yo apenas he ido a una clase de zumba y me siento llena de energía sexual sin soltar. Han pasado 10 días sin José Miel. Ahora pienso en sexo por la mañana, por la tarde y no me puedo dormir sin ver algo de porno de squirters por la noche. Gracias a Internet puedo engañar a mi cuerpo, el porno es como un batido de proteínas: no es comida, pero quita el hambre.

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Pero mis masturbaciones ni han sido míticas, ni tampoco me han producido squirts. El clima ha cambiado un montón y hace un frío horrible en Bogotá, lo que hace que me masturbe metida en una piyama marca Dulce Abrigo de mi abuelita y dentro de las cobijas. Cuando uno sabe que va a tener sexo virtual tiene que interiorizar ese famoso dicho que dice que 'el que no muestra no vende', pero también debe saber que todo en cámara se ve más grande y más rojo. ¡Además hay que aprender a hacerlo todo con una sola mano y con batería suficiente!

Gracias a Internet puedo engañar a mi cuerpo, el porno es como un batido de proteínas: no es comida, pero quita el hambre.

Suena el teléfono.

—Hola amor. Estás aún más preciosa. Quiero volver a verte y tocarte. Y sobre todo besarte. ¿Te tocas conmigo?
—¿Qué pasó con el Barcelona? —Pregunto.
—Todo sigue igual. Pero entonces, ¿quieres que nos masturbemos o nos ponemos a hablar de fútbol?
—Es que hace frío y llevo esperando un buen rato por la llamada.
—Métete en la cama y lo hacemos si quieres.

Baja la cámara y su hermoso pene de color rosa chicle está elevado y en primer plano.

—¡Me llevas ventaja! —Me meto en la cama y me acuesto, porque acostada me veo mucho más linda, más flaca, más mamasita. Me quito rápidamente el pantalón de la piyama y el saco de lana, dos artículos que no aparecen en los videos porno y que por supuesto hacen de mi polvo por Whatsapp algo amateur y chistoso.

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Al quitarme el saco se me ven las tetas por debajo de una camiseta blanca. Es más fácil enfocar a través del celular la cara y las tetas que todo lo demás. Las primeras veces que uno hace esto se da cuenta que auto enfocarse es complicadísimo y que es vital saber lo que le excita a la otra persona. Mi novio es muy visual y esto lo sé porque cuando se masturba lo puede hacer viendo mis fotos (¡qué noventero!)

—¡Qué tetas tienes! —me dice José Miel ya con una excitación de 10/10 Los pezones en mi celular se me ven grandes y por el ángulo de estar acostada, mis tetas parecen como dos melones tahitianos que tapan mi cara.

—¿Te has dado cuenta de que parezco una actriz porno mostrándote estas tetas? Intento chuparme el pezón y me falta medio centímetro para lograrlo.

—¡Es verdad! Y te follaría ya mismo —me dice al tiempo que sigue masturbándose en cámara. Con la experiencia que solo un montón de polvos a distancia pueden dar, José Miel ha descubierto que la mejor manera para que yo lo vea es de pie con el teléfono sobre la cama. Y lo que estoy viendo a través de la pantalla está enorme.

—Te la metería en este instante y te llenaría de mí —me dice mi improvisado compañero de película para Redtube.
—Además te chuparía entera, tengo muchas ganas de comerte el coño mi amor, de hacerte correr.

—Bueno, te lo voy a mostrar, a ver si puedo meter el teléfono por las cobijas —entre la oscuridad y la cobija de lana azul se asoma mi coño, feliz. Para enfocarlo bien, es ideal poder confirmar que uno no se está grabando el muslo, muchas veces pasa. Con el celular en una mano, hago malabares con la otra para abrir los labios de mi coño y empezar a meter mi dedo dentro. José Miel suspira.

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—Es el coño más bonito del mundo, ¡qué ganas de comerte con la punta de la lengua y hacerte mojar! Cuando te vea vamos a estar follando por un día entero sin parar. ¡Te voy a sacar todo el agua que tienes, Baranda!


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Yo, que soy la columnista de sexo, no tengo palabras sucias, todas las está diciendo él. Sé que mi novio tiene más vena de línea caliente que yo, es dueño de una imaginación vibrante y es un gran consumidor de porno histórico, quizá con mucha memoria para decir cochinadas al teléfono. A mí me encanta gemir con lo que me dice, gimo cada vez más fuerte y dejo de ver la cámara y mi dedo mojado entrando y saliendo con frenesí. Yo soy auditiva en el sexo y el hecho de oír sus palabras en eco con mis gemidos me hace empezar a conquistar un orgasmo lento y delicioso que se fue apoderando de mí de abajo hacia arriba, calentándome hasta las cejas.

José Miel gime todavía más fuerte que cuando tiene su orgasmo en mis profundidades, con esa voz que se le extingue porque se le sale el alma del cuerpo cuando se viene. Sé que ha sacado mucho semen, y cuando digo mucho, es mucho. Siento que me corro con agua. Mi grito de excitación, con el que todo mi sexo se estremece en una contracción, debió despertar al portero de mi edificio.