Ya existe la cura para la sobredosis de heroína, pero conseguirla es imposible
Varios factores aumentan el riesgo de una sobredosis, entre ellos la ingesta de más de una sustancia, la reducción de la tolerancia tras un periodo de abstinencia y el aumento de la dosis. Foto: Sebastián Comba | VICE Colombia

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Drogas

Ya existe la cura para la sobredosis de heroína, pero conseguirla es imposible

Si se distribuyera entre los consumidores, la naloxona podría salvar vidas. Por ahora, está encerrada en los hospitales.

Artículo publicado por VICE Colombia.


“Amor, ahí te dejé el chute en el baño”. Julieth entró buscar la jeringa que su novio le había preparado. Se pinchó, salió al cuarto y se desplomó. Labios morados, pecho quieto, pupilas diminutas perdidas en el vacío. Él la tiró en la cama, le dio golpes en el pecho, la sacudió. No reaccionó. Fue por agua al baño, se la echó en la cara. Seguía lívida. Pensó en llamar una ambulancia pero dudó; iban a llegar las preguntas, los paramédicos, la policía.

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Recordó que ella le había hablado de la naloxona. Buscó en su maleta. Encontró el frasco de una pulgada y, en su interior, poco más de una gota de líquido transparente. Llenó la jeringa, clavó la aguja en el muslo y empujó el líquido en el músculo inerte. Creyó que su novia se iba a incorporar de golpe, que iba a inhalar con furia como si acabara de sacar la cabeza del agua. No reaccionó.

Al cabo de unos tres minutos, se despertó confundida entre sábanas empapadas. Tenía el pecho aporreado, el pelo revuelto. Vio a su ex en la esquina del cuarto, llorando acurrucado. Desquiciado, le devolvía la mirada, la cabeza entre las manos, el pecho en un vaivén de terror. Entre el desconcierto Julieth sintió rabia: el efecto del chute se había disipado. Pensaba que el viaje iba a durar horas. No se había enterado de la sobredosis.

Foto: Sebastián Comba | VICE Colombia

Difícil hacerle el quite a la cursilería de la segunda oportunidad: sin esa gota de naloxona, Julieth estaría muerta. Los opioides, entre ellos la heroína que se inyectó, son depresores del sistema respiratorio. Esa dosis la dejó inconsciente e inhibió la respuesta del tallo cerebral a la falta de oxígeno y el exceso de dióxido de carbono. La naloxona hizo un barrido en el cerebro: desplazó los opioides de los receptores neuronales a los que estaban adheridos, reactivó la respiración.

Julieth tenía naloxona en la maleta porque estaba participando en un proyecto piloto que Acción Técnica Social (ATS) dirigió entre 2015 y 2016 con el apoyo de la Open Society Foundations. Ahora la recibe de la Corporación Ideac, organización que relevó a ATS en la tarea de la distribución. Julieth lleva un año sin chutarse así que piensa repartirla entre sus amigos.

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Yanina Silva, directora de Ideac, explica la paradoja de la Naloxona: los consumidores deberían tenerla a la mano por si experimentan una sobredosis, pero necesitan autorización médica para conseguirla. Para efectos prácticos, el sistema exige que una persona que se está asfixiando pida cita donde el médico para que le recete el fármaco que podría salvarle la vida.

La otra posibilidad es que llegue en manos de un paramédico pero una sobredosis da pocos minutos para actuar. En el tiempo que toma llamar al 123, explicar la situación, dar los datos y esperar a la ambulancia, un amigo o familiar del consumidor podría aplicar la primera dosis de naloxona y preparar la segunda si es preciso. Poner el fármaco en manos de la gente es convertir a la comunidad en una fuerza de primera respuesta a las sobredosis.

En manos de personas que no tienen más entrenamiento que un instructivo básico, la naloxona revierte entre el 75 y el 100 % de las sobredosis. Según la Organización Mundial de la Salud, es segura, fácil de usar, no tiene efectos psicoactivos, no es un fármaco del que se pueda abusar y no lleva a un aumento del consumo. En el peor de lo casos, se aplica demasiado tarde o frena el viaje de un consumidor que simplemente estaba profundo. En los demás, salva vidas.

Yanina Silva. DIrectora de la Corporación Ideac. Foto: Sebastián Comba | VICE Colombia.

Hay una guía oficial para el uso y distribución de naloxona entre las comunidades. El Ministerio de Salud y el Instituto de Evaluación Tecnológica la terminaron en enero del 2017 pero aún no se difunde de manera masiva y los consumidores no tienen acceso libre a la naloxona. No fue posible contactar a los encargados de la guía en el ministerio para averiguar qué pasó con ella desde que se creó. Yanina Silva fue asesora durante la creación del documento. Dice que la guía es un muy buen primer paso que no se ha dado. Ayudaría a poner antídotos en las manos de todos los consumidores.

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Es difícil saber cuántas vidas se podrían salvar si la Naloxona fuera de uso extendido. El estimado más reciente sobre la cantidad de consumidores en el país es de 2014. Según proyecciones de la Universidad CES de Medellín y los ministerios de Salud y Justicia, en ese entonces había cerca de 15 mil en Medellín, Cali, Pereira, Cúcuta, Armenia y Bogotá.

Si las cifras sobre el consumo son insuficientes, las de las muertes por sobredosis son prácticamente inexistentes. Yanina Silva dice que el sistema está hecho para que estas se registren como paros cardio respiratorios indistintos. En el mejor de los casos, se agrupan con fallecimientos por ingesta de otros depresores como la escopolamina.

El proyecto piloto de Acción Técnica Social en el que participó Julieth da pistas sobre el potencial de la naloxona. Entre 2015 y 2016 se repartieron 742 dosis con las que se atendieron 41 sobredosis. Una de esas personas murió, el resto sobrevivieron al episodio. Según las encuestas a los participantes, todos habían experimentado o presenciado al menos una sobredosis.

Infografía: Jimmy Palacio | VICE Colombia.

Julián se pincha unas tres veces al día y lleva lo que el resto llamarían una vida normal: trabaja en una productora audiovisual, pasa tiempo con su hija, se ve con sus amigos. Va bien vestido, limpio, habla sin titubeos. “Si contara en mi trabajo, no me creerían. En los 10 años que llevo consumiendo en ninguno se han dado cuenta”. Lo único que lo delata es el rastro de los pinchazos en su brazo derecho, unas cicatrices negras que señalan el curso de las venas alrededor de la sangría.

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“Es muy impresionante no tener [Naloxona] a la mano y ver que alguien se está muriendo al lado”, dice. Habla de la primera sobredosis que presenció. Uno de sus amigos remató una inyección de heroína con una de ketamina. La respuesta de Julián y el resto del parche fue un ascenso frenético: le hablaron, lo movieron, empezaron a gritar. Se fueron despertando uno a uno, todos sumaron sus voces al escándalo.

Le metieron un dedo en la boca para mantenerla abierta. Cuando los mordió, optaron por una cuchara para hacer palanca en la mandíbula. Lo metieron a la ducha, le dieron puños en el pecho. Se despertó bajo el agua helada y la descarga de golpes. Arrastrando las palabras, preguntó qué había pasado.

Ese fue un caso afortunado. No todos tienen tanta suerte. Julián hace la cuenta de las sobredosis fatales de las que ha tenido noticia: “conocidos cercanos, cuatro, cinco personas. Entre todos los que he distinguido, 30 personas”. Va a repartir entre sus amigos las 10 dosis que Yanina le entregó.

Dice que él no las necesita porque ha reducido las dosis y espaciado las inyecciones, pero cada pinchazo es riesgoso. Si efectivamente mantiene su consumo bajo control, tendrá con qué reanudar la respiración de alguien. Si le falla el plan, si la heroína le corta la respiración, tal vez tendrá cerca a un amigo con un tarrito de naloxona.