Historias de la frontera: El valle del Río Grande, en Texas
Fotos por Andrés Casares Cortina.

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Historias de la Frontera

Historias de la frontera: El valle del Río Grande, en Texas

"Rodamos en bicicleta gran parte de los 2400 kilómetros que dividen México y EU, documentando parte de nuestro viaje y buscando entender la vida en la frontera".

Desde hace unos meses las declaraciones del presidente Donald Trump sobre construir un muro entre México y Estados Unidos han sido apoyadas por algunos sectores de la población estadounidense.

Para conocer de primera mano la viabilidad y la pertinencia de esta propuesta, durante cinco semanas rodamos en bicicleta gran parte de los 2400 kilómetros que dividen México y EU, documentando parte de nuestro viaje y buscando entender la vida en la frontera. Éstas son algunas de las historias de las personas que viven en esta región.

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— José y Andrés de Border Stories Project.

"¿Quieren cenar tacos en Matamoros?", nos preguntó Coral cuando aterrizamos en Brownsville, Texas, nuestro primer destino para recorrer los 2400 kilómetros que dividen México y EU en bicicleta.

Decidimos comenzar nuestro viaje en la región del valle del Río Grande en Texas, que incluye ciudades como McAllen, Progreso y Brownsville. Andrés, mi amigo de la infancia y arquitecto, es con quien formé Border Stories Project. Sabía que mi propuesta le iba a interesar. Me costó trabajo convencerlo de hacer esta ruta, pero al ser alguien intenso y lleno de energía, me llamó días después para decirme que renunciaría a su trabajo en Nueva York para unirse al proyecto. Unas semanas más tarde los dos estábamos en el aeropuerto de Brownsville. Sólo llevamos nuestras bicis, 10 kilos que incluyen ropa, equipo de grabación y refacciones, además de unos cinco litros de agua cada uno.

Coral es madre de una amiga y se ofreció a darnos hospedaje durante nuestra primera parada. Ella nació en la Ciudad de México y creció como fronteriza, viviendo entre Matamoros y Brownsville, ahora da clases de tecnología en la escuela pública Sharp Elementary School. Teníamos contemplado cruzar lo menos posible a México, principalmente a Tamaulipas, por cuestiones de seguridad. "¿Es seguro?", preguntamos, sin saber que para ella es muy común cruzar dos o tres veces por semana. "Los martes voy al Soriana a hacer compras y otros días voy al sastre, visito amigos o a voy a comer algo", nos contó.

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Cruzamos la frontera junto a Coral para comer unos tacos en tierra de Rigo Tovar. En Matamoros, a diferencia de Brownsville, observamos mayor movimiento en las calles, gente bailando en la plaza principal y familias caminado en el centro. También había poco más de desorden en las calles, basura y comercio ambulante. Los tacos al pastor, aunque un poco más caros que en la CDMX, estaban buenos. Muchos restaurantes tienen sucursales en las dos ciudades, pero por el precio y la sazón, algunos residentes de Brownsville prefieren ir a México a comer hasta pizzas. Coral nos comentó que con sus hijas van a la pizzería Gio's en Matamoros, la cual también tiene sucursal Brownsville. "La pizza es más rica en Matamoros, yo creo que es por los ingredientes, a mejor precio y hacemos diez minutos en coche desde la casa".

Como chilangos no habíamos experimentado la vida en la frontera. Andrés en algún momento pasó por Reynosa rumbo a McAllen, para mí era la primera ver que cruzaba la frontera terrestre entre México y EU. Al igual que otras ciudades fronterizas, cruzar es común para visitar familiares y amigos. En ocasiones, los que viven en EU van México al supermercado o por medicinas y los mexicanos muchas veces sólo cruzan a EU para cargar gasolina por ser más barato. Por ejemplo, el precio del litro de gasolina en EU es de .55 dólares (alrededor de 9.30 pesos) y en México de 17 pesos, aproximadamente.

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Los cruces no son complicados y lo eran menos antes del 11 de septiembre. Para los estadounidenses bastaba con decir que eran ciudadanos para reingresar a su país y el control de visado para los mexicanos era más laxo que ahora. Después del 11 de septiembre y con el incremento de la inseguridad en México los cruces se volvieron más lentos. Además, muchos estadounidenses dejaron de visitar Matamoros y muchos mexicanos se fueron con sus familias y negocios a Brownsville para evitar extorsiones o balaceras en las calles de la ciudad vecina de México.

De 2011-2015 se registró un incremento de homicidios dolosos en Matamoros y en 2016 una disminución (Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública "SENSP"). La percepción de la gente nos hizo saber que durante el periodo 2008-2011 se cometieron muchos crímenes, los cuales probablemente no fueron denunciados en su mayoría, como sucede en todo el país. En 2016, la cifra negra a nivel nacional, es decir el nivel de delitos no denunciados o que no derivaron en averiguación previa, fue de 93.7 por ciento (Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de la Seguridad Pública "ENVIPE").

A pesar de las dificultados el intercambio humano, comercial y cultural entre ambas ciudades continua. La zona urbana de las dos ciudades cuenta con poco más de un millón de habitantes y cuatro puentes fronterizos por los cuales más de 200 mil tráileres cruzan al año para llevar productos, bienes y mercancías a ambos países. Eduardo Campirano, director del Puerto de Brownsville, nos comentó que el 90 por ciento de sus negocios están relacionados con México y la mayoría del acero que entra en el puerto desde Asia o Europa se va directamente a Monterrey. Hay optimismo en la región por los nuevos descubrimientos de petróleo en el Golfo en México y por la posible instalación de una base de la compañía de Elon Musk, Space X, en Brownsville. Aún así, las dos ciudades enfrentan retos para generar más empleo y mejores condiciones de vida, sobre todo para los jóvenes.

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En Brownsville vimos por primera vez el muro o una valla metálica roja. La construcción de este ha afectado la vida de varias personas, como la de la profesora Eloísa Tamez quien perdió una batalla legal contra el gobierno federal para evitar la construcción del muro en su patio, después de varios años de litigio. Ahora, para moverse al otro lado de su terreno tiene que abrir una puerta de la valla con una contraseña a la que solo ella tiene acceso.

La tarde antes de salir hacia McAllen, nuestra segunda parada del camino, decidimos ver el atardecer en la boca del Río Bravo. Encontramos un punto en el cual pescadores de los dos países se encuentran en las orillas del río, desde sus respectivas fronteras, donde el agua dulce y salada se juntan. El río no tenía mucha corriente y con unas pocas brazadas se podía ir de un país al otro. Nos sorprendió que las personas estaban en el agua pero ninguna se acercaba al otro país. Decidí nadar un poco y comprobé lo fácil que es cruzar entre los dos países. Sin embargo, un pescador nos comentó que hay otros lugares menos vigilados en la zona donde "pasar" gente indocumentada es todavía más sencillo. "Los coyotes controlan este punto para evitar perder negocios en otros cruces", explicó. A pesar de que no vimos agentes de la patrulla fronteriza el pescador insistió que estos están constantemente vigilando la zona. "Gran parte del atractivo de este lugar tiene que ver con su tranquilad", comentó el pescador. Para que esta continúe, los locales saben que ninguno de ellos debe de nadar más allá del país de donde metió sus pies al agua.

Los 100 km rumbo a McAllen fueron duros y experimentamos nuestra novatada. Salimos tarde, hicimos muchas paradas y estuvimos más tiempo de lo esperado bajo el sol. El plan era salir a las 4:30 am para llegar máximo a las 11 am. Sin embargo, empezamos a rodar a casi a las 7 am y llegamos hasta las 2 pm. Salimos muy entusiasmados y con mucha energía a pesar de haber dormido poco por estar haciendo cambios en nuestro itinerario de viaje, empacando maletas y ajustando nuestras bicis. Durante nuestro recorrido realizamos muchas paradas, para comer, beber agua y tomar fotos. Asumimos un rol de turistas más que de ciclistas. A partir de las 11:30 el calor era fuerte y sólo íbamos a poco más de la mitad del camino. Además, entró un norte y el viento nos pegó de frente la mayor parte del tiempo, disminuyendo nuestra velocidad (en promedio íbamos a 22km/h y con el norte a 14km/h). En varias ocasiones recordamos lo que muchas personas nos decían: "están locos, es imposible andar en bicicleta en esa zona durante el día".

Los últimos 10 kilómetros estuvimos rodando a 42 grados. Sin sorpresa, los 11 litros de agua que habíamos bebido, cada uno, lograron mantenernos hidratados. Ya quería llegar, no soportaba el sol sobre mi cabeza. No estaba cansado de las piernas, lo que me preocupaba era recibir un golpe de calor. Andrés estaba con buenos ánimos y con mucha energía. Era de esperarse, siempre ha sido mejor ciclista que yo y también más hiperactivo. Finalmente llegamos a McAllen a la hora de la comida. Nos instalamos en un restaurante con aire acondicionad para comer una hamburguesa enorme y beber litros de té helado y cerveza fría. Al terminar Carla pasó por nosotros, quien, junto con su esposo, Jorge, y su hija, Viviana, nos hospedaron un par de noches en su casa en McAllen.

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