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Fotografías de Paulina Munive.

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Cultură

“En Chiapas no es fácil ser madre”: así es ser partera tradicional en territorio chiapaneco

Estas mujeres traen al mundo a miles de bebés por año, sin cobrar un peso y utilizando sabiduría ancestral, desafiando la mala cobertura de salud que existe en el estado.

Artículo publicado por VICE México .

Son las mujeres que muchas veces tienen que hacerla de médicas tradicionales, que al mismo tiempo fungen de psicólogas o traductoras; las sabias oficiales de los pueblos y las que, sobre todo, han traído al mundo a generaciones y generaciones de seres humanos.

Son las tzotziles, tzeltales, choles y zoques que logran que la cotidianidad en territorios de usos y costumbres tradicionales fluya de forma más tersa, más responsable, mejor acompañada. Son cientos de corazones simbólicos desperdigados en lo más recóndito de la selva, en lo más incomunicado de la serranía, a lo largo de la costa. Son las parteras tradicionales del estado de Chiapas, al sureste de México.

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No obstante, lo noble de su labor sin fines de lucro, así como la razón misma de su existencia, encubren algo más profundo. Chiapas ha sido considerada desde hace décadas como la entidad más pobre del país, y uno de los rubros en el que ello impacta directamente es la cobertura de servicios de salud.

Si una mujer se embaraza y necesita chequeos, o si está a punto de dar a luz y tiene complicaciones graves, muchas veces tiene que hacer trayectos de tres o cuatro horas a través de la jungla para llegar al hospital público más cercano. Eso, en caso de que tenga los recursos y medios necesarios para trasladarse.

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El estado ostenta otros dos preocupantes primeros lugares. Uno, en número de muertes maternas, de acuerdo con el Observatorio de Mortalidad Materna en México (OMM); el otro, en embarazos adolescentes, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Sólo en lo que va de este año se han registrado en Chiapas 58 decesos por dichas causas, así como un incremento en el número de embarazos en jóvenes de entre 10 y 19 años de edad.

He ahí la importancia de la partera como primer contacto de las mujeres indígenas con su sexualidad y una maternidad responsable; de su capacitación y de la profesionalización de los servicios que brindan gratuitamente a todo el que se lo pida, ya sea hombre o mujer. He ahí la razón de que sean consideradas por los suyos como las piedras angulares de sus comunidades.

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El oficio de traer vida al mundo

Juana García es la persona que ha visto nacer a más bebés en el municipio de La Trinitaria, a poco menos de una hora en auto de la frontera con Guatemala. Ahí, donde por razones de usos y costumbres se vive una hora antes —no existe el horario de verano—, y donde la única señal captable de celular proviene de un servidor del país vecino, tiene su consultorio esta mujer.

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El sitio no tiene letrero que lo anuncie, la gente simplemente sabe que al lado del río y enfrente de las rejas negras que fungen como cárcel municipal, vive la partera. Justo al lado, una construcción prácticamente en obra negra llama la atención por su abandono. Es el centro de salud, que no ha abierto hace meses.

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Según cuentan los poco menos de 250 habitantes que residen ahí, en Rancho Acapulco —así como en otros cientos de pueblos a lo largo y ancho del estado— los médicos se aparecen en esas clínicas muy raramente. Van de vez en cuando a regalar algunas medicinas, a hacer acto de presencia, pero sus sedes casi siempre están deshabitadas.

"A mí me llegan todos los casos del pueblo, y hasta de pueblos vecinos. Incluso han venido jovencitas caminando desde Guatemala, a punto de dar a luz. El camino es largo, de ocho o nueve horas, pero la necesidad es mucha y yo hago lo que puedo", dice Juanita, al tiempo que hace a un lado una tela colgada del techo para mostrar su casa.


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Al fondo de su terreno se alcanza a ver un corral con borregos; al lado, otro con gallinas. Las parteras tienen que vivir de algo, y una de esas actividades puede ser la venta de animales de crianza en mercados aledaños. Su lugar de trabajo está en la entrada, al lado de su dormitorio. El consultorio es humilde e impecable. Tiene un catre desvencijado, cubierto por cobijas de lana, un par de anaqueles en donde guarda toallas blancas, gasas, trastes de cocina, pastillas anticonceptivas y folletos de planificación familiar que les regala a sus pacientes.

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Ahí hace chequeos generales de salud, enseña a usar métodos anticonceptivos, da consejos para la prevención de enfermedades de transmisión sexual a las personas que migran por trabajo a playas turísticas como Cancún o Playa del Carmen, tiene medicinas y cobijo para cualquier dolencia. Pero su trabajo principal, como el de todas las parteras, es traer vida al mundo. A Juanita, como la conocen sus amistades, se le murió el esposo hace cinco años y dice que desde entonces se ha dedicado de lleno a ejercer el don que, dice, Dios le dio, y que le permite ver nacer a unas 120 criaturas al año.

La mujer, de semblante tranquilo y español entrecortado, recibe con júbilo a una camioneta todo terreno marcada con el nombre Marie Stopes. Se trata de una organización internacional que sólo en la Ciudad de México realiza interrupciones legales del embarazo, que llegó a Chiapas en 1999, pero que desde 2009 puso en marcha ahí un programa titánico de capacitación a parteras tradicionales en comunidades con tasas altas de natalidad y rezago económico, de estados como Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Morelos y Veracruz. Mediante él, buscan llevar educación sexual, anticoncepción y métodos de planificación familiar a estas comunidades, a través del liderazgo de las parteras.

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Las promotoras de salud sexual y reproductiva de la organización están ahí para explicarle a todo el que lo desee lo que nadie les ha contado sobre sexualidad. Lo que la mayoría de jefes de familia prohíbe preguntar.

"Eso es una labor difícil, porque muchas veces tenemos que pedir permiso a sus esposos para entrar a las comunidades y hablar de ciertos temas, enfrentarnos a las diferencias de lengua y, sobre todo, a la desinformación, al machismo y a los tabúes", asegura Bárbara Pérez, una de las principales promotoras del programa.

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A pesar de los arraigos y de los prejuicios que aún tiene mucha gente, Juanita dice que es muy feliz dedicándose a su oficio. El primer parto que atendió fue el suyo, a los 18 años, sin saber nada. Después vino otro bebé, y otro, hasta completar su familia de ocho personas. Luego comenzó a hacerle el favor a sus sobrinas, a sus vecinas, a toda la que se lo pidiera.

"Yo me siento muy bendecida cada que veo asomarse la cabecita de un nuevo bebé. Por eso me gusta tanto que en las brigadas me enseñen cosas nuevas. Así lo puedo hacer mejor cada día. Y si siento que se me va de las manos, pues lo canalizo con un médico en el hospital más cercano. Nunca dejo solas a mis pacientes. Yo sé que en Chiapas no es fácil ser madre", dice ella.

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El sueño de Manuela —y de todas las parteras—

Manuela Gómez atiende embarazadas en los Altos del norte de Chiapas, en una población llamada Chalchihuitán, a poco más de una hora en auto de San Juan Chamula. También es integrante de la red de capacitación de Marie Stopes, pero sólo habla tzotzil, así que para comunicarse con ella y capacitarla, debe estar cerca preferentemente alguna promotora que sepa su lengua y pueda fungir como traductora. En este caso, la acompaña María López.

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Ella es una partera muy especial, pues todo el tiempo anda itinerante. Vive en un lugar llamado Lobalaltic, pero muchos días a la semana viaja cerca de una hora y media para vender velas en el mercado de Chalchihuitán, así como para atender a las mujeres que la necesitan, que son muchas. En la zona hay más parteras, pero por su experiencia es a la que más buscan.

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"Yo tengo 58 años, pero hace cerca de 26 que me dedico a esto, por seguir los pasos de mi madre y mi padre, que también era partero. Entendí que mi familia tenía el don, y por eso ayudo a todas las personas que puedo. Es un poco cansado, pero me conformo con verlos satisfechos con sus bebés recién nacidos", dice, con una sonrisa que se entiende sin traductor.

Manuela tampoco le pone precio a su trabajo. Dice que veces le pagan los 50 o 100 pesos que cuesta el material de curación, aunque en otras ocasiones tiene que conformarse con las gracias "o con un jumbo" —un refresco de dos litros—. Pero que eso no le importa, porque es algo que aceptó desde que tuvo "el sueño".


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Y eso, lo de "el sueño", es otro gran tema. En las comunidades se tiene la creencia de que las parteras, antes de ser parteras, reciben una especie de iluminación mediante un sueño premonitorio que les indica su destino. Muchas aseguran haberlo tenido; otras se vuelven a la causa de tanto ver a sus abuelas o madres en acción.

"Yo creo que ser partera es una actividad de mucha nobleza. Por eso todo lo que sé, se lo enseño a mi hija para que continúe la tradición. Ella ya sabe cómo es la labor de parto, los tratamientos que debe aplicar cuando las mujeres traen mal colocado al bebé, las hierbas que debe infusionar para darle de tomar a las infértiles, a las que se retuercen de cólicos. Ya sabe también que esta es una actividad de amistad: que debe acompañar a sus pacientes los 40 días siguientes al parto", cuenta Manuela.

Con el trasfondo de un cielo azul sin nubes, y un sol que cae a plomo sobre el techo de su choza en Chalchihuitán, la mujer recuerda la mañana en que despertó de "el sueño" y fue a contárselo a su madre.

"Fue algo tan maravilloso, que me dan ganas de enseñarle a los demás lo que vi, de soñar siempre. Pero pues primero están los bebés", asegura.

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