Todos deberíamos ser drag queens, al menos por una noche
Fotografía de Paulina Munive.

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Viajes

Todos deberíamos ser drag queens, al menos por una noche

Después de una experiencia como ésta, los prejuicios que puedas tener contigo simplemente desaparecen.
PM
fotografías de Paulina Munive

“¿Estás lista para tu transformación?”, me preguntó María Magdalena, una drag queen de casi dos metros de altura, antes de llevarme a su departamento para comenzar mi primera noche como drag queen.

Siempre me ha maravillado la maestría con que algunas drags llevan a cabo su personaje a nivel técnico y artístico. Creo que es admirable la actitud con que navegan por las calles de la ciudad, despertando fascinación con cada mirada que roban al mover sus largas melenas mientras dan pasos firmes en tacones.

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Me resultaba imposible no pensar cuánto tiempo les lleva producirse, de dónde sacan esos fabulosos vestuarios e incluso inquietudes sobre la inseguridad y discriminación que pueden encontrar. “¿Cómo me vería en drag?”, me pregunté obsesivamente durante meses.

Imagen del autor momentos antes del encuentro.

María Magdalena y Skanda López son dos chicas drag que, a través de sus redes sociales, ofrecen la oportunidad de presentarle el glamour drag durante una noche a quien se aventuré a intentarlo. Emocionado y con ganas de explorar otro lado de mi personalidad, decidí vivir la experiencia.

Me citaron un jueves por la noche afuera del Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México. “¿Qué me pondrán?”, “¿Qué nombre debo elegir?”, “¿Y si no aguanto los tacones?”, pensé mientras esperaba nervioso su llegada. Las preguntas desaparecieron inmediatamente de mi cabeza cuando vi a un par de monjas carmelitas, de casi dos metros de altura, acercarse a mí. “Estoy en las manos correctas”, pensé con seguridad.

Caminamos hacia su departamento, donde me ofrecieron una cerveza fría y tequila. De inmediato me vi envuelto entre pelucas, vestidos, joyería y motivos religiosos. “¡Pues salud!“, dije y me tomé de fondo el primer caballito de tequila.

Skanda López y María Magdalena en hábito Carmelita.

Una vez instalado, me explicaron los pasos a seguir: primero comenzamos con el maquillaje, después viene una importante decisión: ser rubia, pelirroja o trigueña, y finalmente hay que escoger el vestuario y los accesorios.

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Primero me limpiaron el rostro y me aplicaron tanto lápiz adhesivo sobre las cejas, que rápidamente perdí la cuenta de las capas que usó. Tuve una sensación fría, pesada y un poco incómoda sobre la cara. Después de cubrir por completo mis cejas, llegó el momento de disimular mis facciones. Para esto, aplicaron una gran cantidad de base sobre mi rostro, que se sintió como una crema fría que finalmente se secó.

Casi una hora después, me acercaron un espejo, donde pude ver mi rostro en blanco, sin cejas ni facciones. Bien dicen que sólo necesitas una red en el pelo y quitarte las cejas para darte cuenta de qué tan feo eres, o por el contrario, ver cuánto potencial guarda tu rostro.

“Ahora sí vamos a dibujar tu nueva cara”, me dijeron mis dos nuevas amigas mientras alistaban un juego de brochas y sombras. El primer paso para crear mi nuevo rostro fue dibujarme un par de cejas, las cuales definirían mi nueva cara y mi nueva personalidad. Tengo que admitir que en este punto todo comenzó a fluir más rápido, no sé si fue porque se trata de un trabajo más sencillo, me acostumbré a estar sentado sin moverme o simplemente era el efecto del tequila que había tomado.

Mi espera no se alargó mucho tiempo más. “¡Listo!”, me dijo María Magdalena y me indicó que ya era momento de elegir la ropa que iba a vestir, así como la peluca que definiría mi nueva personalidad. Sin embargo, antes de continuar me preguntó: “¿Ya pensaste en tu nombre?” Me había olvidado de esta parte tan decisiva, pero recordé una novela que leí hace poco y decidí robar el nombre de la protagonista: “Virginia”, contesté tranquilamente.

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Me puse de pie y a sólo a unos pasos de mí, pude ver una rica colección de pelucas y personalidades. No tuve que verlas todas porque tenía una idea de lo que quería en mí. “Quiero probarme ésa”, dije, y señalé una larga cabellera rubia y medio rizada. En cuanto me la puse, supe que era justo lo que quería.

Llegó el momento de elegir mi vestuario para recorrer las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México. Entre Skanda y María Magdalena me mostraron un vestido que parecía hecho a la medida. Antes de ponérmelo me atreví a preguntar si había rellenos, medias o corsettes para mí, pero me confesaron que era algo difícil de llevar. “Esta experiencia puede ser muy cansada la primera vez, por eso preferimos no hacerlos vestir tanta cosa”, confesaron.

María Magdalena poniendo los últimos detalles sobre Virginia Vergara.

Me ayudaron a ponerme el vestido y los accesorios. Después de más de una hora de trabajo, por fin me vi frente al espejo. Una sonrisa grande se dibujó en mi rostro cuando pude ver el trabajo que mis dos hadas madrinas realizaron, desde las cejas, las pestañas y los labios, hasta el vestido y los accesorios. “Pareces sobrina de Sofía Vergara”, me dijo una de las chicas bromeando. “¡Claro! ¡Me llamo Virginia Vergara”, contesté segura de mí misma.

Listas las tres, salimos del edificio departamental hacia nuestro destino: los bares de la comunidad LGBTQ+ que se encuentran en la calle República de Cuba. Los nervios y la incertidumbre aumentaron y junto a mis anfitrionas, caminé con paso firme y veloz sobre zapatos de tacón.

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Llegamos a nuestra primera parada: el Marrakech, famoso lugar que durante años nos ha dado las mejores playlists y shows en barra. Apenas pasaban de las 11 de la noche y, aunque ya había gente en el lugar, aún se podía caminar. En seguida me sentí como una celebridad, ya que la gente no dudó en acercarse para tomarse fotos con las tres dragas que acaban de llegar. Reconozco que me llenó de felicidad recibir un par de comentarios diciendo lo hermosa que me veía. Creo que ésta es una sensación que todos tenemos derecho a sentir y experimentar alguna vez en la vida.

El calor no tardó en apoderarse de mí, especialmente con tanto maquillaje sobre el rostro, y eso que apenas llevaba un par de horas metida en el papel de Virginia Vergara. Decidimos salir unos minutos y más gente se acercó a pedirnos fotos y llenarnos de cumplidos. Conforme pasaba el tiempo, más me convencí de que era toda una estrella. Al menos por esa noche.

Después de un breve descanso cruzamos la calle a La Puri, el bar que se encuentra enfrente y cuya decoración estuvo a cargo del artista mexicano Fabián Chairéz. Nuevamente, desde el momento en que cruzamos el pasillo de espejos y luces neón, la gente nos detuvo para poder tomarse una foto o bailar con nosotras.

Skanda López en hábito de Carmelita.

El ambiente en La Puri es increíble, entre la buena vibra de la gente, la música, las fotografías y la excelente decoración, parece que nada puede salir mal. Supongo que por eso, a pesar de estar entre algunas de las calles peligrosas del Centro de la CDMX, hay un sentimiento constante de seguridad. Sabes que estás con gente que no te juzga y está ahí por la misma razón que tú: para divertirse, para sentirse uno mismo en un espacio 100 por ciento libre de homofobia, prejuicios y malas actitudes.

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Interior de la Purísima.

Creo que el drag se trata de jugar con uno mismo, de crear una ficción propia, una piel nueva con la que nos sintamos cómodos y sobre todo que nos permita encontrar esa satisfacción plena que todos merecemos experimentar. Hoy puedo decir que agradezco que exista gente como María Magdalena y Skanda López, quienes siempre están dispuestas a ayudar a cualquiera para guiarlos en un camino que puede ser abrumador.

Haberme animado a romper mis propios prejuicios y darme la oportunidad de jugar con otra parte de mí, ha sido un gran ejercicio, tanto de confianza como de autoconocimiento. Me doy cuenta de que estar a gusto en nuestra propia piel a veces está a un par de tacones de distancia.

Decidimos quedarnos un rato más, tomando mezcal y bailando. La música sonaba fuerte y la gente me hizo sentir como si fuera la persona más interesante en ese momento. Brindamos y mientras me movía entre luces y música, lo único que pasó por mi cabeza era lo feliz que me sentía.

Si quieres conocer más sobre el trabajo de María Magdalena y Skanda López, puedes seguirlas aquí.

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