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Los 'millennials' cubanos son los nuevos comerciantes del mercado negro de la isla

Ya no se sienten atraídos por la ideología socialista, usan zapatillas Nike y traen iPhones. Los jóvenes cubanos se las ingenian para hacerse de recursos, vendiendo habanos falsos, viajes por la isla o ropa que consiguen meter de otros países.
Photo par Enrique De La Osa/EPA

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La sala de Sofía se encuentra cubierta de ropa. Pilas de camisetas y shorts caen del sillón. Hay vestidos esparcidos del otro lado, y una silla plegable sostiene una pequeña montaña de zapatos. No se puede ver el piso.

La mujer de 30 años se sienta con la pierna cruzada en medio de la mercancía, doblando metódicamente una pila de ropita de bebé. Sostiene una prenda con volantes. "Este es bonito", dice, "los del gobierno son feos, caros y se caen a pedazos".

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Unos años atrás, Sofía, quien decide usar un nombre falso, logró ganar suficiente dinero vendiendo ropa en el mercado negro para poder comprar un pedazo de tierra a las afueras de La Habana, junto a la casa de sus padres. Construyó su propia casa y ahora presume el reluciente piso de falsa madera que hay en su sala y en su dormitorio.

'Todos en mi pueblo quieren mi ropa… tengo todas las tallas'.

Sofía es uno de los millones de cubanos que se han decidido por el comercio informal para reemplazar o complementar el salario de los trabajos fomentados por el Estado. El empleo gubernamental en la isla comunista es bastante precario. Estimaciones recientes de la revista Harvard Business Review muestran un ingreso mensual promedio de 20 dólares. Las pensiones pueden ser tan bajas como ocho dólares al mes.

Sofía estudió finanzas y economía completamente sin costo en la Universidad de La Habana. Después de su graduación, tomó un trabajo en una estación de gas del gobierno, donde trabajaba turnos de 24 horas y tenía dos días de descanso, pero pronto se dio cuenta de que el salario que tenía no podía darle la vida que ella quería. Empezó a buscar oportunidades en otro lado, tomando el ejemplo de su padre, un ingeniero civil que dejó su trabajo en el desarrollo de la costa en La Habana por una carrera más lucrativa como taxista de turistas en su auto.

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Después de meses de persistencia y repetidas visitas a la embajada, Sofía consiguió una visa que le permitía viajar a Ecuador, donde compró una pasaporte ecuatoriano falso en el mercado negro de ahí. Con ese pasaporte ella puede viajar libremente entre Cuba y otros países de Latinoamérica. Ella hace viajes regulares a las zonas libres de impuestos en Panamá y República Dominicana, donde compra ropa al por mayor y la lleva de contrabando a su país, con ayuda de un amigo que trabaja en la industria del transporte.

"Todos en mi pueblo quieren mi ropa", dice Sofía alegremente. "Tengo todas las tallas".

Ted Henken, presidente de la Asociación de Estudios de Economía de Cuba, y autor del libro Entrepreneurial Cuba, dice que casi todos los residentes cubanos llegan al mercado negro de alguna manera.

'Todos tienen algo de estafadores'.

Los hombres mayores que compran diarios cada mañana y los revenden con una ganancia son ampliamente aceptados y son conocidos como 'viejos del barrio'. También se contrabandean electrónicos de ultramar. Los bartenders reemplazan las botellas de ron caro con su propio licor casero y venden lo que sobra.

"Todos tienen algo de estafadores", dice. "Es la ley de la selva".

Pero Henken argumenta este fenómeno ha aumentado entre las generaciones jóvenes de Cuba en los últimos años porque los millennials en la isla nacieron después de que iniciara el "periodo especial" del país, cuando la caída de la Unión Soviética marcó el comienzo de una pobreza extrema y escasez.

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"La gente de menos de 30 años ha crecido en un sistema que ha estado en caída libre durante años", explica el académico. "Sienten menos remordimiento por verse envueltos en el mercado negro porque no parecen creer en los ideales del socialismo".

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En 2010, el presidente cubano Raúl Castro implementó reformas que hicieron más fácil a los emprendedores obtener licencias para dirigir sus propios negocios en lugar de trabajar para entidades gubernamentales.

De acuerdo a Henken, el número de autoempleadores se ha disparado de 150.000 a medio millón desde las reformas. Pero las continuas restricciones en la economía formal, como el monopolio del gobierno en las importaciones y exportaciones junto con el embargo comercial de los Estados Unidos, han hecho que el crecimiento del sector privado esté siendo acompañado por un incremento del mercado negro.

Ahora, explica, la actual relación entre la isla y los Estados Unidos ha impulsado esta tendencia haciendo más fácil que los dólares fluyan dentro y fuera del país.

'Desearía que tuviéramos un Walmart aquí. No me imagino cómo ha de ser'.

Cuba opera con dos tipos de moneda, una para turistas y otra para residentes. Los turistas pagan en dólares, y la moneda local vale 25 veces menos que eso. Los salarios del gobierno son pagados en la moneda local, haciéndolos virtualmente inútiles comparadas con los dólares adquiridos en el mercado negro.

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"Parte del negocio de la gente es obtener acceso a los dólares", dice Henken. "La mayoría de la gente recibe su salario en esta moneda casi sin valor, y muchas veces intentan encontrar un camino a sectores donde los dólares abundan".

Incluso la visita más breve a Cuba da un amplio ejemplo de la medida en que los más jóvenes aprovechan los beneficios del creciente mercado negro.

En una nación donde puede ser casi imposible encontrar artículos para el hogar o alimentos en las tiendas manejadas por el Estado, los jóvenes visten ropa brillante y polos, además de tener iPhone y escuchar música con sus audífonos.

Las estafas son pasadas por alto casi siempre por las autoridades, sin importar cuan evidentes sean. De acuerdo con Henken, cada cierto tiempo los delincuentes son arrestados y llevados a la cárcel en un esfuerzo por restituir su poder. Pero estos casos son raros, y los estafadores más jóvenes no tienen reparos en operar a plena luz del día.

'Es mi sueño conocer los Estados Unidos'.

Igual que Sofía, otros trabajadores del mercado negro se muestran orgullosos de su tenacidad. Muchos tienen una arrogancia desafiante y una obvia despreocupación por los sistemas que rigen el país.

Alberto de 28 años, estudió bioquímica en la Universidad de La Habana. Usa Nike, Rolex y vende cigarros falsos a los crédulos turistas.

Rafael tiene 29 años y se encarga de llevar a los turistas entre Manzanas — donde vive con su madre — y Varadero, un conjunto playero al noreste. Cobra 40 dólares por viaje, y espera algún día ahorrar suficiente dinero para poder costear un viaje a los Estados Unidos.

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"Norteamérica es lo mejor que hay", dice. "Tienen de todo allá".

Para Sofía, Rafael y sus demás colegas, los Estados Unidos son más que sólo un flujo de dinero. Perciben a su vecino del norte casi como un lugar mítico, rico en recursos al que sueñan poder acceder. Por el contrario, lo que Cuba ofrece deja mucho que desear.

"Es mi sueño conocer los Estados Unidos", dice Sofía. "Desearía que tuviéramos un Walmart aquí. No me imagino cómo ha de ser".

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