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Cultură

Tasa azul: ¿también te cuestan más las cosas si eres hombre?

Tasa rosa y tasa azul son sólo dos caras de la misma moneda, resultado de una ley de oferta y demanda que sexualiza intencionadamente el consumo para penalizar siempre al que está dispuesto a pagar más.

Dos tipos. Foto de Ben Bentley

La semana pasada publicamos un artículo sobre la tasa rosa, ese impuesto inherente a los productos para chicas orquestado por el sistema patriarcal que obliga a las mujeres a pagar más que los hombres por un producto equivalente. Aunque las pruebas gráficas aportadas son irrefutables, no pude evitar pensar que, en muchas ocasiones, los hombres también son víctimas de la situación inversa.

No se trata de contradecir a nadie. Puede que tan sólo sea un fisura, un pequeño bug en el matrix falocentrista opresor de la famosa tasa rosa, pero me he propuesto demostrar empíricamente que ese impuesto injusto y sexista muchas veces tiene un color muy diferente: EL AZUL.

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Si hay una parcela en la que las mujeres son claramente beneficiadas es, sin duda, en las grandes cadenas de ropa. Un paraíso construido a la medida para el regocijo femenino donde, por el simple hecho de tener pene, eres relegado al ostracismo de un pequeño rincón en la zona más alejada de la última planta. Si quieres comprar una sudadera en cualquier cadena de ropa tendrás que sufrir primero el tortuoso viaje de cuatro pisos en escaleras mecánicas ante el regocijo de mujeres que disfrutan de gangas que a ti te han sido negadas. Cuando llegas arriba, la realidad se encarga de abofetearte aún más fuerte al ver que el precio en las prendas de hombre puede llegar a ser incluso tres veces superior.

Casi la misma camisa en H&M. Leñadores: 19,99 euros. Leñadoras: 14,99 euros.

Joder, en Primark ni siquiera disimulan.

Yo, alma rebelde, he intentado levantarme contra el sistema y he comprado alguna vez mis vaqueros en la sección de tía. Soy de muslo ancho, pero como tuve una época en la que los pitillos nunca eran suficientemente pitillos para mí, se me antojaba como buena opción. Por supuesto, estas prendas del diablo están preparadas para castigar la insurrección y sancionarte con cinturas que se escurren y bolsillos en los que no cabe una mierda. Pero, ¿dónde guardan las cosas las tías? Lo sé, en el bolso, otro privilegio femenino. Lo más parecido que un hombre puede llevar con dignidad es una riñonera de turista alemán o de kale borroka.

Merece la pena pagar más por un bolsillo de verdad.

Otra realidad sangrante es la discriminación que recibimos siempre que intentamos alquilar una habitación. Me considero un tipo ordenado y limpio -bueno, yo no, pero seguro que hay hombres que sí- y sin embargo resulta por sistema mucho más difícil acceder a una vivienda que una mujer. Cada vez que en una web tipo idealista encuentras una habitación barata y bien situada, una nota al pie con la etiqueta "sólo chicas" se encarga de hacerte despertar de tu fantasía. ¿Alguien ha visto alguna vez un piso para "sólo chicos"? Yo tampoco.

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¿Por qué nadie habla del "puntito rosa"?

Un amigo se pasó un mes sin conseguir que le alquilaran un puto piso por Airbnb y al final optó por conseguir un bebé y posar así. Consiguió casa al minuto.

Si hablamos de perfumes, puede que aquí la teoría de la conspiración rosa tenga cierto sentido. Los perfumes de mujer son casi siempre más caros que los de hombre. Pero, al mismo tiempo ¿quién coño se compra un perfume? Piénsalo. Se regalan en Navidad. La novia al novio y el novio a la novia. ¿Quién sale perdiendo? ¿Quién es de nuevo el gran perjudicado? Y sí, las mujeres se dejan una pasta en cremas exfoliantes persiguiendo un icono artificial de feminidad impuesto por la sociedad. Pero yo este mes me he dejado medio sueldo en Propecia y Minoxidil. (Nota para mujeres: crecepelos carísimos que venden en las farmacias).

Hugo para él y Hugo para ella.

Por último, algo que me inquieta bastante desde que escuché de niño lo de "al pasar la barca, me dijo el barquero, las niñas bonitas, no pagan dinero". Vaya puta cara, ¿no? Lástima por las niñas feas que tendrían que pringar como yo pero indignación por una injusticia que de adulto se sigue confirmando en el punto más claro y denigrante de este experimento cutre que he desarrollado. La estocada final a la tasa rosa. Las entradas a la discoteca. Aquí, literalmente, la tasa azul se mea en la boca de la tasa rosa. ¿Cuántas veces has odio "chicas gratis" mientras tú tienes que pagar como un gilipollas? Y eso si te dejan entrar, porque si eres tío te pueden poner pegas por tu calzado, por tu camiseta e incluso por tu cara. Si eres tía podrías entrar en bata de franela que a los porteros no les importaría una mierda.

A todo esto hay que añadirle la facilidad que tienen ellas para conseguir copas gratis. Otro atraco al género. A mí nunca me ha invitado nadie a nada en un bar y eso que mi pick up line de entrar a tías siempre ha sido "veo que me estás mirando mucho, ¿me invitas a una copa?". Por supuesto, nunca ha funcionado ni para ligar ni para beber.

Y ahora sí, antes de que esta parrafada se convierta ya del todo en un monólogo de Eva Hache sobre las desternillantes diferencias entre los hombres de Marte y las mujeres de Venus, voy a dar por concluido mi sesudo estudio misógino e irme a chocar los cinco con mi amigotes. Eso sí, me llevo la sospecha interna de que tasa rosa y tasa azul son sólo dos caras de la misma moneda, resultado de una ley de oferta y demanda que sexualiza intencionadamente el consumo para penalizar siempre al que está dispuesto a pagar más. Como demandantes, sólo nos queda levantarnos en armas por un mundo daltónico en que cada cual compre lo que quiera sin caer en categorías estúpidas. Menos si eres de muslo ancho, entonces olvida este consejo.