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Me fui de vacaciones a hacer hachís en Marruecos

Se dice que Marruecos produce casi la mitad de todo el hachís que circula por el mundo, y unos 80.000 los marroquíes trabajan en esta industria.
El hachís que hicimos en la granja

Hasta la ocupación española del norte de Marruecos en la década de los años 20, Chefchaouen era prácticamente una ciudad cerrada. De hecho, las primeras tropas encontraron a su llegada judíos que hablaban una forma de castellano medieval que no se había oído en la península ibérica desde hacía 400 años, y una población totalmente opuesta al cristianismo.

Gracias a la gallarda valentía española a la hora de borrar del mapa todo rastro de herencia cultural ajena, la ciudad es ahora un popular destino turístico. Los mochileros llegan de todas las partes del mundo para hacerse autorretratos al lado de sus hermosas casas azul pálido, zamparse un queso de cabra famoso en toda la región y, más que cualquier otra cosa, sacar partido de la boyante industria local del hachís.

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Chefchaouen.

Se dice que Marruecos produce casi la mitad de todo el hachís que circula por el mundo, y se calculan en alrededor de 80.000 los marroquíes que trabajan en su industria, principalmente en el Rif, la región montañosa al norte de Marruecos donde se encuentra Chefchaouen. El debate acerca de la despenalización de esta industria lleva tiempo burbujeando en el Parlamento. El pasado agosto, un miembro de la oposición dijo que su partido confía en poder legalizar la producción de cannabis en un plazo de tres años.

Su actual carácter ilegal no es un problema menor en una región en la que mucha gente depende de ella como su principal fuente de ingresos. Citado en el Independent, un portavoz del partido marroquí Istiqlal decía, "Hay aldeas en el Rif donde no se ven hombres por ninguna parte, ya porque están en la cárcel o porque los busca la policía". Los mismos argumentos que hoy en día se están dando en Estados Unidos e Inglaterra a favor de la legalización se dan también en Marruecos: imponer impuestos a la producción podría salvar la economía del país de su actual déficit, ahorrar el dinero que se destina a su persecución y, al fin y al cabo, hacerles las cosas un poco más fáciles a todos los que están en el ajo.

Con esto en mente, decidí darme un garbeo por Chefchaouen para subsistir un fin de semana entero a base de queso de cabra y visitar el lugar de nacimiento del mejor hachís del mundo.

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Hierba que compramos con total facilidad casi nada más llegar.

Resultó que esto último no es nada difícil. Si fumas hierba y en Chefchaouen no das con ella, es probablemente que sea porque ya estás muy fumado. Los bereberes rifeños –el grupo étnico bereber que habita en el Rif– se te acercan sonriendo a casi cualquier hora del día y te ofrecen un poco de algo que quizá te podría interesar: "¿Hachís? ¿Kif? ¿Chicas? ¿Opio?", etc, etc. No se tomarán tu primer, segundo y tercer "no" como una respuesta legítima.

Me traje a dos amigos conmigo, uno de ellos un veterano de Chefchaouen. Al llegar llamamos a un amigo que había hecho en un viaje anterior y organizó con él una visita guiada a una plantación de hierba para el día siguiente. Con todo encarrilado, nos dirigimos al hostal -Hotel Souika–, que estaba lleno de todos los clichés que uno se esperaría en una utopía de fumetas.

Había mochileros con barbas, mochileras con collares de cuentas y los típicos peregrinos colgados que, vistiendo chilabas, parloteaban sin cesar sobre drogas, drogados ellos mismos, a cualquiera que también pareciera estar fumado o, en su defecto, cualquier infortunado que se encontrara en su radio de alcance. Menos ortodoxos eran una pareja mixta español-japonesa que hablaban en susurros, empezaban y acababan todos los días con un canuto enorme y se pasaban cada noche una media hora lavándose los dientes en el balcón, en completa oscuridad.

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Nuestro primer día en Chefchaouen empezó tan mal como cualquier día malo en Chefchaouen puede empezar. Nuestro guía nos recogió en el hotel y, apenas habíamos caminado unos cientos de metros, con él diciendo que nos iba a enseñar habitaciones llenas de hierba, cuando un hombre le agarró por el hombro y lo alejó de nosotros. Me giré y crucé una mirada con mi amigo. "Ponte a andar", me dijo. "Lo han detenido". Oí tintinear unas esposas detrás de mí y seguí caminando hacia adelante, intentando malamente que pareciera como si aquello no fuera conmigo. Me sentí mal, sí, pero la verdad es que no estaba preparado para que me metieran todo el día en una celda por el delito de ir calle abajo al lado de un hombre al que acababa de conocer.

De vuelta en el hotel, la recepcionista nos dijo que no habríamos tenido problemas. "Era de la policía turística, y él no es un guía turístico registrado", nos explicó. "Le arrestan todos los días. No es un problema para vosotros. Le harán preguntas y dirá, 'No tengo trabajo. ¿Acaso queréis que robe?'"

Nuestro permanentemente arrestado guía no es el único que se desespera por no tener trabajo. La tasa de desempleo en Marruecos es alrededor del 9 por ciento, pero se dispara hasta el 30 por ciento en el segmento de población inferior a los 34 años. Esa cifra no sería ni de lejos tan alta si el ahora clandestino comercio del hachís fuera legalizado, obligando a los cultivadores a mantener registros de las 800.000 personas que se calcula que trabajan en esta industria y, potencialmente, crear más puestos laborales a medida que creciera el mercado.

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La vista de Chefchaouen desde la mezquita española en las colinas.

Después de que la recepcionista del hostal nos explicara el destino de nuestro primer guía, otro hombre se nos acercó, nos dijo que había visto lo sucedido y se ofreció a mostrarnos los alrededores. Le seguimos a través de las montañas durante unos buenos 40 minutos, tomándonos un descanso en una mezquita española y admirando la ciudad color azul pastel que se extendía debajo de nosotros.

Finalmente llegamos a una granja en lo alto de una pequeña aldea en las colinas. Nos llevaron hasta un patio y nos dieron sillas para que nos sentáramos mientras las gallinas picoteaban alrededor de nuestros pies, haciendo unos ruidos que no eran como los que normalmente hacen las gallinas. "Comen semillas de marihuana", nos dijo nuestro guía. "Se vuelven locas".

Kif siendo molido hasta convertirlo en hachís.

Uno de los trabajadores nos trajo hasta el patio una bolsa grande de kif –que son los cristales de THC una vez han sido separados de los cogollos de marihuana–, que por lo visto había sido cosechado un mes antes. Cubrieron un tazón con una tela elástica y encima pusieron el kif, cubierto con otra tela, para después ser machacado hasta que en el tazón sólo quedó un fino polvo. Depositaron el polvo en una bolsita pequeña, lo apretaron bien y lo frotaron contra la pernera de un pantalón.; el hachís estaba listo. El granjero nos dijo que tarda unos 25 minutos en recoger un kilo de kif, con el que después puede hacer unos 10 gramos de hachís.

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Nos dijeron que lo que veíamos estaría en el mercado europeo el año que viene, si bien otros marroquíes me dijeron que el hachís de Chefchaouen se consume principalmente en el mercado doméstico.

Un tazón con kif molido

La granja que visitamos era un negocio familiar. Mientras estábamos preparando el hachís, una niña pequeña correteaba, sonriendo y riéndose, entre las gallinas. Era una escena un tanto extraña, pero daba fe del hecho de que la familia, que llevaba 40 años viviendo allí, era la propietaria y la que sacaba adelante la granja. La economía de Chefchaouen depende del turismo y del hachís, y una buena parte de los turistas vienen a causa del hachís o, al menos en los casos de los turistas de más edad que me encontré, porque la UNESCO ha declarado la ciudad Patrimonio Mundial. La legalización y legitimación de una fuerza laboral tan grande como la de la industria del hachís no sólo podría ayudar a las economías local y nacional, sino también lograr una mejor integración de la región del Rif, conocida por su tribalismo bereber y antagonismo hacia el gobierno central marroquí.

Es una industria que ya da empleo a casi un millón de personas, lleva en activo en Marruecos desde el siglo XV y de la que miembros de la policía han sido acusados en el pasado de formar parte. Todo señala a que la despenalización tiene sentido, pero está claro que todavía quedan escollos que superar.

Si Marruecos legalizara el cannabis, sería la primera vez que esto sucede en un país árabe. La gran pregunta es si una sociedad conservadora –aunque tolerante, en comparación con el resto de la región– aceptaría una legalización total, y después cómo reaccionaría la Unión Europea, considerando que Marruecos ya lleva más de medio siglo inundando el continente con el hachís que transportan barcos de carga llenos hasta los topes.

Por el momento parece improbable, teniendo en cuenta las presiones internacionales, pero los potenciales beneficios para Marruecos están ahí, para quien los quiera ver.

Sigue a James en Twitter: @duckytennent