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El número de perder los estribos

Hablemos de sexo. O no, porque vivimos en Egipto.

¿Cómo hace la gente –en especial las mujeres– para aprender sobre sexo en un país donde el sexo es tabú?

"A las mujeres se les enseña que el sexo es tan doloroso que el pene del hombre les hará daño", me dice mi esteticista en su local, en la parte de atrás de un pequeño centro comercial de Heliópolis, un barrio rico a las afueras de El Cairo. "De esta manera no querrán tener relaciones sexuales y mantendrán su himen intacto".

Ghalia, que me pide que no mencione su apellido, me está haciendo un "pack de novia"; una exfoliación completa para eliminar hasta la última célula de piel muerta y no dejar ni un solo vello en todo el cuerpo. Nosotras, las mujeres egipcias, somos gente hirsuta, así que para mí este proceso requiere de muchas pausas, de muchos "respira hondo", muchos "piensa en una playa paradisíaca". En un universo paralelo en el que mi familia nunca hubiera abandonado Egipto, yo estaría aquí sentada frente a Ghalia, o alguien como ella, preparándome para mi noche de bodas en vez de estar investigando para un artículo.

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Vine a Egipto con una pregunta en mente: ¿cómo hace la gente –en especial las mujeres– para aprender sobre sexo en un país donde el sexo es tabú? En una ocasión compré píldoras anticonceptivas en Zamalek, una zona pudiente de El Cairo, y un hombre egipcio que estaba a mi lado murmuró: "Repugnante".

En 2010, el gobierno suprimió las clases de educación sexual, que se limitaban a enseñar cómo gozar de buena salud reproductiva, porque de todas maneras los profesores se saltaban el temario con disimulo. Naturalmente, la gente recurrió a Internet: Egipto es el segundo país en el mundo donde más se googlea la palabra "sexo", si bien en 2012 sólo el 44% de la población tenía acceso a la red.

Las madres egipcias tienen por costumbre evitar el tema, limitándose a preparar a sus hijas para la habitual sesión de depilación a la que deben someterse antes de la boda. Agarran a sus hijas de la mano y las llevan a centros de belleza. A menudo es únicamente en lugares como este donde las chicas pueden mantener conversaciones reales y sinceras sobre sexo, normalmente con mujeres como Ghalia.

Ghalia se ríe de las caras que pongo cada vez que me esparce una bola fría de halawa –un tipo de cera casera muy popular, también llamada "caramelo"– sobre la pierna, me la arranca y vuelve a repetir todo el proceso. La halawa no es precisamente el método más eficaz. Tiene que pasarla por la misma zona unas tres veces, dejándome la piel enrojecida y palpitante.

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Ghalia se toma muy en serio lo de no dejar ni un solo pelo, porque para los hombres egipcios una novia sin pelos es tan importante como una novia virgen. Se ha convertido en una expectativa común entre ellos, del mismo modo en que el sexo oral se ha convertido en una expectativa común entre los hombres americanos.

"Algunas chicas se ponen a llorar antes incluso de que empiece", me explica. A las mujeres se les dice desde pequeñas que esto forma parte del matrimonio, como si tener un simple pelo en el brazo o un poco de vello púbico fuera un defecto físico. "Una vez una novia llamó a su prometido para preguntarle si podía no hacerse la línea del bikini".

"¿Y él qué dijo?".

"Le dijo con ternura que si podía hacerlo por él", recuerda. "Siempre les digo que la peor parte del matrimonio es el caramelo", dice, y hace rodar de nuevo la misma bola de halawa y vellos sobre mis piernas.

Ghalia es una de las pocas mujeres egipcias con las que he hablado que no cambia de tema cuando menciono el sexo; está acostumbrada a que le pregunten por ello. La dinámica entre ella y sus clientas recuerda a la intimidad que se establece entre los psiquiatras y sus pacientes. Me explica que a menudo recibe a mujeres que padecen tanta ansiedad que el conducto vaginal se tensa hasta el punto de que la penetración resulta imposible.

El doctor Wagid Boctor, un conocido psicólogo que sale mucho en la tele, asegura que se trata de algo bastante habitual, y explica que muy a menudo acuden a él mujeres que físicamente son incapaces de tener relaciones sexuales. En estos casos, suele realizar terapia de pareja, pero también les receta a las mujeres una combinación de relajantes musculares y pastillas contra la ansiedad.

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Egipto necesita educación sexual desesperadamente, y Boctor se ha hecho cargo del tema, al menos en lo que se refiere a la comunidad cristiana del país. Boctor es un farmacéutico que volvió a la universidad para sacarse un doctorado en Psicología Familiar, especializado en terapia sexual. Había ejercido como terapeuta sexual de manera extraoficial durante un tiempo, ofreciendo asesoramiento a parejas de su parroquia, pero en los últimos dos años empezó a viajar por Egipto y Dubái impartiendo cursos oficiales en iglesias coptas ortodoxas.

"Cuando les pregunto qué significa para ellos la palabra 'sexo', la respuesta es casi uniforme", dice sobre los adolescentes de instituto que van a sus clases. "Los chicos empiezan a soltar risitas y a pegarse codazos unos a otros, mientras que las chicas miran al suelo. Yo estoy intentando cambiar eso".

Boctor tiene cuatro tipos de alumno: adolescentes, universitarios, adultos a punto de contraer matrimonio y padres. Opina que, desde una edad temprana, se debería tratar el tema del sexo como algo "natural", "bonito" e incluso "sagrado". Anima a sus alumnos a que le hagan consultas tanto en clase como en privado. Y vaya si se las hacen.

"Me preguntan sobre sexo anal, sexo oral, masturbación", me explica. El sexo anal, según Boctor, está fuera de toda consideración: la Biblia lo condena. El sexo oral está bien, siempre que las dos partes den y reciban de manera equitativa. La masturbación, opina, es egoísta; él se centra en el goce mutuo del sexo. Algunos padres se han quejado de sus clases y les han prohibido a sus hijos asistir a ellas, e incluso han reprendido a la iglesia por ofrecerlas.

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A Boctor no le sorprende. Pero cree que el sexo es una necesidad humana básica, y a menudo es testigo de cómo la falta de educación sexual está destruyendo vidas.

Hace veinte años, una mujer le pidió ayuda para solucionar lo que ella consideraba una catástrofe: su hija de cuatro años no paraba de frotarse entre los muslos con un cojín. La mujer le pegaba en las muñecas, la regañaba diciéndole que eso era aaib –inmoral o vergonzoso–, pero su hija no dejaba de hacerlo. A ojos de aquella mujer, estaba criando a una pervertida sexual.

"Le expliqué que aquello era normal, le ofrecí consejo, y la niña creció y está perfectamente bien", me dice. "Ahora está casada".

Otras no tienen tanta suerte. Especialmente en zonas rurales del país, donde los padres –aterrorizados y confundidos por la curiosidad natural de las niñas por explorar sus cuerpos– deciden practicarles la ablación a sus hijas, convencidos de que esta práctica frena el deseo sexual.

En el Alto Egipto, una zona del país eminentemente agraria, empobrecida y de mentalidad tradicional, "honor" es sinónimo de que tus hijas se mantengan vírgenes. Los hombres cuelgan sábanas manchadas de sangre fuera de sus casas la mañana siguiente del leilet el dokhla, la noche de bodas, en un ritual machista que proclama: "Me he casado con una mujer pura y de buena familia".

"No entienden que el deseo viene de aquí", dice Boctor, señalándose la cabeza, "y no de los genitales".

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Mientras que a las mujeres se les advierte que deben alejarse del sexo, los hombres lo usan para demostrar su masculinidad.

El problema es que, claro, esto deriva en situaciones sacadas de American Pie en las que los hombres lo aprenden todo a través del porno y todo tipo de historias inverosímiles. Entonces, a la hora de reafirmarse en su hombría, o como quieran llamarlo, tienen dificultades.

Un problema muy habitual es la ansiedad de rendimiento, lo que puede conducir a la impotencia o a la eyaculación precoz. Boctor menciona hombres de veintitantos y treinta y tantos que toman Viagra para conseguir una erección, combinada con medicamentos contra la ansiedad para ser capaces de usar esa erección.

"Algunos consiguen tramadol a través de amigos, o de amigos de amigos, desarrollan tolerancia rápidamente y se vuelven adictos", me dice Boctor en referencia a un opioide utilizado fuera de sus indicaciones de uso para tratar la eyaculación precoz. Reconozco inmediatamente el nombre porque mi chófer me había ofrecido esa droga unos días antes al mismo tiempo que intentaba venderme hachís. Técnicamente es una sustancia legal, pero la policía la controla tan de cerca que las farmacias han dejado de venderla.

En un artículo reciente del New Yorker, Peter Hessler escribía sobre un basurero que usa tramadol para tener relaciones sexuales, refiriéndose a este medicamento como la Viagra del hombre pobre: "La verdad es que este fármaco no funciona como la Viagra, pero muchos egipcios parecen creer que sí". Hessler observaba un desequilibrio en las parejas egipcias: "la combinación de hombres que toman drogas para tener sexo y mujeres que son sometidas a la ablación y confinadas al hogar".

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"El sexo es el problema número uno en los matrimonios", dice Boctor. "Incluso el papa [de la Iglesia copta] ha hecho que la educación sexual sea un requisito para casarse".

A medida que me alejo del apartamento de Boctor, me siento al mismo tiempo afortunada e intranquila. Regreso a mi universo paralelo: hubiera sido criada como copta, hija de un padre saadi, un padre del Alto Egipto, en El Badrashin, donde no siempre habría agua corriente y electricidad. Es una zona conocida también por la práctica de la mutilación genital femenina. Mi madre me dijo más tarde que ella tuvo que intervenir para que mi hermana y yo nos librásemos de pasar por aquello. ¿Y si no lo hubiera hecho?

Mi padre, como el resto de Egipto, era víctima de su entorno. Después de veinte años en América, no se le ocurriría cuestionar que se impartan clases de educación sexual en las parroquias; de haberme quedado en Egipto, seguramente yo ni siquiera hubiera tenido el valor de pedirle permiso para ir.

Pero esas clases solo están al alcance de los cristianos, aproximadamente un 7% de la población de Egipto. Eso deja el destino de un montón de mujeres casi literalmente en manos de Ghalia y otras esteticistas.

"¿Qué se le dice a una mujer que físicamente no puede tener sexo con su marido?", le pregunto.

"Le digo que tiene que proporcionarle alivio sexual a su marido o acabará teniendo cáncer de testículos", responde, plenamente convencida de sus palabras. "Se acabará relajando, y por fin tendrán sexo".