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El alfabeto (ilustrado) del narco mexicano

W de "Washington"

Éste es uno de 29 testimonios que he recogido entre gente metida en la Guerra contra el Narco. Los nombres y locaciones específicas han sido omitidas por seguridad.

Éste es uno de 29 testimonios que he recogido entre gente metida en la Guerra contra el Narco. Los nombres y locaciones específicas han sido omitidas por seguridad. Lo he acompañado de un dibujo y mi definición sobre alguna de las 29 palabras que he escuchado mentar a esta gente. Aquí les dejo la palabra de esta semana: Washington.

I. “Desde mi recámara de hotel, el Capitolio es un pezón erecto y menudo. El obelisco a Washington se erecta lechoso y sosegado. Pordioseros fuman cristal tras la estatua a Lincoln, protegidos por la pureza melindrosa de estos monumentos. Un niñato de la embajada mexicana insiste en alejarnos: ansía llevarnos a donde el party: el área de Adams Morgan, que a esta hora se ha vuelto carnaval. Un automóvil se ha atascado entre el gentío, y un adolescente se le trepa en la ventana. El carro avanza con su cuerpo saliéndosele a medias, hasta que un policía lo coge de las piernas estrellándolo en el piso. Alguien grita ‘cálmese’ y el policía se voltea, le mira fijo: ‘Esto es calma’. Y alza la macana. Al otro extremo un anciano montado en silla de ruedas nos mendiga unas pesetas. Huele a axila, alega que peleó en Vietnam y que aún se hace la chaqueta fantaseando con ‘esa puta llamada democracia’. Dice que necesita plata para sus medicamentos. Cuatro afroamericanos se le acercan: ‘¿cuánto dinero nos juntaste, abuelo?’ El veterano desenvaina un cuchillo tamaño Rambo. Los negros ríen; uno le arrebata los billetes arrugados en su bolso, entonces el veterano zarandea su machete siete veces. ‘Así no conseguirás tu dosis, viejo’. Para entonces, el pelotón enemigo ya se ha escabullido. Capital de Roma, imperio en decadencia. Veinticuatro horas después estoy en un evento en uno de los enormes museos de la ciudad. Han asistido todas las embajadas: sus mujeres, por encima de sus pechos y traseros aristocráticos, visten trajes de lentejuela negra. Un grupo norteño que en los mejores tiempos cobró fama por sus narcocorridos toca durante la velada: son la culminación de un nuevo nacionalismo. La mujer a quien expongo este argumento frunce el entrecejo, me pide la disculpe y nunca vuelve: está sacándose una foto tras el escenario improvisado mientras desliza una servilleta con sus datos, sin que nadie más que yo lo advierta, en el bolsillo del cantante del grupo. Un empleado de la embajada ruega que asistamos a una fiesta que han organizado (¿A dónde el party?). Nosotros, mai frend, regresaremos al hotel y beberemos en el lobby. Horas después un contingente desesperado de alcohólicos y toxico dependientes en esmokin atiborra una suite presidencial. El recepcionista llama para reclamar de quién es el vómito olor a agave que endureció la alfombra del pasillo. Una mujer gime en el cuarto de a lado tras la música que hemos puesto a todo volumen. Nadie contesta. No pasa nada. El siguiente tomé mi vuelo de regreso con apenas dos horas de sueño. Pedí al chofer nos detuviéramos frente al Capitolio para tomarme la única fotografía que tengo de este viaje.”

II. La política de Washington en torno al concepto “drogas” surge de un reconocimiento fascista de las personas que integran su sociedad civil. A pesar de que buena parte de los argumentos en contra del consumo de estupefacientes son de tipo moral, la penalización del uso de drogas no tiene que ver con el incumplimiento de un código de comportamiento acorde a lo bueno y/o lo debido. A nivel mediático, la prohibición tiene que ver con un asunto de salud física, asumiendo que la experiencia del consumo es exclusiva del cuerpo. Cualquier dimensión emocional y psíquica de experimentación queda fuera de la política norteamericana frente a la idea meramente de un cuerpo-que-consume. Incluso la despenalización en varios estados del uso de mariguana obedece a un asunto estrictamente médico, rigurosamente biológico y no social. La regulación de cuerpos y no personas, que para Agamben significaba un ejercicio de biopoder paradójicamente emprendido por legislaciones democráticas, conduce a una marginalización no sólo del consumidor, sino de todos los involucrados en el universo cobijado por el concepto “drogas”. Sicarios, policías corrompidos, toxicodependientes, incluso los inocentes que mueren en medio de balaceras relacionadas al narco (las llamadas “bajas colaterales” en el lenguaje bélico) son objeto de excepción y, por ende, muy probable aniquilamiento. El régimen de Estado contemporáneo, bien encarnado en la guerra contra las drogas emprendida por Estados Unidos, pasa por alto la muerte impune de estas vidas; y no sólo eso, sino que precisa de su sacrificio para justificar las decisiones cupulares de Washington. El estado que alberga la presidencia norteamericana, por cierto, está dos niveles por encima del índice nacional de muertes inducidas por uso de estupefacientes. Washington, sin embargo, es un concepto que no es exclusivo del Estado norteamericano; en Washington se toman muchas decisiones en las que Estado(s) e industrias farmacéutica y armamentística, entre otras, se funden en un mismo aparato regulatorio cuasi invencible: una suerte de imperio desterritorializado que tiene por objeto la perpetuación del ejercicio de poder, disciplinando a sus subordinados.

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V de "venganza"

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