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Cultură

Una guerrita uniandina

Opinión // La Universidad de los Andes ha demostrado ser incapaz de darle la cara a sus propias violencias.

Desde muy pequeños, los niños aprenden que con su cuerpo pueden afectar la conducta del adulto. Del simple llanto a las pataletas estratégicamente realizadas para incomodar a los padres hipersensibles al juicio social, los niños exhiben un repertorio gestual con el que influyen de forma más o menos exitosa en la conducta de quienes le rodean. En este interjuego de construcción corporal, es habitual que la preocupación de los cuidadores por regular la conducta excretora del niño, se corresponda con el descubrimiento infantil del poder que tienen los propios excrementos para guiar el comportamiento del adulto. Así, las heces y la orina activan respuestas en el entorno social que pueden llegar a ser tan dramáticas como la sensibilidad y el (buen) gusto familiar lo admita.

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Freud teorizó este momento de coincidencia entre la conducta excrementicia y cierta expectativa social sobre el control de esfínteres como 'etapa anal', pero no hay necesidad de llevar esta contingencia hasta las consecuencias delirantes que le otorga el psicoanálisis, para reconocer el enorme poder de interpelación que tiene las heces, sobre todo en aquellos entornos en los que el propio deseo de refinamiento y exquisitez encuentra en la exhibición y el regodeo fecal el peor atentado a la moral familiar. En ciertos entornos sociales, la amenaza infantil del chichí y la caca es suficiente para precipitar todo tipo de comportamientos de control, disciplina, paranoia, asco, reprobación y náusea.

Podríamos denominar 'CHIC' o Chichí-Caca a todas aquellas tácticas en las que la fecalidad es utilizada como arma para explotar la moral de clase de cierto grupo social. Del mismo modo en que algunos niños desarrollan un comportamiento CHIC con el que aseguran que sus exquisitos padres presten atención a sus caprichos a costa de un momentáneo rubor, la vergüenza frente a los pares o un fugaz y pusilánime reproche a la insolencia infantil, muchos adultos hacen de la táctica CHIC la mejor arma para otorgarse un lugar dentro de su exclusivo círculo social. Hay, por ejemplo, artistas CHIC que hacen del escándalo fácil y calculado su único recurso para posicionarse dentro del circuito del consumo estético, pero también hay políticos CHIC, literatos CHIC y, desde luego, intelectuales CHIC.

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El 'Intelectual CHIC' o Chichí-Caca es aquel que ha hecho del discurso escatológico, la metáfora fecal y el dispositivo anal, su marco cognitivo para posicionarse dentro de cierta élite provincial. La función política de este intelectual no es relativa a su aporte al conocimiento o la comprensión de los problemas sociales, sino tan solo la del escándalo. Pero no un escándalo dirigido a socavar la hipócrita moral de la comunidad, sino una algarabía contenida, precodificada y destinada a reafirmar el orden que pretendía subvertir.


Lea también: La ética del administrador de Chompos, el grupo que trolleó a Carolina Sanín.


Carolina Sanín es un buen ejemplo del intelectual CHIC. Con su recurso paranoide a explicar el origen de todo lo que le molesta por la analidad y con su tendencia a hacer de la fecalidad la fuente principal de sus tropos y adjetivos para cualificar el mundo, deja en evidencia la precariedad de su marco crítico. No le basta con elevar su discurso escatológico a las alturas de la teoría apelando a un supuesto trasfondo psicoanalítico: en su discurso, la mierda de sociedad en la que nada es mierda y nada más. En Sanín, el recurso a rebajar al otro a la mierda y a la analidad, se traduce siempre en coprofilia. Por eso sus argumentos solo escandalizan y asquean al círculo intelectual de tías a las que se dirige y de las cuales espera el reconocimiento a su premeditada labor de insubordinación.

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En las últimas semanas la profesora Sanín fue víctima de un virulento ataque por parte de una caterva aún más CHIC que ella: los autodenominados Chompos, un grupillo de muchachitos de la Universidad de los Andes que creen que enmierdando todo lo que no se ajusta a su 'selecta' norma de clase y estilo producen las más desencajadas risas en las redes sociales. ¿A quién hace reír el humor de los Chompos? A ellos mismos. ¿Y a quién le parece escandaloso su humor? Pues a las mismas tías burguesas que se asquean con la mierda de sus hijos y pagan a una sirvienta para que la limpie. El humor de Chompos es una estrategia prosaica de distinción de clase. Siguen creyendo que estudiar en los Andes es el patrimonio de unos privilegiados que, a pesar de su abolengo, se vieron obligados a untarse de pobre en el Centro de Bogotá. Parecen niños ricos, pero con conflictos de pobre: ¿serán realmente tan exquisitos, bellos, inteligentes, subversivos y perspicaces como se presentan o el anonimato es solo un modo de mistificar sus ilusiones?

Como la gente CHIC gusta de regodearse en su podredumbre, uno de estos Chompos publicó una imagen en Facebook burlándose de la profesora Sanín. Y allí fue la hecatombe CHIC. La 'guerra', como tiernamente tituló algún jovencito que obviamente ignora lo que significa una verdadera guerra. Una guerrita uniandina. Muchas tías salieron a hablar de amenazas y violencia de género y censura. Pero, ¿fue realmente una amenaza o solo un mal chiste? La naturaleza de la amenaza es distinta a la del insulto, pues no busca solamente herir, sino que promete un daño. Pero entre el daño prometido y la capacidad de cumplirlo siempre hay un trecho muy grande. Por esto es que la amenaza representa un gran problema para el derecho penal: porque no de toda agresión discursiva se sigue necesariamente un daño.

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¿Está el anónimo cretino de Chompos en capacidad de hacerle daño a la profesora Sanín? No lo sé, pero parte de lo que hace a Colombia un país tan particularmente violento es que en la vida cotidiana es muy difícil distinguir entre un meme y una amenaza, y entre un imbécil y un homicida. Por esta razón es que resulta tan cándida la columna escrita en este mismo medio por Sebastián Serrano: el problema no es que unos vejetes no comprendan el refinado humor de los nativos digitales, sino que en Colombia es dolorosamente probable que cualquier bobo envalentonado le arroje ácido en la cara a la persona que considera fuente de sus propias incapacidades. Así que es comprensible el temor de Sanín. Aquí la profesora no se sobreactúa de manera CHIC, sino que teme a los efectos habituales de la imbecilidad colombiana.


Lea el "cándido" artículo de Sebastián: La guerra por un meme.


Aún así, el temor de la intelectual CHIC contrasta con el miedo pueril del administrador de Chompos que se oculta tras una máscara de unicornio. ¿A qué le teme el Gran Bully? ¿Acaso reconoce que las personas que pretende humillar están en capacidad también de hacerle daño? ¿Teme a los efectos disciplinarios o penales que se puedan seguir de su comportamiento? ¿Por qué sobrevalora tanto al poder que pretender humillar? Evidentemente, el poder de Chompos es el poder del cretino magnificado por el anonimato y convertido inmerecidamente en interlocutor. Pero tras esa máscara ridícula no se puede esperar nada distinto a un hombrecillo castrado. La fecalidad de Sanín al menos posee la dignidad de quien se hace responsable de las consecuencias de su mierda, pero la del Bully Chompo es la fecalidad propia del que se caga, se queja de que no le limpian la cagada, llora porque no le celebran el tamaño de su mierda y jura que su cagada huele a rosas. Tras de bobito, entusiasmado…

En todo este debate tan CHIC, quedo con la impresión de que la Universidad de los Andes es un ecosistema de valores apto para la supervivencia de la lógica Chichí-Caca. Y bueno, las reacciones que toda esta discusión han generado en la élite intelectual cercana a la Universidad me han confirmado esta percepción. Sin embargo, esto no me parece tan preocupante, pues la eficacia de lo CHIC es correlativa a su puerilidad. Lo que sí me raya mucho es que, de Colmenares a las amenazas homofóbicas a Lanz, pasando por el bullying a Sol Fonseca, las burlas clasistas por redes a los Pilos y hasta el patético linchamiento a un profesor por cuenta de su falta de empatía, la Universidad de los Andes ha demostrado ser perfectamente incapaz de darle la cara a sus propias violencias. La Universidad se parece mucho más de lo que quisiera al país que siempre ha intentado eludir…