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Cultură

¿Qué tan válido es golpear y desnudar a un ladrón?

¿Qué podría pasarle a la mujer si el derecho le cayera encima?

Este artículo apareció publicado originalmente en VICE Colombia.

No hace tanto tiempo, sobre todo en Bogotá pero también en otros lugares de Colombia, se pusieron de moda los videos extremadamente violentos en que un grupo de ciudadanos golpeaba, a veces hasta la inconsciencia, a veces hasta la muerte, a un presunto ladrón. A una "rata", como popularmente se les dice. A los colombianos nos gusta (vean ustedes los comentarios que acompañan este video del top five de linchamientos en Bogotá) darle en la jeta a quien creemos que se lo merece. Y se nos va la mano.

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Entre uno y otro, de acuerdo con un informe del grupo de investigación Eilusos, del departamento de Sociología de la Universidad Nacional, que cruzó cifras oficiales con revisión de medios, el número llegó a los siguientes niveles: de junio a junio, entre 2014 y 2015, 140 personas murieron linchadas en Bogotá y otras 600 fueron salvadas por la poca policía que llegó al lugar de los hechos. Pongámoslo más crudo: cada tres días, en ese periodo, moría una persona linchada.

El fenómeno puede tener causas: una sensación generalizada de que el Estado no llega a atender estos delitos comunes; una sed reprimida de venganza ante los criminales a quienes hay que castigar bajo la milenaria modalidad de "ojo por ojo"; la certeza de que, como se dice de calle en calle, las "ratas" estarán libres en dos días si las cogen.

Más allá de estos análisis, que serían oportunos en esta sociedad, quisiéramos detenernos en un video que circuló esta semana en redes sociales alcanzando un nivel de exposición mediática singular. ¿Qué pasa en él? Una mujer castiga a un presunto ladrón dándole unos golpes, y obligándolo después a empelotarse enfrente de un grupo de personas. En bola y perseguido por un perro, el muchacho finalmente huye despavorido ante la burla de los demás. Observen.

Robar es malo, ya sabemos. Intentar robar, también. Mandemos el foco a otra parte: ¿qué podría pasarle a la mujer si el derecho le cayera encima? Aunque algunos digan que tortura (un delito complicado, que se interpreta de manera muy estricta), nuestro penalista de cabecera, Jacques Simhon, dice que, al no haber ánimo libidinoso (ganas de sexo, en español) lo que podría configurarse, al descartar tortura, es un "constreñimiento ilegal". A saber: obligar por la fuerza a alguien para que ejecute, omita o tolere alguna cosa por fuera de su esfera de voluntad. El Código Penal, artículo 182, le da de uno a dos años de prisión, que tendría rebajas de pena.

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Otra sería la historia, nos contó Jacques, si este joven que sale en el video es menor de edad: 17 años, pongamos, haría que el delito se convirtiera inmediatamente en pornografía infantil, una pena mucho más grave, que podría meter a la cárcel a la presunta víctima del hurto entre 10 y 20 años. El Código Penal, artículo 218, es bien claro y metería en honduras a la mujer, a quien grabó el video y a quien lo montó.

Párrafo aparte, en VICE Colombia, la abogada María Paula Ángel ya había escrito una columna informada sobre el otro tema delicado de este fenómeno creciente: filmar a alguien en un video y subirlo a Youtube para el goce del mundo entero. El derecho a la intimidad tiene sus límites: un personaje público (un político, una celebridad), o una persona que decididamente quiera llamar la atención, no tiene mucho rango para alegar que se la han violado.

Pero otra es la historia cuando hablamos de un civil cualquiera que está por ahí: como Nicolás Gaviria o como, pongamos por caso, el presunto delincuente que en este último video mandan empelotar y a correr con las desteñidas nalgas al aire. La ley de Habeas Data es clara: los datos personales ––como la imagen–– solo pueden usarse con el permiso de la persona implicada. En este caso, claramente, no hubo permiso de ningún tipo.

Conclusión: la señora la cagó. El que graba la cagó. El que subió el video la cagó. Y sin embargo, a juzgar por los comentarios en redes, los tres quedaron exonerados de culpa ante la voz del pueblo.

Si bien los ciudadanos tienen derecho a defenderse, incluso a arrestar a una persona y llevarla a las autoridades, es demasiado absurdo el que genera una sociedad con sed de justicia por mano propia. El aplauso generalizado es un síntoma indudable del aire revnchista que se respira en Colombia.