Los voladores de Papantla, con fe hacia el vacío

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Los voladores de Papantla, con fe hacia el vacío

Los voladores en una fila ordenada y con la cabeza inclinada en signo de humildad y respeto se preparan para ascender uno a uno el palo de más de 30 metros para realizar el último ritual de la celebración.

Uno de los festejos de mayor importancia para la cultura totonaca es la celebración de Corpus Christi (Cuerpo de Cristo) en Papantla, Veracruz. Envuelta de un fuerte sincretismo religioso, se lleva a cabo aproximadamente 60 días después del Jueves Santo, coincidiendo con el cambio de estación marcado en el calendario solar prehispánico, donde los totonacas realizaban festejos alusivos a las cosechas y el culto a sus dioses.

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Actualmente el festejo está acompañado de charreadas, conciertos, feria gastronómica y otras actividades, sin embargo lo que cautiva y sorprende a sus visitantes es el recorrido que realizan cientos de danzantes a lo largo de las calles que rodean el centro, donde se encuentra la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, sitio donde danzan los Voladores de Papantla.

Realizada a campo abierto durante la noche, el Festival Xanath es el momento cumbre de esta celebración donde las fiestas antiguas se complementan con la tecnología para mostrar un espectáculo de luz y sonido que reúne la variedad de danzas y danzantes de la región en una versión coreográfica, que recrea el pasaje histórico de la lucha de los pueblos totonacas contra los conquistadores.

El Palo Volador y sus hombres pájaro

El arte indígena se ha transmitido de generación en generación a través de sus ritos y su cultura, los grupos de danzantes son pieza fundamental en la región totonaca, por lo que presenciar de cerca uno de sus ritos más importantes, fue lo que me hizo aceptar la invitación al siguiente día, para retratar la ceremonia tradicional sagrada del corte y arrastre del Palo Volador.

Despertar antes del amanecer y pedir permiso al dios del monte para internarse en su territorio, fue el comienzo de una gran experiencia. El ritual inicia cuando el caporal (máxima autoridad del grupo) va en busca del palo volador Tazak-kiwul. Una vez encontrado, más de un centenar de totonacas, entre niños, mujeres, hombres y ancianos, iniciaron la incursión al monte como parte del ritual.

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Velas y un par de máscaras rojas a ras de tierra, bocanadas de aguardiente hacia los cuatro puntos cardinales, flores, y copal abrazando la atmósfera; inclinan el cuerpo en reverencia al son conocido como "Del perdón", así se presenta la ofrenda por el sacrificio a la Madre Tierra.

Hachazos continuos terminan por sucumbir el sólido árbol, se corta el follaje y comienza el amarre que los macheteros hacen para su arrastre hasta la carretera donde una grúa lo llevaría cerca de su destino final.

Por algunas calles inclinadas invadidas de copal, los palanqueros y jaladores se encargaron de llevar a cabo el segundo y último arrastre. Al sonido del son del camino, el tambor y la flauta siguieron el tronco hasta el lugar establecido. Durante todo el trayecto está prohibido que una mujer toque o pase por encima del tronco; creen que es de mala suerte para los voladores.

Después de preparar la ofrenda de una gallina, tabaco y aguardiente a Kiwichat —dueña de la Tierra—, con varias sogas y una perfecta coordinación, el izamiento del Palo Volador demuestra la fuerza y fervor de sus pobladores. Una vez que queda fijo al hoyo de tres metros que lo resguardaría, los voladores en una fila ordenada y con la cabeza inclinada en signo de humildad y respeto, se preparan para ascender uno a uno el palo de más de 30 metros para realizar el último ritual de la celebración.

El último en subir a la cima es el caporal, que girando sobre su eje hacia los cuatro puntos cardinales, flauta y tambor lo acompañan para pedir la benevolencia de los dioses y concederles lluvias generosas que den fertilidad a su tierra. Con una serie de saltos y un zapateado que parecía querer clavar con mayor profundidad el palo, los niños voladores amarrados a la cintura, extienden sus brazos como alas de un ave y se dejan caer de espaldas con fe hacia el vacío.

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Conforme descienden los giros se hacen más amplios, cada volador gira 13 veces, que multiplicado por los cuatro voladores da el número 52, que según los calendarios prehispánicos, son los años que completan un ciclo solar, después del cual nace un nuevo sol y la vida sigue su curso.