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Ediciones VICE

Los videojuegos me ayudaron a dejar de pensar en el suicidio

Después de que me diagnosticaron cáncer, las mañanas que pasaba jugando eran las únicas horas del día en que no estaba haciendo planes detallados sobre las distintas maneras en que me podía quitar la vida.

Este artículo fue publicado originalmente en Motherboard, nuestra plataforma de ciencia y tecnología.

Los videojuegos que jugaba eran un poco tontos, desde el punto de vista de la cultura pop. Batman: Arkham Night, The Witcher 3, la serie de God of War. De una forma u otra todos lidian con el suicidio.

Era un periodo en casa, luego de una cirugía, y no estaba trabajando. Me levantaba a eso de las 9 de la mañana y jugaba videojuegos hasta el medio día, tomando descansos sólo para comer, ir a una cita con el doctor junto a un miembro de mi familia o para dejar entrar a mi casa a las enfermeras que me estaban cuidado. Estas mañanas jugando eran las únicas horas del día en que no estaba haciendo planes detallados sobre las distintas maneras en que me podía suicidar.

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Me diagnosticaron con segunda etapa de cáncer de colon en mayo. Meses de un debilitante dolor de estomago se habían hecho peores, hasta que una noche estaba gritando en mi cama. Mi madre me llevó a urgencias y una tomografía computarizada descubrió un bulto. Me admitieron en el hospital y en 48 horas se había confirmado que era cáncer; habían reemplazado ocho meses de diagnósticos erróneos con una posible tumba. Dos días después tuve una cirugía de emergencia para sacar el cáncer de mis entrañas y debido a algunas complicaciones estuve en el hospital la mayor parte del mes.

Durante la rehabilitación, mi oncólogo me dijo que un segundo bulto canceroso había aparecido en la tomografía computarizada. Era necesario investigarlo más con una biopsia y una tomografía PET. El oncólogo dijo que el segundo bulto era una "bandera roja" que indicaba que el cáncer podía haberse propagado a otros organismos y en este caso probablemente era terminal. Desafortunadamente tuve que esperar muchas semanas para que estos procedimientos se llevaran a cabo, parcialmente porque eran las vacaciones de verano y más que nada porque los doctores necesarios tenían la agenda llena.

Planear el suicidio se transformó en mi secreto.

Estas semanas me dieron mucho tiempo para hacer un balance de mi situación. Ya había sentido el dolor que ofrece el cáncer. A medida que te mata, el cáncer de colon se propaga hacia el hígado y pulmones. Un gran número de mis órganos se estarían pudriendo dentro de mí a medida que todo lo que soy disminuía día con día.

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Comencé a planear mentalmente una ligera, limpia y menos agonizante muerte en el evento que el cáncer fuera terminal. Reconozco que era raro estar planeando mi propio suicidio cuando realmente no quería morir; simplemente necesitaba preparar una estrategia de salida frente a los lentos horrores de esta enfermedad. Cuando intentaba discutir mi pensamientos suicidas con miembros de mi familia, ellos me castigaban por mis pensamientos negativos, lo que es razonable y por eso dejé de conversarles al respecto. Desde ese momento planear el suicidio se transformó en mi secreto.

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Los problemas prácticos de planear un suicidio pesaban mucho sobre mí. Pese a que parece fácil en las películas y la televisión, cuando realmente planeas el —digamos— colgarse, la idea de asegurar la cuerda de forma segura al techo parece insostenible, al menos en mi pequeño departamento. No tengo ninguna viga flotante después de todo. ¿Se suponía que debía comprar ganchos o algo a que amarrar la cuerda? ¿Necesito varios ganchos pequeños ? ¿Cómo se ata un nudo corredizo? Tampoco quería que mi mujer descubriera el cuerpo, lo que descartó completamente el suicidio en casa.

Pensé en saltar desde el puente Aurora de Seattle, famoso por su legado de suicidas (incluso ahora tiene una valla contra suicidios, la que tendría que saltar), pero el estar consciente de mi muerte inmediata a medida que caía y sentir la adrenalina inducida por el terror mientras se disparaba por mis venas no parecían ser unos placenteros últimos momentos. Consideré que podía atar una cuerda a un puente (primero tenía que aprender a hacer el nudo) antes de saltar para que la caída rompiera mi cuello.

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El estado de Washington es un estado de "muerte con dignidad" y cuando hablé acerca mi preocupación sobre el lento proceso de morir de cáncer, mi médico clínico me dejó claro que él puede pedir legalmente una dosis de medicamento que podrían solucionar mis problemas. Fue muy filosófico respecto al tema de la muerte. "Todos mueren", me recordó.

Pero parece haber algo horrible en el lento proceso de llegar a las frías profundidades de la eternidad luego de tragar pastillas. Me parecía que deslizar el cañón de una pistola contra mi paladar y apretar el gatillo era la mejor forma de morir. Era la única muerte que no me daría tiempo de pensar entre la acción final y la muerte en sí misma. Ya que un arma era mi preferencia, tenía que tener cuidado de no decir nada a mi médico clínico porque si ellos llegaban a pensar que yo era un peligro para mí mismo (si pensaban que iba a cometer suicidio de una forma que no era oficial) me podrían reportar a las autoridades y me habría tenido que rendir debido a la imposibilidad de conseguir un arma. Esta era otra razón para mantener mi plan en secreto.

Estos eran los círculos dantescos en los que estaba prisionera mi mente.

Una rueda de la fortuna en Batman: Arkham Knight.

Creo que quitarte tu propia vida es responsable bajo ciertas circunstancias; sin embargo, estos pensamientos obsesivos estaban ocupando lo que fuera que me quedara de vida.

Trabajar en estos planes era lo primero en que pensaba cuando me despertaba en la mañana y lo último que pensaba cuando me acostaba e intentaba dormir por la noche. Cuando vi Terminator: Genesys me encontré haciendo una lista mental de algunos lugares cerca de Seattle que podrían servir para mis momentos finales. Al ver la trilogía de Bergman, El silencio de dios, yo… bueno, quizás todos piensan en morir durante las películas de Bergman. Tampoco podía con los libros. Leer la misma página repetidamente era lo más lejos que podía llegar.

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En cambio le prendí fuego a los cockneys de Witcher 3. En Batman: Arkham Knight, interrogué a un matón poniendo su cabeza en la rueda del batimovil y acelerando el motor. Era masculinidad tóxica y pese a todo me traía calma como nada antes. Mi mente estaba entregada a estos mundos de una manera que no ocurría con otros medios o estéticas. El jugar videojuegos me envolvía en serenidad, pese al hecho que lo primordial en estos juegos era golpear monstruos y hacer que todo explotara. Encontré la tranquilidad zen al matar a otros hombres.

Pero no todo era sangre y vísceras. También completé cada tarea y misión en juegos familiares casuales (de audiencias masivas) como LEGO Marvel Super Heroes y New Super Mario Bros. Wii U. Sin embargo, si la meditación sirve para desencadenar la mente y calibrar la consciencia en el momento presente, jugar videojuegos estaba haciendo eso por mí.

Quizás había un historial sobre mi nueva isla de paz interior. "Veo a los videojuegos como algo parecido a una terapia emocional", dijo el Karmapa Lama, un antiguo líder budista, hablando específicamente sobre su amor por los juegos de guerra. "Sean practicantes del budismo o no, todos tenemos emociones. Necesitamos descubrir una forma de lidiar con ellas cuando aparecen… si tengo algunos pensamientos o sentimientos negativos, los videojuegos son una de las maneras en que puedo liberar esta energía en el contexto de la ilusión del juego. Luego me siento mejor".

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Comencé a estudiar minuciosamente las investigaciones sobre videojuegos y salud mental.

En el año 2010 la asociación norteamericana de psicología publicó un estudio en el que probaba el uso de videojuegos comerciales en el manejo de la ansiedad de los pacientes dentro de un hospital, señalando que "el impacto de los videojuegos en la ansiedad fue tan efectivo como una intervención farmacológica contra la ansiedad".

El artículo tiene una referencia a la teoría del juego de Freud, quien dijo que veía el jugar como una especie de catarsis, "una liberación de tensiones y miedos en un contexto seguro, jugar", dice el estudio, "entonces es conceptualizado como un medio para manejar el stress".

El doctor Carmen Russoniello, director del laboratorio de sicofisiología y la clínica de biofeedback en la Universidad de Carolina del este, también está interesado en el uso de los videojuegos para el tratamiento de la ansiedad y la depresión. Él me contó sobre un estudio en que los investigadores literalmente prescribieron videojuegos no violentos a sus pacientes: 30 minutos de videojuegos, cuatro veces a la semana.

"Estos eran pacientes que tenían depresión y luego fueron mezclados", dice Russoniello, "y encontramos que hubo una disminución significativa en los síntomas de depresión dentro del grupo que jugó videojuegos por un mes".

Diferentes tipos de juegos parecen ayudar de maneras diferentes. Los juegos casuales parecen trabajar, al menos en parte, al gratificar y alabar constantemente a los jugadores con mensajes positivos, explicó Russoniello. Los desarrollares de Bejeweled 3, un juego casual hecho por PopCap Games, incluso han agregado una versión zen del juego, que no tiene final y posee un patrón de respiración que los jugadores deben seguir para propósitos de relajamiento. En el estudio del 2011 hecho por Russoniello, para estudiar la habilidad que tienen los juegos casuales para luchar contra la depresión y la ansiedad, los sujetos jugaron Bejeweled 2, que también tiene un modo zen similar.

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Las excursiones matutinas en estas dimensiones de fantasía fueron poniendo más vida en mí, haciendo que mi existencia fuera más variada, más poblada.

Desde mi propia perspectiva, los videojuegos son una particular manifestación de la recreación, porque mezclan el instinto fundamental de jugar con el arte. El jugador es un activo participante en estos mundos fantasmagóricos de autor. El escritor Tom Bissell llamó a su libro sobre periodismo y videojuegos como Vidas Extra, utilizando un interesante juego de palabras. No sentía que estuviera perdiendo preciosas horas del día, como muchos pueden haber visto mi ritual diario. Sentía que las excursiones matutinas en estas dimensiones de fantasía fueron poniendo más vida en mí, haciendo que mi existencia fuera más variada, más poblada. Los mundos de los videojuegos eran ficticios, pero las experiencias emocionales que se derivaban de ellos eran reales.

Luego de esto pude continuar con las pastillas diarias, las decisiones de quimioterapia y las visitas al doctor con gran determinación. Me recordaron a Oscar Wilde, quien escribió: "Es a través del arte y sólo a través del arte que podemos escudarnos de los peligros sórdidos de la existencia actual".

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El segundo cáncer resultó ser nada, sólo una sombra del escáner. Estoy bien, al menos a corto plazo.

Luego mi oncólogo me entregó una impresión que mostraba los resultados de una prueba de oncología genética que había sido aplicada a mi tumor cancerígeno, la que estaba destinada a medir la posibilidad de recurrencia en mi caso específico. Fui informado que la recurrencia significaría que el cáncer había hecho metástasis y que podría ser descubierto ya no en el colon, si no que en mi hígado o pulmones y que sería terminal. La impresión indicaba que tengo una en cuatro posibilidades que el cáncer vuelva en algún momento de mi vida.

Podría ser peor. Una posibilidad en cuatro de una sentencia de muerte todavía es una afilada espada de Damocles que cuelga sobre mi cabeza cada vez que voy a hacerme un examen. Si bien ya no estoy presionado por ideas suicidas, debo encontrar una estrategia para hacer tregua con este constante ruido de ansiedad. Pero está bien. Tengo muchos videojuegos.