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La pura puntita

La pura puntita: En voz alta

El club de las gordas, un cuento del libro de Cristina Rascón.

Traemos adelantos, reseñas y entrevistas de los libros que te van a ensartar en la mesa de novedades.

En voz alta de la escritora, traductora y economista sonorense Cristina Rascón fue publicado por una de nuestras editoriales favoritas: Nitro/Press, en 2014. Muy al estilo de Cristina Rascón, este volumen reúne varios universos con imágenes duras y claras, y situaciones que nos son tan cotidianas que resultan dolorosas. Aquí les traemos un adelanto del libro que pueden comprar aquí: www.nitro-press.com

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EL CLUB DE LAS GORDAS

Claudia pesa 168 kilogramos. Su silla, especialmente comprada para mejor vida cotidiana de su espalda, se mueve hacia atrás y hacia delante cada que formula una pregunta, es decir, cada quince minutos. La silla es negra. Los zapatos, las calcetas, los pantalones, el cinto, la blusa, el esmalte de uñas y el cabello de Claudia también son negros (El negro adelgaza, dice Cosmopolitan). La joven frente a ella pesa unos 60 kilogramos, es más alta que Claudia, es más sonriente, no tiene granos, cabello rubio y tez blanca. La joven tiene la Maestría en Pedagogía de una universidad impronunciable de una ciudad impronunciable de un país europeo que la gerente de recursos humanos evade nombrar. Claudia es la encargada de entrevistarla porque ahora resulta que en la escuela privada donde trabaja requieren de alguien que les diga cómo hacer lo que siempre han hecho. Ella estudió la Licenciatura en Educación en la universidad local pero nunca terminó la tesis. Los otros en la oficina le dicen Maestra.

—A ver, Pily, ¿sí te dicen Pily, verdad? Mira, si te quieres integrar para aprender de la experiencia, pues mejor aprende de lejitos, qué te parece si una vez que yo realice la encuesta tú le revisas los acentos y eso, te la puedo mandar por internet. Ni tienes que venir, ¿Tienes buena ortografía, verdad?

*

Hay algo que no le he dicho, doctora. O Rosa, o psicóloga, ¿cómo quiere que le diga? A mí sí me escogieron para el Cascanueces, yo sí bailaba bien. Pero no me quedó el traje, jajaja, no me quedó porque mi mamá lo mandó a hacer más pequeño, que porque ya iba a adelgazar, que porque aquella dieta sí era la mejor, para ese día vas a medir dos tallas menos m'hijita. Pero no adelgacé. No adelgacé nunca.

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Sí, lloro de risa, jajaja, JAJAJAJA. Gracias por los klínex.

Y la verdad sí me gusta comer, desde niña, sobre todo pays y pasteles. Me siento mejor, me ponen feliz. Quién no quiere ser feliz.

Sí, ya me hicieron exámenes. Estoy bien, de todo, bueno de la tiroides y todo eso estoy bien. Que es por la ingesta diaria, la sobreingesta que le llaman. Pero es que no puedo parar, de veras. Me hicieron unos estudios, resulta que entre más azúcar come uno más quiere el cuerpo, que hay que ignorar las ansias. Pero es que si no como algo dulce, un postre o algo así, con un cafecito (y bueno, me echo un postre o dos después de cada comida, sí, desayuno, comida y cena), bueno pues el asunto es que si no me como mi postrecito como que me desespero, me pongo triste, no hallo descanso. Si me lo salto así de plano pues me pongo muy mal, como si me fuera a desmayar, como si me fuera a explotar el cerebro, no sé cómo decirle. Yo quiero saber por qué, ¿qué me hace comer tanto, me lo va a decir usted? ¿O cómo funciona esto de estar hable y hable?

Ah, de eso, sí, una vez tuve novio, pero no era oficial, usted sabe. Además me daba pena, que me viera, sin ropa, usted sabe, que me besara, allá abajo (Nunca digas no, dice Cosmopolitan). Cuando me tocaba yo pensaba en un pay de queso, me imaginaba frente a una malteada, yo sola, a punto de comerme un pay de zarzamora, de descubrir un sabor nuevo, y de pronto él ya había terminado, y a mí me daban ganas de llorar…

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Sí, ya es hora.

*

Pero Pilar (llámeme Pilar) no está dispuesta a trabajar sin que se aproveche su valor agregado. Ella tiene maestría, quiere cobrar más alto. Saca su laptop y se acomoda unos lentes con protector de pantalla último modelo. Después dice una sarta de cosas que Claudia no comprende.

Seguro está aquí por sus escuálidas nalgas, concluye la Maestra. ¿De quién será amiguita?

*

La dieta del té de jengibre.

La dieta de los plátanos.

Los Weight Watchers.

La dieta del Nopal.

La dieta del agua.

La dieta de la luna.

El agua de chía.

Nutrasweet.

La dieta de las proteínas.

La dieta de los carbohidratos.

Pilates.

La liposucción.

*

XV Años. El pastel de tres pisos. El vestido rosa. El chambelán es su primo, también grande, tú sabes, también gordito.

Nadie la sacó a bailar. Dicen que no estaba por ningún lado cuando llegó el mariachi, que estaba en el baño, llorando.

No, nunca se casó. Ya tiene cuarenta. Pues no, nadie le supo novio. Pues cómo va a tener novio, si está súper….

Pobre.

Se debería de ir a una ciudad más grande, aquí en Obregón no va encontrar nada.

*

—No, Pilarcita, esto es un asco. ¿Que no te enseñaron en la maestría el protocolo de la APA? Es que en el extranjero no les enseñan nada que tenga que ver con México, con el español, con Latinoamérica. Aquí lo que importa es la experiencia en el área, no los títulos m'hijita.

*

¡Mírenle la panza! Jajaja.

¿Otro con todo? Jajaja.

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No te le quedes viendo m'hijita.

Así te vas a poner si sigues tragando tanto pastel.

El leotardo tiene líneas horizontales blancas y negras (Lo más out, lo menos estilizante, dice Cosmopolitan). Las mallas son negras, el peinado relamido con gel alarga la frente, trae lentes pero se los quita antes de empezar la clase. Claudia ha visto representaciones en la Casa del Lago por televisión, ha visto a las bailarinas rusas, ha leído sus biografías. Quiere adelgazar para usar puntas, para salir en el Cascanueces. La maestra escogerá sólo a las mejores, a las que nunca falten, a las que se aprendan mejor la rutina, a las de mayor flexibilidad. A las delgaditas.

*

—Licenciada, yo no estoy dispuesta a trabajar con primerizas. Si queremos un trabajo de calidad creo que deberíamos reemplazar el trabajo de Pilarcita con lo que yo realicé a manera de introducción en nuestras últimas encuestas. Si se trata de analizar lo que hacemos y cómo lo hacemos, nadie mejor que una persona interna y no externa a la organización. Es más, yo diría que Pilarcita nos sale sobrando.

—…

—Es inentendible, no sé en qué piensa esta niña, no se le entiende nada. Está mal redactado y además no tiene relevancia para el proyecto.

—…

—¿Y para qué entrevistar a los niños, además de profesores y padres de familia? Quiere incluir a la gente de la intendencia, a las secretarias, ¡y a los niños! Es trabajar y trabajar sin objetivo claro. No hay tiempo para tanta preguntadera.

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—…

—Claro que sí, Licenciada, yo le digo. Y yo lo corrijo entonces, ahora sí nos va a quedar con la calidad de siempre, a sus órdenes, licenciada. Saludos a Carlitos y a su mamá, ¿cómo está? Hace mucho que no la veo, espero que esté bien. Mi mamá bien, como siempre, ya sabe. Le agradezco la invitación, pero ya ve que no le gusta salir. Yo me quedo a cuidarla los fines de semana. Sí, Licenciada, hasta el lunes.

*

Claudia no ha vuelto a la casa de la infancia porque dice que la casa de la infancia ya no existe. Que el tiempo destruye la memoria. Sostiene que es feliz. La infancia ya no existe. Soy feliz.

Una vez mi madre inventó una receta: pay de queso con chocolate. Pero se cayó y se hizo como la nieve de cheesecake: una melcocha. Mi madre lloraba. Le dije no importa sabe a lo mismo, metí mi mano en el volcán informe de masa caliente y me lo metí a la boca, ya no quería verla llorar, sabe a lo mismo, a mí me encanta. Pero mi madre no paró. Todavía en la noche, desde su pared, en la oscuridad, oía sus sollozos. A mi padre no lo volví a ver. No le tocó probar la receta.

En esa casa había un jardín amplio, sin rejas, un árbol de algodón que me jactaba de trepar como Candy Candy, no había zacate, sólo un par de cactus pegados a la pared, nadie les hacía caso. Llegué a pensar que por las tardes, mientras yo iba a mis clases de baile, caían pays y pasteles por toda la casa. Porque mi madre siempre lloraba, por más que yo me comiera sus recetas nuevas de revistas que llegaban desde el DF. Llegué a pensar que escondía los postres malogrados, que era mi deber encontrarlos. Y los buscaba divertida, dispuesta a comerme lo suficiente para ponerla contenta. Pero no encontré postres derribados, sino libros, fotografías, actas de nacimiento, de divorcio. En esa casa hice una cápsula del tiempo: llené un buró blanco de madera con las cosas importantes de mi vida, unas zapatillas de ballet, una carta, una muñeca, castañuelas, fotografías. No me olvides, escribí en un papel. Me lo escribí a mí misma.

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A veces siento que hay algo que Claudia quiere recordar. Algo injertado en las células del ADN. Pero leí que esas células se renuevan, que ya no existen las mismas que tuve de niña. Entonces la memoria también se renovó, ¿o no? A lo mejor Claudia (sí, a veces hablo así de mí, en tercera persona como usted dice, ¿qué tiene de malo?), bueno, Claudia lo dejó en la cápsula del tiempo. Ahora mismo cierra los ojos en el consultorio y entra a la primera casa de su infancia, como le indica la psicóloga.

*

—¿Pily? ¿Pily, Pily? Pues será porque no la conocen. Mejor, que se vaya bien lejos. Allá sí la han de entender. Aquí no daba una, yo misma le dije, la Licenciada me encargó que yo misma le dijera, sale m'hija, se recorre de favor… ¿Qué? ¿En la UNESCO? Ay, pues nomás porque trae laptop. Estará muy de moda, será muy vanguardista eso de entrevistar a los niños y a los conserjes pero acá eso no nos va a servir de nada. Que se meta de académica, acá es otra cosa, acá no ocupamos gente como ella, además era una pedante, una insoportable, hablaba de adrede en una forma que nos quería restregar su maestría, sí, nos la quería restregar en la cara. Toda flaquita, nomás de verla ya se sabe que es pendejita, de esas niñas que van a la estética y se juran todas bonitas. Tiene su vida resuelta, se le nota. Todo les llega fácil a esas morritas. Sí, a las cinco. Yo como diga la Licenciada. Adiosito.

*

Está oscuro, su madre duerme al fondo, a la derecha. A la izquierda está su recámara, con pósters de Flans. Ya pasaron algunos años desde el pay y la catástrofe. La casa huele a pastel horneado. El árbol sigue ahí, no es tan grande. Claudia sabe que duerme también, al fondo, a la izquierda. Mientras avanza en la oscuridad le parece que una sombra se abulta entre la sala y el comedor, le sigue hasta su recámara, abre la puerta.

Porque Claudia siempre ha sentido que hay algo irreparable en su propia recámara. Por las mañanas, la escuela, soportar las risas de los demás, jurar que un día se habrá de vengar, malditas morritas wilas. Por las tardes, trepar el árbol y leer viendo jugar a las vecinas. De la casa no hay mucho que decir, son paredes blancas, no hay alfombra, la cocina es pequeña, toda la casa es pequeña, apretujada. Claudia no la idealiza, no la llena de recuerdos cursis, no. Ha creado una cápsula del tiempo porque sabe que todo lo que le rodea será destruido. Eso espera.

Camina hacia atrás, como con ojos en la nuca, hacia la banqueta fresca. A salvo. Cuando está fuera de casa se siente a salvo. De pronto la casa desaparece, hay un baldío, otra casa, otro árbol. De pronto la misma casa en otras coordenadas. Su hogar de la infancia fueron también otras siete u ocho casas. Todas iguales. Con y sin su padre. Con y sin esa sombra. En todas un pay de queso destruido, inencontrable, un vestido apretado, comer para que todo esté bien, adelgazar para que todo esté bien, para que su madre no llore con gemidos de asfixia, desde el baño o desde su recámara. En cada casa de la infancia anhela salir a la banqueta, gritar, encontrar uno a uno los pasteles destruidos y contarle todo a su madre, o no, mejor no decir nada, quizá ya lo sabe, quizá siempre lo supe, que ya deje de llorar. Probar cada pay de queso, cada pastel un sabor nuevo, ser feliz.