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Cultură

La triste realidad de los adictos a la heroína que no se pueden inyectar solos

Ya sea por miedo a las agujas o porque las venas ya no son tan visibles, estas personas acuden a otros adictos para que los inyecten a cambio de un poco de droga.

Ilustración por Cei Willis.

La heroína no es apta para todos. Hay quienes entran en pánico cuando se menciona el tema de las vacunas y no pueden imaginar donar sangre sin desmayarse por el miedo a las agujas. Si tienes esta fobia, es muy poco probable que desarrolles una adicción a cualquier droga intravenosa. Sin embargo, el miedo a las agujas no siempre es suficiente para alejar a la gente de esta actividad tan dañina.

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A pesar de estas anomalías, hay muchos adictos a la heroína que nunca se han inyectado solos. Esto puede deberse a una gran variedad de razones, pero la principal es que inyectarse drogas es más difícil de lo que parece, y las jeringas no traen incluido un manual de instrucciones.

La mayoría de los que se inyectan comenzaron con venas saludables y fáciles de ver. Así fue como yo lo hice. Sin embargo, después de pasar una gran cantidad de tiempo contaminando tu torrente sanguíneo, cada vez es más difícil encontrar y acceder a las venas.

Después de inyectarme por unos cuantos años, me topé con un obstáculo: todas las partes donde me inyectaba se bloquearon. Aunque aún había zonas sin usar —algunas porque no podía alcanzarlas y otras porque el sentido común me decía que las evitara—, seguí intentándolo. Ya que no tenía otra alternativa a corto plazo, decidí buscar a alguien que pudiera inyectarme.

Terminé acudiendo a un grupo selecto de personas que también eran adictas a las drogas intravenosas. No frecuentaba a la mayoría de estas personas —a algunas ni siquiera las conocía muy bien— ya que mi participación en el mundo de las drogas de Inglaterra se limitaba a encontrarme con mi dealer de siempre y comprar mis cosas. Las venas de mis brazos se volvieron menos visibles unos meses después de que me inyectaran a diario. Estas personas ya no querían perder su tiempo y preferían inyectarme en el cuello o en la ingle —zonas en las que nunca me había inyectado— porque ahí era muy fácil ver o sentir las venas. No quería que me inyectaran en esas zonas pero el problema con las adicciones es que, a veces, parece que no existe otra opción.

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Me parecía extraño que siempre aceptaba de manera inconsciente los términos de quien me aplicaba la inyección. No protestaba por el resultado a pesar de que se trataba de mi cuerpo y de mis drogas. Aunque sin duda pasa lo mismo en situaciones similares. He visto cómo las personas que inyectan dejan que entre aire a la jeringa y mientras, los que van a recibir la inyección, sólo esperan que ese aire no los mate. He visto a personas limpiar el filo de la aguja con sus dedos o introducir la sustancia en la piel en lugar de la vena, cosas que no deben hacerse. Pero no puedes quejarte porque te preocupa tener que buscar a alguien más que acepte ayudarte y que siempre existe la probabilidad de que pierdas tu droga en el proceso.

La regla para pedirle a alguien que te inyecte es que, a cambio, debes compartir tus drogas o darle dinero para que compre las suyas, lo que convierte a este proceso en un reto financiero y también crea una clase de mercado negro informal para los adictos que buscan ayuda.  El “precio” promedio por inyectar a alguien suele ser una bolsa de 0.1g o la mitad de lo que tengas en caso de que no logres juntar esa cantidad. El precio aplica para una sola inyección, es por eso que con frecuencia los adictos se meten más de lo normal.

Foto cortesía del autor.

Platiqué con Jane (todos los entrevistados me pidieron que cambiara sus nombres), quien a pesar de su fobia a las agujas, lleva diez años pidiendo a otras personas que la inyecten. Empezó a consumir drogas intravenosas con un ex novio. Me confesó que a pesar que haberse recuperado emocionalmente de su separación, se había dado cuenta de que necesitaba satisfacer un apego físico mucho más fuerte: el deseo de inyectarse heroína.

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“Por suerte conocía a alguien de confianza que me ayudó”, dijo Jane. “Me gustaría que sólo me inyectara esa persona, pero no es posible que esté a mi disposición todo el tiempo. Además de los problemas de confianza, tengo que gastar el doble cuando le pido a alguien más que me ayude porque necesitan algo a cambio”.

Como es de esperarse, esta relación impacta tanto a tu cartera como a tu cuerpo. A Jane —que ahora tiene dos trabajos de medio tiempo— le resulta muy perjudicial financiar su adicción y la de las personas que la inyectan. Le pregunté por qué llega a tales extremos para que la inyecten en lugar de simplemente cambiar la manera en que la consume. Podría, por ejemplo, fumarla.

“Creo que me gusta castigarme”, comentó. “Cuando me inyecto, mi situación a corto plazo mejora un poco y  empeoran las repercusiones a largo plazo para mi salud. Mi situación es una pesadilla. No le deseo esto a nadie. Aún así, no tengo intenciones de fumarla. La única manera en que puede mejorar mi situación es si aprendo a inyectarme yo sola”.

Joy, otra adicta con la que platiqué, se quedó sin alguien que la inyectara cuando sentenciaron a su pareja a pasar un año en prisión. “Después de asimilar la noticia, me di cuenta de que tenía drogas pero no podía consumirlas”, afirmó. “Lo intenté muchas veces pero fallé. No podía creer que no aprendí nada sobre las inyecciones en todos esos años”.

Foto cortesía del autor.

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Cualquier persona que no sepa inyectar puede verse en esta situación: obligados a vagar por las calles en busca de un adicto con una vida precaria a quien le parezca atractiva la oferta de una bolsita de 0.1g. Como dijo Joy, “No se me ocurrió nadie que pudiera ayudarme, así que decidí ir a la iglesia que da desayunos a los indigentes”.

“Pasé toda la noche tratando de inyectarme. Además, el hecho de que mi sistema circulatorio estaba hecho una mierda sólo empeoró la situación. El día siguiente fue horrible, había vomitado toda la noche. Comencé a preguntarme si era posible que alguien se pusiera tan mal como para no poder salir. También llegué a preguntarme si después de un tiempo simplemente iba a morir”.

Está claro que inyectar sustancias ilícitas a otra persona no es ético. Aunque la persona que sabe inyectar no tenga dinero o drogas, se crea un gran desequilibrio de poder debido al hecho de que el receptor necesita físicamente de alguien que lo inyecte para satisfacer su adicción.

Nunca me pareció correcto que alguien le inyectara heroína a otra persona. Sin embargo, después de experimentar el síndrome a abstinencia, pude al menos entender su razonamiento. Debido al aumento en el nivel de ansiedad y el arranque de desesperación y de pánico que sufres cuando las drogas salen de tu cuerpo, la idea de violar las leyes o de ir en contra de tus valores se convierte en una opción viable.

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Paquetes de heroína. Foto a.

Platiqué con Nick —que por el momento inyecta a otros adictos— para conocer su punto de vista con respecto a esta situación.

Cuando le pregunté cómo se había creado la relación, esto fue lo que me dijo: “Vivo en una casa con otras tres personas que inyectan drogas. Llegan muchas personas a la casa y nos piden una fumada, que los inyectemos o que les consigamos alguna droga. La primera vez que la chica a la que inyecto me pidió ese favor, la rechacé. Una de las personas con las que vivo aceptó hacerlo como una excepción pero la chica regresó al día siguiente”.

Le pregunté por qué cambió de opinión. “Honestamente, no tenía nada y no podía darme el lujo de rechazar una droga”, respondió. “Al principio, el suministro continuo de heroína era suficiente para seguir haciéndolo pero después esta chica quería que la dejara fumar varias veces al día”.

Me pregunto si Nick se acostumbró a inyectar a esta mujer o si no le molestaba hacerlo. “Es difícil. Sigo haciéndolo pero me hace sentir de la mierda”, dijo. “Quería decirle que no pero, cuando llega el momento, no puedo. Cuando me siento mal, me resulta imposible rechazar una bolsa; parece que no importa nada más”.

“La idea de que me están comprando no es fácil de aceptar”, continuó. “Honestamente, ya estoy harto de todo esto. Ya no quiero inyectarme y mucho menos a alguien más”.

Foto cortesía del autor.

Por el momento puedo inyectarme, así que no he tenido la necesidad de buscar a alguien para que me ayude. Por supuesto, no puede decirse lo mismo de otras personas. Hay quienes se encuentran estancados en un ciclo de conseguir el doble de dinero para comprar el doble de droga y buscar a alguien todos los días para que los inyecte.

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¿Qué se puede hacer para reducir el daño? Una solución podría ser que se abran lugares donde haya profesionales que inyecten a los adictos en Reino Unido, como los centros que abrieron en Suiza, Alemania, España, Dinamarca y Holanda. Aunque, considerando que en Reino Unido hay una obsesión con tratar la adicción a la heroína con metadona —lo que resulta en una nueva adicción— no veo muy probable que se abran estos centros.

Otro tema similar que también es necesario abordar es la adicción a inyectarse. Por ejemplo, he conocido a personas que dejan de inyectarse heroína y la sustituyen con agua. Y cuando le pregunté a Joy si no había considerado fumar en lugar de inyectarse, me respondió: “Nunca la he fumado y no creo que me guste. Inyectarme es una gran parte de mi adicción. He llegado a preguntarme si me estoy castigando con una clase muy rara de auto lesión. Pero estoy segura de que el daño sería menor si pudiera inyectarme yo sola”.

Para los adictos que llevan mucho tiempo inyectándose, el proceso de preparar las sustancias se vuelve una parte integral e intensa de sus vidas. Eso puede ser debido a la dopamina que libera su cerebro cuando tienen en sus manos la parafernalia. Ése es un fenómeno conocido como “estímulo condicionado”. No obstante, se necesita tiempo y terapia para tratar este padecimiento.

En mi caso, la única salida es por medio de asesoría especializada, como terapia cognitiva conductual y rehabilitación basada en la abstinencia. La raíz del problema no son las drogas (o tenerlas y no saber como inyectarlas). Aprender a vivir sin las drogas debería ser la ruta más rápida para lograr rehabilitarse en vez de sustituir una droga altamente adictiva por otra, como en el caso del tratamiento con metadona.

Desafortunadamente, del dicho al hecho hay mucho trecho.