De México a Nepal: mi viaje de trabajo que terminó en terremoto

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De México a Nepal: mi viaje de trabajo que terminó en terremoto

Un edificio se desplomó a nuestras espaldas, otra pared colapsó a unos 25 metros y lo único que podíamos hacer era acercarnos unos a otros y mirar hacia todos lados para ver qué edificio nos caería encima.

En abril del año pasado salí de México para buscar proyectos de desarrollo social y documentarlos. Después de Sudáfrica e India, la vida me trajo a Nepal con la idea de quedarme sólo dos semanas. Entre idas y vueltas, pasé más de seis meses aquí.

Vine con mi crew —que además son mis amigos y trabajamos juntos desde hace años— para documentar la vida al otro lado del mundo, en Katmandú, que era un sueño para nosotros. Hace unos meses estuve trabajando en un proyecto para Shanti Sewa Griha, una organización que combate la lepra y sus estigmas en Nepal desde hace 25 años, y las historias inspiradoras que encontré ahí me hicieron querer llevarlas a más gente. Así, después de mucha planeación, el 22 de abril llegamos a Nepal a grabar.

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25 de abril. Desayunamos alrededor de las 11 de la mañana en Thamel, la zona turística de la ciudad. Tenía muchos planes para que mi equipo conociera el Nepal del que me enamoré, así que quise llevarlos al Durbar Square, patrimonio de la humanidad y un lugar precioso e importantísimo para la vida social en Katmandú.

En el camino a Durbar decidimos parar en una tiendita de té en medio de la calle y en ese momento la tierra comenzó a rugir con el sonido de una estampida subterránea que venía de todos lados. El piso se sacudió con tanta violencia que no podíamos mantener el balance, muchos caían al piso y yo no entendía nada. El ruido que venía del suelo abarcaba todo y entramos en pánico. Sentí el terror de la gente cuando sus manos me agarraban y me jalaban desesperadas por mantenerse en el centro de la calle. El Pato, mi amigo desde hace 25 años, me agarró. No nos íbamos a soltar. Un edificio se desplomó a nuestras espaldas, otra pared colapsó a unos 25 metros y lo único que podíamos hacer era acercarnos unos a otros y mirar hacia todos lados para ver qué edificio nos caería encima. Era como una hormiga esperando a que la pisaran, nunca me había sentido tan vulnerable, tan pequeño.

Cuando la tierra se calmó, tratamos de buscar la salida a un espacio abierto. Había mucho polvo. Corrimos hacia donde apuntaba la gente y en el camino notamos un pasillo muy angosto de donde se escuchaban gritos y llantos desesperados en medio de una nube espesa de polvo gris. Algo grande se había caído. Sacamos las cámaras y corrimos por el pasillo, levanté el lente y grabé cinco segundos. Cuando realmente entendí lo que estaba pasando, no pude sostener la cámara más tiempo y Enrique, otro de mis amigos, tampoco pudo hacerlo después de ver a una persona muerta.

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Captura de pantalla de un video de cinco segundos que tomé después del primer terremoto. La gente salía de los escombros.

Pato, Rodrigo y Enrique se quedaron intentando ayudar ahí mismo y yo seguí a unas personas que bajaban un desnivel para a tratar de hacer algo. Bajé por lo que parecía una alfombra de escombros y lo que vi enseguida me paralizó. Mientras trataba inútilmente de ayudar en un rescate, me di cuenta de que a centímetros de mi pie izquierdo estaba enterrada la cara de una mujer: un rostro inmóvil, gris por el polvo, que parecía en paz comparado con el caos que la rodeaba. El tiempo se detuvo ahí mismo. Pequeñas piedras que caían del intento de rescate de un metro arriba golpeaban su cara sin vida. Encontré la mirada de Enrique, tan vacía y desconsolada como la mía. Él también había visto algo horrible. Completamente impotentes, los dos veíamos cómo los hombres que llegaron primero intentaban levantar bloques de concreto, mientras que los que llegamos tarde esperábamos un espacio y mirábamos. Nos sentimos como unos completos idiotas.

El sonido de la tierra se escuchó de nuevo. El piso comenzó a moverse mientras cinco hombres rescataban a una señora muy golpeada, pero viva. Mis amigos gritaban que me saliera de ahí, que subiera. Había mucho cemento destruido alrededor y el suelo se seguía agitando. Decidimos buscar un lugar para ponernos a salvo. No puedo describir el tremendo dolor en el pecho que nos causó tomar la decisión de salir de ahí. No sé si alguien más quedó enterrado vivo bajo esa montaña de varillas y concreto.

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Salimos del pasillo sin encontrar a Rodrigo. "¡ Roca! Roca, carajo… puta madre, ¿¡dónde está Rodrigo?!", gritábamos desesperados. La tierra seguía crujiendo a momentos y sentíamos los pies livianos, nos queríamos largar de ahí. Lo vimos casi al inicio del pasillo tratando de cargar a un hombre que salió de un edificio que se derrumbó. No podía caminar, algo le había pasado en las piernas y lo cargamos con nosotros. Rodrigo fue valiente, pero ya lejos del peligro no nos sentimos muy heroicos. "¿Nos regresamos? ¿Qué hacemos? ¿Grabamos algo? Hay gente ahí, se va a caer todo. Eran unas niñas, güey, unas niñas", decía Enrique. Vi la desesperación y la tristeza en la cara de mis amigos. Impotentes. La tierra se volvió a sacudir y el ruidoso Katmandú quedó en completo silencio. Las réplicas no han parado hasta el día de hoy.

Thamel. La gente empezaba a entender lo que había sucedido.

Las angostas calles de Thamel, con sus largos edificios de ladrillos, parecían una trampa mortal. Resignados y con el corazón hecho pedazos, levantamos las cámaras y decidimos que documentando, que es lo que sabemos hacer, ayudaríamos de alguna manera. Nos seguimos diciendo lo mismo todos los días desde el 25 de abril. Todos los días hemos trabajado y todos los días hasta el fin de nuestro viaje lo seguiremos haciendo. Queremos creer en esto, necesitamos creer en esto.

Ese día vimos mucho dolor en los hospitales y calles, y fuimos testigos de cómo Katmandú empezó a convertirse en "Tent City". Ésa y las tres siguientes noches dormimos en el parque Nag Pokhari junto a miles de personas. El ejército facilitó bambú y lonas para construir tiendas de campaña. Se hicieron 26 campamentos de refugio ese mismo día en toda la ciudad.

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El suelo se seguía acomodando como un gigante que despierta y trata de volver a conciliar el sueño. Así fue toda la primera noche. Se cortaron las comunicaciones, el agua y la vida en Nepal. Fue hasta unos días después que nos enteramos de los más de ocho mil muertos, el triple de heridos y de las cientos de miles de casas, monumentos y templos reducidos a polvo.

Hospital ortopédico de Katmandú. Los hospitales se llenaron y empezaron a atender a la gente al aire libre. Tanto pacientes como doctores se negaban a estar dentro de los edificios. Así fue por una semana.

Bir Hospital Basantapur. Este hombre se rompió la columna cuando salvaba a su hijo del derrumbe de su casa en el distrito de Dolakha. La operación no fue exitosa y no volverá a caminar. Tiene cuatro hijos más que siguen en Dolakha y esta semana vamos a ir a buscarlos para ponerlos bajo el cuidado de Shanti Sewa.

Durbar Square de Katmandú. Patrimonio mundial por la UNESCO completamente devastado. Los edificios y templos más representativos de la ciudad se convirtieron en ladrillos.

Durbar Square de Katmandú. La gente busca refugio en medio de la plaza.

Pasupati Area. Alrededor del templo de Pashupatinath hay muchas casas y negocios. Vi a mucha gente sentada enfrente de las ruinas sin saber qué hacer.

27 de abril. Pashupatinath es el templo en donde los hindúes creman los cuerpos al morir. Pasé mucho tiempo ahí el año pasado, observando rituales y gente despidiendo a sus familiares, viendo los cuerpos sin vida arder en llamas para que finalmente sus cenizas descansaran en el río Bagmati. Ese día quise ir a Pashupatinath. Había tantas fogatas que la gente empezó a utilizar el centro del río. Si algo puede dar esperanza en estos tiempos es que el cuerpo físico deja de sufrir para pasar a otra vida, tal vez una mejor. Esa tarde vimos arder muchos cuerpos.

Pashupatinath. Uno de los templos hindúes más importantes del mundo. Un hombre espera turno para cremar a su familiar.

Pashupatinath. Las cremaciones no pararon durante el día y la noche. Vimos arder hasta 18 fuegos al mismo tiempo.

Todos tenían miedo. La gente hablaba de otro terremoto y algunos hinduistas decían que Nepal había pecado, que la tierra sentía el mal que había sobre ella. Otros cristianos hablaban del fin de los días. No importa la razón, todos estaban esperando otra tragedia. El miedo se sentía en el aire y en las calles. Los comercios cerraban, camiones llenos de miles de indios salían del país, turistas occidentales abarrotaban el aeropuerto y las embajadas para irse de Nepal. Más de 300 mil personas se fueron esa misma semana.

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Bus Park Gaushala. India mandó miles de camiones para sacar a sus paisanos de Nepal.

Zonas como Gongabu quedaron deshechas. Todo está chueco y desolado. La gente no podía quedarse ahí, no había ni casas, ni hoteles, ni negocios. Nada. Nunca había caminado tan solo. En las calles de Katmandú era como si el terremoto hubiera derrumbado el alma de la ciudad y hubiera reemplazado a la gente por ladrillos. Pero esta sensación no duró mucho tiempo: esta misma alma se levantó con más fuerza frente a nosotros.

Gongabu. Debi Chaulagain, de 35 años, estaba vendiendo dulces cuando todo se desplomó detrás de ella. "Pensé que me iba a morir con mi hija", me dijo.

Gongabu. La gente trata de hacer arreglos con madera y materiales de los escombros para que las casas no sigan colapsando.

Hotel Titanic. Así se ven un tercio de los edificios en la zona de Gongabu.

29 de abril. Siseer Aryal es un chico nepalí de 24 años. Es asistente de producción de nuestro documental. Desde el día del terremoto ha grabado con nosotros en la mañana y al día siguiente llegaba sin dormir y cubierto en polvo. Nos dijo que por las noches empacaba ayuda que salía para las aldeas. La atención estaba centrada en Katmandú y en Gorka (en donde fue el epicentro), pero Siseer estaba desesperado por mandar ayuda a Sindhulpachowk, un área en donde el terremoto arrasó con todo. Siseer estaba completamente exhausto, física y emocionalmente. No quería descansar; su gente estaba sufriendo y estaba haciendo todo lo que podía. Decidimos sumarnos a su esfuerzo y seguirlo en un camión lleno de arroz hasta las aldeas para entender la realidad fuera de la ciudad.

Pride. Siseer Aryal lleva una tonelada de arroz y comida "lista para comer" a la aldea de Thakani.

El camino mostraba la destrucción que el terremoto dejó a su paso: casas, escuelas, hoteles. Todos derrumbados o dañados por completo.

El paso del terremoto. Camino a Thakani vi todo lo que el terremoto dejó en las aldeas.

Llegamos a la aldea de Thakani, en el distrito de Sadhulpachowk. La aldea ya no existe, todo se rompió, no queda una sola casa en la que se pueda vivir.

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Thankani. Dos niños sentados en lo que era parte de su escuela. Todo en esta aldea se ve más o menos así.

Esta aldea es tan antigua que todos sus habitantes se apellidan Tamang y hablan una lengua con el mismo nombre. Ahí conocimos a Maurni Tamang, una mujer de 53 años, quien perdió todo lo que tenía en 50 segundos. Sus pertenencias consistían en un poco de ropa, utensilios de cocina, comida almacenada, un doka (una canasta para trabajar en el campo), cuatro cabras y un búfalo. Todo, a excepción del búfalo, quedó enterrado bajo su casa. Esta mujer cuida de dos niñas pequeñas y no tiene nadie quien le ayude. "No sé si vivir o morir", me dijo. El corazón se me hundió en el pecho. ¿Qué le respondes a alguien que te mira a los ojos y te dice eso? Yo sabía que no todo iba a estar bien, así que me quedé callado.

Thankani. Mon y Sungita enfrente de lo que quedó de su casa.

Masurni Tamang sentada sobre la base de una cama.

Masurni Tamang con una de sus dos nietas.

Masurni Tamang observa lo que quedó de su casa.

Subiendo la colina nos encontramos con otra mujer del mismo nombre: Masurni Tamang, pero de 52 años. En las aldeas pequeñas es muy común que la gente tenga el mismo nombre. A ella la encontramos buscando granos de maíz sepultados en los escombros. Tiene que rescatar todo lo que pueda, ya que viene la época de monzón y la comida va a ser muy escasa. Siseer inmediatamente se sumó a la búsqueda de la comida enterrada. Esta Masurni también perdió todo. A ella no le sobrevivió ninguno de sus 15 animales. Todo lo que tenía está enterrado bajo los ladrillos que pisa.

Masurni Tamang busca granos de maíz en medio de los escombros.

Masurni Tamang con una olla abollada que rescató del terremoto.

Masurni Tamang parada sobre los restos de su casa.

Siseer pasó el día organizando a la gente de la aldea para que a todos les tocara lo mismo. Lo poco que había tenía que ser distribuido por igual. Al final del día, un Siseer agotado con los ojos llenos de agua me confesó: "No sé qué hacer, no es suficiente… no es suficiente". Y no, no es suficiente. La ayuda que está llegando a las aldeas no es suficiente.

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Distubución. Siseer Aryal distribuyendo la ayuda que llevó a Thankani.

Ésta es la realidad de las aldeas de Nepal hoy en día. Los accesos son muy difíciles y la ayuda no alcanza. Hoy, pensar en una reconstrucción es imposible y el monzón se aproxima. Nepal va a pasar por una rehabilitación muy larga y dolorosa. Queríamos ver la realidad de las aldeas y la encontramos. Necesitan desesperadamente suficiente comida, agua y casas de campaña para sobrevivir el monzón. Hay muchos lugares en donde todavía se puede donar.

12 de mayo. El segundo terremoto.

Las réplicas iban cediendo en intensidad. Las cosas, al menos en Katmandú, empezaban lentamente a volver a la normalidad. De pronto, como una bomba: 7.4 grados. Otra sacudida, otro rugido. Ahora del lado este, cerca del Everest. Lo que no tiró el primer terremoto lo terminó de tirar el segundo. Cuando ya sentía un poco más de claridad en mi cabeza, la segunda vuelta lo nubló todo. Más amigos sin casas, más gente al hospital y Tent city. De nuevo reclamó el nombre de Katmandú. ¿Cuánto más puede soportar este país?

Un hombre observa lo que el segundo terremoto terminó de derrumbar.

El segundo terremoto nos tocó en una zona llamada Boudhanilkanta, en medio de una pequeña aldea en donde Shanti Sewa Griha tiene una escuela y un centro de cuidado para niños discapacitados. Con la sacudida, todos salieron corriendo y buscaron poner a los niños a salvo. Afortunadamente, en donde estábamos nada colapsó, pero la gente nos enseñaba sus casas, los daños y nos compartían su tristeza. No quieren vivir dentro de ellas, y con lo que ganan apenas pueden sobrevivir. Pensar en reconstruir lo que les tomó décadas hacer, es imposible.

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Anisha abraza a Prija para protegerla del segundo terremoto.

Katmandú y todo Nepal quedó marcado para siempre. El terremoto va a formar parte de la vida cotidiana. Ladrillos, edificios reclinados sobre otros, grietas por todos lados y gran parte de su patrimonio cultural destruido. Pero si algo aprendí de este pueblo que no se va a rendir, es que cuando se está en el piso no hay otra dirección más que ir para arriba. Nepal saldrá más fuerte de ésta, no importa cuánto tiempo le tome ni cuántas veces se les mueva el suelo. Hay mucho Nepal, mucho qué hacer y mucho qué ver. Visitar Nepal ahora es más importante que nunca.

Mientras escribo esto siento cómo se acomoda la tierra, mi computadora se mueve con las réplicas que tenemos todos los días. Es así desde el primer terremoto hace tres semanas. Hoy estoy completamente rebasado, el día no me alcanza, no se bien qué hacer ni a dónde apuntar. Pero espero que la distancia me dé claridad y aunque vuelvo a México en una semana, nos quedan muchos lugares por visitar.

Veo el mismo sentimiento en mi equipo. Pato, Rodrigo y Enrique no han descansado, se han entregado por completo. Trabajar hombro a hombro con ellos ha sido una de las mejores experiencias de mi vida y espero que estas fotos y nuestro documental ayude a reconstruir aunque sea una pequeñísima parte de Nepal.

Eso es lo que me digo todos los días, eso es lo que quiero creer, eso es lo que necesito creer.

Nag Pokhari. Una niña prendiendo velas en honor a los que perdimos en el terremoto.

Más información con Carlos Pérez Osorio:

carlos@scopio.com.mx

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