FYI.

This story is over 5 years old.

Especial de Sudan del Sur

Capítulo 1: Todos llegarán aquí

Sudán del Sur, el país más joven del mundo, está al borde de una crisis humanitaria. Sin embargo, lo dejamos pasar, como si fuera una especie de ruido blanco. En VICE decidimos dedicarle una serie al tema para ayudar a entender este conflicto que ha...

Machot Lat Thiep en Nairobi, Kenia. Todas las fotos por Tim Freccia. 

"Todos llegarán aquí. Quizá no hoy, quizá no el próximo año, pero sí están llegando. Halliburton, Monsanto, Samsung. Todos están llegando”.

El nombre de nuestro chofer es Edward. Tiene treinta y tantos, es blanco y nació en Kenia. Tiene las mejillas rosadas y el cabello rubio ondulado. Su acento británico es lo que algunos le llaman arcaico. Otros dicen que es colonial.

Publicidad

Horas antes, Edward me dijo que por fin había encontrado un piloto que accedió a llevar a nuestro equipo a Sudán del Sur, la región desgarrada por la guerra y, en efecto, la nación soberana más nueva del mundo. Obtuvo su independencia el 9 de julio de 2011, después de que se votara a favor de un referendo con más de 98 por ciento de los votos.

Semanas antes de nuestra llegada, el gobierno se había desmoronado después de una serie de eventos que resultaron en una profunda división entre la administración por varias razones, quizá la más crítica fue el derrocamiento del anterior vicepresidente y actual líder rebelde Riek Machar bajo la orden del presidente Salva Kirr. Los reportes actuales afirman que Machar está huyendo por su vida, y que se esconde en algún lugar del campo. Yo estaba determinado a encontrarlo y estaba casi seguro de que lo haría, si tan sólo pudiéramos rentar un maldito avión y encontrar a un piloto que se animara a llevarnos.

Edward me está diciendo qué haría si tuviera un millón de dólares para “invertir en África”, mientras conduce a la velocidad de luz a través de la oscura carretera de Nairobi, Kenia, con los faros revelando la carretera delante o cualquier cosa que la obstruya.

Me acompaña Machot Lat Thiep, quien fue un niño perdido de la guerra y ex niño soldado, y ahora es gerente en un Costco en Seattle, e insiste en querer “salvar a su país”. El tercer miembro de nuestro grupo es Tim Freccia, fotógrafo y cineasta, con una gran experiencia trabajando en África. Fue fácil convencerlos de acompañarme.

Publicidad

Lo que sí ha sido un gran problema es encontrar al piloto en Kenia que nos quiera meter de contrabando a Sudán del Sur. Esto se debe en parte al riesgo de ser acusado de conspirar con los rebeldes, lo que muy fácilmente podría costarle la vida al piloto después de dejarnos. Habíamos estado en el país por diez días, nos encontramos con muchas compañías de transporte e intentamos convencer a seis pilotos, y los que no nos dieron la espalda desde el principio nos quedaron mal en el último momento. Estábamos llegando al punto de considerar tomar un vuelo de regreso a Estados Unidos. Pero Edward insistió en que había encontrado a la persona dispuesta.

“Este hombre es vaquero. Rescata rehenes de Somalia”, dice Edward. “Los somalíes intentaron tomar su helicóptero el año pasado, pero a él no le importó, Fue suspendido por un mes, pero ése es el precio que pagas".

Edward es un tipo animado. En ocasiones se pega demasiado al parabrisas, para evitar baches y topes. Sus luces amarillas sombrías aún están cortas. Pasamos un doble semirremolque que se había volteado a lado de la carretera. "Dame tu cámara", me dijo.Se acerca para tomar una foto en la luz tenue. Los locales intentan bloquear su vista, obstruyendo el lente. Se acerca hasta que obtiene las tomas del camión destrozado. “Asqueroso”.

El nuevo país de Sudán del Sur se desintegró hace unas semanas, y Machot quiere entrar. Quiero una entrevista exclusiva con Machar, y viene Tim para documentar todo. Vamos camino a nuestro avión. Este piloto es nuestra última salida. Pero tenemos tres horas libres mientras conducimos hacia el norte, a nuestra pista privada. En mi bolsillo tengo alrededor de 15 mil dólares. Hablamos acerca de África y sus oportunidades.

Publicidad

“Abres una corporación, documentas todo, creas una página de internet, toda la cosa… y esperas”, dice Edward. Rebasa una camioneta y me pone atención de nuevo. “Tarde o temprano las compañías tendrán que llegar a África. El hijo del presidente se robó el nombre de Vodafone. Vodafone los demandó dos semanas después ante Intercon, pero no pasó nada. Así que los primeros tuvieron que cambiarle el nombre a Safaricom”.

Se refiere al hijo del presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, hijo del fundador de Kenia, Jomo Kenyatta.

En un continente conocido por la caza furtiva, ésta es una manera extraña y tecnológicamente avanzada para hacer una estafa jurídica. Es como adueñarse de terrenos ajenos, algo muy parecido a lo que sufrieron líderes tribales cuando conocieron a exploradores blancos, a quienes les firmaron miles de hectáreas de terrenos que no les pertenecían. En ese entonces el trato era compensado con telas y chucherías.

“Sólo costaba 240 dólares registrar una compañía. Nombres como JPMorgan, Goldman Sachs… sabes que van a llegar”. Edward es sincero, pero se ve arrepentido por mostrar su avaricia.

Salimos de prisa al norte de Nairobi a través del laberinto de minibuses matatu, baches gigantes y peatones esparcidos por todas partes en la noche keniana. Nuestra prisa para llegar a la pista es algo que aún falta por explicar, ya que es parte de un juego complejo de tiempos, algo que siempre parece extraño en un continente tan relajado como éste.

Publicidad

Robert Young Pelton contando billetes de cien dólares. 

Elegí a Edward porque es un hombre de rosas. Las rosas son la cosecha principal de Kenia, y necesitan ser transportadas a diario. Él pasó la semana pasada haciendo preparativos de vuelos para rescatar a miembros de ONGs de las batallas en Sudán de Sur. Como keniano nativo blanco, Edward conoce muchas cosas más que el visitante casual.

Edward sabe de genética. “Las rosas son un gran negocio para Kenia”, explica. “Hay una ventana estrecha de casi 1,280 metros. La elevas más alto, y la flor está muy grande; muy bajo, y los tallos son muy largos. Yo sé cuáles son las rosas que venden. Cuáles son las que florecen. Yo podría comprar un terreno y sembrar las mejores rosas y ganar una fortuna”. Edward está cansado de ver a gente menos apasionada y con menos formación ganando más dinero mientras él tiene que tener varios trabajos para apenas salir adelante. “Un metro cuadrado de rosas puede generar 50 dólares al año en ganancias”.

Esquivamos una camioneta que venía hacia nosotros.

Las rosas son una gran manera de traficar drogas. La mayoría de la industria aérea son empleados del transporte de khat, una droga producida en Kenia y Somalia. Pero ya han entrado muchas drogas a Kenia, sobre todo cocaína y heroína. Edward también conoce ese negocio. “Las flores vienen con un pequeño paquete blanco que se supone que está lleno de azúcar para prolongar la vida de las rosas”. Él me muestra sus dedos. “Sellado térmico, así los perros no lo podrán detectar”.

Publicidad

La industria de las rosas también brinda la oportunidad de lavar dinero. “Pagas los gastos con chelines [kenianos] pero en el extranjero te pagan con una moneda más fuerte: dólares y euros. Lo guardas en el extranjero y envías dinero a casa para los gastos”.

Edward no está involucrado en esos negocios, pero ve el dinero que ganan los que sí están optando por hacer eso. Por el momento, jinetea ganado y trabaja. Es un africano trabajador que espera ganar dinero en su propio continente mientras ve cómo los extranjeros a su alrededor ganan mucho dinero.

Él lo tomó como un reto personal cuando le pedí que me ayudara a encontrar un piloto dispuesto en llevarnos a Sudán del Sur, especialmente considerando a dónde queríamos ir y a quién queríamos conocer.

La conversación hace que el tiempo pase rápido mientras manejamos por la oscuridad de la noche.

Un camión de la lechería Brookside con el slogan “Bondad para todos” pintado al lado está obstruyendo nuestro camino.

“Te estoy diciendo, Robert, todo aquí está corrompido” dice Edward, señalando el camión. “El presidente de Kenia es dueño de Brookside Dairy. Cuando Parmalat, una gran compañía italiana, intentó entrar aquí, de repente no pudieron conseguir la licencia”. (Parmalat asoció esto con la violencia ligada a las elecciones).

En algún lugar en la oscuridad hay un piñal gigante.

“Todos están ganando dinero. En conjunto, la familia del presidente Kenyatta es uno de los inversionistas más grandes del país”, insiste. Y luego están los aviadores del gobierno: “El gobierno keniano tiene miles de personas en nómina que no existen. Descubrieron que de 16 mil empleados, sólo 12 mil estaban trabajando.

Publicidad

"En todas las licitaciones del gobierno hay corrupción. Cuando tenemos una oferta de 600 mil dólares, decimos que se necesita un presupuesto de 1.2 millones porque tenemos que sobornar con 200 mil dólares a la gente del gobierno”.

Otro camión de gasolina pasa rechinando. “El combustible es una gran estafa. Ellos cargan en Mombasa, y el chofer soborna a un hombre para que no selle las tapas. En la noche se hacen acompañar de niños, quienes extraen el combustible y vierten queroseno barato en el contenedor para mantener la misma cantidad. Lo pueden hacer en una camioneta mientras el chofer conduce. Si roban cinco barriles en cada viaje, equivale a mil dólares al día. No es mucho, pero lo suficiente para que valga la pena. Luego el chofer pone a los niños a sellar la tapa de los barriles y entrega la mercancía”.

Junto con la tentación de mucho dinero y la falta de oportunidad, Edward cree que África está podrida hasta los huesos. Mientras yo no tenga manera de saber si todo lo que Edward cree es verdadero, es preciso decir que la oportunidad en África tiene dos caminos. Los que tienen recursos son igual de inteligentes que la gente que viene a explotar el país. La corrupción aquí es similar al poder y las relaciones: hacer buenas amistades y codearte con la gente correcta para que las cosas sucedan.

“Ganan mucho dinero con cambio de divisas aquí. Hay un hombre trabajando para Central Bank de Kenia que le dice a los comerciantes la tendencia del chelín, si está ganando o perdiendo valor. Sus amigos se dedican a cambiar divisas y ganar millones. La mayoría son indios. Por eso aquí todo es falso, ellos mueven el dinero de un lugar a otro. Ese hombre a un costado de la carretera”, señala, “gana 300 chelines al día [tres dólares].

Publicidad

”Es frustrante. He enviado 32 propuestas para una parcela de rosas. Propuestas reales, pasaron supervisión rigurosa por abogados y contadores. Necesito 2,800 dólares por acre —un total de 1.2 millones de dólares— y en un año y siete meses se te regresa tu dinero”.

Edward no tiene un pensamiento estructurado; le gusta divagar. Y de repente estamos de regreso en el tema de la invasión de compañías: “Compañías como Monsanto están llegando aquí. Tienes que acercarse a uno porque es muy caro el litigio. Es corrupto. Tiene que sobornar a todos. Tienes que pagarle a gente…” empieza a divagar. Pero sus iniciativas ahora le han hecho ganar dinero, dice.

“Compré un terreno a las afueras de la base militar. El coronel me sugirió comprar un terreno, así que lo hice. Yo pagué cinco mil dólares por eso y se los revendí a 42 mil dólares, nueve meses después. Estaban extendiendo la base, y lo necesitaban para construir una estación de combustible. Tuve suerte, creo”.

Equipos y suministros cargados a un avión alquilado en Nairobi. 

Horas después llegamos. Edward da una vuelta repentina y nos enfrentamos a la oscuridad. Los faros iluminan un cerco metálico.

“Soja soja”, grita Edward en suajili perfecto. Un guardia abre la puerta y repentinamente estamos rodeados por lo que parece un hotel, excepto por el avión estacionado afuera del restaurante-bar.

Nuestra plática de cómo las cosas se hacen en África parece indicar que la única manera en que vamos a conseguir un vuelo es si lo hacemos a la “manera africana”.

Publicidad

A principios del día, el piloto nos hizo falsificar una carta de permiso del gobierno de Sudán del Sur usando Photoshop y falsificando nombre y cargo de un supuesto ministro. Esto sólo es un ejemplo de cómo funcionan las cosas: no es el piloto quien necesita la carta sino el burócrata quien luego puede pedir verla, y pedir junto con ella una mordida para decir que todos los documentos están en orden.

El precio, 15 mil dólares, es el doble de lo que costaría el alquiler de un avión a Sudán del Sur. Pero usar una pista remota y privada como ésta significa que ningún intruso ni oficiales gubernamentales sabrán de nuestro viaje.

En lo que esperamos a nuestro piloto en el bar, Edward me cuenta otra historia: “Mi tío y su esposa tenían un safari. Ellos tenían un contador en el que confiaban, y viajaban mucho. Luego el contador hace una compañía idéntica al safari. El contador va a ferreterías y otros proveedores para obtener facturas falsas. Por cada diez mil dólares facturados, el proveedor recibía dos mil dólares.

”Mientras mi tío y su esposa salían corriendo, él decía, ‘Ahora firma aquí; hay que pagar estos gastos’. Esto sucedió por siete años y perdieron casi un millón de dólares. ¿Es posible combatir la corrupción? No. Aquí hay un dicho que dice: ‘Mueve piedras y una serpiente te va a morder’”.

Finalmente, nuestro piloto entra. Un hombre fornido, ya había tomado unas cervezas, y otro keniano blanco. El dueño nos ofrece cervezas y prende un cigarro.

Publicidad

El piloto menciona otros detalles de la historia que Edward había omitido en el camino: habla de cómo bajó precipitadamente en el territorio aéreo somalí y liberó a la tripulación danesa y filipina del cautiverio en el MV Leopard. Después de dejar el rescate, las autoridades en Mogadiscio rodearon su Eurocopter e ignoraron los gritos de los somalíes. “Ellos se quejaron con los kenianos y nos suspendieron por 30 días”. Ellos sabían que había mucho dinero involucrado. Se frota los dedos.

Parece que cada piloto tiene una historia que contar. Hemos escuchado demasiadas, pero preferimos conocer a un piloto que vuele su avión a la guerra sin tener que abrir la boca para hablar acerca de las estafas que hace.

Mientras nos sentamos en el restaurante rústico de la pista, empieza a llover. Un olor a pasto fresco entra por las ventanas abiertas. El piloto sacude la ceniza de su cigarro.

Le explico que queremos irnos lo más pronto posible para encontrarnos con los rebeldes y entrevistar a su líder. Le informé que había sido muy difícil para nosotros encontrar a un piloto que nos volara a cualquier lugar aparte de Yuba, la capital de Sudán del Sur, un lugar que significa muerte para Machot y arresto para nosotros, si las autoridades nos descubren.

“Ahí está tu avión”, dice, apuntando a la avioneta Cessna 210 de doble motor estacionada en el terreno. “Despegaremos sin los radios, volaremos muy abajo del radar, seguiremos a Lokichoggio para luego dejarte en Akobo. Los cerros van a bloquear el radar, y para cuando regresemos nadie sabrá. Metes tus cosas en los compartimentos laterales y te sales por la puerta del piloto”.

Publicidad

Después de aterrizar, advierte, el avión se quedará en tierra, los motores seguirán prendidos, no más de cuatro minutos antes de despegar hacia el siguiente destino. Luego, a mitad de su cigarro, toma una pausa, y parece estar algo enojado. Pudo haber sido el cambio de clima, algo que dijimos o estar sentados en la oscuridad, pero hay un ambiente raro que no entiendo.

“¿Sabes qué? Algo no está bien. No lo haré. ¿Sabes qué? Creo que te voy a regresar tu dinero”. Edward y yo nos miramos el uno al otro fijamente, sin poder creerle a este hombre.

Nuestro piloto continúa: “Liberé a rehenes secuestrados en noviembre, y ellos intentaron confiscar mi helicóptero. Cuando regresé a Kenia, me suspendieron la licencia por 30 días”.

Nos está contando la misma historia que nos dijo hace menos de 30 minutos, pero ahora en lugar de una historia heróica se convirtió en una razón por la que no nos quiere llevar. Luego, oportunamente, se va la luz y quedamos todos en la oscuridad.

“No voy a arriesgar mi licencia y 15 millones de dólares en negocios. Hacemos muchos negocios en Sudán del Sur. Si Yuba se entera, estoy jodido.

”Haremos esto bien. Viajaremos a través de Yuba. Tengo a mi gente en el aeropuerto. Tu hombre se puede esconder en el avión, y diez minutos después estaremos en camino a Akobo. Sí… haremos esto de la manera correcta. Pediré una visa en el aeropuerto de Sudán del Sur, y esto saldrá bien. Ven a la oficina en la mañana, y armamos un buen plan”.

Edward está sorprendido. Nos vamos a su coche para discutir el tema, pero casi de inmediato decidimos irnos, prende el motor y nos alejamos del piloto y de su avión y de este lugar que resultó en un viaje en carretera de tres horas para nada. Y para rematar, ya está lloviendo.

De regreso a la carretera sur a Nairobi, Edward está enojado. “¡Ese cabrón!” grita mientras golpea el volante. “¡Él sabía muy bien lo que queríamos hacer! ¡Ya había accedido! ¡Mierda!” Me muestra su BlackBerry y empieza a buscar entre correos electrónicos. Su teléfono confirma que no había secreto detrás de nuestro plan. “Léelo. Ese cabrón. 15 millones mi culo. No tiene negocios en Sudán del Sur, por eso lo elegí a él”.

Puedo sentir cómo la pila de billetes quema un hoyo en mi bolsillo. Nuestra probabilidad de encontrar a un piloto que nos lleve es inexistente, de hecho hay una gran probabilidad que este viaje sea un gran fracaso. Mientras Edward conduce como loco al volante de regreso a Nairobi, estamos inquietos en nuestros asientos intentando contemplar cuál será el plan C, D o la letra del abecedario en la que estemos a estas alturas.