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'Orange is the new Black' solo tiene que ser buena

Dejen de preocuparse por los ratings de Netflix. Lo último que me importa es la popularidad de una serie. Sencillamente tiene que ser buena.

Después de una cantidad considerable de expectativa, la segunda temporada de El Naranja Es El Nuevo Negro salió la primera semana de Junio. A pesar de mis fundamentos como un opositor sin complejos, que trinufó con el propósito de evitar la primera temporada, vi los primeros dos episodios de este nuevo lote. Todas las reseñas inmensamente positivas y la cantidad incansable de piezas publicitarias atractivas lograron agotarme. La presión de grupo no se quedó atrás tampoco. Nunca más quiero volver a oír a alguien preguntarme si ya me he visto El Naranja Es El Nuevo Negro porque crean que me va a gustar. Pues tenían razón. Me gustó. Ahora déjenme en paz y vayan a molestar a algún otro pobre diablo. Pueden tomar otro testimonio inútil para su colección. Se lo merecen.

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Considerando lo seguido que oigo hablar del show en persona y en los medios y redes sociales, y que cuando veo el acrónimo OITNB (Orange is the new black, nombre original de la serie) sé inmediatamente qué quier decir, lo más razonable sería pensar que el programa es muy, muy popular. Eso es una suposición a ciegas, porque Netflix se niega a revelar cualquier tipo de información de recepción de audiencias. A pesar de lo mucho que los medios le han rogado al director ejecutivo Reed Hastings y al director de cumplimiento Ted Sarandons para que rieguen el chisme, Netflix no ha cedido. Andy Greenwald, crítico de Grantland TV dijo que Netflix "se niega tercamente a sacar información específica sobre audiencia, pero que la compañía estuvo lo suficientemente impactada por los increíbles números de 'Orange' comopara aceptar que se había vuelto la serie más vista en sus servidores."

La frase aparentemente inofensiva vino del principio de una reseña aduladora de la nueva temporada de OITNB que tenía más veneraciones que una iglesia cristiana del sur de Alabama. La revista Hollywood Reporter también llamó 'tercas' las políticas de Netflix en un artículo sobre House of Cards. Los espectadores son— como Netflix le repite constantemente a los periodsitas —irrelevantes en un servicio por el cual los usuarios están pagando voluntariamente.

Pero cuando las estaciones locales de noticias en Wisconsin reportan, de manera teatral, números excepcionales, el deseo de saber es más importante que la neceisdad de saber. ¿Es necesario que un vendedor de carros usados en un pueblo se entere de que la película Al Filo De Mañana fue un éxito? Definitivamente no, pero sí influencia su opinión sobre la película, incluso si no se la ha visto. De lo que los críticos de televisión no han caído en cuenta es que mientras más piden a Netflix que saque información de ratings y que juegue por las reglas tradicionales, están cortando por completo el poder que podrían tener sobre su influencia en el futuro del medio.

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Históricamente la industria televisiva se ha beneficiado, casi que exclusivamente, de un modelo basado en publicidad. Comerciales de treinta segundos salpican a lo largo de sus programas preferidos y en los canales básicos de cable para poder pagar toda la cocaína en la fiesta de cierre de temporada. Entre más televidentes tiene un programa, le cuesta más a una compañía comprar un comercial, lo que quiere decir más dulce, dulcísima golosina para la nariz de los productores. Por esa razón la mayor parte de la programación debía ser amplia, fácil de entender, y capaz de llegarle a la mayor cantidad de población para así atraer una mayor cantidad de televidentes y poder incrementar el precio de los comerciales (y comprar más coca).

En 1970, el ganador de Mejor Serie Dramática en los premios Emmy fue Marcus Welby, MD. Si conoces Marcus Welby, MD, y te has visto un episodio completo, entonces te pregunto ¿cómo llegaste a esta página y cómo puede ser que el control de contenidos de la red del ancianato no la haya bloqueado? Hay tetas en esta página. Muchas tetas.

Échale un vistazo mientras puedas. No me voy a poner bravo ni nada.

Listo, para el resto de ustedes, Marcus Welby, MD se trataba de un doctor en medicina llamado Marcus Welby. El gran defecto en la personalidad de Welby era que era  putamente querido, lo que genera un personaje típico de una trama clásica en un drama shakespeareano. Esta mierda era la sensación en 1970, y era uno de los programas de televisión más populares en Estados Unidos. Digamos, hipotéticamente habando, que los críticos del momento preferían otro programa de la red de programas 'ABC', Dan August, protagnoizada por un jóven Burt Reynolds. Dan August se trataba de un policía llamado Dan August cuyo mayor defecto de personalidad era que era putamente chévere. A nadie le hubiera importado lo que pensaran los críticos porque no era tan popular como Marcus Welby, MD. De hecho, cancelaron Dan August después de la primera temporada, aunque Burt estaba a punto de convertirse en una de las más grandes estrellas de cine unos años después.

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La Television Critics Association (Asociación de Críticas Televisivas) ni siquiera tuvo sus propios premios hasta 1985. Ser un crítico de televisión en ese momento tenía tanto sentido como escribir resúmenes detallados de las caricaturas del periódico del domingo. No sé ustedes, pero a pesar de las travesuras de los simpáticos personajes, no valía realmente la pena escribir 2.000 palabras sobre eso. La TV era una distracción de la vida, no una razón para vivir.

Luego apareció la televisión por cable a finales de los 70's, principios de los 80's. HBO, Cinemax, Showtime, y otros canales requerían una suscripción a cambio de sus servicios— una novedad para el medio. No había publicidad porque toda la cocaína la pagaba la mensualidad requerida para acceder al contenido. Por un tiempo estos canales solamente pasaban películas, pero después empezaron a experimentar con contenido original. Había un montón de porno light, un par de comedias, demasiado de Robert Wuhl y no suficiente Crypt Keeper. OZ, Los Sopranos y Sexo En La Ciudad, de HBO, fueron los primeros programas en ser considerados a la par con los de la "Era Dorada de la TV" hoy día. Tocaba poner atención y ver el programa para entenderlo.

El rating no importaba porque: con un modelo de suscripción, la cocaína ya estaba pagada. Además, las ventas de DVD se volvieron una importante fuente de ingresos secundaria. Era más importante que un programa pago por cable fuera bueno, ganara premios, generara alboroto, y creara una base de seguidores y fans apasionados  que quisieran volver por más, en vez de conseguir una audiencia más amplia. Los canales con una base en publicidad siguieron el ejemplo y cultivaron programas medianamente populares pero excelentes como Breaking Bad, hasta que el mundo se sintonizó con ellas.

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La televisión solía ser una distracción, pero ahora, si no estás viendo un programa aclamado por las críticas, eres una especie de maldito leproso. Yo vi cinco temporadas de Breaking Bad en dos semanas para que no me castigaran durante la histeria del final de la serie. Por buena que sea esa serie, nadie debería estar despierto a las 3am viendo Breaking Bad a menos de que sufra de alguna condición medica.

Esta clase de presión social se limitaba a la sala de café de la oficina promedio americana. En el 2014, la "sala de café" no es literalmente un lugar para encontrarse y hablar sobre quién mató a quién, o el último episodio de Twin Peaks o Dynasty. Ahora está por todos los putos lados. Con la llegada del video instantáneo y la navegación en línea, no hay excusas para no ver las series aclamadas por las críticas excepto si tienes una vida real por fuera de la sala de tu casa.

El medio de televisión es tan popular que a los graduados universitarios les pagan para que escriban resúmenes de los episodios apenas se acaban. James Wolcott, de la revista Vanity Fair, escribió un artículo en su última edición sobre la naturaleza obsesiva de los televidentes actuales, hablando no solo de la felicidad de los dueños del programa sino también del fanático loco que siempre quiere más. Estos reportajes modernos y sofisticados son de los contenidos más populares en internet.

Nuestra cultura ha desarrollado un complejo de televisión-industrial: un universo con múltiples volúmenes de repetir capítulos, mostrar previas de capítulos, reseñas, memes, tuits, ficción alterna, videos de respuesta, GIF's y piezas para pensar sobre las series que rellenan el espacio entre temporadas de nuestras series preferidas. Apenas se acaba el noveno episodio de Game of Thrones (Juego de Tronos) de la cuarta temporada ¿qué vas a hacer? ¿Irte a dormir? ¿Hablar con tu cónyugue? ¿Llamar a tu madre? ¿Lavar la loza? ¿Aprender un nuevo idioma? ¡Ni por el putas! Vas a ir a ver qué piensan otros fans del capítulo, mientras que simultáneamente elaboras tu reacción hacia lo loco/violento/impactante/molesto/perturbante/erótico/potencialmente sexy que acabas de ver. Después lo repetirás nuevamente a lo largo de la semana.

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En un ecosistema donde los clientes pagan una mensualidad por el solo derecho a considerar ver una serie de televisión, y alguien busca la fama escribiendo parodias del tema musical de Juego De Tronos, ¿por qué debería importarme cuánta gente estaba viendo El Naranja Es El Nuevo Negro el primer día que la serie estuvo disponible? Si todo lo que importa es un número o un pedazo de "grandes datos", ¿a tanta gente le importaría cuánto ama OITNB Andy Greenwald? Los críticos por fin le arrebataron el control sobre la televisión a los grupos focales, publicistas, y los solteros solitarios. HBO revivió The Comeback— un show que incluso los más pretenciosos de nosotros ignoraron —porque desarrolló una audiencia de culto enorme de comedia, nerds y críticos.

Ganaste, y ahora quieres dejarle el trofeo a los contadores, porque…¿por qué? Honestamente no entiendo. Puede ser que la obsesión necesita validación. Juego de Tronos tiene que ser la serie más popular en en la historia de HBO para que justifique todos los blogs y lo que la han exprimido. Si El Naranja Es El Nuevo Negro no pasa el promedio de 10 millones de televidentes por episodio, no puede ser el fenómeno cultural que está rompiendo barreras que tanto se está diciendo que es.

Todos seguimos siendo nerds, y exijimos que nuestras opiniones sean aprovadas objetivamente. Desafortunadamente para nosotros los bobos, la televisión es una forma de arte más que nunca, y el arte verdadero desafía a la objetividad. Entonces, en esa línea de ideas, les suplico: alejen sus putos números y gráficas de mis historias.

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