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Cultură

Escuchamos house durante 66 horas seguidas

Y nos quedamos tolocos.

La música se pone de moda y se queda anticuada con una facilidad asombrosa. Hace cinco años, la música house era el último vestigio de hombres que vestían camisetas de lino e iban a discotecas que anunciaban en emisoras de radio que nadie escuchaba. Y si por algún casual escuchabais algo de electrónica, probablemente era aquel grupo que pasó de moda más rápido de lo que su cantante francés tardó en acostarse con adolescentes menores de edad. Sin embargo, ahora estamos en 2012 y el house se ha vuelto el sonido más apasionante que hay por ahí fuera. Todos mis amigos se van de fiesta los martes en South London puestos de éxtasis hasta el culo, en lugar de salir los lunes por East London enchufaos de coca. Vuestras novias se encierran en el baño al son de Drakeford. El tío de Foals está sacando vinilos de doce pulgadas. Ni siquiera Steve Aoki pincha electro ya.

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No obstante, las opiniones acerca del house siguen polarizadas. Hay gente que lo desprecia y asegura que es repetitivo y descerebrado, y luego están los otros, que lo veneran y lo admiran cual versión tecnológica refinada de los tambores tribales de nuestros ancestros, la unión eufórica del hombre y la máquina. Normalmente esos son los tíos que no pueden sobrevivir al día de navidad sin haberse metido algo de éxtasis, así que quizás es mejor no tomarse su palabra al pie de la letra.

El viernes pasado nos dimos cuenta de que el poder cultural del house solo se reduce a la rapidez con que la gente se canse de él. ¿Cuántas horas de house se necesitan hasta que te entren ganas de arrancarte las orejas? Ninguno de nosotros tenía nada que hacer el fin de semana pasado, así que decidimos hacer el experimento y descubrirlo. Decidimos que empezaríamos tan pronto saliésemos de la oficina, a las 5 de la tarde, y que terminaríamos el lunes a las 11 de la mañana. Eso son 66 horas de house, o 506.880 beats retumbando sin cesar en nuestros tímpanos.

Fuimos a tantas discotecas de house como nos fue posible, nos montamos nuestra propia fiesta en casa y usamos auriculares mientras íbamos de un sitio a otro, en la ducha o mientras dormíamos. Como parte de nuestra investigación altamente científica intentamos registrar cada seis horas nuestro bienestar emocional en una escala de “vibraciones” que iba desde -10 hasta +10.

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DÍA UNO: VIERNES POR LA NOCHE / MAÑANA DEL SÁBADO

Hora 1; 5 de la tarde: En esta foto no es que esté concentrado precisamente sino que esa es la expresión de la sumisión total al ritmo clínico e inexorable que se iba a convertir en nuestra realidad durante los próximos días. Nota: la incesante música house hace que incluso navegar por Reddit te parezca equivalente a estar en una peli mala de los 90 sobre algún hacker (porque todos sabemos que todos los hackers escuchan techno).

Hora 3; 8 de la tarde: Es curioso, pero después de tres horas y antes de llegar a la primera discoteca, aún no nos habíamos cansado del house. De hecho, teníamos muchísimas ganas de sacarnos los auriculares y dejar que el ritmo nos envolviese por completo en la Meca de Essex que es el 93 Feet East. En el metro Matt descubrió que además no tendría que escuchar ni una sola palabra de lo que cualquier persona le dijera, como estoy seguro de que podéis ver en esta foto de él haciéndose pasar por australiano. Que les den por culo a la gente real, toda la comunicación que necesitábamos ya nos la proporcionaba Kyle Hall.

Hora 4; 9 de la noche: Entramos en la discoteca y los dos estábamos bastante altos en nuestra escala de vibraciones. Sabíamos que no estábamos al mismo nivel que el tío que estaba sonriendo tanto que se le veían hasta las muelas del juicio, pero las posibilidades de alcanzar ese punto y el hecho de que los obsesos del lino y las wayfarer nos aceptasen en la cola ya nos hizo aumentar el nivel de excitación.

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Más o menos a esa hora también nos encontramos al legendario productor de house sueco Santos Klauss, lo cual fue bastante guay. Nos dijo que había venido con el quitanieves porque había oído que el evento iba a taponar todas las carreteras.

Hora 8; 1 de la madrugada: No sé si os podéis fiar mucho de que realmente fuese esa hora, puesto que el tiempo en sí mismo dejó de tener sentido a partir de cierto punto de la noche, pero en algún momento, pasada la medianoche, una mantis desbocada se arrastró hasta nosotros, apuntándonos con las manos con una agresividad que solo alguien demasiado puesto o demasiado trastocado por la música podría reunir. Probablemente todavía está por ahí fuera, con las gafas sin cristales, deambulando por las callejuelas de Brick Lane con un mix de Roger Sanchez en repetición, poniéndole banda sonora a su descenso a la locura. En este momento, cuando aún nos quedaban 58 horas infinitas, la ansiedad empezó a apoderarse de nosotros y nos empezamos a preocupar: ¿Es que acaso nos íbamos a quedar como la tía esa? Porque, para ser sinceros, ninguno de nosotros iba a permitir que el tío de The Offspring nos tatuase.

Hora 9; 2 de la madrugada: Después de que nos hubieran ofrecido un chupito de éxtasis (¿se toma antes o después de la lima y el tequila? Siempre me olvido) y de habernos hecho fotos con unos pocos juerguistas bastante pasados de rosca, nos fuimos del 93 Feet East y nos dirigimos a Vagabondz at Fire en Vauxhall para ver a Deadboy, Dark Sky, MJ Cole y Loefah.

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Ni siquiera os molestéis en decir en los comentarios que eso no es house, porque si insistís en ser unos nerds quisquillosos no nos quedará más opción que cambiar el título a “66 horas de música dance” y eso abaratará la experiencia de la gente. Guardáoslo para el Resident Advisor Forum, puristas insufribles.

Hora 11; 4 de la madrugada: No sé si lo podréis advertir en esta foto, pero tan pronto como llegamos a Vagabondz nos convertimos en los idiotas pasados de vueltas y sin camiseta de los que nos habíamos estado cachondeando toda la noche. Las vibraciones optimistas que emanaban del house habían empezado a alterar nuestra química. Estábamos en los primeros estadios de una transfusión de cinismo, pero ya nos daba todo igual. La música había mejorado significativamente y nosotros nos habíamos olvidado de nuestro terrorífico encuentro con la mujer-mantis. No podíamos recordar ningún momento en que no hubiésemos estado moviendo las extremidades sin cesar y deseando que ese día nunca jamás se volviese a repetir.

Ah, la zona de fumadores: la cúspide social del salir de fiesta moderno, un sitio en el que te puedes relajar y hablar con otras personas guapas que, ya por razones químicas o por razones reales, están extremadamente contentas de haber acabado en la misma discoteca que tú esa noche y, ¿quieres una raya, amigo? También son un sitio en el que te puedes sentar tú solo, escuchar música con tus auriculares y parecer un idiota.

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Mientras nos ocupábamos de parecer unos idiotas, algo de lo que nos dimos cuenta durante nuestro experimento fue que la cantidad de ropa que llevaba Matt era inversamente proporcional a las horas que había escuchado house. Es así como terminó pareciendo un pirata de las Baleares. Cuando le pedimos que se vistiese un poco, todo lo que pudo contestar fue: “Los bajos son mi ropa”.

Hora 12; 5 de la madrugada: Algo que aprendimos después de haber escuchado house durante 12 horas seguidas es que una exposición prolongada al house ataca la médula oblonGuetta (lo siento, era broma obligatoria), haciendo que el sistema nervioso central quede invalidado por completo. Francey tuvo que sentarse a descansar un poco mientras contemplaba la posibilidad de no poder volver a caminar nunca más.

Hora 13; 6 de la mañana: Gracias a Dios, los de seguridad lo sacaron del club, obligándole a caminar. Aquel guardia era un ángel, un milagro.

Hora 18; 11 de la mañana: Al final nos dimos cuenta de que la gente que podíamos divisar desde la zona de fumadores se había despertado y se había largado a tomar el brunch y los pubs locales empezaban a llenarse de vidilla, así que empaquetamos y para casa. The Whistle Song no sería una de las canciones que escogerías para meter en tu lista de reproducción para dormir, justo después de Harold Budd y “Cucurrucucú Paloma (en serio, la próxima vez que estéis despiertos a las 6 de la mañana porque os las hayáis ingeniado para convertir vuestro corazón en el acelerador de partículas más grande del mundo intentad escuchar esta última). Ninguno de nosotros tenía ganas de dormir con los cascos puestos y en este momento nuestras vibraciones estaban en un punto muy bajo de la escala.

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DÍA DOS: SÁBADO POR LA NOCHE / MAÑANA DEL DOMINGO

Hora 24; 5 de la tarde: Ambos nos despertamos con una migraña que seguía el ritmo de la música que salía de nuestros cascos, así que no hace falta decir que estábamos locos por quitarnos los cascos y joderles la mañana a nuestros vecinos con un poquito de house del bueno.

Hora 27; 6 de la tarde: Supongo que teníamos ganas de volver a salir, pero nuestros dolores de cabeza estaban jodiendo bastante el rollo. Necesitábamos más alcohol, así que inventamos el “glow-jito”. Empezamos a hacer gárgaras con él pero tampoco creo que eso ayudase mucho.

Hora 29; 10 de la noche: Para alcanzar los niveles de meticulosidad científica que nos habíamos propuesto decidimos que este experimento probablemente necesitaba una perspectiva externa, alguien que pudiese ser completamente objetivo. Está bien que la gente crea la palabra de aquellos que han experimentado las cosas por sí mismos, pero si siempre nos creyésemos a esa gente acabaríamos tragándonos toda esa mierda fundamentalista cristiana de los de la tele americana que aseguran haber sido testigos de la vida después de la muerte.

Lo que necesitábamos era un observador, un experto imparcial que conociese la diferencia entre el house real y un single de Fatboy Slim. Así pues, llamamos a Clive Martin, que suele escribir los artículos de “Big Night Out”, para que nos echase un ojo mientras llegábamos a la mitad de nuestro experimento.

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“Me acerqué a la casa del house agitado e intrigado y con una bolsa llena de Stella. ¿Me iba a sentir decepcionado? ¿Me iba a encontrar con un par de capullos jugando a Fifa y moviendo la cabeza al ritmo de “The Rockfeller Skank?” ¿O iba a ser afortunado siendo testigo de un estudio psicológico que rompería moldes? ¿Sería un experimento de verdad o solo una triste excusa para meterse de todo y beber gratis?”

“Cuando llegué al campo base vi que el ambiente no era para nada lo que yo me temía. Había muy buenas vibraciones, la gente estaba despierta, alegre y con ganas de hacer amigos y hablar mientras la música seguía retumbando en segundo plano. Me pregunté si quizás ya habían llegado a ese estado eufórico y libre de drogas del que tanto habla la peña ‘libre por naturaleza’ de Creamfields”.

“Hice algunas pruebas y todo parecía andar correctamente, pero solo era el segundo día. Esto únicamente era un descanso. Me consolé pensando que a partir de ahí solo podía ir hacia peor”.

Hora 30; 11 de la noche: Para cuando llegamos al metro nuestras vibraciones estaban que se salían de la escala. Después de que llegasen algunos amigos más y nos tomásemos un par de copichuelas (más) llegamos al Holic Café 1001.

Alguien había traído una de esas movidas para soplar burbujas gigantes, así que no pudimos evitar convertir todo el vagón de metro en un país de las maravillas psicodélico, lo cual hizo que el resto de la gente que estaba en el vagón pensase que su vida era una verdadera mierda.

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Hora 32; 1 de la madrugada: Justo después de entrar al sitio el síndrome mantis ya nos había consumido. Nos habíamos convertido en house. No había vida sin el house. Algunas personas escogen vivir, nosotros escogimos algo distinto, escogimos el house. Cada vez que el DJ cambiaba de tema nos sentíamos como personas nuevas. Nuevas mantis pasadísimas.

Hora 34; 3 de la madrugada: A pesar de que Café 1001 normalmente sea un sitio para turistas hipsters que se compran hamburguesas de 10 libras que se desmontan incluso antes de haberles dado el primer bocado, Holic consiguió que nuestras vibraciones llegasen a su punto más álgido. Estábamos atrapados en el momento, suspendidos en un canal de vibraciones en perfecto equilibrio entre el pasado al que ya no podíamos volver y el futuro que nos estaba esperando a la vuelta de la esquina.

Hora 40; 9 de la mañana:Para combatir los efectos destruye-cerebros que provocan 40 horas de escuchar house es importante que mantengáis el cerebro activo leyendo literatura escrita como Dios manda, de aquellas que enganchan de verdad. Si no puedes hacer eso, píllate una rubia cachonda para que te lea la autobiografía de Chris Evans.

Llegados a este punto estábamos muy orgullosos de nosotros mismos. A pesar de unos ratillos de flojera esta mañana, hasta ahora el fin de semana había sido alucinante. Las cosas solo podían ir a mejor, ¿no?

DÍA TRES: DOMINGO POR LA TARDE / MAÑANA DEL LUNES

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Hora 44; 1 de la mañana: Mierda, quizás no. Cuando Matt se despertó jodidísimo por los efectos de montones de beats incrustándosele en el cerebro estaba claro que su otrora mente avispada le había abandonado. Nuestro dolor de cabeza iba a más y nuestras vibraciones estaban en la zona de peligro de la escala. Teníamos que emborrachar a Matt y meterlo en una discoteca tan pronto como fuese posible, así que fuimos a Kubicle en Basing House, que abre todos los domingos a las 2 del mediodía. Eso significa que por ahí solo merodean los encargados del bar y gente a la que acaban de dejar, pero nuestra prioridad era que los ojos de Matt volviesen a apuntar en la misma dirección otra vez.

Hora 46; 3 de la tarde:Si nunca habéis invadido una cabina de DJ a las 3 de la tarde de un domingo es que no tenéis vida. Además, seguro que tampoco entendéis lo que el house significa para las masas bulliciosas, trágicas y desesperadas que llegan peregrinando hasta Kubicle cada semana.

Hora 54; 11 de la noche:Mientras el resto de Gran Bretaña dedicaba sus cerebros a Factor X y a la letargia del rosbif del domingo, nosotros nos sumergíamos en pintura para la cara y gafas de sol innecesarias. Para Francey, un joven patriótico de Belfast, la experiencia de ir de rave un domingo por la noche fue tan exclusiva que empezó a creer que era un Illuminati.

Hora 60; 5 de la madrugada: Matt ya tenía mejor pinta. No dijo ni una sola palabra después de la hora número 55, así que no podíamos distinguir si bailaba dormido o si estaba realmente pedo, pero sea como fuere, hizo que todos nos sintiésemos mucho mejor al no tener que ver más sus ojos.

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Hora 61; 6 de la madrugada:El último sitio al que fuimos fue un lugar llamado Aquarium. Todo lo que uno debe saber sobre Aquarium es que abre hasta las 11 de la mañana y que tiene piscina. Su población consta de peña que acaba de salir de Pentonville. La música era más bien en plan remixes de Rihanna. Era cutre, y encima la piscina estaba cerrada. Las vibraciones estaban por los suelos.

A pesar de todo había bastante gente, gente para la que congelarse en la piscina de una discoteca en Shoreditch a las 6 de la mañana era algo completamente normal.

Hora 62; 7 de la mañana:La noche se quedó con el nombre “Can’t Stop, Won’t Stop” pero, al menos para este tío, debería haberse llamado “Can’t Stop, Won’t Stop, Really Fucking Should Stop”.

Hora 64; 9 de la mañana:Ya iba siendo hora de concluir el experimento.

DÍA CUATRO: LUNES

Hora 68; 1 de la tarde:Obviamente ni siquiera oímos las alarmas, los “bips” electrónicos ya formaban parte de los sonidos habituales, así que una mierdecilla de pitido no iba a conseguir nada de nosotros. Así pues, nuestro maratón había llegado a las 68 horas. Para cuando nos conseguimos despertar, Paul Johnson se había infiltrado en mi cabeza, en este momento con la puta canción del éxtasis. El house nos había jodido la cabeza tanto como Pendulum se ha cargado el drum ‘n’ bass.

Hora 69; 2 del mediodía:Ambos nos duchamos durante media hora para recobrar fuerzas e intentamos que nuestros cerebros resucitasen, pero aún seguíamos oyendo house. Joder, habíamos llegado tan lejos que ya no podíamos parar. Estábamos escuchando a Walter Jones en el baño y ambos nos sentimos culpables, como si nos hubiésemos acostado con la novia del otro.

Hora 70; 3 de la tarde:Había llegado el momento de reincorporarse a la vida habitual y al trabajo.

Nuestra conclusión es que la música house mejora cuanto más la escuchas, así como también incrementa su nivel de adicción. Empiezas a venerar a los DJs y a darte cuenta de todos los pequeños cambios en cada canción, lo cual explica las manías que afligen a la gente de la escena house cada vez que sale un nuevo subgénero. Oh, y además proporciona un dolor de cabeza de cojones.

Durante los dos días siguientes tuvimos que desengancharnos del sonido que se había acompasado al ritmo de los latidos de nuestros corazones, cambiando primero al minimal techno (la metadona de los adictos al house), y luego, gradualmente, a algunos mixes de Hatcha y Shed, hasta alcanzar el silencio, profundo, bendito, John Cage, Harold Pinter, silencio. Con sus mejores y peores momentos, este fue uno de los mejores findes de nuestras vidas.

Si te has tajado o drogado hasta tal punto que ya no puedes procesar las emociones humanas, aquí tienes nuestro fin de semana resumido en datos numéricos de nuestra escala de vibraciones.

ENTERAOS TODOS, EL HOUSE ES ALGO QUE SE SIENTE.

Sigue a Francey, Matt y Jake en Twitter: @matthewfrancey / @mattashea / @Jake_Photo