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EXO

La vida (y la muerte) en el espacio

Con una presencia continua en el espacio desde hace casi 17 años, los seres humanos han aprendido mucho acerca de mantenerse con vida en la última frontera.

A casi 400 kilómetros sobre la Tierra, hay un satélite del tamaño de un campo de fútbol orbitando nuestro planeta a más de 27.000 kilómetros por hora: la Estación Espacial Internacional (ISS por sus siglas en inglés). Desde el lanzamiento de su primera misión tripulada en el año 2000, la estación ha llegado a albergar a seis astronautas a la vez, quitándole a la estación rusa Mir el honor de ser la estación espacial en órbita terrestre baja ocupada durante más tiempo seguido.

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Aunque la estación espacial ha sido anfitriona de innumerables experimentos, que van desde controladores de robótica Lego en la Tierra hasta el cultivo de lechuga, su uso más valioso ha sido ayudar a los científicos a aprender cómo afectan al cuerpo humano los vuelos espaciales de larga duración, una variable crucial ahora que nuestra especie comienza a trazar los detalles para nuestra primera estancia en Marte. En términos generales, los astronautas que viajan a la ISS suelen permanecer en órbita durante un período de entre cuatro y seis meses, que es tiempo suficiente para recabar información acerca de la fisiología humana en microgravedad. Según datos de los propios astronautas a su vuelta de la estación, uno de los problemas más apremiantes para los astronautas en órbita es el deterioro de los músculos y el esqueleto. Como la microgravedad no requiere que los astronautas utilicen muchos de los músculos que utilizan habitualmente en la Tierra, como los músculos de la espalda o los que usamos para mantenernos de pie, estos pueden deteriorarse rápidamente.

De hecho, la NASA ha documentado una pérdida de masa muscular de hasta el 20 por ciento en los astronautas a solo 11 días de su llegada a la ISS. Para combatir la atrofia de músculos y huesos en el espacio, la NASA lanzó el Proyecto Digital Astronauta, que utiliza simulaciones por ordenador para mejorar las ya rigurosas rutinas de ejercicio de los astronautas.

Por otra parte, los entornos de poca gravedad también afectarán considerablemente a los fluidos corporales de los astronautas. El cuerpo humano está compuesto en casi dos tercios de agua y, como sabe cualquiera que haya visto esos vídeos donde los astronautas trastean con gotitas de agua flotantes en el espacio, el agua se comporta de manera realmente extraña en gravedad cero. Aunque jugar con la tensión superficial y la cohesión del agua da para un vídeo entretenido, también puede tener graves efectos sobre la capacidad del cuerpo para regular procesos internos cruciales en el espacio. Cuando un astronauta llega por primera vez a la ISS, empieza a tener síntomas similares a los de un resfriado común (hinchazón de la cara y congestión nasal) pues sus fluidos corporales se redistribuyen hacia la parte superior del cuerpo. Cuando el cuerpo del astronauta se va ajustando a la ingravidez, sus fluidos corporales se distribuyen más uniformemente y el cuerpo no tiene que trabajar tanto para regular la presión arterial. Aunque esto puede sonar como algo bueno, resulta que puede tener algunos efectos secundarios muy negativos, como una reducción del 20 por ciento del volumen sanguíneo, que a su vez puede hacer que el corazón se atrofie porque tiene menos sangre que bombear.
Aunque hay otra serie de interesantes efectos fisiológicos que se han descubierto viviendo en la ISS (como por ejemplo la incapacidad de un astronauta de producir lágrimas, ya que se juntan todas en una bola cuando el astronauta llora, o la pérdida del sentido del gusto), quizás el órgano que se ve más gravemente afectado en los vuelos espaciales tripulados es el cerebro. Aunque algunos de los efectos psicológicos de ir al espacio son positivos (como el llamado "efecto perspectiva", o la sensación de paz y calma interior que provoca ver la Tierra desde arriba), por lo general, los astronautas están sometidos constantemente a mucho estrés.
Aunque puede que hacer saltos mortales en gravedad cero no suene muy estresante, hay que tener en cuenta que estos astronautas viven en un ambiente extremadamente hostil y de alto riesgo: el mínimo error podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Incluso con la mejor de las preparaciones, se han dado situaciones muy peligrosas en la estación espacial.

astronauta haciendo ejercicio en la ISS

Tomemos como ejemplo el caso del astronauta italiano Luca Parmitano, que en 2013 tuvo que interrumpir un paseo espacial antes de tiempo cuando el agua de su traje espacial comenzó a filtrarse por su casco, corriendo el riesgo de ahogarse. Parmitano describiría después la experiencia, diciendo que se sintió como "un pececito dentro de una pecera" cuando su casco comenzó a llenarse de agua. Como el líquido no se comporta igual en condiciones de microgravedad (forma bolas y flota), conseguir que el litro de agua flotante no se le metiera en los ojos, nariz y boca mientras intentaba respirar en un casco espacial era mucho pedir. Aunque Parmitano consiguió volver a salvo a la ISS, el mismo traje que utilizó fue el culpable, el año pasado, de un accidente similar que acabó con la interrupción de un paseo espacial antes de lo previsto para salvar a un astronauta de la NASA que corría el peligro de ahogarse. Durante los primeros días de la estación espacial, un astronauta se vio cubierto por dos centímetros y medio de amoniaco congelado tóxico durante un paseo espacial y tuvo que permanecer fuera de la estación durante una órbita completa hasta que el amoníaco se evaporó de su traje. En lo que en otras circunstancias habría sido un paseo espacial rutinario, el astronauta de la NASA Robert Curbeam trabajaba en el sistema de refrigeración de la nueva ISS, que utiliza amoníaco debido a su bajo punto de congelación, cuando el sistema sufrió una fuga y comenzaron a escaparse copos de amoniaco de la tubería. En ese momento, todos a bordo supieron que había un problema. Después de tres minutos, Curbeam logró cerrar la válvula que sufría la fuga, pero su traje se cubrió completamente de amoníaco congelado, haciéndole parecer "Frosty el muñeco de nieve" según lo describió otro astronauta que estaba con Curbeam durante el paseo espacial. Para eliminar los productos químicos tóxicos de su traje, Curbeam tuvo que quedarse en el exterior de la estación espacial durante una rotación completa alrededor de la Tierra (unos 90 minutos), para que el sol pudiera derretir los cristales de amoníaco. Una vez a salvo de vuelta en la esclusa, él y el resto de la tripulación tuvieron que llevar máscaras de oxígeno durante media hora mientras la ISS filtraba las toxinas del aire en el interior de la estación. El calvario de Curbeam en el exterior la estación espacial también nos trae a la memoria el desafortunado caso de dos cosmonautas soviéticos que se quedaron atrapados fuera de la estación espacial Mir en 1990 cuando falló la esclusa de aire y tuvieron que utilizar un procedimiento de entrada de emergencia con sus niveles de oxígeno descendiendo peligrosamente. Los dos cosmonautas se encontraban realizando un paseo espacial para reparar las mantas térmicas de sus transportes espaciales, que se habían soltado y ponían en peligro su regreso a Tierra. Después de un paseo espacial de cinco horas y de reparar la nave con éxito, descubrieron que la puerta de esclusa no cerraba bien y que la cámara estaba despresurizada. Con sus niveles de oxígeno peligrosamente al mínimo, los cosmonautas tuvieron que ejecutar un procedimiento de emergencia para volver a entrar a la nave presurizada, aunque el relato soviético de cómo consiguieron hacerlo sigue siendo un misterio. La estación Mir también sufrió algunos percances graves en 1997. En febrero de ese año, un bote de perclorato de litio que se usaba para generar oxígeno sufrió una fuga y causó un incendio a bordo de la estación espacial, aunque el equipo fue capaz de extinguir el fuego tras un minuto y medio. Pero apenas unos meses después, el carguero ruso Progreso chocó con uno de los módulos de la Mir e hizo un agujero en la estación espacial, provocando que comenzara a despresurizarse. Lo que podría fácilmente haber sido un incidente mortal se resolvió gracias a la rápida reacción de los cosmonautas a bordo y del astronauta visitante de la NASA, que fue capaz de aislar el módulo de la fuga del resto de la estación espacial cortando una serie de cables que impedían el cierre de la escotilla que conectaba el módulo con el resto de la estación espacial. Estos son solo algunos de los numerosos percances ocurridos mientras los seres humanos han vivido en el espacio a bordo de un puñado de estaciones espaciales, un buen recordatorio de que incluso con la mejor planificación, el error humano siempre es un factor. Teniendo todo esto en cuenta, no se puede culpar a los astronautas de estar un poco estresados, especialmente sabiendo que muchos de ellos sufren privación crónica del sueño en el espacio (cuando ves la salida del sol 15 veces al día en la ISS, puede resultar difícil echarse una cabezadita). Sin embargo, a pesar de todo lo que sabemos acerca del precio que el cuerpo humano puede pagar por los vuelos espaciales, este conocimiento se basa en datos recogidos durante un período máximo de seis meses, lo cual no es suficiente para entender el precio que pagaría el cuerpo humano por un viaje a Marte (que duraría más de un año y medio). Para rectificar esto, la NASA comenzó un experimento sin precedentes el año pasado, llamado muy apropiadamente "El estudio gemelo". Este estudio envió a Scott Kelly a la ISS durante todo un año mientras que su hermano gemelo Mark se quedaba en la Tierra, para estudiar los efectos en el cuerpo humano de un vuelo espacial con una duración real. Aunque los primeros resultados de este estudio de todo un año están empezando a recogerse ahora, la NASA ya ha obtenido algunos resultados interesantes. En primer lugar, un estudio sobre vuelos espaciales y envejecimiento concluyó que los telómeros de Scott (una región de ADN que disminuye con la edad) aumentaron durante el vuelo espacial, algo que los investigadores atribuyen al aumento de ejercicio y una dieta baja en calorías. Por otra parte, otro estudio demostró que la escala de Scott en el espacio no tuvo ningún efecto aparente en sus capacidades mentales cuando regresó a la Tierra. Otro estudio, que aún están en curso, incluía la secuenciación del genoma completo de cada gemelo. Aunque se demostró que ambos gemelos sufrieron cientos de mutaciones únicas en sus genomas, tal y como se esperaba, el estudio también ha indicado que unas 200.000 moléculas de ADN habían evolucionado de forma diferente en los gemelos. Si esto es indicativo o no de algún tipo de "gen espacial" que se activó durante el tiempo que Scott pasó en la ISS todavía está por verse. Ahora que las misiones humanas a la Luna y a Marte aparecen en los libros de texto por primera vez en décadas, comprender cómo vivir en la última frontera se ha vuelto más acuciante que nunca. Gracias a la labor pionera de decenas de astronautas durante tantos años, que básicamente fueron ratas de laboratorio en órbita, ahora tenemos una idea bastante clara de cómo no morir en condiciones de microgravedad. Una misión a Marte conllevará sus propios retos fisiológicos (como la amenaza de exposición a la radiación), pero sin estos experimentos preliminares sería imposible. Mantenerse con vida en un entorno de microgravedad siempre será un reto, pero la tecnología mejorada y las lecciones aprendidas en la Tierra y en órbita han hecho que la idea de convertir a los seres humanos en una especie interplanetaria sea más realista que nunca.