En Veracruz, un grupo de mujeres luchan porque sus familiares se van o los desaparecen; también desaparecen los hijos, pero no fue así como así, sino que alguien se los llevó el día que les cambió la vida para siempre. Hay por lo menos 30 mil mujeres en México que tienen ese dolor punzante en un costado, como si vivieran con un infarto permanente. Claro que son 30 mil sin contar a las hermanas ni mucho menos a las parejas de los adolescentes que se llevó ese policía municipal. Se estima que en Veracruz, entre un 80 y 90 por ciento de los casos de desaparición forzada fueron causados por agentes del estado, y a finales de febrero de 2017, un grupo casi compuesto totalmente por mujeres, viajó desde ese estado a las oficinas en la Ciudad de México de la Comisión Especial de Atención a Víctimas —que es federal y depende de la Secretaría de Gobernación— a rechazar con pancartas la reelección de Jaime Rochín, porque ya lo conocen y no lo quieren.
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Muchas mujeres saben quién se llevó a los suyos porque han investigado y a pesar de que han brindado esa información a la justicia, no lograron mover un centímetro al gigante blanco hasta que se juntaron con otras, se potenciaron y se volvieron una sola voz colectiva que reclama.Reclaman también las mujeres lúmpenes y heridas que viven en las calles de la Ciudad de México, que fueron abandonadas a su suerte y sobreviven como pueden o puede que sobrevivan si consiguen una moneda para el activo y alguien que las escuche. Entonces se cuelgan en repasar una historia que ya no saben si es verdad o mentira, pero cuentan que ellas fueron separadas a la fuerza de sus familias, a quienes recuerdan y juran que tú eres uno de ellos.
Fueron mujeres las que sostuvieron el país cuando los hombres empezaron a irse voluntariamente en masa hacia el norte; y en Guanajuato, las esposas de los coyotes se ocuparon de la tierra y de los hijos, mientras los maridos iban y venían, mientras se quedaban un tiempo allá, y que años después sus hijas y nueras les han parido nietos que también se van para el norte. Fue una mujer la primera deportada de la era Trump al mismo Guanajuato que la había exportado a ella, años atrás, a vivir su vida en otra parte.Hay otras abuelas, en los barrios bravos de la capital, que encontraron en la venta de drogas un sustento, porque la pobreza es traicionera y el material está muy a la mano. A la mano de Primero Dios y de la Santita Muerte se encomiendan las mujeres que crían en sus hijos la devoción por ese rito. Explican que la fe es la única cosa cierta ante las fallas de la justicia, la cárcel arbitraria y las carencias de un sistema de salud público desbordado y empobrecido.
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Es una mujer la cabeza del altar más popular a la Niña Blanca de México, que tras el asesinato de su marido, suspendió las misas, principal culto y fiesta del Día de Muertos. Y no muy lejos de ese altar, sobre la calle Granada, en Tepito, fue un grupo de mujeres el que vio cómo 500 efectivos de la guardia de choque de la policía ocuparon el principal pasillo de la vecindad en dos filas con sus palos y escudos, para desalojar a un apartamento. El operativo estuvo a cargo del jefe de seguridad de la Ciudad, Hiram Almeida Estrada. Fue a las siete de la mañana del 11 de junio pasado. Los policías arrojaron una granada de gas en el pasillo y dispararon armas de fuego, algo que incluso reconoció la Secretaría de Seguridad Pública en un comunicado que emitió el día siguiente al desalojo.
La fuerza pública también le llegó a unas mujeres trans, el día que abrieron el ataúd de la amiga muerta en plena Avenida Insurgentes, asesinada a pocos metros de ahí tres días antes, mientras trabajaba en el servicio sexual callejero. La pelea por justicia ante el asesinato de Paola y una semana más tarde, de otra chica trans trabajadora sexual, Alessa, sacó a las calles a un grupo de los más discriminados e invisibles, que mezcló a las que decidieron ser mujeres y a las que decidieron dejar de serlo.Más invisible que ellas son las chicas trans presas en cuerpos de hombres presos en el penal de Santa Marta Acatitla. Ellas no estarán dentro de las mil seiscientas mujeres recluidas en la capital que en este día recibirán una rosa de sus carceleros por la libertad arrebatada y un feliz día de la mujer.
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Por las cárceles mexicanas también pasan las migrantes centroamericanas, muchas más por centros de detención del Instituto de Migración, a pesar de que formalmente no estén cometiendo ningún delito. Algunas demoran su estancia en los albergues, mayormente religiosos, que dan asilo a lo largo de la ruta, porque ellas ya no tienen a dónde ir, ni cómo hacerlo, porque allá la violencia las hizo salir sin mirar atrás. Hay otras mujeres más jóvenes, mujeres trans centroamericanas adolescentes, que salieron del país a ver qué había más allá del aburrimiento rutinario del trabajo mal pagado y la falta de dinero para vivir.Este 8 de marzo, algunas mujeres trans volverán a cortar la Avenida Insurgentes en reclamo de justicia, y luego se unirán a la movilización convocada por partidos políticos y sindicatos desde el Ángel de la Independencia hacia el Hemiciclo Juárez.
Las Colectivas y feministas autónomas, en cambio, van a unirse a las mujeres del Estado de México que se concentrarán en tres estaciones de metro, Ciudad Azteca, Cuatro Caminos e Indios Verdes, para trasladarse, metro popular mediante, hacia el Antimonumento a los 43, en Reforma e Insurgentes. Las autónomas explican que la convocatoria al Paro Internacional de Mujeres —impulsado por las feministas argentinas en alianza con las polacas— fue el paraguas que les permitió seguir convocando de manera apartidista, individual y dirigida hacia las mujeres y no con una agenda de reclamos para el gobierno. Las mismas consignas que articularon la marcha de la marea violeta contra las violencias machistas, el 24 de abril de 2016, una de las más grandes movilizaciones de mujeres en la República Mexicana, que se realizó de manera simultánea en decenas de puntos del país.
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Hubo miles de mujeres que salieron a las calles por primera vez a manifestarse ese día y hubo otras de clase media y más alta que nunca habían salido a protestar, hasta que el gasolinazo las impulsó finalmente a probar qué se siente. Hay nenas y adolescentes que a los 17 años ya saben cómo es marchar encapsuladas por la policía durante todo el trayecto de una marcha encabezada por una bandera negra.Hay, en el fondo, un episodio trágico ligado a esta fecha negra, cuando 140 trabajadoras jóvenes, muchas de ellas migrantes, se quemaron en la hoguera del capitalismo en 1911, cuando se prendió fuego la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist, en Nueva York, dónde trabajaban.
Hay, finalmente, mujeres que sobreviven para contar cómo funciona esa máquina que se traga sus vidas, y que se vale del silencio de la vida privada, de las promesas y los mimos; y cuando ataca busca destrozar la belleza, apunta al cuello y la cara para desgarrar lo que ya no puede tener.Hay una marca en la sensibilidad colectiva que impide a este día convertirse mágicamente en una fiesta institucionalizada y comercial.